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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

El jugador (53 page)

Naturalmente. Esto era lo que se le había estado escapando, ésta era la faceta oculta tan clara, evidente y colocada ante los ojos de todo el mundo que resultaba perfectamente invisible. Era tan obvia que no podía ser comprendida ni expresada con palabras. Era tan sencilla, tan elegante, tan pasmosamente ambiciosa y al mismo tiempo tan fundamentalmente práctica, y encajaba tan bien con lo que Nicosar creía era el núcleo y el alma del juego...

Si esto era lo que había planeado desde el comienzo de los juegos, no le extrañaba que tuviera tantas ganas de enfrentarse al hombre de la Cultura.

Incluso los detalles sobre la Cultura y su tamaño y poderío reales que sólo eran conocidos por Nicosar y un puñado de personas más en todo el Imperio estaban allí, incluidos y expuestos en el tablero pero, probablemente, indescifrables para quienes no participaban en el secreto. El estilo con que Nicosar había concebido su tablero-Imperio era el del objeto completo mostrado en su totalidad, y las hipótesis sobre las fuerzas de su adversario quedaban expresadas en términos de fracciones de algo más grande.

Y, aparte de eso, el Emperador trataba a sus piezas y a las de su oponente con una implacable falta de escrúpulos que Gurgeh pensó resultaba curiosamente parecida a una burlona provocación. Su manejo de las piezas era otra táctica concebida para ponerle nervioso. El Emperador enviaba piezas a su destrucción con una especie de salvajismo despreocupado allí donde Gurgeh se habría replegado o contenido intentando hacer preparativos y consolidar sus posiciones para mejorarlas después. Nicosar sembraba la destrucción y el caos allí donde Gurgeh habría aceptado el rendirse y la conversión.

Había ciertos aspectos en los que apenas existían diferencias –ningún jugador de categoría era capaz de desperdiciar piezas o enviarlas a la muerte por el puro placer de ver cómo eran aniquiladas–, pero la implicación de que la brutalidad podía ser un método de juego perfectamente lícito estaba allí, como si fuera un sabor, una pestilencia o una niebla silenciosa suspendida sobre el tablero.

Gurgeh comprendió que su reacción había sido justamente la que Nicosar esperaba ver. Había intentado salvar piezas, hacer movimientos razonables, meditados y conservadores y, en cierto sentido, incluso había intentado ignorar la forma en que Nicosar empujaba despiadadamente sus piezas al matadero mientras iba arrancando fragmentos del territorio de su oponente como si fueran otras tantas tiras de carne ensangrentada. Gurgeh había estado intentando desesperadamente no usar el estilo de juego del Emperador. Nicosar estaba jugando una partida tosca, dura, dictatorial y no demasiado elegante, y había supuesto que una parte del hombre de la Cultura no querría tomar parte en ella. El desarrollo de la partida había demostrado que estaba en lo cierto.

Gurgeh empezó a examinar la situación y fue evaluando las posibilidades que le ofrecía mientras hacía unos cuantos movimientos de bloqueo no muy bien conectados entre sí para darse tiempo a pensar. El objetivo del juego era ganar, y Gurgeh lo había olvidado. No había nada más que importara; y tampoco había nada que dependiese del desenlace de la partida. La partida era irrelevante, por lo que se la podía modelar para que tuviera cualquier significado y la única barrera que debía salvar era la creada por sus propios sentimientos y emociones.

Tenía que replicar. Pero... ¿Cómo? ¿Convertirse en la Cultura? ¿Ser otro Imperio?

Ya estaba interpretando el papel de la Cultura, y los resultados eran realmente pésimos... ¿Y quién puede ser más imperialista que un Emperador?

Gurgeh siguió inmóvil junto al tablero, vestido con aquellas ropas que aún encontraba levemente ridículas y siendo vagamente consciente de cuanto le rodeaba. Intentó apartar sus pensamientos del juego durante unos momentos y contempló las inmensas nervaduras de piedra que recorrían la sala de proa del castillo, los enormes ventanales abiertos de par en par y el dosel amarillo de los arbustos cenicientos que había fuera; volvió la cabeza hacia las hileras de asientos medio vacías y recorrió con los ojos los grupos de guardias imperiales y funcionarios adjudicadores, las curvas negras que hacían pensar en cuernos del equipo electrónico de vigilancia e interferencia colocado sobre su cabeza y la amplia gama de ropas y adornos de la multitud que llenaba la gran estancia. Empezó a traducir todo eso en los pensamientos del juego; e intentó verlo como a través de la pantalla creada por una droga potentísima que distorsionara cuanto tenía delante de los ojos convirtiéndolo en analogías deformadas que encajaran con la presa en que había atrapado a su mente.

Pensó en espejos y en campos reversores, que daban una impresión perceptiblemente más real, aunque técnicamente fuesen mucho más artificiales. Sí, eso era. La escritura para ser leída en el espejo... La escritura invertida era la escritura corriente. Vio el toroide que representaba la Realidad irreal de Flere-Imsaho, se acordó de Chamlis Amalk-Ney y de cómo le había advertido sobre los peligros de la insidia y la falsedad; las cosas que no significaban nada y que tenían algún significado; las vibraciones y armonías de su pensamiento.

Click. Apagado/encendido. Como si fuera una máquina. Desplómate por el borde de la curva que indica los contornos de la catástrofe y no te preocupes por nada. Lo olvidó todo e hizo el primer movimiento que se le pasó por la cabeza.

Contempló el movimiento que acababa de hacer. No tenía nada que ver con ninguno de los que podría haber hecho Nicosar.

Era un movimiento arquetípico de la Cultura. Sintió un vacío en el estómago. Había albergado la débil esperanza de que vería algo distinto, algo mejor.

Volvió a mirar. Bueno, sí... Era un movimiento de la Cultura, pero al menos era un movimiento de ataque. Si seguía la dirección que indicaba tendría que prescindir de toda la estrategia cautelosa y conservadora por la que se había guiado hasta el momento, pero si deseaba tener aunque sólo fuese una pequeña posibilidad de no ser aplastado por Nicosar era lo único que podía hacer. Debía fingir que había mucho en juego, debía fingir que estaba luchando por toda la Cultura; tenía que luchar a muerte con la victoria como único objetivo ocurriera lo que ocurriese...

Por fin había encontrado una forma de jugar. Ya era algo.

Sabía que iba a perder, pero la partida ya no sería un paseo triunfal para Nicosar.

Fue remodelando gradualmente su plan de juego para reflejar la ética de aquella nueva Cultura militante, abandonando zonas enteras del tablero en las que el cambio no podía llevarse a cabo, retrocediendo, reagrupándose y reestructurando sus fuerzas allí donde era posible hacerlo; sacrificándolas donde no había más remedio y dejando detrás de él un desierto de caos y desolación allí donde era preciso. No intentó imitar la tosca pero devastadora mezcla de ataque-huida y regreso-invasión que empleaba Nicosar, pero fue modelando sus posiciones y sus piezas a imagen y semejanza de un poder que acabaría siendo capaz de enfrentarse a esos golpes terribles. No ahora, sino más tarde. Cuando estuviera preparado...

Y por fin empezó a conseguir algunos puntos. La partida seguía estando perdida, pero aún quedaba el Tablero del Cambio y una vez allí al menos estaría en condiciones de plantar cara a Nicosar en una situación de relativa igualdad.

Hubo un par de momentos en que estuvo lo bastante cerca del ápice para captar las expresiones de su rostro y lo que vio en él le convenció de que había tomado la decisión correcta, aunque se tratara de una decisión que el Emperador ya sospechaba. La expresión del ápice y su forma de manipular el tablero cambiaron para dar cabida a un nuevo elemento. Los movimientos con que Nicosar replicó a su cambio de estrategia indicaban que comprendía lo que estaba haciendo, e incluso mostraban un cierto respeto y la admisión de que el combate por fin había entrado en una fase más igualada.

Gurgeh tuvo la sensación de haberse convertido en un cable recorrido por alguna energía terrible. Era una nube colosal suspendida sobre el tablero que se preparaba para barrerlo con sus rayos, una ola inmensa que corría por el océano dirigiéndose hacia la costa dormida, un palpitar de energía y materia fundida que emergía del corazón de un planeta..., un dios con el poder de crear y destruir lo que quisiera.

Había perdido el control de sus glándulas productoras de drogas. La mezcla de sustancias químicas que circulaba por sus venas y arterias había tomado el control y tenía la sensación de que su cerebro había quedado saturado por una sola idea tan obsesiva y poderosa como los delirios de la fiebre. Ganar, dominar, controlar... Las emociones eran un conjunto de ángulos que definían un deseo, la decisión absoluta a la que nada podía oponerse.

Las pausas en el juego y las horas que pasaba durmiendo carecían de importancia y habían quedado reducidos a meros intervalos en la vida real del tablero y el juego. Gurgeh seguía funcionando de una forma más o menos normal, hablaba con la unidad, con la nave o con otras personas, comía, dormía e iba de un lado a otro..., pero todo aquello no era nada. Era irrelevante y no tenía ninguna importancia. Todo lo que se encontrara fuera del juego era un mero decorado, un telón de fondo levantado para acogerlo.

Observó a las fuerzas rivales que se movían como las mareas sobre la inmensa superficie del tablero y comprendió que hablaban un lenguaje extraño y entonaban una canción extraña que era tanto un conjunto de armónicos perfectos como una encarnizada batalla por controlar la escritura de los temas. Lo que veía delante de él era muy parecido a un organismo colosal. Las piezas daban la impresión de moverse obedeciendo los dictados de una voluntad que no era la suya ni la del Emperador, sino una fuerza emanada del mismísimo juego, la expresión definitiva e insuperable de su esencia.

Gurgeh vio todo aquello y fue consciente de que Nicosar también lo «veía; pero dudaba de que alguien más se hubiese percatado de ello. Eran como una pareja de enamorados dentro de una habitación convertida en un nido inmenso, encerrados a solas ante los ojos de centenares de personas que les observaban pero que no podían descifrar aquello que estaban presenciando, y que jamás podrían tener ni la más mínima idea de lo oque ocurría entre ellos.

La partida en el Tablero de la Forma llegó a su fin. Gurgeh perdió, pero había logrado mejorar considerablemente su posición y la ventaja con que Nicosar empezaría a jugar en el Tablero del Cambio estaba muy lejos de ser decisiva.

Los dos oponentes se separaron en cuanto el acto hubo terminado. El final del drama aún tenía que iniciarse. Gurgeh abandonó el salón de proa exhausto, aturdido e increíblemente feliz, y durmió dos días seguidos. La unidad le despertó.

–¿Gurgeh? ¿Estás despierto? ¿Piensas explicarte de una vez o no?

–¿De qué estás hablando?

–De ti y del juego. ¿Qué está pasando? Ni tan siquiera la nave ha conseguido comprender lo que ocurría en ese tablero.

La unidad estaba flotando sobre su rostro, una masa marrón y gris que emitía un leve zumbido. Gurgeh se frotó los ojos y parpadeó. Había amanecido hacía poco y faltaban diez días para la llegada de las llamas. Tenía la sensación de haber despertado de un sueño mucho más vivido y real que la realidad.

Bostezó y se irguió en la cama.

–Así que según tú debería explicarme, ¿eh? ¿Crees que el dolor resulta doloroso? ¿Crees que una supernova es brillante?

Gurgeh se estiró y sonrió.

–Nicosar se lo está tomando de una forma impersonal –dijo.

Saltó de la cama, fue hacia la ventana y salió al balcón. Flere-Imsaho emitió un ruidito de desaprobación y se apresuró a taparle con un albornoz.

–Oye, si vas a seguir hablando en acertijos...

–¿Qué acertijos? –Gurgeh tragó una honda bocanada del fresco aire de la mañana mientras flexionaba los brazos y los hombros–. Unidad, ¿no te parece que este viejo castillo es realmente soberbio? –preguntó apoyándose en la barandilla de piedra y volviendo a tragar aire–. Esta gente sí sabe cómo construir castillos, ¿eh?

–Supongo que sí, pero Klaff no fue construido por el Imperio. Se lo arrebataron a otra especie humanoide que tenía la costumbre de celebrar una ceremonia similar a la que celebra el Imperio cuando corona a su Emperador. Pero no intentes cambiar de tema. Te he hecho una pregunta. ¿En qué consiste ese estilo de juego? Durante los últimos días te has mostrado muy vago al respecto y te has comportado de una forma bastante extraña. Me di cuenta de que te estabas concentrando al máximo y decidí dejarte en paz, pero tanto a mí como a la nave nos gustaría mucho saber qué está ocurriendo.

–Nicosar ha adoptado el papel del Imperio, y eso condiciona su estilo de juego. No me ha quedado otra elección que convertirme en la Cultura, y por eso estoy jugando como lo hago. Es así de sencillo.

–No lo parece.

–Pero lo es. Piensa en ello como si fuese una especie de violación mutua y lo entenderás mejor.

–Jernau Gurgeh, creo que deberías expresarte con más claridad.

–Estoy... –empezó a decir Gurgeh, se calló e intentó calmarse un poco. La exasperación que sentía hizo que su frente se llenara de arrugas–. ¡No puedo expresarme más claramente, idiota! Y ahora, ¿por qué no haces algo útil y pides el desayuno!

–Sí, amo –dijo Flere-Imsaho con voz malhumorada.

La unidad desapareció dentro de la habitación. Gurgeh alzó los ojos y contempló el vacío azul del tablero celeste. Su mente ya estaba empezando a hacer planes para la partida en el Tablero del Cambio.

Durante los días que separaron la segunda partida de la tercera y última Flere-Imsaho no dejó de observar al hombre y fue viendo como su comportamiento se volvía cada vez más distraído y ausente. Apenas parecía oír nada de cuanto se le decía, y había que recordarle que necesitaba comer y dormir. En dos ocasiones le encontró sentado con los ojos clavados en la nada y el rostro contorsionado por una mueca de dolor, y la causa del dolor... Bueno, parecía increíble. La unidad llevó a cabo un examen a distancia mediante ultrasonidos y descubrió que la vejiga del hombre estaba tan llena que le faltaba poco para reventar. ¡Necesitaba que le recordaran que debía orinar! El hombre pasaba todas las horas del día con los ojos clavados en el vacío o estudiando febrilmente viejas partidas, y aunque cuando despertaba de sus cada vez más largos períodos de sueño permitía que su organismo estuviera libre de drogas durante unos minutos, las glándulas no tardaban en activarse..., y, aparentemente, no dejaban de funcionar. La unidad utilizó su Efector para captar las ondas cerebrales del hombre y descubrió que el sueño no era tal, sino una especie de ensueño lúcido y controlado. Estaba claro que sus glándulas productoras de drogas funcionaban a toda marcha prácticamente las veinticuatro horas del día, y las señales del uso intensivo de las drogas no tardaron en ser más visibles en el cuerpo de Gurgeh que en el de su oponente, cosa que nunca había ocurrido antes.

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