El juego de los Vor (42 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

Miles se sentó ante la consola de comunicaciones y llamó a puente del
Triumph
.

—¡Auson! ¿Está al tanto de lo de Oser?

El rostro irritado de Auson apareció en la pantalla.

—Sí, estamos trabajando en ello.

—Ordene vigilancia adicional para el salón táctico, ingeniería y su propio puente. Es un mal momento para sufrir interrupciones.

—Dígamelo a mí. Podemos ver a esos malditos cetagandanos que se acercan. —Auson cortó la comunicación.

Miles comenzó a revisar los canales internos de seguridad, y sólo se detuvo para observar la llegada de los guardias bien armados al corredor. Era evidente que Oser había recibido ayuda para escapar, de uno o varios oficiales leales a él, lo cual a su vez hacía que Miles dudase de la seguridad de los guardias. ¿Y Oser trataría de aliarse con Metzov y Cavilo? Un par de Dendarii encerrados por infracciones disciplinarlas fueron hallados vagando por los corredores y reconducidos al calabozo; otro regresó por su cuenta. Un sospechoso de espionaje fue arrinconado en una bodega. Aún no había señales de los verdaderamente peligrosos…

—¡Allí está!

Una lanzadera de carga se salía de sus grapas al costado del
Triumph
y se alejaba por el espacio.

Miles recorrió varios canales hasta encontrar el control de fuego.

—¡No abran fuego, repito
no
abran fuego sobre esa lanzadera!

—Eh… —llegó la respuesta—. Sí, señor. No abrir fuego.

¿Por qué Miles recibió la impresión subliminal de que el guardia no tenía planeado abrir fuego? Evidentemente, era una fuga bien coordinada. La cacería de brujas que vendría después sería muy desagradable.

—¡Comuníqueme con esa nave! —le ordeno Miles al oficial de comunicaciones—.
Ah, y envíen un guardia a las escotillas de las lanzaderas
… Demasiado tarde.

—Lo intentaré, señor, pero no responden.

—¿Cuántos hay a bordo?

—Varios, pero no estamos seguros con exactitud…

—Comuníqueme. Tienen que escuchar, aunque no respondan.

—Tengo un canal, señor, pero realmente no sé si están escuchando.

—Lo intentaré. —Miles inspiró profundamente—. ¡Almirante Oser! Vire esa lanzadera y regrese al
Triumph
. Es demasiado peligroso; se dirige directamente hacia una zona de fuego. Regrese, y yo le garantizaré su seguridad personalmente…

Tung estaba mirando sobre el hombro de Miles.

—Trata de llegar al
Peregrine
. ¡Maldición! Si esas naves se marchan, perderemos nuestra formación defensiva. Miles se volvió hacia el ordenador táctico.

—No lo creo. Pensé que habíamos puesto al
Peregrine
en la zona de reserva precisamente porque no nos parecía de fiar.

—Sí, pero si el
Peregrine
se marcha, puedo nombrarte a otros tres capitanes que lo seguirán. Y si perdemos cuatro naves…

—Los Guardianes se retirarán a pesar de su comandante vervanés, y estaremos fritos. Ya veo. —Miles volvió a mirar el ordenador táctico—. ¡No creo que lo logre, almirante Oser! ¿Me recibe?

—¡Mira! —Tung regresó a su asiento y volvió a concentrarse en los cetagandanos. Cuatro naves se congregaban al borde de la formación Dendarii, mientras que otra trataba de penetrar por el centro en un intento de ataque con la lanza. Esta nave lanzó una descarga de plasma que, por casualidad, hizo blanco en la lanzadera solitaria. Sólo unas chispas brillantes.

—Él no supo que los cetagandanos estaban atacando hasta que la lanzadera se separó del
Triumph
—susurró Miles—. Fue un buen plan, sólo que calculó mal el momento… Pudo haber regresado, pero decidió seguir adelante… —¿Oser había elegido morir? ¿Ese argumento le servía de consuelo?

Los cetagandanos completaron su incursión y se marcharon. Los Dendarii mantenían una ligera ventaja. Varias de las naves cetagandanas estaban muy maltrechas, y una había sido destruida. Los Dendarii y los Guardianes trataban desesperadamente de evaluar sus propios daños— Los Dendarii todavía no habían perdido naves, pero sí poder de fuego, motores, controladores de vuelo y escudos protectores. La próxima incursión de ataque sería devastadora.

Ellos pueden afrontar tres pérdidas por cada una nuestra. Si siguen viniendo a mordisquear, inevitablemente vencerán
, reflexiono Miles con frialdad.
A menos que consigamos refuerzos
.

Pasaron las horas mientras los cetagandanos volvían a su formación. Miles tomó unos breves descansos en la cámara de oficiales, pero se sentía demasiado nervioso para emular las sorprendentes siestas instantáneas de quince minutos de Tung. Miles sabía que el euroasiático no fingía estar relajado; nadie era capaz de fingir un ronquido tan desagradable.

Se podía observar cómo los refuerzos cetagandanos se acercaban por el sistema vervanés. Ese tiempo de espera era un riesgo para ambos bandos. Los cetagandanos podían equiparse mejor, pero sus enemigos se recuperarían. Seguramente, ellos también debían contar con un ordenador táctico en su nave comando, y éste habría generado una curva de probabilidades que marcaba la intersección óptima entre los dos. Si los malditos vervaneses fueran más agresivos al atacar esa vía de abastecimiento que provenía de su base planetaria…

Y ahí venían otra vez. Tung observaba sus monitores apretando y abriendo los puños de forma inconsciente, enviando ordenes, corrigiéndolas, anticipándose. Miles le observaba con gran atención y trataba de absorberlo todo. Su imagen de la realidad estaba cada vez más llena de agujeros, a medida que se iban averiando los sensores o emisores de las diversas naves. Los cetagandanos atravesaron la formación Dendarii, una nave Dendarii voló en pedazos y otra, privada de sus armas, trató de ponerse fuera de su alcance. Tres naves de los Guardianes se retiraron juntas. Aquello empezaba a pintar mal…

—Tiburón Tres aproximándose —dijo una voz abrupta, por encima de todos los otros canales de comunicación. Miles salto de su asiento—. Mantengan despejado este agujero de gusano. La ayuda se acerca.

—Justo
ahora
—gruñó Tung, pero intentó un rápido despliegue para cubrir el pequeño espacio y mantenerlo libre de desechos, misiles, fuego enemigo y, por encima de todo, naves enemigas con lanzas de implosión.

Las naves cetagandanas que estaban en posición de responder casi parecieron ponerse a tiro. Los movimientos de las naves Dendarii anunciaban
cambios inminentes
. Los Dendarii podían estar a punto de retirarse. Quizá se abriese una nueva oportunidad…

—¿Qué
diablos
es eso? —dijo Tung cuando algo enorme y por el momento indescifrable apareció en la garganta del agujero de gusano y de inmediato inició la aceleración—. Es demasiado grande para ser tan rápido. Es demasiado rápido para ser tan
grande
.

Miles reconoció el perfil de energía incluso antes de que la imagen terminara de formarse.

Vaya crucero de prueba que están teniendo
.

—Es el
Prince Serg
. Nuestros refuerzos imperiales barrayaranos acaban de llegar. —Inspiró profundamente—. ¿No le prometí que…?

Absolutamente admirado, Tung profirió una horrible maldición. Otras naves siguieron a la primera, aslundeñas, polenses, y rápidamente se dispersaron en una formación de ataque, no de defensa.

La agitación entre las naves cetagandanas fue como un grito silencioso. Una nave armada con lanza de Implosión se abalanzó valientemente sobre el
Prince Serg
, pero fue partida en dos, con lo que descubrieron que las lanzas del Serg habían sido perfeccionadas y triplicaban su alcance. Ese fue el primer golpe mortal.

El segundo llegó por la red de comunicaciones: una llamada a los agresores cetagandanos ofreciéndoles la alternativa de rendirse o ser destruidos… en nombre de la Flota Aliada Hegen, del emperador Gregor Vorbarra y del conde almirante Aral Vorkosigan, comandantes de la Junta.

Por un momento, Miles pensó que Tung estaba a punto de desvanecerse. El euroasiático inhaló profundamente y exclamó maravillado;

—¡Aral Vorkosigan! ¿Aquí? ¡Es increíble, maldita sea! —Y agregó en voz un poco más baja—: ¿Cómo lograron que saliera de su retiro? ¡Tal vez llegue a conocerlo!

Tung era uno de los admiradores más fanáticos de su padre, recordó Miles, y era capaz de narrar cada detalle de las primeras campañas del almirante de Barrayar.

—Veré lo que puedo hacer —le prometió Miles.

—Si logras arreglar eso, hijo… —Con un gran esfuerzo, Tung logró apartar la mente de su devota afición por la historia militar y regresó a la tarea de escribirla.

Las naves cetagandanas se estaban retirando, primero de una en una y luego en grupos más coordinados, tratando de organizar un repliegue más o menos protegido. El
Prince Serg
y su grupo de apoyo no perdieron ni una fracción de segundo. De inmediato las siguieron y atacaron las formaciones enemigas. Durante las horas siguientes, la retirada se convirtió en una verdadera fuga, ya que al fin las naves vervanesas que protegían el planeta se atrevieron a salir de sus órbitas y se unieron al ataque. Las reservas vervanesas no mostraron piedad después del terror que les habían infundido los cetagandanos.

Con los detalles finales, el control de los daños sufridos y los rescates de personal, Miles se vio tan absorbido que necesitó todas esas horas para ir comprendiendo de forma gradual que la guerra había terminado para la flota Dendarii. Habían hecho su trabajo.

17

Antes de abandonar el salón táctico, Miles habló con Seguridad del
Triumph
para averiguar cómo progresaba la investigación sobre los prisioneros fugados. Todavía figuraban como desaparecidos Oser, el capitán del
Peregrine
y otros dos oficiales leales oseranos: la comandante Cavilo y el general Metzov.

Miles estaba bastante seguro de haber visto cómo Oser y sus oficiales se convertían en cenizas radiactivas, ¿pero Metzov y Cavilo estaban también a bordo de esa lanzadera? Qué ironía si, después de todo, Cavilo había muerto a manos de los cetagandanos. Aunque, había que admitirlo, hubiese sido igualmente irónico si moría a manos de los vervaneses, los Guardianes de Randall, los aslundeños, los barrayaranos o cualquiera a quien hubiese traicionado en su breve y fugaz carrera por el Centro Hegen. Su muerte había sido muy oportuna en caso de ser cierta, pero… a Miles no le agradaba pensar que sus últimas y furiosas palabras habían adquirido el peso profético de una maldición. Supuestamente, debía temerle más a Metzov que a Cavilo, pero no era así. Miles se estremeció y llamó a un guardia para que le acompañase a su cabina.

En el camino, se cruzó con varios heridos que estaban siendo transferidos a la enfermería del
Triumph
. Al encontrarse en el grupo de reserva, el
Triumph
no presentaba grandes averías, pero otras naves no habían sido tan afortunadas. En batallas espaciales, las listas de bajas mostraban una proporción inversa a las de las planetarias. Los muertos superaban en número a los heridos, y en ciertas circunstancias donde se preservaba el ambiente artificial, los soldados podían sobrevivir a sus heridas. Vacilante, Miles cambió de rumbo y siguió a la procesión. ¿Qué podía hacer de utilidad en la enfermería?

Por lo visto, no se habían enviado los casos más fáciles al
Triumph
. Tres terribles quemaduras y una gran herida en la cabeza encabezaban la fila, y fueron recibidos por el personal que aguardaba con ansiedad. Algunos soldados estaban conscientes y aguardaban su turno en silencio, inmovilizados sobre sus camillas flotantes, con los ojos nublados por el dolor y los calmantes.

Miles trató de decir unas palabras a cada uno. Algunos lo miraron sin comprender, y otros parecieron apreciarlo; Miles permaneció unos momentos más con estos últimos, brindándoles todo el aliento posible. Entonces se apartó y permaneció en silencio varios minutos junto a la puerta, invadido por el conocido y terrible olor a enfermería después de la batalla, desinfectantes y sangre, carne quemada, orina y electrónica, hasta que comprendió que el cansancio lo estaba volviendo completamente estúpido e inútil, tembloroso y a punto de llorar. Se apartó de la pared y salió de allí. La cama. Si alguien necesitaba su presencia, que lo fuesen a buscar.

Abrió la cerradura codificada de la cabina de Oser. Ahora que la había heredado, tendría que cambiar los números de la clave. Miles suspiró y entró. En ese instante tomó conciencia de dos problemas. Primero, había despedido a su guardaespaldas al entrar en la enfermería, y segundo, no estaba solo. La puerta se cerró a sus espaldas antes de que Miles pudiera retroceder al corredor.

El rostro rojizo del general Metzov era aún más llamativo que el brillo plateado del disruptor nervioso que tenía en la mano, apuntado directamente al centro de su cabeza.

De algún modo, Metzov había conseguido un uniforme gris Dendarii, algo pequeño para él. La comandante Cavilo, quien se hallaba detrás del general, llevaba uno un poco grande. Metzov se veía enorme… y furioso. Cavilo parecía… extraña. Amarga, irónica, casi divertida. Tenía unos cardenales marcados en el cuello y no llevaba arma.

—Te tengo —susurró Metzov con tono triunfante—. Al fin. —Con un rictus por sonrisa, avanzó lentamente hacía Miles hasta que lo sujetó por el cuello con una mano y lo apretó contra la pared. Entonces dejó caer el disruptor nervioso y le rodeó el cuello con la otra mano también, no para rompérselo, sino para estrangularlo.

—Nunca logrará sobrevivir a… —fue todo lo que Miles logró decir antes de quedarse sin aire. Pudo sentir cómo su tráquea comenzaba a crujir, y su cabeza estuvo a punto de explotar al cortarse el flujo de sangre. No habría forma de convencer a Metzov para que no lo hiciese.

Cavilo avanzó agazapada, silenciosa como un gato, y después de recoger el disruptor nervioso retrocedió para colocarse a la izquierda de Miles.

—Stanis, querido —murmuró. Metzov, obsesionado con estrangular a Miles, no volvió la cabeza. En una evidente imitación del general. Cavilo continuó—: Abre las piernas para mí, perra, o te volaré el cerebro.

Entonces Metzov giró la cabeza, y sus ojos se abrieron de par en par. Ella le voló el cerebro. La descarga azul le dio justo entre los ojos. En su última convulsión, Metzov estuvo a punto de quebrar el cuello de Miles a pesar del refuerzo plástico de sus huesos, pero entonces cayó al suelo. El olor electroquímico de la muerte producida por un disruptor nervioso fue como una bofetada en el rostro de Miles.

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