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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (31 page)

Sólo llevaba puesto un pantalón gris, y su torso estaba desnudo. Su piel lucía las marcas lívidas de una cachiporra eléctrica. Unos pequeños puntos en su brazo indicaban que había sido inyectado recientemente. Murmuraba palabras sin cesar con los labios húmedos, se estremecía y reía compulsivamente. Al parecer regresaba de un interrogatorio.

Miles se sorprendió tanto que cogió la mano izquierda del hombre para mirarla. Sí, allí estaba la marca de sus propios dientes sobre los nudillos, recuerdo de la batalla ocurrida una semana antes ante la escotilla del
Triumph
, en el otro extremo del sistema. El silencioso teniente ya no guardaba silencio.

Los guardias de Miles le indicaron que continuase caminando, y él estuvo a punto de tropezar mirando hacia atrás hasta que se cerró la puerta de la celda 13.

¿Qué estás haciendo aquí?
Esa debía ser la pregunta más formulada y menos respondida del Centro Hegen, decidió Miles. Aunque seguramente el teniente oserano la había respondido.

Cavilo debía de comandar uno de los mejores servicios de Inteligencia de todo el Centro. ¿Cuánto habría tardado el mercenario oserano en seguirles el rastro hasta allí? ¿Cuándo habría sido detenido por la gente de Cavilo? Las marcas de su cuerpo no tenían más de un día…

Y la pregunta más importante de todas: ¿el mercenario oserano habría llegado a la Estación Vervain en un recorrido sistemático o habría seguido pistas específicas? ¿Estaba Tung comprometido? ¿Había sido arrestada Elena? Miles se estremeció y comenzó a caminar de un lado a otro con desesperación e impotencia.

¿Acabo de matar a mis amigos?

Por lo tanto, ahora, lo que Oser sabía, también lo sabía Cavilo. Toda la absurda mezcla de verdades, mentiras, rumores y errores. El hecho de que lo hubiesen identificado como «almirante Naismith» no era obra de Gregor, tal como Miles había supuesto en un principio. (Evidentemente, el veterano de Tau Verde no había hecho más que confirmar la versión.) Si Gregor le estaba escatimando información a Cavilo, ahora ella debía de saberlo. Siempre y cuando para ese entonces él no estuviese enamorado de ella. Miles sintió que su cabeza estaba a punto de explotar.

Los guardias vinieron en mitad del ciclo nocturno y lo obligaron a vestirse. ¿Había llegado al fin el momento del interrogatorio? Pensó en el oserano babeante y se estremeció. Miles insistió en lavarse y se vistió lo más despacio que pudo, alisando cada costura del uniforme. Al fin, los guardias comenzaron a impacientarse y sus dedos oscuros se deslizaron por las cachiporras de forma sugestiva. Muy pronto él también se convertiría en un idiota babeante. Aunque, por otro lado, ¿qué podía decir para ese entonces que empeorase las cosas? Cavilo ya debía de saberlo todo. Miles apañó las manos de los guardias y abandonó su celda con toda la desdichada dignidad que pudo reunir.

Lo condujeron por la nave en penumbras y emergieron de un tubo elevador a un sitio denominado «Cubierta G». Miles miró a su alrededor. Se suponía que Gregor debía de estar por allí en alguna parte… Llegaron a una cabina cuya puerta estaba marcada como «10 A», y los guardias hicieron sonar la cerradura codificada pidiendo permiso para entrar. La puerta se deslizó hacia un lado.

Cavilo se hallaba sentada frente a una consola iluminada. En la penumbra de la habitación, su cabello casi blanco brillaba y resplandecía. Habían llegado a la oficina personal de la comandante, aparentemente al lado de sus habitaciones. Miles forzó la vista y los oídos buscando al Emperador.

Cavilo estaba completamente vestida con su pulcro uniforme. Al menos él no era el único que dormía poco en esos días, pensó Miles; en una fantasía optimista decidió que ella se veía un poco cansada. Cavilo colocó un aturdidor sobre el escritorio, muy cerca de su mano izquierda, y despidió a los guardias. Miles estiró el cuello buscando la jeringa. Ella se estiró y se reclinó en la silla. Su perfume, algo más fresco, más penetrante y menos selvático que el que llevaba como Livia Nu, se elevó de su piel blanca y cosquilleó en la nariz de Miles. Él tragó saliva.

—Siéntate, lord Vorkosigan.

Miles se acomodó en la silla indicada y aguardó. Ella lo observó con ojos calculadores. Miles comenzó a sentir una picazón insoportable en las fosas nasales, pero mantuvo las manos quietas. La primera pregunta de esta entrevista no lo encontraría con los dedos metidos en la nariz.

—Tu emperador enfrenta un terrible peligro, mi pequeño Vor. Para salvarlo, tendrás que regresar con los Mercenarios Oseranos y tomar el mando. Sólo entonces te haremos conocer nuevas instrucciones.

Miles se sobresaltó.

—¿Cuál es el peligro? —preguntó con voz ahogada—. ¿Usted?

—¡En absoluto! Greg es mi mejor amigo. O el amor de mi vida, al menos. Haría cualquier cosa por él. Hasta renunciaría a mi carrera. —Esbozó una sonrisa afectada—. Si se te ocurre hacer algún otro movimiento y no sigues tus instrucciones al pie de la letra, bueno… Greg podría enfrentarse con problemas inimaginables. Podría caer en manos de los peores enemigos.

¿Peores que tú? No me parece posible

—¿Por qué me quiere al mando de los Mercenarios Dendarii?

—No puedo decírtelo. —Sus ojos brillaron de ironía—. Es una sorpresa.

—¿Qué apoyo me brindará en la empresa?

—Transporte hasta la Estación Aslund.

—¿Y qué más? ¿Tropas, armas, naves, dinero?

—Se me ha dicho que eres capaz de hacerlo valiéndote únicamente de tu ingenio. Es algo que quisiera ver.

—Oser me matará. Ya lo ha intentado.

—Es un riesgo que yo debo correr.

Me gusta ese «yo», señora
.

—Lo que quiere es que me maten —dedujo Miles—. ¿Y si tengo éxito en la misión? —Sus ojos comenzaban a lagrimear. La picazón en su nariz era insoportable, y pronto tendría que rascarse.

—La clave de la estrategia, pequeño Vor —le explicó ella con suavidad—, no está en escoger
un
camino a la victoria, sino en realizar la elección de tal modo que
todos
los caminos conduzcan a ella. De forma ideal. Tu muerte tendría una utilidad, y tu victoria, otra. Quisiera destacar que cualquier intento prematuro de comunicarte con Barrayar resultaría muy contraproducente. Mucho.

Un bonito aforismo sobre la estrategia; tendría que recordarlo.

—Entonces permita que reciba mis órdenes de mi propio comandante supremo. Déjeme hablar con Gregor.

—Ah.
Ésa
será tu recompensa si alcanzas tu objetivo.

—El último sujeto que creyó en eso recibió un disparo en la nuca por su credulidad. ¿Por qué no nos ahorramos algunos pasos y me dispara ahora mismo? —Miles parpadeó y se sorbió la nariz.

—No deseo matarte —le dijo ella con una caída de ojos, pero entonces se enderezó con el ceno fruncido—. Vaya, realmente no esperaba que te echaras a llorar.

Miles inhaló y sus manos no pudieron evitar un gesto suplicante. Sorprendida, ella extrajo un pañuelo del bolsillo y se lo arrojó. El pañuelo estaba impregnado de su perfume. Sin poder evitarlo, Miles se lo llevó al rostro.

—Deja de llorar, cobar… —Cavilo fue interrumpida por el primer estornudo de Miles. Luego vinieron otros en rápida sucesión.

—No estoy llorando, maldita. ¡Soy alérgico a su condenado perfume! —logró decir Miles entre paroxismos.

Ella se llevó una mano a la frente y comenzó a reír de verdad. Al fin tenía delante a la Cavilo real y espontánea; él había tenido razón: su sentido del humor era malévolo.

—¡Oh, querido! —exclamó ella—. Acabas de darme una idea maravillosa para fabricar granadas de gas. Es una pena que nunca… oh, bueno.

Sus senos nasales latían como timbales. Ella sacudió la cabeza y pulsó algo en su consola.

—Será mejor que te vayas antes de que explotes —le dijo. Mientras resollaba inclinado sobre su silla, los ojos nublados de Miles se posaron sobre sus zapatillas de fieltro.

—¿Al menos puedo tener un par de botas para este viaje? Ella frunció los labios con expresión pensativa.

—No —decidió—. Será más interesante ver cómo te las arreglas tal como estás.

—Con este uniforme, sobre Aslund, seré como un gato vestido de perro —protestó él—. Me dispararán por error.

—Por error… a propósito… Vaya, vivirás una experiencia muy emocionante. —Cavilo hizo que se abriera la puerta.

Miles continuaba estornudando cuando los guardias vinieron para llevárselo. Cavilo todavía reía.

Los efectos del perfume tardaron media hora en disiparse, y para entonces Miles ya estaba encerrado en la diminuta cabina de una nave que se desplazaba por el interior del sistema. Habían abordado desde un enlace del
Kurin
; él ni siquiera había vuelto a poner un pie en la Estación Vervain. No había tenido la menor ocasión de intentarlo.

Miles inspeccionó la cabina. La cama y el lavabo eran un vívido recuerdo de su celda anterior. La ilusión de embarcarse, ¡ja! Los vastos panoramas del amplio universo, ¡ja! La gloria del Servicio Imperial, ¡ja! Había perdido a Gregor…

Tal vez sea pequeño, pero cuando cometo torpezas lo hago a lo grande, porque estoy subido sobre hombros de GIGANTES
. Miles golpeó la puerta y gritó por el intercomunicador, pero nadie vino.

Es una sorpresa
.

Podía sorprenderlos a todos ahorcándose, idea que por unos momentos le resultó bastante atractiva. Pero arriba no había nada en lo que pudiera enganchar su cinturón.

Muy bien. Esta nave era más rápida que el pesado carguero que había tardado tres días en atravesar el sistema. Sin embargo no era instantánea. Tendría al menos un día y medio para pensar, él y el almirante Naismith.

Es una sorpresa
.

Por Dios.

Para cuando Miles estimó que estarían llegando al perímetro de defensa de la Estación Aslund, un oficial y un guardia vinieron a buscarlo.

Pero todavía no hemos aterrizado
, pensó.
Esto me parece prematuro
. Su agotamiento nervioso todavía respondió a una descarga de adrenalina. Miles inhaló profundamente, tratando de despejar su cabeza. Si tenía que pasar por mucho más, pensó, no habría adrenalina que le alcanzase. El oficial lo condujo por los pasillos de la pequeña nave hasta la cabina de mando.

El capitán de los Guardianes se encontraba allí, inclinado sobre la consola de comunicaciones, asistido por su segundo oficial. El piloto y el ingeniero de vuelo estaban muy atareados en sus puestos.

—Si suben a bordo lo arrestarán, y será automáticamente despachado tal como se nos ordenó —estaba diciendo el segundo oficial.

—Si lo arrestan a él, podrían arrestarnos a nosotros también. Ella dijo que lo dejemos allí, y no le importa si vive o muere. No nos ordenó internarnos —dijo el capitán.

Una voz en el intercomunicador.

—Ésta es la nave piquete
Ariel
, de la Flota Auxiliar de Aslund llamando al
C6-WG
de la Estación Central Vervain. Cesen la aceleración y despejen su escotilla lateral para permitir el abordaje de inspección. La estación Aslund se reserva el derecho a negarles el permiso de aterrizaje si no cooperan. —La voz adoptó un tono jovial—. Yo me reservo el derecho de abrir fuego si no cumplen las órdenes en un minuto. Basta de rodeos, muchachos. —Al tornarse irónica, de pronto la voz le resultó muy familiar.
¿Bel?

—Cesad la aceleración —ordenó el capitán, e hizo una seña al segundo para que cortase la comunicación.

—Oiga, Rotha —le dijo a Miles—. Venga aquí.

Así que soy Rotha otra vez
. Miles esbozó una sonrisa tonta y se acercó, tratando de disimular el gran interés que le despertaba el visor. ¿El
Ariel
? Sí, allí estaba en la pantalla. ¿Bel Thorne seguiría al mando de la nave?

¿Cómo puedo hacer para abordarla?

—¡No me lancen allá afuera! —protestó Miles—. Los oseranos quieren mi pellejo. ¡Juro que no sabía que los arcos de plasma eran defectuosos!

—¿Qué arcos de plasma? —preguntó el capitán.

—Soy un traficante de armas. Les vendí unos arcos de plasma muy baratos. Al parecer tendían a bloquearse cuando estaban sobrecargados y volaban la mano del que los usaba. Yo no lo sabía. Los compré al por mayor.

El capitán de los Guardianes lo miró con expresión comprensiva y de forma inconsciente se frotó la mano en el pantalón, allí donde llevaba enfundado su arco de plasma. Entonces estudió a Miles con el ceño fruncido.

—Lo sacaremos vivo —dijo después de un momento—. Teniente, usted y el cabo lleven al pequeño mutante hasta la escotilla de personal, colóquenlo en una vaina espacial y expúlsenlo. Nos vamos a casa.

—No… —protestó Miles sin fuerzas mientras lo sujetaban por ambos brazos.
¡Sí!
Arrastró los pies, pero se cuidó de no ofrecer resistencia para que sus huesos no corriesen peligro—. ¡No pensarán lanzarme…! —
El
Ariel,
por Dios

—Oh, el mercenario aslundeño lo recogerá —le dijo el capitán—. Posiblemente. Si no decide que usted es una bomba y trata de dispararle desde la nave. —Con una pequeña sonrisa, se volvió hacia el intercomunicador y recitó con tono rutinario—:
Ariel
. Aquí el
C6-WG
. Decidimos cambiar nuestro plan de vuelo y regresar a la Estación Vervain. Por lo tanto, no necesitamos ninguna inspección para que se nos autorice el aterrizaje. No obstante, les dejaremos un pequeño obsequio de despedida. Bien pequeño. Lo que decidan hacer con él es problema vuestro…

La puerta de la cabina de mando se cerró a sus espaldas. Después de unos cuantos metros de corredor y un brusco recodo llegaron a la escotilla de personal. El cabo sujetaba a Miles, quien se resistía; el teniente abrió una gaveta y extrajo una vaina espacial.

La vaina era un salvavidas barato e inflable, diseñado para que los pasajeros pudiesen colocárselos en pocos segundos, apto para problemas de presurización o para abandonar la nave. También se las apodaba «globos idiotas». No requerían ningún conocimiento especial para ser operadas porque no poseían ningún control, sólo unas cuantas horas de aire recirculante y un localizador. Pasivas, infalibles y poco recomendables para claustrofóbicos, eran muy eficaces salvando vidas… cuando las naves de rescate llegaban a tiempo.

Miles emitió un verdadero gemido cuando lo introdujeron en la vaina húmeda y con olor a plástico. Un tirón del cordón de abertura hizo que se cerrase y se inflase automáticamente. Por un horrible momento, recordó la burbuja sumergida en el lodo de la isla Kyril y se contuvo para no gritar. Entonces sus captores lo hicieron rodar hacia la antecámara de compresión. Un empujón más y Miles se encontró cayendo en la negrura.

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