El legado de la Espada Arcana (18 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickman

Tags: #Fantástico

Otro catalista en la multitud...

Saryon me dio un golpecito con la huesuda rodilla por debajo de la mesa, y regresé a la realidad con un sobresalto, encontrándome con que Gwen y Eliza se sentaban ya a la mesa; la joven se sentó justo delante de Saryon y Gwen frente a su esposo. Mientras las mujeres se acomodaban, Joram se puso de pie en señal de respeto. Mi señor y yo hicimos lo mismo.

Volvimos todos a sentarnos.

—Padre —dijo Joram—, ¿por qué no pronunciáis una plegaria?

Saryon se quedó perplejo, y con toda razón, pues en el pasado nuestro anfitrión no había sido religioso. A decir verdad, en cierta ocasión se había sentido resentido contra Almin, a quien culpaba de las trágicas circunstancias de su vida, cuando en realidad la culpa debiera haber recaído sobre la codicia y la malvada ambición de los hombres.

Inclinamos la cabeza. Creo haber escuchado una risita burlona, que surgía de las proximidades del lugar ocupado por Teddy, pero nadie más pareció oír nada, de modo que no lo mencioné.

—Almin —rezó Saryon—, bendícenos y presérvanos en estos tiempos sombríos y difíciles. Ayúdanos a trabajar unidos para derrotar a este temido enemigo, que intenta destruir y mancillar la gloria de Vuestra creación. Amén.

Eliza y Gwen murmuraron «Amén» como respuesta. Yo también lo dije, en silencio. Joram no pronunció una palabra; levantó la cabeza, y dirigió una mirada sombría a Saryon que, de haberla visto, podría haberle partido el corazón. Por suerte no se dio cuenta, pues estaba mirando a Eliza, que se sentaba frente a él.

—Te pareces mucho a tu abuela, querida —le dijo Saryon—. La Emperatriz de Merilon. Era tenida por la mujer más bella de Thimhallan. Y desde luego era una de ellas. —Volvió la dulce mirada hacia Gwen—. La otra, claro está, era tu madre.

Tanto Gwendolyn como su hija se ruborizaron ante el halago y Eliza pidió al catalista que le contara todo lo que supiera sobre la Emperatriz, su abuela.

—Papá no habla nunca de los viejos tiempos —dijo la muchacha—. Dice que han desaparecido y que es inútil pensar en ellos. Yo he leído sobre Merilon y todo lo demás en los libros, pero no es lo mismo. Mi madre me ha contado algunas cosas, pero no mucho...

—¿Te ha contado cómo nos salvó de los
Duuk-tsarith
la primera vez que llegamos a Merilon? —preguntó mi señor.

—¿Lo hiciste, mamá? ¿Me contarás la historia?

Gwen sonrió, pero también ella había visto la mirada que su esposo había dirigido a Saryon. Dijo algo sobre que era muy mala narradora y que se lo dejaría al buen clérigo. Mi señor se embarcó en la narración, y Eliza escuchó con embelesada atención, mientras su madre clavaba la mirada en el plato y a duras penas conseguía dar la impresión de comer algo. Joram devoró su cena en silencio, sin mirar a ningún sitio y a todos.

—Simkin se transformó en un tulipán —decía Saryon, llevando el relato a su fin—. ¡Se plantó en el ramo que tu madre llevaba y la exhortó a decir a los guardas de las puertas de la ciudad que mis jóvenes amigos y yo éramos todos invitados de su padre! Y así fue como nos dejaron entrar en Merilon sin problemas, cuando en realidad éramos fugitivos de la ley. Tu madre dijo una mentira, claro, pero creo que Almin la perdonó, pues lo hizo por amor.

Saryon sonrió bondadoso y señaló a Joram con un movimiento de cabeza. Gwendolyn levantó la cabeza y miró a su esposo, que le devolvió la sonrisa y de nuevo vi cómo la oscuridad, que parecía cernerse perpetuamente sobre él, se disipaba. El amor que se había encendido aquel día seguía ardiendo, su calor nos envolvió y bendijo.

—¡Mamá! ¡Fuiste una heroína! Qué romántico. Pero contadme más cosas sobre este Simkin —pidió Eliza, entre risas.

Al oír esto, mi señor adoptó una expresión de desconcierto. Por mi parte, dirigí sin querer la mirada hacia el oso, que parecía estremecerse de nerviosismo y de risa contenida. Saryon abrió la boca. No estoy seguro de lo que habría contestado, pero en ese momento Joram, con mirada hosca, apartó el plato y se puso de pie.

—Ya hemos escuchado suficientes historias por hoy. Vinisteis aquí por un motivo, o eso es lo que tengo entendido, Padre. Venid a la sala de descanso y contádnoslo. Deja los platos, Gwen —añadió—. El Padre Saryon tiene cosas importantes que hacer en la Tierra. No queremos prolongar su visita innecesariamente. Vos y Reuven seréis nuestros invitados esta noche, claro está.

—Gracias —respondió Saryon con voz débil.

—Sólo tardaremos un momento en limpiar la mesa, Joram —indicó Gwendolyn con voz nerviosa—. Tú y el Padre Saryon entrad en la sala. Eliza y Reuven y yo nos...

Sus manos heladas y temblorosas dejaron caer un plato, que se estrelló contra el suelo de piedra y se hizo añicos.

Todos nos levantamos y lo contemplamos en desdichado silencio.

Todos los presentes en aquella habitación comprendieron su espantoso augurio.

13

La espada yacía a los pies de Saryon como un cadáver, como la personificación del pecado cometido por el catalista.

La Forja

Eliza trajo una escoba y barrió los restos del plato.

—Reuven y yo nos ocuparemos de los platos, mamá —dijo la muchacha en voz baja—. Quédate con papá.

Gwendolyn no respondió, pero asintió, y yendo hacia Joram, lo rodeó con el brazo y apoyó la cabeza sobre su pecho. Él la abrazó con fuerza, inclinó la oscura cabeza sobre sus dorados cabellos y la besó con dulzura.

Limpié la mesa y llevé los platos a la cocina. Eliza arrojó los trozos del plato roto al cubo de la basura y llenó una tina con agua caliente de una tetera que había estado hirviendo en el hogar. No me miró ni una sola vez, manteniendo los ojos fijos en su tarea.

Imaginé lo que sentía: culpa, remordimiento. La hija de Próspero deseaba ver este nuevo y espléndido mundo. Estaba segura en su interior de que era éste el motivo por el que habíamos venido... para llevárnosla de vuelta con nosotros. Ella quería ir, ver las maravillas sobre las que únicamente había podido leer; pero al mismo tiempo comprendía, quizá por vez primera, en qué modo su marcha apenaría a sus padres. Jamás los dejaría.

No tendrá que hacerlo, me dije. Ellos la acompañarán. Aquella noción me dio ánimos.

Joram se aseguró de que Saryon estaba instalado cómodamente cerca del fuego, luego se sentó en el que debía de ser su sillón de siempre. Gwendolyn se acomodó en un sillón junto al de Joram, lo bastante cerca como para poder cogerse las manos.

Sobre las mesas situadas junto a cada sillón había varios libros y, cerca del asiento de Gwen, un cesto con ovillos de hilaza, agujas de media talladas a mano, y otro cesto con la ropa por zurcir. La fuerza de la costumbre le hizo alargar el brazo hacia uno de ellos, pero cuando el cesto estuvo en su regazo miró la mujer al Padre Saryon, y con un suspiro, volvió a dejar su labor y juntó las manos con fuerza.

Nadie dijo una palabra; era como si fuéramos un grupo de mudos, excepto que en ese caso el silencio habría vibrado, con pensamientos volando de uno al otro, rostros vivaces, ojos brillantes y conversaciones mediante el lenguaje mímico. Cada uno de los ocupantes de aquella habitación se cobijaba tras un muro... un muro de tiempo y distancia, de temor y desconfianza y, en el caso de mi señor, un profundo dolor.

Una vez acabamos con los platos, nos reunimos con ellos. Eliza encendió las velas. Yo eché otro tronco al fuego. Eliza se dirigió a su sillón, cerca de una mesa repleta de libros y otro cesto de costura. Puesto que no había más asientos, cogí una silla de la cocina y la puse cerca de mi señor.

Joram contemplaba a Saryon con lúgubre expectación, las negras cejas unidas en una gruesa línea recta sobre los ojos, la expresión severa e inexpugnable, una sólida pared de roca que retaba al catalista a arrojarse contra ella.

Saryon había sabido que no sería fácil. Pero no creo que imaginara que pudiera ser tan duro. Aspiró con fuerza, pero antes de que pudiera decir nada, Joram se lo impidió.

—Quiero que llevéis un mensaje al príncipe Garald, Padre —manifestó Joram de improviso—. Decidle que sus órdenes han sido ignoradas, la ley violada. A mi familia y a mí nos tenían que haber dejado solos y en paz en este mundo. Esa paz ha sido alterada por un hombre llamado Smythe, que vino en busca de la Espada Arcana. Se atrevió a amenazar a mi familia, y yo lo arrojé fuera de aquí con la orden expresa de que no regresara jamás. Si regresa, no me hago responsable de lo que pueda suceder. Eso también sirve para cualquiera que busque la Espada Arcana.

Quedaba bien claro que la declaración también nos incluía a nosotros y eso no facilitaba la tarea de mi señor.

—Para empezar, no se me ocurre por qué vinieron —continuó Joram—. La Espada Arcana quedó destruida cuando el mundo se hizo pedazos. Pierden el tiempo buscando algo que ya no existe.

No mentía, no del todo. Era cierto, la Espada Arcana original había sido destruida. Pero ¿qué pasaba con la nueva, la que había forjado él recientemente? ¿Existía en realidad? A lo mejor los
Duuk-tsarith
se equivocaban. Saryon no osó preguntar. Hacerlo sería admitir que a Joram lo espiaban y eso lo enfurecería.

Mi señor mostraba la expresión de alguien que se dispone a nadar en un lago de aguas heladas, y que sabe que entrar en el agua poco a poco no hará más que prolongar la agonía y por lo tanto se arroja de cabeza en él.

—Joram, Gwendolyn —la mirada llena de compasión de Saryon los incluyó a ambos—, lo que me trae aquí no tiene que ver con la Espada Arcana. Estoy aquí para llevaros a ti y a tu familia de vuelta a la Tierra, donde estaréis a salvo.

—Estamos a salvo aquí —respondió él con severidad, frunciendo el entrecejo—, ¡o lo estaríamos si Garald mantuviera su palabra e hiciera respetar su ley! ¿O es que acaso también él quiere la Espada Arcana? Es eso, ¿no es verdad? —Saltó de la silla, y se puso ante nosotros con gesto amenazador—. ¿Es por eso por lo que habéis venido, Padre?

Desde luego, en ese momento comprendí que los informes estaban en lo cierto. Joram había forjado otra espada; casi podía decirse que lo acababa de admitir.

Saryon se puso en pie para mirarlo a los ojos. Sus mejillas estaban encendidas, su voz temblaba, pero no de debilidad sino de rabia.

—No estoy aquí por la espada, Joram. Ya lo he dicho. Sabes... o al menos deberías saber... que yo no te mentiría.

Gwendolyn estaba también de pie, con las manos sobre el brazo de su esposo.

—¡Joram, por favor! —suplicó con suavidad—. No sabes lo que dices. ¡Es el Padre Saryon!

La furia de nuestro anfitrión se apaciguó. Tuvo la elegancia de mostrarse avergonzado de sí mismo y de disculparse; pero la disculpa fue breve y fría. Regresó a su asiento. Gwen no regresó al suyo, sino que permaneció en pie detrás de Joram, su presencia fuerte y sustentadora, defendiéndolo a pesar de que era él quien había estado equivocado.

Eliza parecía preocupada, confusa y algo asustada. No era eso lo que había esperado.

Saryon se recostó en su asiento, luego miró a Joram con dulzura y pesar.

—Hijo mío, ¿crees que esto es fácil para mí? Contemplo la vida que has creado para ti y tu familia. Veo que es pacífica y tranquila. Y soy quien te dice que debe terminar. Ojalá pudiera decirte que es posible recuperar tal paz allá en la Tierra, pero eso no lo puedo prometer. Quién sabe si cualquiera de nosotros encontrará paz cuando regresemos, o si no nos veremos todos abocados a una guerra terrible.

«Smythe te habló de los hch'nyv, los extraterrestres que han admitido tener un único propósito y ése es destruir a la raza humana. No tienen ningún interés en negociar, se niegan a establecer cualquier contacto con nosotros. Han asesinado a todos los que hemos enviado a negociar con ellos con la esperanza de alcanzar una tregua. Se nos echan encima. Nuestras fuerzas militares se han retirado, para poder efectuar una última resistencia en la Tierra. Este puesto avanzado es el último que va a ser evacuado.

»Ni siquiera puedo prometer que estaréis a salvo en la Tierra —admitió Saryon—. No puedo prometer que lo esté ninguno de nosotros. Pero al menos allí tendréis la protección de las fuerzas combinadas de la Tierra. Aquí, tú, Gwen y Eliza estaríais a merced de los invasores. Y, por lo que hemos visto, no conocen la misericordia.

—Y si tenéis la Espada Arcana... —empezó Joram, con una mueca crispada.

Saryon negaba ya con la cabeza.

Joram corrigió su afirmación, aunque la mueca de sus labios se acentuó y su voz sonó amarga e irónica.

—Si
alguien
tiene la Espada Arcana, entonces
alguien
podría usarla para detener a esos malvados extraterrestres y salvar al mundo. ¿Seguís todavía intentando redimiros, Padre?

—No me crees. —Saryon le miró entristecido—. Crees que te miento. Lo siento, hijo mío. Lo siento mucho.

—Joram —musitó Gwen a modo de suave censura, poniendo su mano sobre el hombro de él.

Su esposo suspiró. Levantó la mano, le cogió la suya y apoyó la mejilla contra ella. La mantuvo bien sujeta mientras hablaba.

—No digo que mintáis, Padre —repuso en tono más afable—. Digo que os han engañado. Siempre habéis sido crédulo —añadió, y la amarga sonrisa se convirtió en otra afectuosa—. Sois demasiado bueno para este mundo, Padre. Demasiado bueno. La gente se aprovecha de vos.

—No creo ser mejor que los demás —contestó él, hablando despacio, muy serio, las palabras adquiriendo fuerza a medida que proseguía—, pero siempre he intentado hacer lo que creía que era correcto. Eso no significa que sea débil, Joram, que sea un tonto, aunque tú siempre has equiparado la bondad con la debilidad. Insinúas que los extraterrestres no existen. ¡Yo he visto los informes, Joram! ¡He visto las fotografías de las naves atacando y destruyendo nuestras colonias! He leído los testimonios de las terribles carnicerías, las matanzas insensatas.

»No, no he visto a los extraterrestres con mis propios ojos. Pocos lo han hecho y han vivido para contarlo. Pero he visto la ansiedad, la preocupación, el miedo en los ojos del general Boris y del rey Garald. Están asustados, Joram. Temen por ti, temen por todos nosotros. ¿Qué crees que es todo esto... una complicada broma? ¿Con qué propósito? ¿Para conseguir que entregues la Espada Arcana? ¿Cómo puede ser eso posible, cuándo tú mismo afirmas que fue destruida?

Él no respondió.

—Hijo —volvió a suspirar Saryon—, seré honrado contigo. No te ocultaré nada, aunque lo que tengo que decir te enojará y con razón. Ellos saben que has forjado una nueva Espada Arcana. Los
Duuk-tsarith
te han estado vigilando... ¡sólo para protegerte, Joram! ¡Sólo para protegerte de Smythe y sus socios! Eso es lo que los
Duuk-tsarith
afirman, y yo... yo les creo.

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