¿Gregor os hizo frente?
Oh, cómo hubiese querido ser una mosca en la pared de esa habitación.
—Incluso habiendo practicado contigo todos estos años —agregó el conde Vorkosigan en forma reflexiva.
—Eh… ¿cómo está vuestra úlcera?
El conde Vorkosigan hizo un mueca.
—No preguntes. —Se iluminó un poco—. Mejor, en estos tres últimos días. Hasta es posible que ordene comida para el almuerzo, y no esa miserable pasta médica.
Miles se aclaró la garganta.
—¿Cómo está el capitán Ungari?
El conde Vorkosigan frunció los labios.
—No se siente muy complacido contigo.
—Yo… no puedo disculparme. Cometí muchos errores, pero no obedecer su orden de aguardar en la estación Aslund no fue uno de ellos.
—Aparentemente, no. —El conde Vorkosigan miró la pared opuesta con el ceño fruncido—. Y, sin embargo, más que nunca estoy convencido de que el Servicio regular no es sitio para ti. Es como tratar de encajar una clavija cuadrada. No, peor que eso: es como tratar de encajar un mosaico en un agujero redondo.
Miles sintió una punzada de pánico.
—¿No seré licenciado, verdad?
Elena se miró las uñas e intervino.
—En ese caso, podrías tener trabajo como mercenario. Igual que el general Metzov. Tengo entendido que la comandante Cavilo está buscando hombres aptos. —Elena soltó una risita al ver la expresión exasperada de Miles.
—Lamenté enterarme de que Metzov había muerto —observó el conde Vorkosigan—. Habíamos planeado extraditarlo antes de que las cosas se pusieran difíciles con la desaparición de Gregor.
—¡Ah! ¿Finalmente decidieron que la muerte de ese prisionero komarrarés durante la revuelta fue asesinato? Pensé que… El conde Vorkosigan alzó dos dedos.
—Fueron dos asesinatos.
Miles se detuvo.
—Dios mío, no habrá tratado de atrapar al pobre Ahn antes de partir, ¿verdad? —Casi se había olvidado de Ahn.
—No, pero nosotros lo rastreamos a él. Aunque para ese entonces Metzov ya había dejado Barrayar. Y, sí, el rebelde komarrarés había sido torturado hasta morir. Su muerte no fue del todo intencionada, pero parece ser que había alguna deficiencia en su salud. Sin embargo, no fue en venganza por la muerte del guardia, tal como había sospechado el investigador original. Fue al revés. El cabo de guardia barrayarano, que había participado en la tortura o al menos la había consentido con una débil protesta, según Ahn, terminó por rebelarse y amenazó con delatar a Metzov.
»Metzov lo asesinó en uno de sus ataques de ira y luego hizo que Ahn lo ayudase, atestiguando que el hombre había escapado. Por lo tanto, Ahn debió de corromperse dos veces con el mismo asunto. Metzov le aterrorizaba, aunque, si alguna vez llegaban a saberse las cosas, él también estaría en manos de Ahn; un extraño lazo entre ambos. Cuando los agentes de Ilyan llegaron a buscarlo, Ahn pareció casi aliviado y se ofreció voluntariamente a ser inyectado para un interrogatorio.
Miles recordó al meteorólogo con pesar.
—¿Qué le ocurrirá ahora?
—Habíamos planeado utilizarlo como testigo en el juicio de Metzov. Ilyan pensó que incluso podíamos beneficiarnos con ello, en relación con los komarrareses. Presentarles a ese pobre idiota que era el guardia como un héroe olvidado. Colgar a Metzov como prueba de la buena fe del Emperador, en un compromiso de Impartir justicia a barrayaranos y komarrareses por igual; una bonita puesta en escena. —El conde Vorkosigan frunció el ceño—. Creo que ahora tendremos que olvidarlo.
Miles soltó el aire de los pulmones.
—Metzov. Una cabeza de turco hasta el final. Debe haber sido algún mal karma que debía llevar; aunque seguramente se lo ha ganado.
—Cuídate de pedir justicia. Puedes llegar a obtenerla.
—Eso ya lo he aprendido, señor.
—¿Ya? —El conde Vorkosigan lo miró alzando una ceja—. Mm.
—Y hablando de justicia… —Miles aprovechó la oportunidad—. Estoy preocupado por la paga de los Dendarii. Sufrieron grandes daños, más de los que un mercenario suele tolerar. Su único contrato fue mi palabra. Si… si el Imperio no me respalda, habré cometido perjurio.
El conde Vorkosigan esbozó una leve sonrisa.
—Ya hemos considerado la cuestión.
—¿El presupuesto de Illyan para asuntos reservados alcanzará a cubrir esto?
—El presupuesto de Illyan moriría en el intento, pero tú pareces tener un amigo muy influyente. Te extenderemos una nota de crédito de Seguridad Imperial, te entregaremos las reservas de esta flota y te daremos los fondos personales del Emperador. Esperamos recuperarlo todo más tarde, de una asignación especial obtenida a través del Consejo de Ministros y el Consejo de los Condes. Presenta una cuenta.
Miles extrajo un disco de su bolsillo.
—Aquí está. La calculadora de la flota Dendarii estuvo despierta toda la noche preparándola. Algunas estimaciones de daños todavía son preliminares.— Lo dejó sobre el escritorio de la consola.
El conde Vorkosigan esbozó una sonrisa.
—Estás aprendiendo, muchacho… —Insertó el disco para revisarlo rápidamente—. Haré que te preparen una nota de crédito para la hora del almuerzo. Podrás llevártela al marcharte.
—Gracias.
—Señor —dijo Elena—, ¿qué ocurrirá ahora con la flota Dendarii?
—Lo que ella decida, supongo. Aunque no pueden quedarse aquí, tan cerca de Barrayar.
—¿Seremos abandonados otra vez? —preguntó Elena.
—¿Abandonados?
—Una vez usted nos convirtió en una fuerza imperial. Yo pensé, y Baz también… Luego Miles nos abandonó. Y entonces… nada.
—Igual que en la isla Kyril —observó Miles—. Ojos que no ven, corazón que no siente. —Se encogió de hombros tristemente—, Creo que ellos sufrieron un deterioro semejante en su espíritu.
El conde Vorkosigan le dirigió una mirada aguda.
—El destino de los Dendarii, así como tu carrera militar futura, todavía es tema de discusión.
—¿Participaré yo en esa discusión? ¿Y ellos?
—Te lo haremos saber. —El conde Vorkosigan apoyó las manos sobre el escritorio y se levantó—. Por ahora, es todo lo que puedo deciros. ¿Almorzamos, oficiales?
—Miles y Elena no tuvieron más remedio que levantarse también.
—El comodoro Tung aún no sabe nada sobre nuestra verdadera relación —le advirtió Miles—. Os pido que lo mantengáis en secreto, ya que tendré que interpretar al almirante Naismith cuando nos reunamos con él.
La sonrisa del conde Vorkosigan se tornó peculiar.
—Illyan y el capitán Ungari aprobarían el hecho de que no revelemos una identidad secreta potencialmente útil. Sin duda alguna.
—Os lo advierto, el almirante Naismith no es muy respetuoso.
Elena y el conde Vorkosigan se miraron y echaron a reír. Miles aguardó, tratando de conservar su dignidad, hasta que se calmaron. Al fin.
El almirante Naismith fue muy cortés durante el almuerzo. Ni siquiera el teniente Yegorov hubiese podido encontrarle alguna falta.
El mensajero del gobierno vervanés entregó la nota de crédito en la estación del planeta. Miles atestiguó el recibo con su huella dactilar, un examen de retina y la firma ilegible del almirante Naismith, en nada parecida a la cuidadosa rúbrica del alférez Vorkosigan.
—Es un placer tratar con caballeros tan honorables como ustedes —dijo Miles guardando la nota en su bolsillo con satisfacción.
—Es lo menos que podemos hacer —dijo el comandante de la estación de enlace—. No puedo narrarle mis emociones cuando los Dendarii se materializaron en nuestra ayuda. Sabíamos que el siguiente ataque cetagandano sería el último, y nos preparábamos para luchar hasta el final.
—Los Dendarii no podrían haberlo hecho solos —dijo Miles con modestia—. Sólo los ayudamos a conservar la cabeza de puente hasta que llegaron las verdaderas armas.
—Pero, de no haber sido así, las fuerzas de la Alianza Hegen, las grandes armas, como dice usted, jamás hubiesen podido introducirse en el espacio local vervanés.
—No sin un gran coste, seguramente —le concedió Miles.
El comandante de la estación miró su cronómetro.
—Bueno, dentro de poco mi planeta expresará su opinión de un modo más tangible. ¿Me permite acompañarle a la ceremonia, almirante? Ya es la hora.
—Gracias. —Miles se levantó y lo siguió fuera de la oficina, palpando el agradecimiento concreto que llevaba en el bolsillo.
Medallas, ¡bah! Las medallas no pagan la reparación de una flota
.
Miles se detuvo en el portal transparente, atrapado en parte por la vista de la estación de enlace y en parte por su propio reflejo. El uniforme de etiqueta Oserano-Dendarii estaba muy bien, decidió; la túnica de suave terciopelo gris adornada con ribetes blancos y botones plateados en los hombros, pantalones haciendo juego y botas de gamuza sintética. Miles fantaseó con que el traje lo que hacía parecer más alto. Tal vez adoptase el diseño.
Más allá del portal flotaban varias naves: Dendarii, Guardianes, vervanesas y pertenecientes a la Alianza. El
Prince Serg
no se encontraba entre ellas. Ahora estaba en órbita sobre Vervain, mientras continuaban las conversaciones a alto nivel, estableciendo los detalles del tratado permanente de amistad, comercio, reducción de tarifas, defensa mutua, etcétera, entre Barrayar, Vervain, Aslund y Pol. Miles había oído que Gregor se estaba mostrando brillante en las relaciones públicas.
Mejor tú que yo, amigo
.
La estación de enlace vervanesa había retrasado sus propias reparaciones para prestar ayuda a los Dendarii. Baz trabajaba las veinticuatro horas. Miles se apartó de la vista panorámica y siguió al comandante de la estación.
Se detuvieron en el corredor ante el gran salón donde tendría lugar la ceremonia, y esperaron a que todos los concurrentes estuviesen acomodados. Al parecer, los vervaneses querían que los principales hiciesen una gran entrada. El comandante entró para efectuar los preparativos. La audiencia no era grande, ya que todavía había demasiado trabajo por hacer, pero los vervaneses habían conseguido suficientes personas para que pareciera respetable, y Miles había contribuido con un pelotón de convalecientes Dendarii para aumentar el número. Aceptaría el homenaje en nombre de ellos, decidió.
Mientras aguardaba, Miles vio llegar a la comandante Cavilo con su guardia de honor barrayarana. Hasta donde él sabía, los vervaneses aún no eran conscientes de que las armas de los guardias estaban cargadas y de que tenían órdenes de disparar a muerte si su prisionera intentaba escapar. Dos mujeres de rostro inflexible, vestidas con uniformes auxiliares barrayaranos, se ocupaban de que Cavilo estuviese vigilada día y noche. Cavilo parecía ignorar su presencia.
El uniforme de etiqueta de los Guardianes era una versión más elegante del de fajina. Sus colores pardo, negro y blanco hicieron que de forma subliminal Miles recordara la piel de un perro guardián.
Esta perra muerde
, recordó.
Cavilo sonrió y se acercó a él. Apestaba a ese ponzoñoso perfume que usaba; debía de haberse bañado en él. Miles inclinó la cabeza a modo de saludo, hurgó en su bolsillo y extrajo dos filtros nasales. Se introdujo uno en cada fosa, donde se expandieron suavemente para crear un sello, e inhaló profundamente para probarlos. Funcionaban bien. Serían capaces de filtrar moléculas mucho más pequeñas que las de ese nocivo perfume. Miles respiró por la boca. Cavilo observó su actuación con expresión furiosa.
—
Maldito seas
—murmuró.
Miles le enseñó las palmas como diciendo
¿Qué quieres que haga?
—¿Está lista para partir con sus supervivientes?
—En cuanto termine esta farsa idiota. Tengo que abandonar seis naves que están demasiado averiadas para realizar el salto.
—Muy sensato por su parte. Si los vervaneses no caen en la cuenta solos, pronto los cetagandanos les contarán la horrible verdad. No debería permanecer mucho más por aquí.
—No pienso hacerlo. Espero no volver a ver nunca este lugar. Y eso también vale para ti, mutante. De no haber sido por ti… —Sacudió la cabeza con amargura.
—Por cierto —agregó Miles—, ahora los Dendarii han recibido triple paga por esta operación. Una de sus jefes aslundeños, otra de los barrayaranos y otra de los agradecidos vervaneses. Todos acordaron hacerse cargo de nuestros gastos. Nos ha dejado una buena ganancia.
Ella pareció hervir.
—Será mejor que reces para que nunca volvamos a encontrarnos.
—Adiós, entonces.
Entraron en el salón para recibir los homenajes. ¿Cavilo tendría el descaro de recibir el suyo en nombre de los Guardianes, a quienes había destruido con sus intrigas? Resultó ser que sí. Miles contuvo la náusea.
La primera medalla que gano en mi vida
, pensó Miles mientras el comandante de la estación le prendía la suya con empalagosas alabanzas.
Y ni siquiera puedo mostrarla en casa
. La medalla, el uniforme, el mismo almirante Naismith, pronto deberían volver al armario. ¿Para siempre? En comparación, la vida del alférez Vorkosigan no resultaba demasiado atractiva. Y, sin embargo, la mecánica de la carrera militar era la misma, se la mirara desde donde se la mirara. Si existía alguna diferencia entre él y Cavilo debía de radicar en a quién decidían servir. Y cómo.
No todos los caminos, sino un único camino
…
Cuando, unas semanas después, Miles llegó a Barrayar en una licencia, Gregor le invitó a almorzar en la Residencia Imperial. Se sentaron ante una mesa de hierro forjado en los Jardines del Norte, los cuales eran famosos por haber sido diseñados por el Emperador Ezar, el abuelo de Gregor. En verano los árboles proyectaban toda su sombra sobre el lugar; ahora la luz se filtraba entre las hojas nuevas que murmuraban con el aire suave de la primavera. Los guardias custodiaban desde lejos; los criados no se acercaban a menos que Gregor los llamara. Repleto con los tres primeros platos, Miles bebió café caliente y planificó un ataque sobre el segundo postre, agazapado al otro lado de la mesa bajo un abundante camuflaje de crema. ¿O sería demasiado para sus fuerzas? Esto era mejor que las raciones que habían compartido alguna vez, por no mencionar el alimento para perros de Cavilo.
Hasta Gregor parecía verlo con nuevos ojos.
—Las estaciones espaciales son realmente aburridas, ¿sabes? Todos esos corredores —comentó, mientras observaba una fuente y su mirada seguía un sendero que se introducía entre las flores—. Al verla cada día, dejé de notar lo bella que es Barrayar. Tuve que olvidar para recordar. Es extraño.