El jugador (42 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

¿Qué le había ocurrido? Ayer su estilo de juego había sido totalmente distinto. ¿Sería cierto que estaba recibiendo ayuda del exterior? Bermoiya se dio cuenta de que estaba empezando a sudar. No tenía por qué sudar. Seguía llevándole una ventaja considerable y seguía faltándole muy poco para alzarse con el triunfo, pero... Su cuerpo se cubrió de sudor. Se dijo que no debía preocuparse por ello, y lo atribuyó a algún efecto colateral de las drogas para aumentar su capacidad de concentración que había tomado durante el almuerzo.

Bermoiya hizo unos cuantos movimientos que deberían aclarar la situación y dejar al descubierto el plan del alienígena, si es que tenía alguno. No sirvieron de nada. Bermoiya llevó a cabo varios gestos exploratorios más y comprometió una pequeña parte de sus fuerzas en las intentonas. Gurgeh atacó sin perder un segundo.

Bermoiya llevaba cien años aprendiendo y jugando al Azad, y la mitad de ese tiempo en tribunales de todos los niveles y categorías existentes en el sistema judicial azadiano. Había presenciado muchos estallidos de violencia en criminales que acababan de ser sentenciados, y había visto partidas en las que se dieron movimientos tan bruscos como feroces, e incluso había tomado parte en unas cuantas. Aun así, los movimientos del alienígena no tardaron en alcanzar un nivel de barbarie y salvajismo muy superiores a cuanto Bermoiya había presenciado en cualquiera de esos dos contextos. Tuvo la sensación de que si no fuera por su experiencia de los tribunales la pura intensidad física de aquel ataque habría bastado para hacerle tambalear.

Los movimientos eran como una serie de patadas en el vientre. Contenían toda la energía enloquecida exhibida de forma espasmódica e incontrolada por los mejores jugadores al principio de sus carreras; pero esa energía estaba controlada y dirigida, y era sometida a una secuencia precisa y liberada de repente con un estilo y una gracia salvajes que ningún principiante podría haber albergado la esperanza de conseguir. El primer movimiento hizo que Bermoiya empezara a sospechar cuál podía ser el plan del alienígena. El siguiente movimiento le hizo comprender lo soberbio que era; el siguiente que la partida podía prolongarse hasta bien entrado el próximo día antes de que el alienígena fuese vencido por fin; el siguiente que la posición de Bermoiya no era tan sólida e inexpugnable como había creído hasta entonces..., y los dos movimientos que vinieron después le dejaron bien claro que aún tendría que esforzarse mucho, y los que sucedieron a esos dos movimientos le revelaron que la partida quizá no se prolongaría hasta el día siguiente.

Bermoiya volvió a encargarse personalmente de hacer sus movimientos y fue utilizando todos los trucos y estratagemas que había aprendido en un siglo de jugar al Azad. La pieza de observación disfrazada, la finta-dentro-de-la-finta empleando piezas de ataque y cartas; el uso prematuro de las piezas de elementos del Tablero del Cambio que permitía convertir los territorios en un pantano mediante la conjunción de la Tierra y el Agua..., y no consiguió nada.

La sesión de la tarde estaba a punto de terminar. Bermoiya se volvió hacia el alienígena. La sala de juegos estaba sumida en el silencio más absoluto. El macho alienígena se encontraba en el centro del tablero y contemplaba con expresión impasible una pieza secundaria mientras se frotaba el vello que le cubría el rostro.

Bermoiya inspeccionó el despliegue de sus piezas. La confusión y el desorden eran increíbles. Ya no podía hacer nada. Su posición era tan insalvable como un caso mal preparado en el que había un defecto fundamental o una máquina con tres cuartas partes de las piezas averiadas. No había forma de salvarla. Sería mucho mejor echarlo todo a la basura y empezar de nuevo.

Pero no podía empezar de nuevo. Cuando saliera de allí le llevarían al hospital y le castrarían. Perdería aquello que le hacía ser lo que era, y nunca se le permitiría recobrarlo. Habría desaparecido para siempre. Para siempre...

Bermoiya no podía oír a las personas que había en la sala. Tampoco podía ver sus rostros o el tablero que tenía debajo de los pies. Lo único que podía ver era al macho alienígena con su extraña postura de insecto, su rostro de rasgos afilados y su cuerpo anguloso, el macho que se acariciaba el rostro velludo con un dedo largo de piel oscura. Las uñas de dos partes que había en su extremo mostraban la piel más clara que ocultaban.

¿Cómo podía parecer tan tranquilo y despreocupado? Bermoiya sintió un impulso casi irresistible de gritar y tuvo que contener el aliento que intentaba escapar de sus pulmones. Pensó en lo fácil que había parecido todo aquella mañana y lo agradable que era el pensar que no sólo viajaría al Planeta de Fuego para la ronda final de los juegos sino que, al mismo tiempo, estaría haciendo un gran favor al Departamento Imperial. Sospechó que quizá habían sabido que aquello podía suceder y que deseaban humillarle y presenciar su ruina (por alguna razón que no podía ni imaginar, pues Bermoiya siempre había sido leal y concienzudo en el cumplimiento de sus deberes. Un error. Sí, tenía que ser un error...).

«Pero ¿por qué ahora? –pensó—. ¿Por qué precisamente ahora?»

¿Por qué en este momento de todos los posibles, por qué de esta forma y por esta apuesta? ¿Por qué habían querido que hiciera todo aquello y se comprometiera en semejante apuesta cuando llevaba en su interior la semilla de un niño? ¿Por qué?

El alienígena volvió a frotarse el vello que le cubría el rostro y frunció sus extraños labios mientras bajaba la vista hacia algún punto del tablero. Bermoiya fue tambaleándose hacia él sin prestar atención a los obstáculos que se interponían en su camino. Aplastó los biotecs y las demás piezas bajo sus pies y chocó contra las pirámides que delimitaban las zonas más elevadas.

El macho se volvió rápidamente hacia él y le miró como si acabara de captar su presencia. Bermoiya sintió que se detenía y clavó la mirada en aquellos ojos incomprensibles.

Y no vio nada. No había piedad ni compasión, no había ni la más leve chispa de bondad o pena. Contempló aquellos ojos y al principio pensó en la expresión de algunos criminales que habían sido sentenciados a la muerte rápida. Era una expresión de indiferencia. No había desesperación ni odio, sino algo más opaco y mucho más aterrador que cualquiera de esas dos emociones. Sólo había resignación y la seguridad inconmovible de que todas las esperanzas se habían esfumado. La expresión era como una bandera enarbolada por un alma a la que ya nada le importaba.

Pero en ese mismo instante de reconocimiento Bermoiya comprendió que la imagen del criminal condenado a la que se había aferrado no era la correcta. No sabía cuál era la imagen que le habría proporcionado la clave del enigma. Quizá no hubiera ninguna forma de dar con ella.

Y entonces lo supo. Y de repente, por primera vez en su vida, comprendió qué sentía el condenado cuando le miraba a la cara.

Cayó. Primero cayó de rodillas y sintió el impacto del tablero contra su carne, y la vibración agrietó las zonas elevadas más cercanas, y después se derrumbó hacia adelante y cayó de bruces hasta que sus ojos quedaron pegados al tablero y lo vieron desde aquella posición por primera y última vez. Bermoiya cerró los ojos.

El Adjudicador y sus ayudantes corrieron hacia él y le incorporaron. Los enfermeros le sujetaron con correas a una camilla mientras Bermoiya lloraba casi sin hacer ruido, le sacaron de la sala y le metieron en la ambulancia de la prisión.

Pequil estaba perplejo. Jamás se había imaginado que un juez imperial pudiera perder el control de aquella forma. ¡Y delante del alienígena! Tuvo que correr detrás del hombre de la piel oscura. Gurgeh ya había empezado a dirigirse hacia la salida tan rápida y silenciosamente como había entrado sin prestar atención a los silbidos y gritos que brotaban de las galerías del público. Subieron al vehículo antes de que la prensa pudiera alcanzarles y despegaron alejándose a toda velocidad del centro de conferencias.

Y Pequil se dio cuenta de que Gurgeh no había abierto la boca ni una sola vez durante todo el tiempo que estuvieron en la sala de juegos.

Flere-Imsaho observaba al hombre. Había esperado una reacción más aparatosa, pero en cuanto llegó al módulo Gurgeh se sentó delante de la pantalla y se dedicó a repasar las partidas que había jugado hasta el momento. Y se negaba a hablar.

Gurgeh no tardaría en ir a Ecronedal junto con los ciento diecinueve jugadores que habían ganado sus partidas singulares de la cuarta ronda. La familia del ahora mutilado Bermoiya había renunciado en su nombre, tal y como era habitual después de que el perdedor hubiera pagado una apuesta tan severa. Gurgeh ganó la partida y su puesto en el Planeta de Fuego sin mover ni una sola pieza en ninguno de los dos tableros restantes.

Su partida contra Bermoiya había terminado de una forma tan brusca que faltaban unos veinte días hasta la fecha en que la flota de la corte imperial partiría para iniciar el viaje de doce días que la llevaría a Ecronedal. Gurgeh había sido invitado a pasar parte de aquel tiempo en la casa de campo propiedad de Hamin, el rector del Colegio de Candsev y mentor del Emperador. Flere-Imsaho había insistido en que rechazara la invitación, pero Gurgeh la aceptó. La casa de campo se encontraba en una islita de un mar interior situado a varios centenares de kilómetros de allí, y saldrían mañana.

Gurgeh parecía sentir lo que la unidad creía era un interés poco saludable e incluso perverso por lo que las agencias de prensa y noticias estaban diciendo de él. Era como si disfrutara con las invectivas y calumnias que empezaron a llover sobre su cabeza después de haber vencido a Bermoiya. A veces incluso sonreía, sobre todo cuando los comentaristas describían en su tono de voz más asombrado y reverente el horrible destino que el alienígena Gurgo había infligido a Lo Prinest Bermoiya, un juez amable y compasivo que tenía cinco esposas y dos esposos, aunque no hijos.

Gurgeh también había empezado a sintonizar los canales que ofrecían imágenes de las tropas imperiales aplastando a los salvajes e infieles que estaban siendo civilizados en varias partes del Imperio. Ordenó al módulo que decodificara las señales militares de alto nivel emitidas por las agencias, aparentemente sólo por el deseo de competir con los canales de entretenimiento imperiales donde las emisiones estaban protegidas por un código aún más complejo.

Las emisiones militares contenían escenas de alienígenas torturados y ejecutados. Algunas mostraban las construcciones y obras de arte de las especies recalcitrantes o rebeldes siendo incendiadas o demolidas mediante explosivos de alto poder; cosas que aparecían muy raramente en los canales de noticias por la única razón de que todos los alienígenas siempre eran descritos como monstruos incivilizados, bobos dóciles por naturaleza o subhumanos codiciosos y traicioneros, categorías evidentemente incapaces de producir una auténtica civilización y un arte digno de ese nombre. Cuando era físicamente posible las emisiones mostraban a machos azadianos –nunca ápices– violando a los salvajes.

Que Gurgeh disfrutara viendo aquellos programas tenía bastante preocupado a Flere-Imsaho, sobre todo porque su primer contacto con las emisiones codificadas había tenido lugar a través de la unidad, pero se consolaba pensando que al menos no parecían producirle ninguna estimulación de naturaleza sexual. Gurgeh no veía aquellos programas de la misma forma que los azadianos. Miraba, grababa las imágenes en su cerebro y cambiaba rápidamente de canal.

Seguía pasando la mayor parte de su tiempo viendo partidas en la pantalla, pero volvía de vez en cuando a las señales codificadas y los programas en los que se le insultaba y denigraba como si fuesen una droga de la que no podía prescindir.

–Pero es que no me gustan los anillos.

–No es cuestión de si te gustan o no, Jernau Gurgeh. Cuando vayas a la propiedad de Hamin dejarás de estar bajo la protección del módulo. En cuanto a mí... Bueno, puede que no siempre esté cerca, y aparte de eso no soy especialista en lexicología. Tendrás que comer y beber lo que te ofrezcan, y cuentan con algunos químicos y exobiólogos muy bien preparados. Pero si llevas uno de estos anillos en cada mano –en el dedo índice, a ser posible–, deberías estar a salvo de cualquier intentona de envenenamiento. Si notas un solo pinchazo quiere decir que los anillos han detectado una droga no letal..., un alucinógeno, por ejemplo. Tres pinchazos significan que alguien quiere liquidarte.

–¿Y qué significan dos pinchazos?

–¡No lo sé! Puede que una avería. Y ahora, ¿quieres ponerte los anillos o no?

–Me quedan fatal.

–¿Qué tal te quedaría un sudario?

–Me hacen sentir raro.

–Mientras funcionen me da igual que te hagan sentir raro o no.

–Oye, ¿y qué opinarías de un amuleto mágico para detener las balas?

–¿Hablas en serio? Porque si hablas en serio tenemos a bordo un conjunto de gemelos, collar y tiara en el que hay disimulado un escudo que se activa mediante la señal de un sensor pasivo de impactos, aunque creo que si deciden optar por esa forma de eliminarte probablemente usarán armas de radiación...

Gurgeh alzó una mano y el anillo reflejó las luces del módulo.

–Oh, olvídalo.

Volvió a tomar asiento delante de la pantalla y sintonizó un canal militar especializado en ejecuciones.

La unidad descubrió que hablar con el hombre resultaba cada vez más difícil. El hombre no le escuchaba. Intentó explicarle que pese a todos los horrores que había visto en la ciudad y la pantalla cualquier intervención que pudiera emprender la Cultura resultaría mucho más perjudicial que beneficiosa. Intentó hacerle entender que Contacto y, de hecho, toda la Cultura se encontraban en una situación muy parecida a la que él había vivido cuando se ocultaba debajo de la capa sin poder hacer nada por ayudar al anciano herido que yacía en la calle, que debían seguir ocultos bajo su disfraz y esperar a que llegara el momento adecuado..., pero o sus argumentos no lograban llegar hasta él o el hombre no opinaba lo mismo, porque seguía sumido en el mutismo y se negaba a iniciar cualquier tipo de discusión al respecto.

Flere-Imsaho apenas salió del módulo durante los días que transcurrieron entre el final de la partida con Bermoiya y la marcha hacia la propiedad de Hamin. Lo que hizo fue quedarse encerrado con el hombre, pensar y preocuparse.

–Señor Gurgeh... Encantado de conocerle. –El viejo ápice le ofreció la mano y Gurgeh la estrechó–. Espero que haya tenido un viaje agradable.

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