El jugador (48 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

–Eso es lo que me dicen todos –replicó Gurgeh. Frunció el ceño y se volvió hacia el último resplandor visible en el horizonte–. ¿Qué es eso? –preguntó–. ¿Has oído eso?

El sonido se repitió. Era un grito prolongado y quejumbroso que venía desde muy lejos, y casi desaparecía bajo el continuo susurrar del dosel formado por los arbustos cenicientos. El sonido fue subiendo de nivel en un crescendo tan lento como aterrador y acabó extinguiéndose tras lo que pareció una eternidad. Gurgeh sintió su segundo escalofrío de la noche.

–¿Qué ha sido eso? –murmuró.

La unidad se acercó al parapeto.

–¿El qué? ¿Esos gritos? –preguntó.

–¡Sí! –dijo Gurgeh.

Aguzó el oído y volvió a captar aquel sonido casi imperceptible que flotaba en las suaves y cálidas ráfagas de la brisa, el sonido que emergía ondulando de la oscuridad para deslizarse sobre las susurrantes copas de los colosales arbustos cenicientos.

–Animales –dijo Flere-Imsaho. Los últimos rayos de luz que llegaban del oeste silueteaban los contornos de su disfraz convirtiéndolo en un manchón oscuro–. Unos carnívoros de gran tamaño llamados troshaes. Tienen seis patas. Viste unos cuantos ejemplares del zoo personal del Emperador la noche del baile, ¿lo recuerdas?

Gurgeh asintió con expresión fascinada y siguió escuchando los gritos de aquellas bestias lejanas.

–¿Cómo se las arreglan para escapar a la Incandescencia?

–Los troshaes se pasan todo el Gran Mes anterior corriendo hasta llegar muy cerca del muro de llamas. Ésos a los que oyes gritar no podrían correr lo bastante deprisa para escapar ni aunque empezaran ahora mismo. Han sido capturados y encerrados en recintos de los que sólo saldrán para ser cazados. Por eso aúllan así. Saben que las llamas se acercan y quieren escapar.

Gurgeh no dijo nada. Había vuelto la cabeza en la dirección de la que llegaban los gritos casi inaudibles de aquellos animales condenados.

Flere-Imsaho esperó en silencio durante un par de minutos, pero el hombre no se movió y no le hizo ninguna pregunta más. La máquina acabó apartándose del parapeto para volver a las habitaciones de Gurgeh. Antes de cruzar el umbral que daba acceso al castillo giró sobre sí misma para contemplar al hombre que seguía inmóvil aferrando el parapeto de piedra al final del jardincito. El hombre estaba levemente encorvado con la cabeza hacia adelante, y no movía ni un músculo. Ya era noche cerrada, y unos ojos humanos no habrían podido distinguir aquella silueta que parecía una estatua.

La unidad vaciló durante unos segundos y acabó desapareciendo en el interior de la fortaleza.

 

Gurgeh pensaba que el Azad no era la clase de juego en el que se podía disfrutar de un día libre, y mucho menos de veinte. Descubrir que sí lo era fue una gran desilusión para él.

Había estudiado minuciosamente muchas partidas anteriores de Lo Tenyos Krowo y tenía muchas ganas de enfrentarse al jefe de la Inteligencia Naval. El estilo del ápice era muy interesante y mucho más vistoso –y ocasionalmente errático– que el de ningún otro jugador de primera categoría. La partida tendría que haber sido un desafío en el que Gurgeh habría disfrutado considerablemente, pero no lo fue. Fue una experiencia horrible, incómoda e ignominiosa. El corpulento y al principio bastante jovial y aparentemente despreocupado ápice cometió unos cuantos errores de principiante casi increíbles y otros que fueron resultado de movimientos realmente inspirados e incluso brillantes, pero que acabaron resultando igualmente desastrosos. Gurgeh sabía que a veces te encontrabas con adversarios cuyo estilo te daba muchos más problemas de lo que habría sido lógico esperar, y también sabía que a veces hay partidas en las que todo va mal sin importar lo mucho que te esfuerces y lo brillantes y meditados que sean tu estrategia y tus movimientos. El jefe de la Inteligencia Naval parecía estar teniendo ambos problemas a la vez. El estilo de Gurgeh podría haber sido diseñado con el único fin de poner en apuros a Krowo, y la suerte del ápice fue tan escasa que casi habría podido considerarse inexistente.

Gurgeh acabó sintiendo una auténtica simpatía hacia Krowo, quien dejó bien claro que se preocupaba mucho más por la forma en que iba a ser derrotado que por la derrota en sí. El final de la partida hizo que los dos lanzaran un sincero suspiro de alivio.

Flere-Imsaho le observó jugar durante las etapas finales de la partida. Leía cada movimiento cuando aparecía en la pantalla y lo que veía no era tanto una partida de Azad como una operación quirúrgica. Gurgeh, el jugador –el
morat
–, estaba haciendo pedazos a su adversario. Cierto, el ápice no estaba jugando muy bien, pero Gurgeh... Bueno, Gurgeh estaba jugando de una forma tan brillante como tranquila y despreocupada; y la despiadada falta de escrúpulos de su estilo también era nueva. La unidad había esperado que ocurriría algo parecido, pero aun así el verlo aparecer tan pronto y de una forma tan aparatosa le sorprendió. Flere-Imsaho fue descifrando las señales enviadas por el rostro y el cuerpo del hombre –irritación, ira, compasión, pena–, y cuando se volvió hacia la partida no encontró nada remotamente similar a esas emociones. Lo único que podía encontrar en ella era la furia precisa y ordenada de un jugador que manipulaba los tableros, las piezas, las cartas y las reglas como si fuesen los controles de una máquina omnipotente con la que estaba perfectamente familiarizado.

«Otro cambio», pensó. El hombre había sufrido una nueva alteración y se había internado un poquito más en las entrañas del juego y la sociedad. Le habían advertido de que aquello podía ocurrir. Una de las razones era que Gurgeh empleaba continuamente el eáquico. Flere-Imsaho siempre había tenido sus dudas sobre el grado de precisión con que se podía evaluar y definir la conducta humana, pero le habían informado de que si un habitante de la Cultura prescindía del marain durante un período de tiempo bastante prolongado y utilizaba otro lenguaje había muchas probabilidades de que cambiara. Actuaba de una forma distinta y empezaba a pensar en ese lenguaje, perdía la estructura interpretativa cuidadosamente equilibrada del lenguaje de la Cultura y olvidaba la sutileza de sus cambios de cadencia, tonalidad y ritmo para sustituirlo por un instrumento que casi siempre era mucho más tosco y menos preciso.

El marain era un lenguaje sintético diseñado para que su capacidad expresiva en la faceta fonética y filosófica fuese lo más amplia posible..., de hecho, todo lo amplia que el aparato vocal y el cerebro pan-humano podían tolerar. Flere-Imsaho sospechaba que el marain gozaba de un prestigio un tanto excesivo, pero las mentes que habían creado el marain eran mucho más agudas e inteligentes que la suya, y diez milenios después de su creación incluso las Mentes más superiores –las que se movían en niveles intelectuales tan irrespirables y rarificados como los últimos estratos de una atmósfera planetaria– seguían teniendo un gran concepto del lenguaje, por lo que suponía que estaba obligado a inclinarse ante su innegable superioridad. Una de las Mentes que tomó parte en su adiestramiento antes del viaje llegó al extremo de comparar el marain con el Azad. La hipérbole era realmente exagerada, pero Flere-Imsaho comprendió la parte de verdad que contenía.

El eáquico era un lenguaje corriente fruto del tiempo y la evolución repleto de presuposiciones profundamente enraizadas que sustituían la compasión por el sentimentalismo y la cooperación por la agresión. Si pasaba todas sus horas de vigilia hablándolo una personalidad comparativamente inocente y sensible como la de Gurgeh
acabaría
aceptando una parte del marco y la estructura éticas que se ocultaban detrás del lenguaje.

Y ésa era la razón de que el hombre hubiese empezado a jugar como uno de esos carnívoros cuyos gritos había estado escuchando, acechando por el tablero, montando trampas, diversiones y lugares para matar a la presa; surgiendo de la nada, persiguiendo, derribando, consumiendo, absorbiendo...

Flere-Imsaho se removió dentro de su disfraz como si se sintiera incómodo y desactivó la pantalla.

Gurgeh recibió una larga carta de Chamlis Amalk-Ney un día después de haber terminado su partida con Krowo. Se sentó en su habitación y contempló a la vieja unidad. Chamlis le mostró imágenes de Chiark mientras le iba dando las últimas noticias. La profesora Boruelal seguía en su retiro; Hafflis estaba embarazada. Olz Hap había emprendido un crucero con su primer amor, pero volvería antes de que terminara el año para seguir con sus actividades en la universidad. Chamlis continuaba trabajando en su libro de historia.

Gurgeh permaneció inmóvil escuchando y observando. Contacto había censurado la comunicación dejando en blanco aquellos fragmentos que Gurgeh supuso debían revelar que el paisaje de Chiark era Orbital y no planetario. La interferencia en su correo personal le molestó menos de lo que había imaginado.

La carta no le interesó demasiado. Todo aquello parecía tan lejano, tan irrelevante... La vieja unidad daba la impresión de ser más tozuda y chocheante que sabia o incluso afable, y las personas que se movían en la pantalla parecían blandas y estúpidas. Amalk-Ney le mostró imágenes de Ikroh, y Gurgeh descubrió que le irritaba el que la gente fuera allí de vez en cuando y se alojara en la casa durante unos días. ¿Quiénes se habían creído que eran?

Yay Meristinoux no aparecía en la carta. La joven acabó hartándose de Blask y de aquella maldita máquina llamada Preashipley, y se había marchado para proseguir su carrera como paisajista en [censurado]. Yay le enviaba sus más cariñosos recuerdos. Cuando se marchó ya había iniciado el cambio viral que acabaría convirtiéndola en un hombre.

Al final de la comunicación había una parte bastante extraña que parecía haber sido añadida después de que la señal principal hubiese quedado grabada. Las imágenes mostraban a Chamlis en el salón de Ikroh.

–Gurgeh –dijo la unidad–, esto ha llegado hoy mismo en el correo general sin remite especificado formando parte de una remesa de Circunstancias Especiales. –El punto de vista de la cámara se desplazó hasta el sitio donde si ningún intruso hubiera cambiado de sitio el mobiliario habría tenido que haber una mesa. La pantalla quedó en blanco–. Nuestro pequeño amigo –dijo Chamlis–. Totalmente desprovisto de vida. Lo he examinado y he... [censurado] llamado a su equipo de vigilancia para que echaran un vistazo por aquí. Está muerto. Es un mero envoltorio sin mente dentro; como un cuerpo humano intacto al que le hubieran extirpado el cerebro sin dejar ningún rastro de que estaba allí. Hay una pequeña cavidad en el centro donde supongo que debía encontrarse su mente.

La imagen volvió de repente y el punto de vista de la cámara se desplazó hasta quedar nuevamente centrado en Chamlis.

–Supongo que acabó accediendo a la reestructuración y que le han fabricado un cuerpo nuevo, pero sigue extrañándome que decidieran enviar el cuerpo antiguo aquí. Hazme saber qué quieres que haga con él. Escribe pronto. Espero que te encuentres bien y que tengas éxito en lo que estás haciendo, sea lo que sea. Mis más cariñosos sa...

Gurgeh desactivó la pantalla. Se puso en pie, fue hacia la ventana y contempló el patio que tenía debajo con el ceño fruncido.

Una sonrisa fue curvando lentamente las comisuras de sus labios. Dejó escapar una carcajada silenciosa, fue al intercomunicador y ordenó al sirviente que le trajera un poco de vino. Estaba llevándose la copa a los labios cuando Flere-Imsaho entró flotando por el hueco de la ventana. Volvía de otro safari entre la fauna del planeta, y el metal de sus placas estaba cubierto de polvo.

–Pareces muy satisfecho de ti mismo –dijo la unidad–. ¿Por qué estás brindando?

Gurgeh clavó los ojos en las profundidades ambarinas del vino y sonrió.

–Por los amigos ausentes –dijo, y bebió un sorbo.

La próxima partida pertenecía a la modalidad de tres jugadores. Gurgeh se enfrentaría a Yomonul Lu Rahsp, el mariscal estelar aprisionado dentro del exoesqueleto, y a Lo Frag Traff, un joven coronel. Sabía que las reglas no escritas de los juegos exigía que los dos fuesen peores jugadores que Krowo, pero el jefe de la Inteligencia Naval había hecho un papel tan pésimo –de hecho, tenía bastantes probabilidades de perder su puesto–, que le costaba mucho creer que sus dos nuevos oponentes fueran a resultar más fáciles de vencer que el contrincante al que se había enfrentado en su última partida. De hecho Gurgeh esperaba todo lo contrario. Lo natural era que los dos militares se aliaran para aniquilarle.

Nicosar jugaría contra Vechesteder, el viejo mariscal estelar, y Jhilno, el ministro de defensa.

Gurgeh consagró los días que le quedaban al estudio del juego. Flere-Imsaho seguía con sus exploraciones. Le explicó que había visto como todo un segmento del frente de llamas era extinguido por una tempestad, y que cuando volvió a visitar aquella zona dos días después descubrió que las plantas llamadas yesqueros ya estaban volviendo a inflamar la seca vegetación que cubría el suelo. La unidad dijo que le había parecido un ejemplo impresionante del papel básico que jugaba el fuego en la ecología del planeta.

La corte se divertía cazando en el bosque durante las horas de luz y con hologramas o espectáculos en directo durante la noche.

Gurgeh descubrió que las diversiones le resultaban tan predecibles como tediosas. Las únicas que lograron interesarle un poco eran los duelos –normalmente entre machos–, celebrados en pozos rodeados por apretados círculos de jugadores y funcionarios imperiales que gritaban y hacían apuestas. Lo habitual era que los duelos no se libraran a muerte. Gurgeh sospechaba que de noche el castillo acogía diversiones de una naturaleza muy distinta que resultaban inevitablemente fatales para uno de los participantes como mínimo, y que su presencia en ellas no sólo no sería bienvenida sino que se esperaba que no llegara a conocer su existencia.

Pero aquello ya había dejado de preocuparle.

Lo Frag Traff era un ápice bastante joven con una cicatriz muy aparatosa que nacía en una ceja y recorría su mejilla hasta llegar muy cerca de la boca. Tenía un estilo de juego tan rápido como feroz, y su carrera en el Ejército Estelar del Imperio había destacado por esas mismas características. Su hazaña más famosa había sido la destrucción de la Biblioteca de Urutipaig. Traff estaba al mando de un pequeño contingente de soldados en una guerra contra una especie humanoide; la guerra en el espacio había entrado en una situación de tablas, pero una combinación de gran talento militar y algo de suerte hizo que Traff se encontrara en situación de amenazar la capital enemiga desde la superficie. El enemigo pidió la paz imponiendo como condición previa al tratado que su inmensa biblioteca –conocida por todas las especies civilizadas de la Nube Menor–, permaneciera intacta. Traff sabía que si rechazaba esa condición habría más combates, por lo que dio su palabra de honor de que no se destruiría una sola letra, pixel o microarchivo, y que todo el contenido de la biblioteca permanecería donde estaba.

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