El jugador (50 page)

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Authors: Iain M. Banks

Tags: #Ciencia Ficción

–¿Está seguro de que ha utilizado un arma semejante con anterioridad? –preguntó Yomonul.

El ápice sonrió. Estaba de muy buen humor. Sólo le faltaban unas cuantas decenas de días para quedar libre del exoesqueleto, y el Emperador había dado permiso para que el régimen carcelario se suavizara hasta el final de la condena. Yomonul podía beber y comer lo que le diera la gana, y volvía a estar en condiciones de llevar una vida social.

Gurgeh asintió.

–He disparado armas –dijo.

Nunca había utilizado un arma de proyectiles, pero aún recordaba aquel día con Yay en el desierto, hacía ya varios años.

–Apuesto a que nunca has disparado contra algo vivo –dijo la unidad.

Yomonul golpeó suavemente las placas de la máquina con un pie recubierto de acero.

–Silencio, cosa –dijo.

Flere-Imsaho se fue inclinando lentamente hacia atrás hasta que su parte frontal apuntó a Gurgeh.

–¿Cosa? –dijo.

Estaba tan indignado que su voz parecía un cruce entre murmullo y graznido.

Gurgeh le guiñó un ojo y se llevó un dedo a los labios. Después intercambió una sonrisa con Yomonul.

La cacería –era el nombre que los azadianos daban a aquella diversión– dio comienzo con una fanfarria de trompetas y los aullidos lejanos de los troshaes. Una hilera de machos emergió del bosque y corrió a lo largo del embudo de madera golpeando los troncos con palos. El primer troshae no tardó en aparecer. Las sombras crearon franjas sobre sus flancos cuando entró en el claro y corrió hacia el embudo de madera. Las personas que rodeaban a Gurgeh empezaron a murmurar nerviosamente.

–Buen tamaño –dijo Yomonul en tono apreciativo.

La bestia de rayas negras y doradas movía velozmente sus seis patas avanzando por el embudo. Los chasquidos que sonaron alrededor de la plataforma de madera anunciaron que los espectadores se preparaban para disparar. Gurgeh alzó la culata de su rifle. El trípode al que estaba unido facilitaba su manejo en aquella potente gravedad, y también servía para limitar el campo de tiro; algo que Gurgeh estaba seguro debía tranquilizar bastante a los siempre vigilantes guardias personales del Emperador.

El troshae siguió corriendo por el embudo. Sus patas se movían sobre el terreno polvoriento a tal velocidad que parecían manchones borrosos. Los espectadores empezaron a disparar y la atmósfera se llenó de nubecillas de humo gris y vibró con el crujir de las detonaciones. Yomonul apuntó y disparó. Un coro de gritos rodeó a Gurgeh. Las armas callaron, pero aun así Gurgeh sintió cómo sus orejas se tensaban reduciendo las dimensiones del pabellón para amortiguar el estrépito. Disparó. El retroceso le pilló desprevenido y su proyectil debió pasar bastante por encima de la cabeza del animal.

Bajó los ojos hacia el embudo. El animal estaba gritando. Intentó saltar la valla del extremo más alejado, pero una granizada de proyectiles le hizo caer. El troshae logró avanzar unos metros más arrastrando tres patas y dejando un rastro de sangre detrás suyo. Gurgeh oyó otra detonación ahogada junto a él y la cabeza del carnívoro se desvió repentinamente a un lado. La gran bestia se derrumbó hecha un fardo. Los vítores hicieron vibrar el aire. Una puerta se abrió en la empalizada de troncos para dejar salir a unos cuantos machos que se apresuraron a retirar el cadáver. Yomonul se había puesto en pie y se inclinaba en todas direcciones agradeciendo los gritos y aplausos que elogiaban su puntería. El siguiente animal salió del bosque y empezó a correr por entre los muros de madera, y el mariscal se apresuró a sentarse con un estridente zumbido de los motores de su exoesqueleto.

El cuarto troshae fue seguido por un grupo de animales y la confusión permitió que uno de ellos lograra encaramarse sobre los troncos de la empalizada y cayera al otro lado. El animal empezó a perseguir a algunos de los machos que esperaban junto a los troncos. Un guardia situado al pie de la plataforma lo derribó con un solo disparo de su láser.

Hacia media mañana el centro del embudo estaba ocupado por un montón de cadáveres de troshaes y había un cierto peligro de que algunos animales pudieran trepar sobre los cuerpos de sus predecesores, por lo que se interrumpió la cacería el tiempo suficiente para que un grupo de machos se llevara los despojos ensangrentados y aún calientes usando ganchos, cadenas y un par de tractores. Alguien situado a la izquierda del Emperador disparó contra uno de los machos mientras estaban trabajando. Hubo algunos silbidos, y también algunos vítores proferidos por quienes ya estaban borrachos. El Emperador castigó al que había disparado imponiéndole una multa y dijo que quien le imitara se encontraría corriendo junto a los troshaes. Todo el mundo se rió.

–Gurgeh, veo que no está disparando –dijo Yomonul.

El mariscal estaba convencido de haber acabado con otros tres animales. Gurgeh empezaba a encontrar la cacería un poco estúpida, y casi había dejado de disparar. Supuso que no importaría mucho, ya que de todas formas ninguno de sus disparos anteriores había dado en el blanco.

–Parece que no soy muy bueno en esto –dijo.

–¡Necesita práctica!

Yomonul rió y le dio una palmada en la espalda. El servomecanismo amplificó la potencia del golpe dado por el sonriente Mariscal Espacial y casi dejó sin aliento a Gurgeh.

Yomonul alzó la mano para indicar que su disparo había vuelto a dar en el blanco. Lanzó un grito de júbilo y le dio una patada a Flere-Imsaho.

–¡Ve a por él!–rió.

La unidad se alzó lentamente del suelo con la máxima dignidad de que fue capaz.

–Jernau Gurgeh –dijo–, no pienso seguir aguantando esto por más tiempo. Vuelvo al castillo. ¿Te importa?

–En absoluto.

–Gracias. Que disfrutes con tus habilidades cinegéticas y tu soberbia puntería.

La unidad bajó un poco, se desplazó hacia un lado y no tardó en desaparecer detrás de los graderíos. Yomonul la tuvo en su punto de mira durante la mayor parte del trayecto.

–¿Por qué ha dejado que se fuera? –preguntó riendo.

–Estoy mejor sin ella –replicó Gurgeh.

Hicieron una pausa para almorzar. Nicosar felicitó a Yomonul por su magnífica demostración de puntería. Gurgeh pasó el almuerzo sentado junto al mariscal y cuando el palanquín de Nicosar fue llevado hasta su extremo de la mesa puso una rodilla en tierra. Yomonul replicó diciendo que el exoesqueleto le ayudaba a apuntar con más precisión. Nicosar dijo que era deseo del Emperador que el mariscal quedara liberado del artefacto después de la clausura oficial de los juegos. Nicosar lanzó una mirada de soslayo a Gurgeh, pero no dijo nada más. El palanquín anti-gravitatorio se alzó por sí solo y los guardias imperiales lo empujaron suavemente para que siguiera avanzando a lo largo de la hilera de invitados a la cacería.

Después del almuerzo todos volvieron a sus asientos para seguir con la cacería. Había otros animales que cazar y la primera parte de la corta tarde transcurrió rápidamente disparando contra ellos, pero los troshaes volvieron a aparecer pasado un rato. Hasta el momento sólo siete de los más de doscientos troshaes liberados de los recintos del bosque habían logrado recorrer todo el trayecto del embudo de madera llegando hasta el otro extremo para escapar entre los árboles, e incluso los que consiguieron huir estaban heridos y acabarían siendo atrapados por la Incandescencia.

Toda la extensión de tierra apisonada del tramo de embudo situado delante de los grádenos había quedado ennegrecida por la sangre de los troshaes. Gurgeh disparaba cada vez que los animales pasaban galopando por aquel tramo del recorrido empapado en sangre, pero alzaba el rifle lo suficiente para fallar el tiro e intentaba cerciorarse de que cada disparo suyo creaba un pequeño surtidor de polvo que brotaba delante de algún hocico mientras los troshaes heridos pasaban velozmente ante él jadeando y aullando. Descubrió que la cacería le resultaba más bien desagradable, pero no podía negar que la contagiosa excitación de los azadianos estaba empezando a tener cierto efecto sobre él. En cuanto a Yomonul, no cabía duda de que se lo estaba pasando en grande. Una hembra gigantesca emergió del bosque con sus dos crías corriendo junto a ella y el ápice se inclinó sobre la culata de su rifle.

–Tiene que practicar más, Gurgue –dijo–. ¿O es que la caza no figura entre sus deportes?

La hembra y sus cachorros corrieron hacia el embudo de madera.

–No nos gusta demasiado –admitió Gurgeh.

Yomonul lanzó un gruñido, apuntó y disparó. Uno de los cachorros cayó al suelo. La hembra se detuvo, giró sobre sí misma y fue hacia él. El otro cachorro siguió corriendo durante unos metros y lanzó un maullido ahogado al sentir el impacto de las balas.

Yomonul recargó su arma.

–Me ha sorprendido verle aquí –dijo.

La hembra acababa de recibir una bala en una de las patas traseras. Gurgeh vio cómo se apartaba del cachorro muerto lanzando un gruñido y reemprendía la carrera animando al cachorro herido con rugidos entrecortados.

–Quería demostrarles que estas cosas no me impresionan –dijo Gurgeh. Vio como el segundo cachorro alzaba la cabeza de pronto y se desplomaba a los pies de su madre–. Y he cazado...

Iba a usar la palabra «Azad», que significaba tanto máquina como animal, cualquier organismo o sistema, y se volvió hacia Yomonul sonriendo levemente para decírselo, pero cuando sus ojos se posaron en el ápice se dio cuenta de que algo iba mal.

Yomonul estaba temblando. Permaneció inmóvil durante unos momentos apretando el arma con las manos y giró sobre su asiento hasta quedar de cara a Gurgeh. El rostro del mariscal se convulsionaba espasmódicamente dentro de su jaula metálica, tenía la piel blanca y cubierta de sudor y los ojos casi se le salían de las órbitas.

Gurgeh extendió el brazo y puso la mano sobre una de las varillas que rodeaban el antebrazo del Mariscal Estelar en un gesto instintivo cuya finalidad era ofrecerle algún punto de apoyo.

Fue como si algo se rompiera dentro del ápice. El arma de Yomonul trazó un arco tan violento que se desprendió del trípode que la sostenía. El grueso silenciador apuntó directamente a la frente de Gurgeh. Gurgeh tuvo una impresión tan fugaz como vivida del rostro de Yomonul. La mandíbula estaba muy tensa, la sangre goteaba por su mentón, los ojos no parecían capaces de ver nada y un tic hacía temblar salvajemente todo un lado de su cara. Gurgeh se agachó. El arma se disparó lanzando el proyectil por encima de su cabeza. Gurgeh cayó de su asiento y rodó sobre sí mismo dejando atrás el trípode de su arma mientras oía un grito de dolor.

Recibió una patada en la espalda antes de que pudiera levantarse. Giró sobre sí mismo para ver a Yomonul alzándose sobre él oscilando locamente a un lado y a otro contra el telón de fondo creado por los rostros pálidos y confusos que tenía detrás. El mariscal estaba luchando con el pasador del arma e intentaba recargarla. Uno de sus pies volvió a salir disparado hacia adelante y chocó con las costillas de Gurgeh, quien se echó hacia atrás intentando absorber el golpe y cayó de la plataforma.

Vio tablones de madera y arbustos cenicientos que giraban a toda velocidad, y un instante después su cuerpo chocó con uno de los machos encargados de llevarse los animales muertos. Los dos cayeron al suelo y el impacto les dejó sin aliento. Gurgeh alzó los ojos y vio a Yomonul de pie sobre la plataforma levantando el rifle y apuntándole con él. Los rayos de sol hacían brillar el metal grisáceo del exoesqueleto. Dos ápices aparecieron detrás de Yomonul y extendieron los brazos para inmovilizarle. Yomonul hizo girar los brazos sin ni tan siquiera mirar hacia atrás. Una mano se estrelló contra el pecho de un ápice y el rifle se incrustó en el rostro del otro. Los dos se derrumbaron. Los brazos envueltos en varillas de acero se movieron increíblemente deprisa volviendo a su posición original y Yomonul alzó una vez más el arma para apuntar a Gurgeh.

Gurgeh ya estaba en pie y saltando hacia adelante para esquivar el proyectil. El disparo dio en el aún aturdido macho que había estado yaciendo debajo de él. Gurgeh corrió tambaleándose hacia las puertas de madera que daban acceso a la zona situada debajo de los grádenos. Yomonul bajó de un salto y aterrizó entre Gurgeh y las puertas. Los espectadores no paraban de gritar. El Mariscal Estelar recargó su arma un segundo antes de que sus pies tocaran el suelo, y su exoesqueleto absorbió sin ninguna dificultad la sacudida del impacto. Gurgeh giró sobre sí mismo tan deprisa que estuvo a punto de caer y sintió como las plantas de sus pies patinaban sobre la tierra empapada de sangre.

Echó a correr hacia el espacio que había entre la empalizada de troncos y el final de los graderíos. Un guardia uniformado que llevaba un arma de radiación se interpuso en su camino y alzó los ojos hacia la plataforma como si no supiera qué hacer. Gurgeh siguió corriendo hacia él y se agachó. El guardia extendió una mano y se dispuso a sacar el láser de la funda que colgaba de su hombro. Gurgeh aún se encontraba a un par de metros de él. Una expresión de sorpresa casi cómica se apoderó de su rostro de rasgos achatados, y un instante después Gurgeh vio como todo un lado de su pecho desaparecía en una explosión de sangre, tela y carne. El impacto del proyectil hizo que girara sobre sí mismo y le colocó en el camino de Gurgeh. El guardia cayó al suelo arrastrándole consigo.

Gurgeh volvió a rodar sobre sí mismo, logró pasar sobre el cadáver del guardia y quedó medio sentado. Yomonul estaba a diez metros de distancia y corría torpemente hacia él mientras recargaba su arma. El láser del guardia estaba junto a los pies de Gurgeh. Alargó la mano, lo cogió, alzó el cañón del arma hacia Yomonul y disparó.

El Mariscal Estelar se había agachado, pero Gurgeh llevaba toda una mañana disparando el rifle de proyectiles y se había acostumbrado a tomar en consideración el potente retroceso del arma. El haz del láser dio en el rostro de Yomonul y la cabeza del ápice quedó hecha añicos.

Yomonul no sólo no se detuvo, sino que ni tan siquiera redujo la velocidad. La silueta siguió corriendo incluso más rápido que antes. El cuello lanzaba chorros de sangre que se esparcían sobre la jaula ahora casi vacía que había contenido la cabeza, y las tiras de carne y los fragmentos de hueso visibles entre los barrotes metálicos ondulaban como si fuesen un horrendo conjunto de estandartes. El exoesqueleto se lanzó sobre él moviéndose mucho más deprisa y con menos vacilaciones que antes.

Alzó el rifle y el cañón apuntó a la cabeza de Gurgeh.

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