El juego de los Vor (15 page)

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Authors: Lois McMaster Bujold

Tags: #Novela, Ciencia ficción

—Sí, lo sé.

—Bueno, no te preocupes. Sin duda se le ocurrirá alguna forma para utilizar esto también. Miles suspiró con tristeza.

—Quiero
hacer
algo. Quiero que me devuelvan mis
ropas
. Su madre frunció los labios y sacudió la cabeza.

Miles llamó a Iván esa tarde.

—¿Dónde estás? —le preguntó su primo con desconfianza.

—Atascado en el limbo.

—Bueno, no quiero quedar pegado yo también —dijo Iván con rudeza, y cortó la comunicación.

7

A la mañana siguiente Miles fue trasladado a una nueva ubicación. Su guía lo condujo sólo un piso más abajo, frustrando sus esperanzas de volver a ver el cielo. El oficial extrajo una llave y abrió uno de los apartamentos que solían utilizarse para los testigos bajo protección. Y también, reflexionó Miles, para ciertos fantasmas políticos. ¿Sería posible que la vida en el limbo le estuviese produciendo un efecto de camaleón por el cual se había vuelto traslúcido?

—¿Cuánto tiempo permaneceré aquí? —le preguntó Miles al oficial.

—No lo sé, alférez —le respondió el hombre, y se marchó. En el medio de la habitación estaba su talego con sus ropas y una caja rápidamente embalada. Todas sus posesiones de la isla Kyril, con el olor mohoso y húmedo del ártico. Miles las revisó. Parecía estar todo, incluyendo su biblioteca de meteorología.

Entonces inspeccionó su nuevo alojamiento. Sólo constaba de una habitación, con muebles bastante deteriorados de un estilo que se había usado veinte años atrás. Tenía un par de sillones, una cama y una
kitchenette
muy simple. Tanto las alacenas como los estantes y los armarios estaban vacíos. No había ninguna prenda ni objeto que pudiese revelar la identidad de algún ocupante anterior.

Debía de haber micrófonos. Cualquier superficie brillante podía ocultar un transmisor de vídeo, y lo más probable era que los micrófonos ni siquiera estuviesen dentro de la habitación.

¿Pero estarían conectados? ¿O tal vez Illyan no se había tomado la molestia con él?, pensó Miles, sintiéndose insultado.

En el corredor había un guardia y varios monitores de imagen, pero Miles no parecía tener vecinos, por el momento. Descubrió que podía abandonar el pasillo y recorrer algunas áreas del edificio, pero al llegar a las puertas de la calle los guardias le negaban el paso amablemente. Miles imaginó que intentaba escapar descolgándose del techo con una soga. Lo más probable era que se hiciese matar y arruinase la carrera de algún guardia.

Un oficial de seguridad lo encontró vagando sin rumbo, lo condujo de vuelta a su apartamento, le dio un puñado de fichas para la cafetería y le sugirió que sería mucho mejor para todo si permanecía en sus habitaciones entre las comidas. Cuando el hombre partió, Miles contó morbosamente las fichas, tratando de calcular cuánto tiempo planeaban tenerlo allí. Había más de cien. Miles se estremeció.

Vació su bolso y su caja, colocó sus ropas en la lavadora sónica para eliminar el olor del Campamento Permafrost, colgó sus uniformes, lustró sus botas, acomodó prolijamente sus posesiones en los estantes, se duchó y se vistió con un uniforme verde.

Había pasado una hora. ¿Cuántas faltaban?

Miles intentó leer, pero no pudo concentrarse y acabó sentado en el sillón más cómodo con los ojos cerrados, imaginando que aquella habitación hermética y sin ventanas era la cabina de una nave espacial. A punto de partir.

Dos noches después estaba sentado en el mismo sillón, digiriendo una pesada cena de cafetería, cuando llamaron a la puerta.

Alarmado, Miles se levantó y fue a abrir personalmente. Era probable que no fuese un pelotón de fusilamiento, aunque uno nunca sabía.

Estuvo a punto de cambiar su suposición sobre el pelotón de fusilamiento cuando vio a los oficiales de Seguridad Imperial frente a la puerta, con sus rostros duros, y sus uniformes verdes.

—Discúlpeme, alférez Vorkosigan —dijo uno de forma mecánica, y pasó frente a él para inspeccionar rápidamente el apartamento. Miles parpadeó, y entonces vio quién se hallaba detrás de ellos en el corredor.

—Ah —murmuró al comprender. Ante una mirada del oficial, Miles alzó los brazos y se volvió para permitir que lo cachease.

—Está limpio, señor —dijo el oficial, y Miles estuvo seguro de que era verdad. Esos hombres nunca tomaban a la ligera su trabajo, ni siquiera en el corazón mismo de Seguridad Imperial.

—Gracias. Déjenos solos, por favor. Puede esperar fuera —dijo el hombre. Los oficiales asintieron con la cabeza y se apostaron junto a la puerta de Miles.

Miles intercambió un saludo con el hombre, aunque éste no lucía insignias ni condecoraciones en su uniforme. Era delgado, de altura mediana, con cabello oscuro y fuertes ojos almendrados. Una pequeña sonrisa asomaba a su rostro joven y sin arrugas.

—Majestad —saludó Miles con formalidad.

El Emperador Gregor Vorbarra movió la cabeza y Miles cerró la puerta con llave dejando fuera a los dos hombres de seguridad. El hombre delgado y joven se relajó un poco.

—Hola, Miles.

—Hola. Eh… —Miles señaló los sillones—. Bienvenido a mi humilde morada. ¿Los micrófonos están conectados?

—Pedí que no, pero no me sorprendería que Illyan me haya desobedecido, por mi propio bien. —Gregor hizo una mueca y siguió a Miles. En la mano izquierda llevaba una bolsa de plástico. Se dejó caer en el sillón más grande, el que Miles acababa de abandonar, se reclinó, colocó una pierna sobre el brazo del sillón y suspiró con fatiga, como dejando escapar todo el aire de sus pulmones. Entonces le entregó la bolsa.

—Aquí tienes. Una anestesia elegante. Miles la cogió y miró dentro. Dos botellas de vino previamente enfriadas.

—Dios te bendiga, hijo mío. Hace días que deseaba emborracharme. ¿Cómo lo adivinaste? ¿Y cómo lograste entrar aquí? Pensé que estaba detenido e incomunicado. —Miles colocó una botella en el refrigerador, cogió dos copas y les sacudió el polvo.

Gregor se encogió de hombros.

—No pudieron impedírmelo. Cada vez soy mejor en esto de insistir. Aunque Illyan se aseguró de que mi visita fuese absolutamente secreta, puedes creerlo. Y sólo puedo quedarme hasta las veinticinco cero cero. —Gregor dejó caer los hombros, abrumado por sus horarios programados minuto a minuto—. Además, la religión de tu madre garantiza cierto grado de buen karma para los que visitan a enfermos y prisioneros, y he escuchado decir que tú has estado en las dos categorías.

Ah, ¿así que era su madre quien había enviado a Gregor? Debía haberlo adivinado por el marbete privado de los Vorkosigan en las botellas de vino. Por todos los cielos, ese brebaje que le había enviado sí que era del bueno. Miles dejó de balancear la botella y la transportó con más respeto. Ya estaba lo bastante solo como para sentir más gratitud que vergüenza ante la intromisión maternal. Abrió el vino, lo sirvió y, siguiendo las reglas de la etiqueta barrayarana, bebió el primer sorbo. Ambrosía. Se dejó caer sobre el otro sillón en una postura similar a la de Gregor.

—Me alegro de verte, de todos modos.

Miles contempló a su viejo amigo. Si sus edades hubiesen sido un poco más parejas aún, probablemente habrían sido como hermanos adoptivos. El conde y la condesa Vorkosigan habían sido los custodios oficiales de Gregor desde el caos y la tragedia que provocara el intento de derrocamiento realizado por Vordarian. Los niños se habían hecho compañeros inseparables entonces, Miles, Iván, Elena y Gregor, quien a pesar de ser mayor ya era muy solemne, y toleraba juegos algo más infantiles que los que hubiese preferido.

Gregor cogió su vino y bebió un sorbo.

—Lamento que te hayan salido mal las cosas —dijo con seriedad.

Miles ladeó la cabeza.

—Para un soldado breve, una carrera breve. —Bebió un sorbo más largo—. Esperaba salir del planeta. Embarcarme.

Gregor se había graduado en la Academia Imperial dos años antes de que Miles ingresara en ella. Sus cejas se alzaron.

—¿No es lo que todos queremos?

—Tú pasaste un año en misión por el espacio —señaló Miles.

—Casi todo el tiempo en órbita. Patrullas falsas, rodeado por naves de Seguridad. Llegó a resultarme doloroso que todo fuese fingido. Fingía que era un oficial, fingía que cumplía con una tarea cuando mi sola presencia no hacía más que dificultar las tareas de los demás. Al menos a ti te permitieron correr un riesgo verdadero.

—La mayor parte de él no fue planeado, te lo aseguro.

—Cada vez estoy más convencido de que en eso está la gracia —continuó Gregor—. Tu padre, el mío, nuestros dos abuelos… todos sobrevivieron a situaciones verdaderamente militares. Así fue como se convinieron en oficiales de verdad, no en este.. ensayo. —Se señaló con la mano que le quedaba libre.

—Ellos fueron forzados por las situaciones —replicó Miles—. La carrera militar de mi padre se inició oficialmente el día en que irrumpió el pelotón de Yuri
el Loco
y mató a casi toda su familia. Creo que tenía once años, poco más o menos. Preferiría no pasar por esa clase de iniciación, gracias. Nadie en su sano juicio elegiría algo así.

—Mm… —De mala gana, Gregor admitió que tenía razón. Miles supuso que esa noche se sentiría tan oprimido por su legendario padre, el príncipe Serg, como él lo estaba por el conde Vorkosigan. Miles reflexionó unos momentos sobre lo que había dado en llamar «los dos Serg». Uno, quizá la única versión que Gregor conocía, era el héroe muerto, sacrificado valerosamente en el campo de batalla o al menos desintegrado pulcramente en órbita. El otro, el Serg «oculto»: el comandante histérico, el sádico sodomita cuya temprana muerte en la invasión de Escobar podría haber sido el mayor golpe de suerte jamás sufrido por Barrayar… ¿Algún indicio de esta multifacética personalidad se habría manifestado en Gregor alguna vez? Ninguna de las personas que había conocido a Serg hablaba jamás de él, y menos que nadie el conde Vorkosigan. En cierta ocasión, Miles había conocido a una de sus víctimas. Miles esperaba que Gregor nunca pasase por eso.

Miles decidió cambiar de tema.

—Muy bien, todos sabemos lo que me ocurrió a mí. ¿Que has estado haciendo tú en los últimos tres meses? Lamenté perderme tu fiesta de cumpleaños. Allá en la isla Kyril lo celebraron emborrachándose, con lo cual lo convirtieron en un día exactamente igual a los demás.

Gregor sonrió, y entonces suspiró.

—Demasiadas ceremonias. Demasiado tiempo de pie. Creo que si me reemplazaran en la mitad de mis funciones por un modelo de plástico a escala natural, nadie lo notaría. Demasiado tiempo esquivando las indirectas de mis consejeros sobre las ventajas del matrimonio.

—Tienen un motivo para ello —debió admitir Miles—. Si mañana fueses… arrollado por un carrito del té, el asunto de la sucesión no sería un problema menor. Sin pensar demasiado se me ocurren al menos seis candidatos con intereses discutibles en el Imperio, y sin duda aparecerían muchos más. Algunos sin una verdadera ambición personal estarían dispuestos a matar con tal de que otros no lo lograsen, y éste es precisamente el motivo por el cual aún no has designado un heredero.

Gregor ladeó la cabeza.

—Tú mismo eres uno de ellos, ¿sabes?

—¿Con este cuerpo? —Miles emitió un bufido—. Tendrían que odiar mucho a alguien para designarme a mí. Si llegara a ocurrir habría llegado el momento de escapar de casa. Bien rápido y lo más lejos posible. Hazme un favor. Cásate, sienta la cabeza y procrea seis pequeños Vorbarra lo más pronto posible.

Gregor pareció aún más deprimido.

—Ésa sí que es una buena idea. Escapar de casa. Me pregunto cuán lejos lograría llegar antes de que Illyan me alcanzase.

Ambos miraron hacia arriba de forma automática, aunque Miles ni siquiera sabía dónde estaban colocados los micrófonos.

—En ese caso sería mejor que te alcanzase Illyan y no algún otro. —Por Dios, aquella conversación se estaba volviendo morbosa.

—No lo sé. ¿No hubo un emperador de China que terminó empuñando una escoba en alguna parte? ¿Y miles de condes que pusieron restaurantes? Escapar es posible.

—¿De ser un Vor? Sería más fácil escapar de tu propia sombra. —En algunos momentos podría parecer que se había alcanzado el éxito, pero entonces… Miles sacudió la cabeza y revisó la bolsa que todavía parecía abultada—. ¡Ah! Has traído un juego de tacti-go. —No tenía el menor interés en jugar al tacti-go, que ya lo había aburrido cuando contaba catorce años, pero cualquier cosa era mejor que esto. Lo sacó y lo colocó entre ambos con determinado buen humor—. Recordaremos los viejos tiempos. —Detestable pensamiento.

Gregor se estiró e hizo un movimiento de apertura. Fingía estar interesado para divertir a Miles, quien simulaba interés para alegrar a Gregor, quien aparentaba… Distraído, Miles le ganó a Gregor demasiado pronto en la primera ronda y comenzó a prestar más atención. En la segunda vuelta fue recompensado con un destello de verdadero interés por parte de su oponente.

La bendición del olvido. Abrieron la otra botella de vino. Para ese entonces Miles comenzaba a sentir los efectos del alcohol. Estaba adormecido, estúpido y con la lengua trabada, por lo que Gregor casi no necesitó ningún esfuerzo para ganarle la siguiente vuelta.

—Creo que no te había ganado en esto desde que tenías catorce años —suspiró Gregor, ocultando su satisfacción por la baja puntuación que había obtenido—.

Tú deberías ser un oficial, maldita sea.

—Éste no es un buen juego de guerra, según papá —comentó Miles—.

No ofrece los suficientes factores aleatorios y sorpresivos como para simular la realidad. A mí me gusta así. —Era casi sedante, una estúpida rutina lógica, múltiples movimientos encadenados con opciones que siempre eran perfectamente objetivas.

Gregor alzó la vista.

—Debes saber que todavía no comprendo por qué te enviaron a la isla Kyril, Tú ya has comandado una verdadera flota espacial, aunque sólo se haya tratado de una pandilla de mercenarios.

—¡Chsss…! En mis antecedentes militares, ese episodio no ha existido nunca. Afortunadamente. Mi desobediencia no es algo que vaya a complacer mucho a mis superiores. De todos modos, más que comandar a los mercenarios Dendarii, los hipnoticé. Sin el capitán Tung, quien decidió apoyar mis pretensiones para lograr sus propios objetivos, todo hubiese terminado muy mal. Y mucho antes.

—Siempre pensé que Illyan haría algo más con ellos —dijo Gregor—. Aunque haya sido por accidente, lograste que toda una organización militar se pusiera secretamente al servicio de Barrayar.

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