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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

El juego de los Vor (40 page)

Entraron en un tubo elevador y subieron. Con cada metro más de distancia entre Gregor y Cavilo, Miles respiraba mejor.

—Hasta que hablamos frente a frente —dijo Miles—, mi mayor preocupación era que Cavilo realmente hubiese logrado lo que se proponía: nublar tu mente. No entendía de dónde podían provenir sus ideas si no era de ti. Yo no estaba seguro de lo que podría hacer en ese caso, salvo seguirle el juego hasta que pudieras entregarte a manos expertas en Barrayar. Si sobrevivía. No sabía si comprendías sus verdaderos propósitos.

—Oh, de inmediato —dijo Gregor—. Tenía la misma sonrisa ávida que Vordrozda solía tener. Y unos cuantos caníbales menos. Ahora puedo oler a un lisonjero hambriento de poder a mil metros de distancia.

—Me inclino ante mi maestro de estrategia. —Miles hizo una pequeña genuflexión—. ¿Sabes que te rescataste a ti mismo? Ella te hubiese llevado hasta casa, incluso aunque yo no hubiera aparecido.

—Fue sencillo. —Gregor frunció el ceño—. Sólo se requería que yo no tuviese ninguna honra personal. —Miles notó que en los ojos de Gregor no había expresión triunfante alguna.

—No puedes engañar a un hombre honesto —dijo Miles con incertidumbre—. Ni a una mujer. ¿Qué hubieses hecho si ella te hubiese llevado a casa?

—Eso depende. —Gregor fijó la vista en la distancia—. Si te mataba, supongo que la habría hecho ejecutar. —Gregor se volvió para mirar atrás mientras salían del tubo—. Esto es mejor. Tal vez… tal vez exista algún modo para darle una oportunidad.

Miles parpadeó.

—Si fuera tú, me cuidaría mucho de darle a Cavilo cualquier clase de oportunidad. ¿Ella la merece? ¿Comprendes lo que está ocurriendo, a cuántas personas ha traicionado?

—En parte. No obstante…

—¿No obstante, qué?

Gregor habló en voz tan baja que resultó apenas audible.

—Hubiera querido que fuese sincera.

—… y ésta es la actual situación táctica en el Centro y en el espacio local vervanés, hasta donde tengo información. —Miles concluyó su presentación a Gregor, Tenían la sala de conferencias del
Ariel
para ellos solos; Arde Mayhew montaba guardia en el corredor. Miles había comenzado su resumen en cuanto Elena le había informado que los huéspedes hostiles estaban bajo control. Sólo se había detenido para quitarse la incómoda armadura y volver a vestirse con su uniforme Dendarii. La armadura se la había prestado una mercenaria y, por lo tanto. Miles no había podido orinar desde que se la había puesto.

Miles congeló la imagen en la pantalla de holovídeo. Sería interesante poder detener el tiempo real de la misma manera, tocando una tecla.

—Notarás que nuestras mayores lagunas de Inteligencia se encuentran en las informaciones precisas sobre las fuerzas cetagandanas. Espero que los vervaneses cubran algunos de esos resquicios, si logramos persuadirlos de que somos sus aliados, y que los Guardianes nos revelen más. De un modo o de otro.

»Ahora, majestad, la decisión se encuentra en vuestras manos. ¿Pelear o escapar? Yo podría desprender el
Ariel
ahora mismo de la flota Dendarii y llevarte a casa. No se perdería mucho para la batalla del conducto.

Allí lo importante será el poder de fuego y las armaduras, no la velocidad. No es muy difícil imaginar lo que mi padre e Illyan preferirían que hiciésemos.

—No. —Gregor se movió en su silla—. Aunque, por otro lado, ellos no se encuentran aquí.

—Es cierto. Pero, yendo al extremo opuesto, ¿deseas ser el comandante en jefe de este enredo? Gregor sonrió con suavidad.

—Vaya tentación. ¿Pero no crees que existe cierta… arrogancia en aceptar el mando sin haber aprendido nunca a obedecer? Miles se ruborizó un poco.

—Yo… Bueno, yo me enfrento a un dilema similar. Tú has conocido la solución. Su nombre es Ky Tung. Más tarde, cuando regresemos al
Triumph
conversaremos con él. —Miles se detuvo—. Hay un par de cosas más que podrías hacer por nosotros. Si lo deseas. Cosas verdaderas.

Gregor se frotó el mentón y lo observó.

—Suéltalas ya, lord Vorkosigan.

—Legitima a los Dendarii. Preséntalos ante los vervaneses como la fuerza de respaldo de Barrayar. A mí no me creerán. Tu palabra es ley. Puedes lograr una alianza defensiva legal entre Barrayar y Vervain… y tal vez consigas que se nos una Aslund también. Lo siento, pero tus mayores aptitudes son las diplomáticas, no las castrenses. Ve a la Estación Vervain y negocia con esas personas.

—A salvo detrás de las trincheras —observó Gregor secamente.

—Sólo si vencemos, al otro lado del salto. Si somos derrotados, estarás en territorio enemigo.

—Preferiría ser un soldado. Algún teniente solitario, con un puñado de hombres a su cargo.

—No existe ninguna diferencia moral entre uno y diez mil, te lo aseguro. No importa a cuántos lleves a la muerte; te condenas del mismo modo.

—Yo quiero participar en la batalla. Es probable que nunca en mi vida vuelva a tener la ocasión de participar en un verdadero riesgo.

—¿Qué? ¿El riesgo que corres cada día con los asesinos dementes que hay no es lo bastante emocionante para ti? ¿Quieres más?

—Riesgo activo, no pasivo. Verdadero servicio.

—Sí, según tu opinión, el mejor servicio que puedes brindar a los que arriesgan la vida es ofrecerte como oficial inferior de campaña, te apoyaré lo mejor que pueda —dijo Miles con frialdad.

—Vaya —murmuró Gregor—. Tú sí que sabes dar la vuelta a una frase como a un cuchillo, ¿verdad? —Se detuvo—. Una alianza…

—Si tuvierais la amabilidad, majestad.

—Oh, basta con eso. —Gregor suspiró—. Interpretaré el papel que se me ha asignado. Como siempre.

—Gracias. —Miles consideró la posibilidad de ofrecerle una disculpa, un consuelo, pero luego lo pensó mejor—. La otra variable son los Guardianes de Randall. Si no me equivoco, ahora se encuentran en un considerable desorden. Su segundo al mando se ha desvanecido, su comandante ha desertado justo cuando se iniciaba la acción. ¿Cómo fue que los vervaneses le permitieron partir?

—Les dijo que iba a conferenciar contigo, y les sugirió que de alguna manera había logrado sumarte a sus fuerzas.

—Mm. Tal vez nos haya allanado el camino sin saberlo. ¿Ella niega estar involucrada con los cetagandanos?

—Creo que los vervaneses todavía no saben que ella les ha abierto la puerta. Cuando dejamos la Estación Vervain, todavía se estaban quejando por la incompetencia con que los Guardianes defendían el extremo cetagandano del conducto.

—Y probablemente tengas razón. No creo que la mayoría de los Guardianes estuvieran al tanto de la traición. De otro modo, no se hubiese podido mantener el secreto durante tanto tiempo. Y cualquiera que haya sido el cuadro que trabajaba con los cetagandanos, seguramente quedó en la oscuridad cuando Cavilo tomó por su tangente imperial. ¿Tienes conciencia de que has sido tú quien ha hecho esto? ¿Sabotear la invasión cetagandana sin ayuda?

—Oh —susurró Gregor—, necesité mis dos manos para hacerlo.

Miles decidió no insistir en aquello.

—De todos modos, si podemos, es necesario que controlemos a los Guardianes, que los quitemos de las espaldas de todos.

—Muy bien.

—Sugiero una representación del bueno y el malo. Yo tomaré el papel del malo.

Cavilo fue traída entre dos hombres. Todavía llevaba puesta la armadura espacial, bastante deteriorada, pero el yelmo había desaparecido. Se le habían retirado todas las armas, desconectado los sistemas de control y soldado las articulaciones del traje, convirtiéndolo en una prisión de cien kilos, ceñido como un sarcófago. Los dos soldados Dendarii la situaron enhiesta a un extremo de la mesa de conferencias y dieron un paso atrás. Una estatua con la cabeza viva, una metamorfosis al estilo Pigmalión, interrumpida horriblemente.

—Gracias, caballeros, pueden retirarse —dijo Miles—. Comandante Bothari-Jesek, por favor, quédese.

En una resistencia inútil, Cavilo realizó el único movimiento físico que le era posible y giró su rubia cabeza, mirando a Gregor con furia mientras los soldados se marchaban.

—Eres una serpiente —gruñó—.
Un canalla
.

Gregor se hallaba con los codos sobre la mesa y el mentón apoyado en las manos. Alzó la cabeza para decir con fatiga:

—Comandante Cavilo, mis padres murieron violentamente en una intriga política antes de que yo cumpliera los seis años. Seguramente usted ya habrá investigado este hecho. ¿Pensó que estaba tratando con un aficionado?

—Estuvo en un error desde el principio, Cavilo —dijo Miles mientras caminaba lentamente a su alrededor, como inspeccionando su premio. Ella volvió la cabeza para seguirlo, pero luego tuvo que girar el cuello para encontrarlo al otro lado—. Debió haber cumplido con su contrato original. O con su segundo plan. O con el tercero. En realidad, debió haber cumplido con
algo
. Cualquier cosa. Su absoluto egoísmo no la fortaleció, la convirtió en un trapo al viento, al alcance de cualquiera. Sin embargo, y aunque no estoy de acuerdo con él, Gregor considera que se le debe brindar una oportunidad de salvar su despreciable vida.

—Tú no tienes cojones para arrojarme por una escotilla. —Sus ojos estaban empequeñecidos por la ira.

—No pensaba hacerlo. —Como evidentemente la ponía nerviosa. Miles volvió a girar en torno a ella—. No. Más adelante, cuando esto haya pasado, pensaba entregarla a los cetagandanos. Un trato que no nos costará nada y nos ayudará a ganar su simpatía. Supongo que la estarán buscando, ¿no? —Se detuvo frente a ella y sonrió.

El rostro de Cavilo empalideció. Los tendones se tensaron en su cuello delgado.

Gregor habló.

—Pero si hace lo que le pedimos, le garantizaré su salida del Centro Hegen, vía Barrayar, cuando esto haya terminado. Junto con aquellos de los suyos que queden vivos y quieran seguirla. Eso le otorgará una ventaja de dos meses para escapar a la venganza cetagandana por este desastre.

—En realidad —intervino Miles—, si interpreta bien su papel, hasta podría llegar a salir de esto como una heroína. ¡Qué divertido! La mirada furiosa de Gregor no fue completamente fingida.

—Ya te tendré —le susurró Cavilo a Miles.

—Será el mejor trato que pueda conseguir. Su vida. Salvarse. Empezar de nuevo, lejos de aquí, muy lejos de aquí. De eso se ocupará Simon Illyan. Lejos, pero vigilada.

Su mirada enfurecida comenzó a tornarse calculadora.

—¿Qué quieres que haga?

—No mucho. Entregar sus fuerzas a un oficial escogido por nosotros. Probablemente en coordinación con los vervaneses, ya que, después de todo, ellos son quienes le pagan. Presentará su reemplazo a la cadena de mando y se retirará al calabozo del
Triumph
por el tiempo que dure el conflicto.

—¡No quedarán supervivientes entre los Guardianes cuando esto haya terminado!

—Existe esa posibilidad —le concedió Miles—, Pero, por favor, comprenda que no le estoy ofreciendo una alternativa entre esto y algo mejor. Es esto o los cetagandanos. Y ellos sólo aprueban la traición en aquellos que obran a su favor.

Cavilo pareció a punto de escupir, pero, sin embargo, dijo:

—Muy bien. Me rindo. Acepto el trato.

—Gracias.

—Pero ya lo verás, pequeñín —dijo con voz vaga y ponzoñosa—. Hoy te crees muy importante, pero el tiempo te hará caer. Podría decirte que esperes unos veinte años, pero no creo que vivas tanto tiempo. El tiempo te enseñará lo poco que conseguirás con tus lealtades. Algún día te triturarán y te convertirán en una hamburguesa. Lamentaré no estar allí para verlo.

Miles llamó a los soldados.

—Llévensela. —Fue casi una súplica. Cuando la puerta se cerró tras ellos, Miles se volvió y encontró la mirada de Elena sobre él—. Dios, esa mujer me da escalofríos.

—¿Ah sí? —observó Gregor, todavía con los codos sobre la mesa—. Sin embargo, en cierto modo, parecéis coincidir. Pensáis parecido.

—¡Gregor! —protestó Miles—, ¿Elena? —dijo, buscando una aliada.

—Ambos sois muy retorcidos —dijo Elena con indecisión—. Y eh…, bajos. —Al ver la mirada ofendida de Miles, se explico—. Es más una cuestión de forma que de contenido. Si tú fueras un fanático del poder, en lugar de…

—De otra clase de fanático, sí. Continúa.

—… podrías tramar una maquinación semejante. Parecías disfrutar con la situación.

—Gracias… —Miles dejó caer los hombros. ¿Sería cierto? ¿Así sería él dentro de veinte años? ¿Enfermo de cinismo y de ira, con un caparazón que sólo se estremecía ante el poder? ¿Una armadura con una bestia herida en su interior?

—Regresemos al
Triumph
—dijo brevemente—. Todos tenemos trabajos que hacer.

Con impaciencia, Miles caminó de un lado al otro por la pequeña cabina del almirante Oser, a bordo del
Triumph
. Gregor estaba con una cadera apoyada en el escritorio y lo miraba ir y venir.

—… por supuesto que los vervaneses se mostrarán desconfiados, pero con los cetagandanos jadeando en su nuca no tendrán más remedio que creer. Y negociar. Tú harás que parezca lo más atractivo posible y cerrar el trato rápidamente, pero no debes concederles más de lo necesario…

Gregor lo interrumpió secamente.

—Quizá quieras venir conmigo y actuar como mi apuntador. Miles se detuvo y se aclaró la garganta.

—Lo siento. Sé que sabes más que yo sobre tratados. Es sólo que… algunas veces digo tonterías cuando estoy nervioso.

—Sí, lo sé.

Miles logró mantener la boca cerrada, aunque no así los pies, hasta que el timbre de la cabina sonó.

—Los prisioneros, tal como ordenó, señor —anunció el sargento Chodak por el intercomunicador.

—Gracias, entre. —Miles se inclinó sobre el escritorio y pulso el control de la puerta.

Chodak y un escuadrón acompañaban al capitán Ungari y al sargento Overholt. Los prisioneros estaban tal como había ordenado, por cierto: lavados, afeitados, peinados y vestidos con pulcros uniformes grises Dendarii, con sus respectivas insignias equivalentes. También parecían sentirse bastante ariscos y hostiles al respecto.

—Gracias, sargento. Pueden retirarse.

—¿Retirarnos? —Las cejas de Chodak cuestionaron la sensatez de esto—. ¿Seguro que no quiere que, al menos, montemos guardia en el corredor, señor? Recuerde la última vez.

—No será necesario en esta ocasión.

La mirada de Ungari pareció negar su afirmación. Chodak se retiró con desconfianza, manteniendo su aturdidor apuntando a los dos hombres hasta que las puertas se cerraron.

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