El legado del valle (20 page)

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Authors: Jordi Badia & Luisjo Gómez

Tags: #Intriga, Histórica

—¡Increíble! —exclamó.

—¿Ves como puede haber mucho más? Pero no se queda todo en eso, maldita sea: junto al pergamino encontré un matojo, sucio y seco, que resultó ser una flor de Jericó.

—¿Y eso?

Enfrascados en una tertulia amorosa, le expliqué la leyenda de la flor de Jericó y todo el resto de lo que me había sucedido desde la muerte de mi tía.

Admito que compartir mis inquietudes con Berta relajó en mí tanta tensión acumulada, aunque me desconcertaban sus reacciones. En ocasiones se apasionaba por lo que le exponía; en otras, se mostraba evasiva y minusvaloraba, agitada y nerviosa, los sucesos. Relativizaba su dimensión, deseosa de que nada volviera a interponerse entre nosotros y estropease de nuevo nuestra relación.

Aparentaba no entender que todos esos acontecimientos estaban encadenados en un único hecho. Un todo singular que trazaba ante nosotros un solo camino por recorrer.

—Noviembre del año 2000: la UNESCO declara el Valle de Boí Patrimonio de la Humanidad por su valiosa concentración de arte románico.

Poco después de salir de Barcelona empezó la disertación sobre su tesis doctoral. ¿Cómo había podido caer en el error de proponerle tal sufrimiento?, pensé mientras mi mano jugueteaba con el viento y la velocidad al iniciar el trayecto.

—Relacioné la noticia contigo, con nuestro pasado… No pude evitarlo. Me interesó el tema hasta convertirse en algo obsesivo, porque a cada paso aparecían más y más cuestiones por resolver. Tantas que basé mi tesis doctoral en el Valle de Boí.

—Apuesto a que me la contarás —ironicé.

—Cierto; ése era el pacto, ¿no? —replicó satisfecha—. ¿Cómo puede explicarse que en un lugar remoto, de orografía casi infranqueable, de clima extremo, con los míseros medios disponibles en la Edad Media, florecieran tales muestras de arte? Penurias, epidemias y muchas otras dificultades hacían que existiera una sola prioridad: sobrevivir un día más. En ese escenario, en plena época feudal, ¿cómo fue posible que en un área de unos pocos kilómetros cuadrados se concentraran tantas expresiones artísticas de primer nivel mundial? Más de doce iglesias, ermitas erigidas en lo alto de las cimas, murales de valor extraordinario…

—Eso sin mencionar mi pergamino —tercié zumbón.

Ella prosiguió indolente:

—¿Dónde se encontraba el atractivo para llevar a los mejores artistas a un valle tan inhóspito?

—Bueno, supongo que los habría por todas partes. Hay muchas zonas donde dejaron huella. No sólo en Boí —precisé.

—A primera vista así parece, pero ningún otro lugar alcanza el nivel del Valle de Boí. No en vano fue declarado Patrimonio de la Humanidad.

—¿Entonces?

—La versión oficial sostiene que el señorío de Erill, en sus batallas contra los sarracenos, consiguió cuantiosos botines que luego invirtió en el impulso del Valle, de la mano de los clérigos, con quienes tenía estrechos lazos de colaboración. Eso es cierto, pero muy simple; responde a una parte, porque por sí solo no explica la grandeza del Valle. Lo mismo ocurrió, como muy bien dices, en muchas otras zonas del Pirineo, pero en ninguna como en el Valle de Boí se produjo un progreso social y cultural tan elevado.

—¿Y bien? —pregunté interesado.

—El Valle fue mucho más que lo que vemos diez siglos más tarde: lugar de paso por su cercanía a zonas fronterizas, refugio de exiliados, residencia para doctos personajes, para los mejores artistas y arquitectos, morada de viajeros, monasterio de clérigos, hospital para enfermos, escuela… Era económicamente autosuficiente y avanzado a su época en lo sociocultural. Se transformó en una zona de alto atractivo.

Se hizo un breve silencio.

—¿Y no te preguntas por qué? —inquirió, lo que me desconcertó un tanto.

—No sé, Berta. A lo mejor iban a esquiar.

—Qué tonto eres —dijo con cariño.

—¿Qué quieres que te diga? A mí me contaron que el Valle fue refugio para gentes de otros condados que huían del avance musulmán. Con ellos, supongo que llegarían riquezas y prosperidad.

—Correcto, pero ¿por qué escogieron Boí como protección? ¿Por qué no otros territorios? Dime: ¿por qué Boí? Ahí está la cuestión.

—¿Y tu respuesta?

—Sencilla, aunque quizás incómoda —contestó Berta con evidente satisfacción—. Todo ello fue gracias a haber convertido el Valle en una fortificación gigante, un territorio militarmente invulnerable durante más de tres siglos, pretendido incluso por condados vecinos que fracasaron en sus reiterados intentos de conquista.

Sonreí.

—Algo así como la aldea de Astérix, ¿no?

—Exacto, pero sin el brebaje del druida. —Berta prosiguió con locuaz apasionamiento—: Todo lo mejor recalaba allí para resguardarse de los peligros que acechaban en otras latitudes. Todo, absolutamente todo, fue consecuencia del enorme poderío militar del Valle, algo silenciado en la historia.

—Poderío militar.

—Sí, Arnau. Ahí está el origen. El arte no se despliega con esta magnificencia por sí solo. Debemos hacer justicia y mostrar agradecimiento al umbral del Valle, al señorío de Erill, a su cultura castrense, a su capacidad como estrategas. Se lo debemos a su ejército, compuesto por los mejores guerreros y caballeros, muchos de ellos procedentes del Reino de Francia. Supieron aprovechar la orografía del Valle para convertirlo en una auténtica fortaleza de cien kilómetros cuadrados, inexpugnable durante casi cuatrocientos años.

Ante mi silencio, no tardó en continuar:

—Tiempo suficiente como para generar un elevado nivel de bienestar y prosperidad, muy superior al de otras zonas. Ello atrajo a las mayores fortunas, a los mejores pensadores y a una destacada representación de la Iglesia. Un valle avanzado incluso en lo social, en el que los plebeyos gozaban de ciertas licencias y libertades: tenían incluso acceso a algunas esferas de gobierno. Algo insólito en la Edad Media.

—A ver si lo entiendo: ¿relacionas el fulgor cultural del Valle, y en concreto el románico, con la hipótesis de que fue una potencia militar?

—Así es, se trata de algo así como lo del huevo o la gallina, querido. ¿Qué sería lo primero? ¿Cómo demostrar que hubo allí un baluarte militar de primer orden? ¿Y que su poderío sedujo a la cultura? Porque apenas hay información al respecto…

—Y me parece evidente que tú crees que lo primero fue lo militar.

—Sí; y tras ello vino el románico que a todos nos enamora. Pero nadie se atreve a decir que, sin la fuerza, poco arte habría en el Valle. —Tras unos instantes inspiró aire y concretó—: Todo empezaría a principios del siglo x. En esos momentos, el Valle se encontraba entre tres territorios en conflicto: el Reino de Navarra, el Reino de Francia y el Califato de Córdoba, cuyas incontenibles conquistas se extendían más allá de Lleida. El avance musulmán se frenó precisamente en el condado de Ribagorza, pero dejó su estela en muchos lugares cuyos nombres nos lo recuerdan: Alfarrás, Albatàrrec, Alpicat, Alamús, Almenar… Pasaremos por algunos de estos pueblos.

Asentí.

—Bernat-Unifred, descendiente de Carlomagno, recibió órdenes para liberar de la morisma el sur de los Pirineos. Poco a poco se convertiría en el mayor exponente de la reconquista de los territorios norteños. Según la leyenda, tenía el brazo de hierro pero el corazón leal.

—Eso me gusta —interrumpí.

Berta no se detuvo.

—En el año 916, tras una sangrienta batalla, Bernat recuperó el condado de Ribagorza otorgado por su padre Ramón I. Fue en esa acometida en la que arrebató un tesoro de incalculable valor a Muhammad Al-Tawil.

—En el que se encontraría mi pergamino —insistí burlón.

—¡Olvídate del pergamino! Aquí surge otra pregunta clave: ¿qué hacía un musulmán con tal fortuna cerca de los Pirineos?

—No sé.

—Eran botines de guerra. ¡Riquezas de los compatriotas de Bernat, de otros condados cristianos!

—Los devolvería, espero.

—No. No tenía por qué hacerlo. A pesar de que se lo solicitaron sus antiguos propietarios, los derechos sobre los botines de guerra estaban muy claros. Desde aquel momento, Bernat sufriría el acoso de cuantos deseaban hacerse con el tesoro: sus propietarios originales, los ejércitos musulmanes, e incluso bandidos. Se cree que el tesoro jamás salió a la luz, y hoy en día se mantiene su leyenda viva.

—¿Más leyendas?

—Sí, Arnau. Los Pirineos están llenos de ellas. Se dice que el tesoro permanece aún enterrado en algún lugar del Valle.

Los kilómetros se sucedían en medio de una charla que, si había previsto pesada, a cada palabra se me hacía más amena.

Pero sólo con cultura no podía contentar a mi estómago.

—¿Quieres tomar algo? —pregunté al ver la cercanía de una estación de servicio.

—Sí, perfecto —asintió sin ánimo de finalizar su alocución—. Ahí es donde Bernat demostró ser un gran estratega: supo canalizar con inteligencia los botines de guerra requisados. Consciente de no estar preparado aún para protegerlos, los ocultó en el monasterio de Ovarra, tras colaborar en su reconstrucción y prometer protección a sus monjes. Ellos transcribieron e inmortalizaron su leyenda. Luego buscó el mejor lugar de su condado donde erigir una fortaleza, lo que apuntó inevitablemente al Valle de Boí.

—Sigo sin entender por qué Boí —insistí entre sorbos de café con leche.

—Ya te lo he dicho: por su orografía. No resultaba fácil llegar hasta Erill, Boí, y mucho menos a Taüll, donde se ubicó lo más valioso. Había que remontar el río, superar collados angostos… Pude demostrar que se trazó un ingenioso sistema de comunicaciones que, a modo de zigzag entre las montañas, permitía que, en pocos minutos, los pueblos más elevados del Valle supieran de cualquier incursión hostil con más de cinco horas de margen, desde que el primer pueblo del Valle, Castillo de Tor, lanzara la alerta.

—Ya…

—Puestos de vigilancia desde donde ondeaban banderas y estandartes de distintos colores, y se hacían resonar cuernos cuyo eco recorría todo el Valle; además de grandes hogueras, en las cimas de las montañas, allí donde tuvieran mayor visibilidad.

—Te refieres a los faros.

—Sí, así llamaban a esas enormes fogatas. Gracias a esos distintos puntos de emisión y recepción de señales, todas las poblaciones del Valle quedaban advertidas de cualquier acontecimiento, desde fenómenos naturales como avenidas o granizadas, hasta incursiones de invasores o llamadas a la movilización, pasando por sucesos sociales o religiosos.

Sonó un zumbido.

—Abróchate el cinturón de seguridad —le indiqué.

Cualquier excusa era buena para retomar su tema.

—Seguridad es lo que persiguió Bernat; y lo consiguió. Su hijo, el conde Ramón II de Erill, reforzó más aún las alianzas con la Iglesia, bajo múltiples donaciones, tras las que, a cambio, recibiría cultura, básica para el desarrollo del Valle.

—Pactaron con la Iglesia, con Roma.

—No del todo. Más bien con las jerarquías eclesiásticas de la zona, con quienes había incluso ciertos lazos de sangre.

—Pero, a fin de cuentas, unos darían bienes y protección, y otros, sabiduría y bienestar.

—Exacto… fueron muchos los donativos: el monasterio de Lavaix, hoy sumergido por el embalse de Les Escales, al que incluso el señorío de Erill brindó salvaguardia, al erigir una torre defensiva en la cima de un monte colindante. Se les regalaron también las villas de Silvi, Vilarecons, Ruipedrós… el castillo de Cardet, y hasta el lago d'Es Monges, que a ello debe su nombre: un estanque al pie del pico Montardo, algo muy bien valorado, pues garantizaba suficiente pescado en las épocas en que, por exigencias de la fe, debían guardar abstinencia de carne. Hoy riega el embalse de Cavallers, cuyo nombre quizás honra a aquellos que lucharon por el Valle.

—Quedarían contentos los curas —frivolicé.

—Cierto. Tanto que, en el año 960, agradecidos, devolvieron a Ramón II el tesoro que años atrás les había confiado su padre. Ése fue otro punto de inflexión determinante.

—Esos monjes… ¡Demasiado buenos!

—Quizá fue un pacto, porque con ello se contrató a los mejores arquitectos y pintores lombardos para construir y decorar iglesias y ermitas. Así comenzaría el esplendor cultural del Valle. Los templos se levantaron junto a los castillos, con fastuosos campanarios que cumplían una doble función: la devota, pero también la militar, como puestos de vigilancia; las ermitas también desempeñaban esa dualidad, erigidas en lo alto, muchas de ellas junto a faros, construidas casi siempre alineadas hacia el este.

—¿Y dónde crees que estaría entonces mi pergamino?

—Haré como si no te hubiera oído —replicó Berta con expresión adusta—. Era tanto el atractivo que llegó gente de distintos orígenes y el valle se hizo intercultural. Además de vascos, sus primeros pobladores, convivían en armonía catalanes, francos, aragoneses y hasta musulmanes sin ansias de conquista.

—¿Musulmanes también? ¿Coexistían distintas religiones? —pregunté, tratando de mostrar una actitud cabal.

—Sí, sostengo que así debió de ser. Es probable que coexistieran en paz y concordia agnósticos, católicos, musulmanes, incluso cristianos gnósticos, sin que ello desdibujara el profundo sentimiento católico del Valle.

—¿Cátaros también?

—Es posible. Sé en lo que piensas. Sí, unos siglos más tarde podría haber sido posible. Su centro neurálgico estaba próximo.

—El caso es que el Valle entró en una etapa floreciente, de la mano de militares y clérigos.

—Pero en esa época, ¿cómo podía la Iglesia de Roma tolerar esa convivencia interreligiosa? Más allá del Valle luchaban contra esa gente.

—También en eso el Valle fue distinto. Sus clérigos quizás eran más cercanos al señorío de Erill que a sus jurisdicciones superiores, y aprovecharon las constantes disputas territoriales de los obispados de Urgell y de Roda-Barbastro para gozar de amplia autonomía.

La carretera serpenteaba bajo continuos túneles, junto al embalse de Les Escales, donde los motores de las lanchas resonaban entre las paredes rocosas y, tras su estela, los esquiadores acuáticos surcaban las aguas.

—Los monjes —prosiguió Berta—, quizás influidos por esa multiculturalidad, vivían y practicaban la religión de una manera particular, alejada del talante de sus superiores. Se mostraban cercanos al pueblo, defensores del lema
ora et labora
. Asumían un amplio abanico de funciones: urbanísticas, sanitarias, pedagógicas, de organización económica, sociopolítica… Como los militares, fueron determinantes. Supieron simultanear la proclamación de la palabra de Dios con un arduo trabajo de base social. Allí se dio la unión de la fuerza y el conocimiento, el secreto que garantiza el progreso.

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