El juego del cero (50 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

A su alrededor, en todas direcciones, las máquinas zumbaban su monótona sinfonía. A su derecha se encendió la llama de la caldera, regurgitando un estridente uuuhhh. A su izquierda, un compresor acabó su ciclo con un ruido corto y explosivo. El viento soplaba directamente hacia él, pero aún no había señales de Viv.

Atento al jadeo de la respiración de la chica, Barry aisló cada sonido, cada tañido, siseo, chisporroteo, crujido y silbido. A medida que se adentraba en la habitación, le resultaba cada vez más difícil ver nada, pero sabía que Viv estaba asustada. Desequilibrada. Y tarde o temprano cometería un error.

El problema era que, cuanto más avanzaba Barry hacia el interior de la habitación, más parecían bailar a su alrededor los sonidos. Oyó un ruido metálico a su izquierda… ¿o había sido a su derecha? Se detuvo y permaneció inmóvil allí donde estaba.

Un susurro de tejido se oyó levemente detrás de él. Se volvió rápidamente hacia la puerta, pero el sonido se apagó con la misma celeridad.

—Viv, no seas estúpida… —le advirtió mientras su voz se quebraba.

En el lugar reinaba un silencio absoluto.

En ese momento hubo un leve crujido, como cuando se arroja una rama pequeña a una hoguera.

—¿Viv…?

Ninguna respuesta.

Barry volvió a girarse hacia la parte posterior de la habitación y examinó el contorno de cada una de las máquinas. Pero la gota opaca no se había modificado. Nada se movía… nada se movía…

—¿Viv, estás ahí…?

Por un momento, Barry sintió una tensión familiar en el centro del pecho, pero se recordó rápidamente que no había ninguna razón para sentir pánico. Viv no iría a ninguna parte. En la medida en que sintiese ese miedo, no correría el riesgo de intentar nada…

Un chirrido estridente rasgó el suelo. Zapatos lanzados a todo galope. Detrás de él… Viv corría hacia la puerta.

Barry se volvió justo a tiempo de oír el golpe del cubo contra la pared. A continuación se oyó el agudo sonido del metal contra el cemento cuando ella levantó uno de los tanques de propano vacíos. Barry supuso que lo estaba moviendo para llegar a la puerta, pero para cuando consiguió vislumbrar su imagen, se sorprendió al ver que el volumen de su sombra no se volvía más pequeño, sino que se agrandaba. Viv no estaba huyendo. Iba directamente hacia él.

—Echa un vistazo a esto, capullo… —gritó la chica, moviendo el tanque de propano con todas sus fuerzas.

Lo mantuvo firmemente cogido cuando impactó contra el costado de la cabeza de Barry. Sólo por el sonido que había producido el impacto, había merecido la pena: un crujido anormal, como el que produce una vara de aluminio al golpear un melón. La cabeza de Barry se sacudió con violencia hacia un costado y su cuerpo la siguió a continuación.

—¿Has visto eso? ¿Es lo bastante inteligente para ti? —gritó Viv mientras Barry se desplomaba al suelo.

A ella la habían atormentado desde el primer día en que su familia se mudó a esa casa situada en el límite de la zona residencial. Finalmente, todas aquellas peleas a puñetazos habían dado sus frutos.

Barry trató de agarrarle la pierna, pero su mundo ya había comenzado a dar vueltas. Viv dejó caer el tanque de propano sobre su pecho. Sin aire en los pulmones, apenas si podía moverse.

—¿Realmente creíste que tenías alguna posibilidad? —gritó mientras hilos de saliva volaban de su boca—. ¡No puedes ver! ¡¿Qué creías… que podías vencerme porque soy una chica?!

Barry levantó la vista y vio la larga sombra de Viv alzándose junto a él. Ella levantó el pie sobre su cabeza, dispuesta a pateársela. Fue lo último que Barry alcanzó a ver mientras el mundo se volvía progresivamente negro.

Capítulo 79

Mientras trastabillo retrocediendo hacia el agujero abierto al final del túnel de aire, no pierdo tiempo tratando de ralentizar mi marcha hacia el abismo. Apelando a todo lo que me queda, consigo girar hacia un lado y trato de darme la vuelta.

Para cuando consigo ver la profundidad del pozo, me encuentro a sólo unos pasos del borde. Pero, al menos, me estoy moviendo de prisa. Mi pie derecho se apoya en el borde del agujero y aprovecho la velocidad para lanzarme en un gran salto en diagonal hacia mi derecha. La fuerza de la inercia me impulsa durante casi todo el trayecto. Consigo superar el borde más lejano del agujero, lo que está bien, pero ahora me dirijo directamente contra una pared de ladrillos, lo que está muy mal.

Extiendo ambas manos y choco contra la pared a toda velocidad. Mis brazos absorben la mayor parte del impacto, pero cuando todo mi peso impacta contra los ladrillos, mi codo cede. El dolor es insoportable. Janos ha hecho un buen trabajo al desgarrarlo. Caigo al suelo y ruedo sobre mi espalda, me incorporo ligeramente apoyado en mi codo sano y echo un vistazo al pozo abierto. Algunos guijarros sueltos y una fina lluvia de tierra caen por la boca del agujero. Escucho para comprobar cuánto tiempo tardan en llegar al fondo, pero antes de que pueda darme cuenta de lo que sucede, noto un violento tirón de la pechera de mi camisa. Alzo la vista mientras Janos intenta levantarme del suelo.

Presa del pánico e incapaz de luchar, trato de escapar arrastrando mi trasero sobre el áspero cemento como si fuese un cangrejo. Pero Janos me tiene asido con fuerza. Mientras me sostiene con la mano izquierda, utiliza la derecha para golpearme en la frente. Nuevamente, él sabe perfectamente lo que está buscando. Su nudillo me abre la ceja. 1.a sangre brota rápidamente, corre por el costado de la cara y me ciega incluso más que antes. Está tratando de anular cualquier resto de lucha que pueda haber aún en mí, pero cuando el impacto me lanza nuevamente sobre mi culo, contraataco con lo único que me queda. Lanzo la pierna hacia arriba y hundo la puntera del zapato en sus testículos.

Janos aprieta los dientes con fuerza para reprimir el gruñido, pero el daño es evidente. Con el cuerpo prácticamente doblado en dos, se coge la entrepierna con ambas manos. Lo importante es que, por fin, me ha soltado la camisa. Retrocedo a cuatro patas… sólo necesito algunos segundos. Pero el golpe no ha sido suficiente. Antes incluso de que consiga ponerme en pie nuevamente, Janos se levanta y se abalanza sobre mí. Por la expresión de su rostro me doy cuenta de que sólo he conseguido volverlo loco de furia.

Detrás de mí, la espalda choca contra uno de los costados de la unidad de aire acondicionado, que se alza perpendicular a la pared. Se me ha acabado el espacio para poder escapar.

—No tienes que hacer esto —le digo.

Como siempre, Janos permanece en silencio. Sus ojos se convierten en dos ranuras, y una débil sonrisa burlona se dibuja en sus labios. Hace rato que esto se ha convertido en una cuestión exclusivamente personal.

Janos me coge de la oreja, la aprieta con fuerza y la retuerce hacia atrás. No puedo hacer otra cosa que levantar la barbilla. Aumenta la presión de los dedos y yo me quedo mirando el techo. Mi cuello está completamente expuesto y desprotegido. Janos se prepara para asestarme el golpe final y…

… su cabeza se sacude violentamente hacia la izquierda y trastabilla perdiendo el equilibrio. Un ruido seco y desagradable resuena en el aire. Algo lo ha golpeado en la parte posterior de la cabeza. Lo asombroso de todo esto es que, en el último segundo, Janos consiguió acompañar el golpe, casi como si hubiese percibido que llegaba. A pesar de ello, ha quedado conmocionado y, mientras se lleva las manos a la cabeza y se tambalea hacia la pared de ladrillos, finalmente alcanzo a ver lo que hay detrás de él.

Con el hierro nueve que dejé caer hace unos minutos firmemente cogido entre las manos, Viv está de pie, inmóvil, con una perfecta pose de bateadora.

—Apártese de mi amigo —le advierte.

Janos vuelve la vista con una expresión de incredulidad. Pero no dura mucho. Cuando mira a Viv, la frente se le llena de arrugas y sus puños se contraen. Si siente dolor, no lo demuestra. En cambio, es todo furia. Sus ojos están negros, son como dos diminutas piezas de carbón en las órbitas hundidas.

Lanzándose hacia adelante como un perro rabioso, se abalanza sobre Viv. Ella agita el palo de golf con los dientes apretados, esperando producirle otra abolladura en la cabeza. Yo intenté hacer lo mismo antes. Viv no tiene ninguna posibilidad.

Janos coge el palo en el aire, lo hace girar violentamente y luego lo impulsa como si fuese un taco de billar contra el rostro de Viv. El extremo romo del palo la golpea de lleno en la garganta. Mientras trastabilla hacia atrás, Viv se lleva las manos a la zona afectada, incapaz de respirar. Por puro instinto consigue arrebatarle el palo de golf de las manos, pero es incapaz de sostenerlo y lo deja caer al suelo. Janos no lo necesita. Mientras Viv sigue tosiendo espasmódicamente, Janos bloquea toda posibilidad de escape y se prepara para matar.

—N… no se acerque —balbucea Viv.

Janos la coge por la pechera de la camisa, la atrae con fuerza hacia sí y, con un movimiento que casi no se ve, dirige el codo contra su rostro. El golpe la alcanza en la ceja, igual que hizo conmigo, pero en esta ocasión, aunque la sangre comienza a manar de la herida, Janos no se detiene. Lanza nuevamente el codo contra el rostro de Viv. Y otra vez. Todos los golpes en el mismo lugar. No está tratando simplemente de dejarla fuera de combate…

—¡No la toques…! —grito, abalanzándome hacia adelante. Tengo el brazo tan hinchado que apenas lo siento. Me tiemblan las piernas y casi no puedo sostenerme en pie. No me importa.

Ignorando el dolor que siento, arremeto contra Janos golpeándolo por detrás y cogiéndolo por el cuello con mi brazo sano. Él pasa la mano por encima de su hombro, tratando de apartar mi cabeza. La única posibilidad que tenemos es dos contra uno. Y, aun así, no es suficiente.

Viv trata de arañarle la mejilla, pero Janos ya está preparado. Levanta los dos pies y la golpea directamente en la cara. Viv sale disparada hacia atrás y choca con fuerza contra el costado metálico del aire acondicionado. Su cabeza es la que golpea primero. Cae al suelo inconsciente. Negándose a abandonar su tarea, Janos lanza la cabeza hacia atrás y me aplasta la nariz. El crujido me confirma que está rota.

Suelto a Janos y retrocedo tambaleándome con el rostro convertido en una masa sanguinolenta.

Janos no se detiene. Avanza con los ojos fijos en mí… un tanque ambulante. Lanzo un golpe con la mano izquierda, pero él lo bloquea con facilidad. Intento levantar el brazo derecho, pero cuelga del hombro como un calcetín lleno de arena mojada.

—P… por favor… —le ruego.

Janos vuelve a golpearme en la nariz, produciendo otro crujido nauseabundo. Mientras continúo tambaleándome hacia atrás, Janos mira por encima de mi hombro. Igual que antes, tiene la vista fija en el agujero abierto en el suelo.

—¡No… por favor, no…!

Janos me empuja violentamente hacia atrás y caigo al suelo, esperando que al menos eso impida que me mueva. Justo cuando alzo la vista, me coge con fuerza de la camisa y me levanta. El agujero está a pocos pasos detrás de mí. A diferencia de lo que ocurrió antes, esta vez no me deja ningún espacio libre por donde escapar.

Janos me atrae hacia sí para propinarme un último empellón. Mi brazo derecho cuelga inerte al costado del cuerpo. Tengo una hoguera dentro de la cabeza. Lo único que mi cerebro alcanza a procesar es el olor a regaliz de su aliento.

—No puedes ganar —tartamudeo—. No importa lo que hagas… se acabó.

Janos se detiene. Sus ojos se entrecierran con una sonrisa afectada.

—Estoy de acuerdo —dice.

Sus manos saltan hacia adelante y me golpean en el pecho. Retrocedo hacia el agujero. La última vez cometí el error de tratar de cogerlo de la camisa. Esta vez, voy a ir a por él. Robándole su propio truco, estiro la mano, cojo la oreja de Janos y la aferro con todas mis fuerzas.

—¡¿Qué es lo que…?!

Antes incluso de que pueda acabar de pronunciar la pregunta, ambos nos dirigimos hacia el agujero.

Mi pie resbala en el borde, pero no suelto su oreja. La cabeza de Janos se sacude hacia adelante. Cuando me deslizo hacia abajo, resbalando por el borde del agujero, Janos me aferra el brazo, tratando de aliviar el dolor. Yo continúo cogido con fuerza de su oreja. Janos cae con el pecho contra el cemento. Eso ralentiza nuestro descenso, pero ya me estoy moviendo demasiado de prisa. La mitad inferior de mi cuerpo ya está dentro del agujero… y deslizándose rápidamente hacia abajo. Cuando resbalo sobre el borde, los trozos de grava me muerden el estómago. El cemento hace lo mismo con el pecho de Janos. Él me sigue, la cabeza en primer lugar. Mientras continuamos resbalando, suelta una de las manos de mi brazo y lucha por pedalear hacia atrás, arañando el cemento; yo, entretanto, muevo desesperadamente los pies en el interior del pozo, buscando un punto de apoyo que pueda detener nuestra caída. Janos cierra los ojos, aferrándose al cemento con todo lo que tiene. En su frente hay una vena enorme y abultada. Su rostro tiene el color de la sopa de tomate. No piensa permitir que me lleve su oreja conmigo. Y entonces, súbitamente… nos detenemos.

Finalmente, una nube de tierra y polvo cae desde el borde del suelo y aterriza en mi cara. Estoy colgando de mi brazo izquierdo, que es la única parte de mi cuerpo que no está en el interior del agujero. Mi axila está en el borde, soportando la mayor parte de mi peso, pero mi mano sigue aferrada a la oreja de Janos con las pocas fuerzas que aún me quedan. Es la única razón por la que él sujeta mi muñeca. Con el pecho apoyado en el suelo, y comprendiendo que hemos frenado nuestra caída, continúa aferrándome con fuerza. Si me suelta, caeré hacia el fondo del agujero, pero me llevaré una parte de él —o todo él— conmigo.

Gracias a la presión que ejerzo sobre su oreja, Janos apenas si puede levantar la cabeza del cemento. Tiene la mejilla aplastada contra el suelo. Pero no por mucho tiempo. Girándose ligeramente, mira en mi dirección para asegurarse de que no puedo salir. Desde el interior del agujero, mi barbilla y mi brazo se apoyan justo sobre el borde. Janos se dispone a enviarme al fondo del pozo.

—¡Janos, no…!

Tratando de librarse de mis dedos en su oreja, aprieta mi muñeca y cambia de posición. Él también está en un equilibrio precario. Volvemos a deslizamos hacia abajo, más profundamente dentro del agujero, luego nos detenemos súbitamente otra vez. Ahora, en lugar de mi axila, estoy metido en el agujero hasta el codo, que ahora sostiene parte de mi peso. Janos sigue apoyado sobre su estómago. Su mejilla está aplastada en el polvo y, por la forma en que su cuerpo está torcido, uno de sus hombros ya ha superado el borde del agujero. Mis ojos apenas si pueden atisbar por encima del borde. Pero me resisto a dejarme ir. Tengo cogida la oreja con tanta fuerza que su color es morado. Si me precipito hacia el fondo del pozo sujeto a él, Janos caerá inmediatamente después.

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