Ungari inhaló profundamente.
—¡Vorkosigan! Es usted un maldito mutante sedicioso. Haré que se enfrente a una corte marcial por esto. Haré que lo despellejen…
Aún no había notado a Gregor, quien seguía apoyado en el escritorio y también estaba vestido con un uniforme Dendarii, aunque sin insignia, ya que no existía ninguna equivalente para el Emperador.
—Señor… —Miles hizo que la mirada oscura del capitán se volviese hacia Gregor.
—Esos sentimientos son compartidos por tantas personas, capitán Ungari, que me temo que tendrá que ponerse en la fila y esperar su turno —observó Gregor con una leve sonrisa.
Ungari dejó escapar el resto del aire sin hablar. Se cuadró de inmediato y, en la desenfrenada combinación de emociones que pasaron por su rostro, la más pronunciada fue la de un profundo alivio.
—
Majestad
…
—Mis disculpas, capitán —dijo Miles—, por la forma despótica en que los he tratado. Pero consideré que mi plan para rescatar a Gregor era demasiado delicado para… para… —
Para sus nervios
—. Pensé que sería mejor hacerme cargo de la responsabilidad. —
Usted no se hubiera sentido muy feliz observando, de veras. Y yo no me hubiese sentido muy feliz con usted tironeándome del codo
.
—No son los alféreces quienes deben responsabilizarse de operaciones de esta magnitud, sino sus comandantes —gruñó Ungari—. Simon Illyan hubiera sido el primero en señalármelo si su plan hubiese fallado.
—Bueno, entonces le felicito, señor; acaba de rescatar al Emperador —replicó Miles—. Quien, como su comandante en jefe, tiene unas cuantas órdenes para usted, si le permite hablar.
Ungari apretó los dientes y, con un esfuerzo visible, apartó la vista de Miles para volverse hacia Gregor,
—¿Majestad?
Gregor habló.
—Siendo los únicos miembros de Seguridad Imperial en millones de kilómetros, con excepción del alférez Vorkosigan, quien tiene otras tareas, quiero que usted y el sargento Overholt me acompañen hasta que hayamos establecido contacto con nuestros refuerzos. También es posible que los emplee como mensajeros. Antes de que abandonemos el
Triumph
, por favor, compartan cualquier información pertinente que posean con los Dendarii. Ahora ellos son mis…
—Más leales servidores —le sugirió Miles en voz baja.
—Fuerzas —concluyó Gregor—. Considere este traje gris como el uniforme reglamentario y respételo como corresponde. —Ungari bajó la vista hacia el suyo y lo miró con repugnancia—. Sin duda, recuperará su uniforme verde cuando yo recupere el mío.
—Yo destacaré el
Ariel
y otra de las naves Dendarii más rápidas para el servicio personal del Emperador, cuando se dirijan a la Estación Vervain. Si deben cumplir tareas como mensajeros, les sugiero que se lleven la más pequeña y dejen el
Ariel
con el Emperador. Su capitán. Bel Thorne, es un hombre de mi mayor confianza.
—¿Sigues pensando en mi retirada, Miles? —preguntó Gregor alzando una ceja.
Miles hizo una pequeña inclinación.
—Si las cosas salen muy mal, alguien debe vivir para vengarnos. Y, además, los Dendarii supervivientes deben recibir su paga. Les debemos eso al menos.
—Sí —reconoció Gregor con suavidad.
—También tengo mi informe personal sobre los acontecimientos recientes. Quiero que se lo entregue a Simon Illyan —continuó Miles—, en caso… en caso de que lo vea antes que yo. —Le entregó el disco a Ungari.
Ungari parecía mareado ante la rápida reorganización de sus prioridades.
—¿La Estación Vervain? Pol Seis es el sitio donde estaréis a salvo, majestad,
—La Estación Vervain es donde se encuentra mi deber, capitán, y, por lo tanto, también el suyo. Venga conmigo y se lo explicaré por el camino.
—¿Dejaréis suelto a Vorkosigan? —Ungari frunció el ceño—. ¿Con estos mercenarios? Eso me presenta un problema, majestad.
—Lo siento, señor —dijo Miles a Ungari—. No puedo, no puedo… —
Obedecerle
. Miles no pronunció la palabra—. Tendría más problemas si envío a estos mercenarios a la batalla y luego no me presento para librarla. Esa es una diferencia entre yo y… y la ex comandante de los Guardianes. Debe de haber alguna diferencia entre nosotros, y tal vez sea ésa. Gre… el Emperador me comprende.
—Mm —asintió Gregor—. Sí, capitán Ungari, oficialmente designo al alférez Vorkosigan como nuestro enlace Dendarii. Bajo mi responsabilidad. Lo cual debería ser suficiente para usted.
—¡No es para mí para quien debe ser suficiente, majestad!
Gregor vaciló unos instantes.
—Entonces para los intereses de Barrayar. Ese es argumento suficiente incluso para Illyan. Vamos, capitán.
—Sargento Overholt, usted será el guardaespaldas personal del Emperador y su ordenanza, hasta nuevo aviso.
Overholt no pareció nada aliviado ante este abrupto ascenso.
—Señor —susurró en un aparte a Miles—, ¡no he seguido el curso avanzado!
Se refería al curso obligatorio, conducido personalmente por Simon Ilyan, para los guardias de palacio. De ese modo, los guardaespaldas de Gregor siempre eran personas refinadas.
—Todos enfrentamos un problema similar aquí, sargento, puede creerme —le respondió Miles también en voz baja—. Esfuércese al máximo.
El salón táctico del
Triumph
bullía de actividad. Cada sillón estaba ocupado, y cada pantalla de holovídeo brillaba mostrando las naves y las modificaciones tácticas de la flota. Miles permaneció junto a Tung sintiéndose inútil. Recordó las bromas allá en la academia.
Regla 1: Sólo desecha el ordenador táctico si sabes algo que él no sabe. Regla 2: El ordenador táctico siempre sabe más que tú
.
—¿Esto era el combate? ¿Esta cámara sorda, las luces cambiantes los sillones con cojines? Tal vez la indiferencia fuese positiva para los comandantes. El corazón le golpeaba en el pecho. Un salón táctico de semejante calibre podía provocar una sobrecarga de información y un atasco mental si uno se lo permitía. El truco estaba en filtrar lo que era importante y en nunca, nunca olvidar que el mapa no era el territorio.
Miles recordó que aquí su tarea no era comandar. Era observar cómo lo hacía Tung y aprender de él otras formas de pensamiento, distintas de los modelos de la Academia de Barrayar. Miles sólo intervendría si alguna necesidad político-estratégica externa cobraba prioridad sobre la lógica táctica interna. Miles rezaba para que esa contingencia no se produjese, ya que una forma más breve y desagradable de definirla sería
traicionar a tus tropas
.
Miles observó con atención cuando una pequeña nave exploradora apareció en la garganta del agujero de gusano. En la pantalla táctica era un punto rosado que se movía lentamente en un vórtice de oscuridad. En la pantalla telescópica era una nave esbelta sobre las estrellas distantes, y en otro monitor era una colección de datos telemétricos, de numerología, como un ideal platónico.
¿Qué es la verdad? Todo. Nada
.
—Tiburón Uno a Flota Uno —dijo la voz del piloto en la consola de Tung—. Tienen diez minutos. Prepárense para la irrupción del haz.
Tung habló por el intercomunicador.
—Flota inicia salto según instrucciones.
La primera nave Dendarii que aguardaba junto al agujero de gusano maniobró para situarse en su puesto, resplandeció en el monitor táctico (aunque no pareció hacer nada en la pantalla telescópica) y desapareció. Una segunda nave la siguió treinta segundos después, el margen mínimo entre dos saltos. Dos naves tratando de volver a materializarse al mismo tiempo y en el mismo lugar darían como resultado una gran explosión y ninguna nave.
Cuando el haz telemétrico de Tiburón fue digerido por el ordenador táctico, la imagen rotó de tal modo que al vórtice oscuro que representaba (aunque de ningún modo retrataba) el conducto se le contrapuso un vórtice de salida. Más allá, una colección de puntos y líneas representaba a las naves en vuelo que maniobraban, disparaban y escapaban. La fortificada estación bélica de los vervaneses, gemela de la que desembocaba en el Centro, donde Miles había dejado a Gregor; los atacantes cetagandanos. Al fin tenían un panorama de su lugar de destino. Aunque, por supuesto, no eran más que mentiras, ya que había un retraso de varios minutos.
—Vaya —comentó Tung—. Qué desastre. Allá vamos…
La alarma del salto sonó. Era el turno del
Triumph
. Miles se aferró al respaldo de la silla de Tung, aunque intelectualmente sabía que la sensación de movimiento era ilusoria. Un remolino de sueños pareció nublar su mente por unos instantes, por una hora; era inconmensurable. El vuelco en el estómago y la atroz oleada de náuseas que siguió no tuvo ningún parecido con un sueño. El salto había pasado. Hubo un momento de silencio en la cabina, mientras todos trataban de superar su desorientación. El murmullo volvió a iniciarse donde se había interrumpido.
Bienvenidos a Vervain. Un conducto para saltar al infierno
.
El monitor táctico tardó unos instantes en introducir los nuevos datos y volver a centrar su pequeño universo. El agujero de gusano estaba custodiado por su sitiada Estación y por una escasa y apaleada formación de naves vervanesas, junto con algunas de los Guardianes comandadas por Vervain. Los cetagandanos ya la habían atacado una vez, habían sido repelidos y ahora se cernían fuera del alcance de tiro, aguardando refuerzos para el próximo ataque. Estos entraban en el sistema vervanés atravesando el otro agujero de gusano.
El otro agujero de gusano había caído de inmediato. Incluso con el elemento sorpresa de parte de los cetagandanos, los vervaneses hubiesen podido detenerlos de no haber sido porque, aparentemente, tres naves de los Guardianes habían comprendido mal sus órdenes y se habían retirado cuando debían de haber contraatacado. Pero los cetagandanos habían asegurado su cabeza de puente y comenzaban a entrar.
El segundo agujero de gusano, el de Miles, había estado mejor equipado para la defensa, hasta que los aterrados vervaneses lo despojaran de todo lo que habían podido encontrar para defender su planeta. Miles no podía culparlos; la elección estratégica contraria hubiese sido muy difícil de sostener. Pero ahora los cetagandanos se desplazaban por el sistema casi sin impedimentos, Jugando a la rayuela sobre el planeta en un osado intento de apoderarse del agujero de gusano de Hegen.
El primer método que solía ponerse en práctica para atacar un agujero de gusano era utilizando subterfugios, sobornos e infiltración, esto es, el engaño. El segundo, que también utilizaba subterfugios en su ejecución, era el de enviar fuerzas por otra ruta (si la había), e introducirse así en el espacio local disputado. El tercero era iniciar el ataque con una nave que tendía un «muro solar», una masiva descarga de misiles nucleares desplegados como una unidad, creando una ola aplanada que solía acabar con todo, incluyendo, muchas veces, a la nave atacante; pero los muros solares eran muy costosos y sólo tenían un efecto local. Los cetagandanos habían intentado combinar los tres métodos, tal como podía verse por la desorganización de los Guardianes y la inmunda niebla radiactiva presente en las vecindades de su primer blanco.
El cuarto método aprobado para el problema de atacar frontalmente un agujero de gusano custodiado era dispararle al oficial que lo sugería. Miles confiaba en que, para cuando él hubiese cumplido su cometido, los cetagandanos lo pondrían en práctica, también.
El tiempo pasó. Miles enganchó un sillón en sus grapas y estudió el monitor central hasta que se le nublaron los ojos y su mente amenazó con caer en una fuga hipnótica. Entonces se levantó, se estiró y comenzó a circular por la nave, entremetiéndose en todo.
Los cetagandanos maniobraron. La repentina llegada de las fuerzas Dendarii había sido motivo de una confusión temporal. El ataque final sobre los agotados vervaneses tendría que ser retrasado y habría que realizar otra incursión previa para ablandar las defensas. Era costoso. A estas alturas los cetagandanos no podían hacer mucho por ocultar el alcance de sus fuerzas. Y ellos no sabían si al otro lado del conducto los Dendarii contaban con refuerzos ilimitados. Por unos instantes, Miles albergó la esperanza de que esta amenaza fuese lo bastante grande para hacer que los cetagandanos desistieran del ataque.
—No —suspiró Tung cuando Miles le confió su optimista pensamiento—. Ya han llegado muy lejos. La factura será demasiado alta para fingir que sólo estaban bromeando. Un comandante cetagandano que decida retirarse tendrá que enfrentar una corte marcial cuando regrese a casa. Deberán seguir adelante hasta el final, tratando desesperadamente de cubrir sus traseros sangrientos con la bandera de la victoria.
—Eso es… abominable.
—Eso es el sistema, hijo, y no sólo el de los cetagandanos. Uno de los defectos inherentes al sistema. Y además —dijo Tung con una breve sonrisa—, todavía no están perdidos del todo. Hecho que trataremos de ocultarles.
Las fuerzas cetagandanas comenzaron a moverse. Sus rumbos y su aceleración indicaban que trataban de pasar a la fuerza. La idea era realizar varías concentraciones de fuerzas, con tres o cuatro naves atacando a una en conjunto, abatiendo el espejo de plasma de la defensa. Los Dendarii y los vervaneses intentarían una estrategia idéntica contra los rezagados cetagandanos, salvo algunos valientes capitanes de ambos bandos, equipados con las nuevas lanzas de implosión, que trataban de detectar un blanco en el corto alcance de sus armas. Miles también intentó vigilar los preparativos de los Guardianes. No todas sus naves tenían consejeros vervaneses a bordo, y siempre era preferible que las formaciones de los Guardianes estuviesen frente a los cetagandanos, no a espaldas de los Dendarii.
En el salón táctico continuaba el suave murmullo de los técnicos y de los ordenadores. Debía haber habido un redoblar de tambores, gaitas, algo que anunciase esta danza de la muerte. Pero si la realidad irrumpía en aquella burbuja guarnecida, lo haría de forma repentina y absoluta.
Un mensaje apareció en el vídeo, y provenía del interior de la nave. Sí, todavía estaban rodeados por una nave. Era un oficial que se comunicaba con Tung, muy agitado.
—El calabozo, señor. Tengan cuidado allá arriba. Hemos tenido una fuga. El almirante Oser ha escapado y también ha dejado salir a todos los otros prisioneros.
—¡Maldición! —Juró Tung. Miró a Miles con furia y señaló la pantalla—. Avisa a Auson.