El juego del cero (52 page)

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Authors: Brad Meltzer

Tags: #Intriga

La mayoría de la gente sabe que si el Capitolio es objeto de un ataque terrorista a gran escala, todos los peces gordos son llevados a un lugar secreto lejos de allí. Si el ataque se realiza a pequeña escala, congresistas y senadores van a Fort McNair, en la zona suroeste de Washington, D.C. Pero si se trata de un ataque poco importante y controlable —como un bote de gas lanzado en los corredores—, los honorables miembros son trasladados aquí, justo al otro lado de la calle, a la biblioteca del Congreso.

De pie frente a las puertas cerradas de la Sala de Lectura Europea, en el segundo piso, me deslizo por la pared hasta quedar sentado en el suelo de mármol. Mi hombro finalmente se apoya en la pata de una de las enormes vitrinas de exposición que flanquean el corredor y están llenas de objetos históricos.

—Señor, por favor, no se siente ahí —dice un agente del FBI de pelo canoso y nariz puntiaguda.

—¿Cuál es la diferencia, eh? —amenaza mi abogado, Dan Cohen, mientras se pasa una mano por la cabeza rasurada—. No se comporte como un necio y deje que este pobre tío descanse un poco.

Dan es un viejo amigo de mis días en la Facultad de Derecho de Georgetown. Es medio judío, medio italiano, y va embutido en un traje barato y mal entallado. Después de la graduación, mientras la mayoría de nosotros ingresaba en diferentes bufetes o en el Capitolio, Dan regresó a su viejo barrio en Baltimore, colgó un letrero delante de su puerta y se dedicó a aceptar los casos que hacían que la mayoría de los abogados se mearan de risa. Rastreando con orgullo su árbol genealógico hasta su tío abuelo, el gánster Meyer Lansky, Dan nunca le hizo ascos a una buena pelea. Pero según confesión propia, ya no tenía ningún contacto en Washington. Por eso lo llamé. Ya he tenido suficiente de esta ciudad.

—Harris, deberíamos marcharnos —dice Dan—. Te estás cayendo a pedazos, hermano.

—Estoy bien —le digo.

—Mientes.

—Estoy bien —insisto.

—Vamos… no seas capullo. Te han interrogado durante cinco horas, incluso los agentes dijeron que debías tomarte un respiro. Mírate, si ni siquiera puedes tenerte en pie.

—Tú sabes lo que están haciendo ahí dentro —digo, señalando las puertas cerradas.

—No importa…

—¡Sí importa! Para mí importa. Dame sólo unos minutos.

—Harris, ya llevamos dos horas esperando… es casi medianoche; tienes que ir a que te compongan la nariz y a que te coloquen una escayola en ese brazo.

—Mi brazo está bien —digo, acomodando el cabestrillo que me han colocado los paramédicos.

—Pero si tú…

—Dan, sé que tu intención es buena, y te quiero por ello, pero sé humilde por una vez en tu vida y reconoce que ésta es una parte del problema que no puedes solucionar.

—¿Humilde? —pregunta, haciendo una mueca de desprecio—. Detesto ser humilde. Y detesto aún más ser humilde contigo.

Mirando entre mis rodillas, veo mi reflejo en el suelo de mármol.

—Sí, bueno… a veces no es tan malo como piensas.

Dan dice algo más pero no lo escucho. Echo otro vistazo a las puertas cerradas. Después de todo lo que ha pasado, esto es lo único que me preocupa en este momento.

Cuarenta minutos más tarde siento los latidos del corazón que resuenan a todo lo largo del brazo herido. Pero cuando se abren las puertas, cualquier rastro de dolor desaparece… y otro completamente nuevo ocupa su lugar.

Viv sale de la habitación con dos vendajes sobre la ceja. El labio inferior tiene un corte y está hinchado, y sostiene una pequeña bolsa con hielo sobre el otro ojo.

Me pongo de pie y trato de establecer contacto con ella, pero un traje cruzado se interpone rápidamente entre los dos.

—¿Por qué no la deja en paz un momento? —dice su abogado, apoyando la palma sobre mi pecho.

Es un afroamericano alto que luce un frondoso bigote. Cuando nos detuvieron, le dije a Viv que podía utilizar los servicios de Dan, pero sus padres se apresuraron a traer a su propio abogado. No los culpo. Desde entonces, el FBI y el abogado se han asegurado de que Viv y yo no viésemos, oyésemos nada acerca del otro y tampoco hablásemos. Tampoco los culpo por eso. Es un movimiento inteligente. Alejar a tu cliente. Nunca había visto antes a su abogado, pero sólo por el traje puedo asegurar que hará bien su trabajo. Y aunque no estoy seguro de cómo la familia de Viv puede permitirse pagar unos honorarios como los que debe de cobrar ese tío, teniendo en cuenta los titulares que generará este caso, no creo que a él le preocupe demasiado.

—¿Ha oído lo que acabo de decir, hijo? Ha sido una noche muy larga para ella.

—Quiero hablar con ella —digo.

—¿Por qué? ¿Para fastidiarle la vida más de lo que lo ha hecho hasta ahora?

—Es mi amiga —insisto.

—Señor Thornell, está bien —dice Viv, apartándolo—. Yo puedo… estaré bien.

Después de asegurarse de que todo está en orden, Thornell decide hacerle caso. Se aparta un metro de nosotros. Viv le echa otra mirada y su abogado se aleja hacia las enormes vitrinas, donde están Dan y el otro agente del FBI. Por ahora tenemos toda la esquina del brillante corredor para nosotros.

Miro a Viv, pero ella evita mi mirada, bajando la vista hacia el suelo. Han pasado ocho horas desde que hablamos por última vez. Yo he pasado las últimas tres tratando de decidir qué quería decirle exactamente. No recuerdo una sola palabra.

—¿Cómo está tu ojo? —pregunto yo.

—¿Cómo está su brazo? —pregunta ella al mismo tiempo.

—Sobreviviré —respondemos simultáneamente.

Es suficiente para que Viv dibuje una leve sonrisa, pero la borra rápidamente. Sigo siendo el tío que la metió en este fregado. Sea lo que sea lo que ella sienta en este momento, no cabe duda de que le está costando caro.

—No tenía por qué hacer lo que hizo ahí dentro —dice finalmente.

—No sé de qué hablas.

—No soy estúpida, Harris… ellos me dijeron lo que declaró…

—Viv, yo nunca…

—¿Quiere que repita lo que me dijeron? Que me obligó a hacer esto… que cuando Matthew murió, usted me amenazó para que lo ayudara… que dijo que me «partiría la cara» si no subía a ese avión privado y le decía a todo el mundo que era su interna. ¿Cómo pudo decir todas esas cosas?

—Lo estás sacando de contexto…

—¡Harris, ellos me mostraron su declaración!

Me vuelvo hacia los murales clásicos que adornan las paredes, incapaz de mirarla a los ojos. Hay cuatro murales, cada uno de ellos con una mujer soldado cubierta con una armadura antigua, representando una etapa diferente en el desarrollo de la nación: aventura, descubrimiento, conquista y civilización. Tendrían que tener una quinta llamada «arrepentimiento». Mi respuesta es apenas un susurro:

—No quería que te hundieras con el barco.

—¿Qué?

—Ya sabes cómo funcionan estas cosas, ¿a quién le importa si hemos evitado un desastre? Hice apuestas sobre proyectos de ley… hice un mal uso de un avión privado… y contribuí a la muerte de mi mejor amigo… Aunque tú hubieses estado allí por la mejor de las razones (y puedes creerme, eras la única persona inocente en medio de la multitud), te habrían arrancado la cabeza sólo por el simple hecho de haber estado junto a mí. Asesinato por asociación.

—¿Y por eso decidió alterar la verdad y asumir la culpa de todo?

—Créeme, Viv, después de haberte metido en esto, me merezco mucho más que eso.

—No sea tan mártir.

—Y tú no seas tan ingenua —replico—. En el momento en que piensen que estabas actuando por tu cuenta, será exactamente el momento en que te colocarán en la catapulta y te lanzarán al vacío.

—¿Y?

—¿Qué quieres decir con «y»?

—Quiero decir, ¿y? ¿Y qué, si pierdo mi trabajo? No pasa nada. No es como si me hubiesen dado la letra escarlata. Soy una mensajera de diecisiete años que perdió sus prácticas como interna en el Capitolio. No lo consideraría como el final de mi carrera profesional. Además, hay cosas mucho más importantes que un estúpido trabajo… como la familia. Y los amigos.

Mirándome fijamente con un ojo, Viv sostiene la bolsa de hielo contra el otro.

—Estoy de acuerdo —digo—. Es… es sólo que no quería que te despidiesen.

—Aprecio el gesto.

—¿Qué ha pasado ahí dentro? —pregunto.

—Me han despedido —dice con indiferencia.

—¿Qué? ¿Cómo han podido…?

—No me mire de ese modo. Aunque el día había acabado, rompí la regla de oro del mensajero: me marché del campus sin autorización y pasé la noche fuera sin permiso. Y lo peor de todo, les mentí a mis padres y al director, luego cogí un avión a Dakota del Sur…

—Pero yo les dije que…

—Es el FBI, Harris. Tal vez sean unos capullos, pero no son unos completos idiotas. Tal vez pueda obligarme a subir a un avión, o a hacer uno o dos recados, ¿pero qué me dice de llevarme a un motel, y a la mina, luego meterme en esa jaula y en el laboratorio? Después tuvimos que coger el avión para regresar a Washington, D.C. Usted es muchas cosas, Harris, pero secuestrador no figura en la lista. ¿Realmente pensó que iban a tragarse toda esa basura que les contó?

—Cuando conté la historia, era impecable.

—Impecable, ¿eh? ¿Partirme la cara?

No puedo evitar echarme a reír.

—Exactamente —dice Viv. Hace una pausa y se quita la bolsa de hielo de la cara—. Sin embargo, aprecio que lo haya intentado, Harris. No tenía por qué hacerlo.

—No. Sí tenía por qué.

Ella permanece allí, frente a mí, negándose a discutir.

—¿Puedo hacerle una última pregunta? —dice, señalando el suelo—. Cuando estábamos allí abajo, con Janos… y usted estaba metido en aquel agujero… ¿estuvo todo el tiempo apoyado en aquel pequeño reborde?

—Sólo al final… mi pie tropezó con él.

Viv permanece en silencio un momento. Sé lo que está buscando.

—¿De modo que, cuando me pidió que golpease a Janos con el palo de golf…?

Allá vamos. Ella quiere saber si yo realmente estaba dispuesto a sacrificarme o si lo hice sólo para distraer a Janos.

—¿Acaso importa? —pregunto.

—No lo sé… tal vez.

—Bueno, si hace que te sientas mejor, te habría pedido que le golpeases de todos modos.

—Ahora es fácil decirlo.

—Sin duda lo es, pero no encontré ese punto de apoyo hasta el último segundo, cuando él me soltó la muñeca.

Ella se queda en silencio mientras las consecuencias se asientan lentamente. No miento. Hubiese hecho cualquier cosa para salvarla. Con un punto de apoyo o sin él.

—Tómalo como un cumplido —añado—. Te lo mereces, Viv Parker.

Sus mejillas se elevan sin que pueda evitarlo. No sabe qué decir.

En alguna parte del corredor comienza a sonar un teléfono móvil. El abogado de Viv contesta a la llamada llevándose el aparato a la oreja. Asiente varias veces con gesto grave, luego cierra el teléfono y mira en nuestra dirección.

—Viv, tus padres acaban de registrarse en el hotel. Es hora de marcharnos.

—Sólo un segundo —dice ella, y sin apartar la vista de mí, añade—: ¿Todavía no hay ninguna noticia de Janos?

Niego con la cabeza.

—No lo encontrarán, ¿verdad?

—No hay ninguna posibilidad.

—¿Cree que vendrá a buscarnos?

—No lo creo. El FBI dijo que a Janos le pagaron para que se encargase de mantener las cosas bajo control. Ahora que el asunto ha salido a la luz, su trabajo con esa gente ha terminado.

—¿Y usted los cree?

—Viv, nosotros ya hemos contado nuestra historia. Las cámaras de seguridad tienen imágenes de él entrando en el Capitolio. No nos necesitan como testigos, y tampoco para identificarlo. Ellos saben perfectamente quién es y tienen todo lo que necesitan para hacer su trabajo. Ahora Janos no ganará nada llenándonos la cabeza de plomo.

—Recordaré esas palabras durante el resto de mi vida cada vez que compruebe si hay alguien detrás de cada cortina de ducha cerrada.

—Si esto hace que te sientas mejor, dijeron que nos asignarán protección a ambos. Además, hace ocho horas que estamos aquí sentados. Si él nos quisiera ver muertos, eso ya hubiese sucedido.

No es mucho como garantía pero, de un modo sesgado, es lo mejor que tenemos.

—¿Y eso es todo? ¿Ya hemos acabado?

Vuelvo la mirada hacia mi abogado cuando ella me hace las preguntas. Después de haber pasado una década en el Capitolio, la única persona que está en mi rincón es alguien a quien le pagan para que ocupe ese lugar.

—Sí… ya hemos acabado.

A Viv no le gusta mi tono de voz.

—Mírelo de este modo, Harris… al menos ganamos.

Los agentes del FBI me dijeron exactamente lo mismo… tenemos suerte de estar vivos. Es un agradable consuelo, pero eso no sirve para traer de regreso a Matthew, a Pasternak o a Lowell.

—Ganar no lo es todo —le digo.

Me mira largamente. No tiene que decir nada.

—¡Señorita Parker… sus padres…! —exclama su abogado.

Ella lo ignora.

—¿Adónde irá ahora? —me pregunta.

—Todo depende del tipo de trato que Dan haga con el gobierno. En este momento, lo único que me preocupa es el funeral de Matthew. Su madre me pidió que me encargase de pronunciar uno de los discursos de despedida. A mí y al congresista Cordell.

—Yo no me preocuparía por eso. Lo he visto hablar. Estoy segura de que sus palabras harán justicia a su amigo.

Es la única cosa que alguien ha pronunciado en las últimas ocho horas que realmente me hace sentir bien.

—Escucha, Viv, quiero que sepas que siento haberte metido en…

—No lo diga, Harris…

—Pero siendo una mensajera…

—Eso no es nada en comparación con todo lo que hemos hecho en estos últimos días. La huida… el viaje… el descubrimiento del laboratorio… incluso los detalles estúpidos… ¡me duché en un avión privado! ¿Cree que sería capaz de cambiar todo eso por la posibilidad de volver a llenar el vaso de agua mineral de un jodido senador? ¿Ha oído lo que dicen en el curso de orientación de los mensajeros? La vida es escuela. Es todo escuela. Y si alguien quiere fastidiarme por el hecho de que me hayan despedido de mi trabajo, bueno… bueno, ¿cuándo fue la última vez que saltaron de un risco para ayudar a un amigo que lo necesitaba? Dios no me ha puesto aquí para que me eche atrás.

—Ése es un buen discurso político… deberías guardarlo.

—Es lo que planeo hacer.

—Antes hablaba en serio: algún día llegarás a ser una gran senadora.

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