El libro secreto de Dante (11 page)

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Authors: Francesco Fioretti

Tags: #Historico, Intriga

—Así pues…

—Así pues, id vos, que yo me quedo aquí. Tengo una misión más importante que llevar a cabo.

Ante los ulteriores intentos de Giovanni por convencerlo de que le acompañara, el que había regresado de Outremer se había mostrado inflexible, y a su vez había intentado, sin conseguirlo, convencer al de Lucca de que era más oportuno quedarse en Rávena buscando los trece cantos, explicándole las razones que lo inducían a pensar que Dante era un hermano secreto. Le contó cómo había quedado deslumbrado enseguida por la lectura de esa obra santa, que había vuelto a abrir su corazón a la esperanza, despertándole un entusiasmo que parecía muerto a los veinte años.

—Una obra escrita para redimir al mundo cristiano, una cruzada combatida en Europa con la fuerza de las palabras. Nosotros estábamos allí para defender los muros decrépitos de un triángulo escaso de tierra seca, y no sabíamos que en realidad el verdadero frente estaba aquí, en este viejo mundo nuestro que ya apesta a corrupción… No lo había comprendido al principio, pero nada más leer el primer canto del
Infierno
ya sospeché que la energía liberada por esas páginas estaba alimentada por un fuego divino. Dante ocupa una posición de primer plano en el gran diseño cuyas líneas se me escapan, y yo tengo aún poco tiempo. Rezo a Dios todos los días para que me haga digno de participar, dentro de mis posibilidades, en la obra paciente de la redención…

La lectura de la primera cantiga —le había explicado después— había sido la confirmación más evidente del hecho de que en el poema se escondía un terrible secreto.

—Dante parte del centro del mundo habitado —había continuado— para después llegar al centro de la tierra, pero en el centro del mundo habitado, como es sabido, está Jerusalén. ¿Y si la selva oscura en la que se pierde el poeta fuera el monte de los Olivos, donde Cristo fue tentado por los demonios? El valle en el que Dante extravía el camino correcto podría ser el de Josefat, el valle del Cedrón situado entre el monte de los Olivos y la colina de Moriah, donde se yergue la explanada del Templo. Al salir de la selva, el peregrino quisiera acceder a Jerusalén, y las bestias que se lo impiden, el Lince, el León y la Loba, son el símbolo de las tentaciones (la lujuria, el orgullo, la codicia) que acechan precisamente los tres votos a los que se somete todo buen caballero del Templo, es decir, la castidad, la obediencia y la pobreza. ¿Es casualidad? Después se le aparece Virgilio, alegoría de la razón, le dice que un día vendrá un lebrel (un perro de caza) a restablecer el orden universal, que los cristianos podrán volver a venerar los lugares sagrados, pero que, mientras tanto, el acceso al Templo está cerrado, que hay que hacer «otro viaje». ¿Quién es el lebrel? ¿Qué es el otro viaje?

—¿Quién es el lebrel? —había repetido Giovanni.

—El lebrel está tomado de un sueño de Carlomagno en la
Chanson de Roland
—había explicado Bernard—. En el poema antiguo es una prefiguración de Teodorico d'Angiò, que al final de la obra interviene socorriendo al emperador para salvar el reino. Para algunos templarios el último rey legítimo de Jerusalén había sido en cambio Carlos de Anjou, de modo que el lebrel es la profecía de un heredero angevino nacido quizá bajo el signo de Géminis, si es que la expresión «entre fieltro y fieltro» significa «entre los
fratres pileati»,
es decir, entre Castor y Pólux, precisamente los gemelos que dan el nombre a la constelación, aquí designados por los gorros de fieltro con que la tradición los representa. El heredero angevino devolverá a los cristianos la ciudad santa, pero, mientras tanto, dada la inaccesibilidad de los santos lugares, hay que hacer otro viaje, y el otro viaje es el que llevará al poeta al Edén, y desde allí hasta Dios. El Paraíso terrenal es símbolo del nuevo Templo, adonde, después de la derrota, hermanos secretos de la orden transportaron algo que habían encontrado y que celosamente habían custodiado durante más de un siglo en Jerusalén…

—Es cierto que podría ser así —había observado entonces Giovanni—, pero resulta difícil demostrarlo. Además, no creo que Dante precisamente pueda haber formado parte nunca de una de esas sectas secretas, porque le gustaba la luz, y no las tinieblas…

—¿Y el quinientos quince? ¿Qué me decís del quinientos diez y cinco? —había replicado Bernard, que se había empeñado en demostrar que el número se leía en cifras arábigas: 515—. ¿Y quién será el misterioso personaje que expulsará de nuevo al Infierno al rey de Francia Felipe el Hermoso y al papa Clemente V, precisamente el rey que persiguió a los templarios y el papa que disolvió la orden? Se trata, evidentemente, de la acostumbrada profecía
post eventum,
pues el hecho había sucedido ya cuando el poeta escribió estos versos. ¿Y quién hundió en el Infierno al gigante y a la puta, el Reino y la Santa Sede, profanados por aquellos dos escuálidos politicastros? 5-1-5, cinco, una y cinco letras: JACOB-E-MOLAY, Jacques de Molay, el gran maestre del Templo, el último, quemado en la hoguera por Felipe el Hermoso, tras la condena de Clemente V, el 11 de marzo de 1314. Fue él quien lo condenó a muerte, y lo hizo desde el patíbulo, mientras preparaban el fuego que lo habría quemado vivo. Dicen que llegó sereno al palo, se desnudó, se quedó en camisa, se dejó atar sin miedo, tan solo rogó a los verdugos que lo dejaran morir mirando en dirección a Notre-Dame, con las manos por delante para poder rezarle a la Virgen María. En la plaza, en voz alta, profetizó una desgracia que muy pronto caería sobre los responsables de su muerte. Era un mensaje, sabía que entre la multitud estaban los miembros de la organización secreta que ejecutarían la sentencia, y efectivamente lo hicieron al cabo de pocos meses. ¿Es solo casualidad que el papa Clemente muriera un mes después y el rey Felipe antes de que acabara el año? El primero envenenado, el segundo después de un incidente durante una singular cacería en la que astutos jabalíes, en lugar de huir de los cazadores, se les metían debajo del caballo para tirarles de la silla…

—Todo eso es muy sugerente —había dicho Giovanni—, pero, insisto, no se puede demostrar. ¿Qué pruebas tenéis de que los hechos sean precisamente como decís?

—Hay un plan —había insistido Bernard—, por fuerza tiene que haber un plan detrás de todos los acontecimientos, por otra parte insensatos, que me ha tocado vivir. No puede ser que Guillaume de Beaujeu, mi padre, mis amigos de entonces, el propio poeta hayan muerto todos por nada…

—A la mayoría es lo que les sucede —había rebatido entonces Giovanni—: que mueren sin motivo.

Sin embargo, lo había dicho en voz baja, casi para sus adentros. Y Bernard no había dado señales de haberlo oído.

Regresó finalmente a su posada, cerca de San Vitale, y el posadero, con la sonrisa cargada de malicia de quien está acostumbrado a esta clase de encuentros clandestinos, le anunció la presencia de una joven mujer encapuchada que había dicho que era su hermana y que había insistido con un cierto tono perentorio en esperarlo en su habitación. El posadero se lo había permitido: a una mujer con los ojos tan bellos no se le podía decir que no. Con un módico suplemento respecto a la tarifa ordinaria, se podía disponer de una habitación más adecuada para esa clase de cosas, con un jergón más grande y más distante del callejón de las letrinas, en la planta baja frente al patio interior con el pozo para coger agua. La joven estaba allí desde primera hora de la tarde, pero él a estas alturas ya no sabía si había hecho bien dejándola entrar.

—¿Mi hermana?… ¡Habéis hecho muy bien, enseguida me reúno con ella!

—En cuanto a lo de la habitación, ya me haréis saber…

Giovanni subió a la carrera las escaleras del angosto edificio y llegó a su pequeña habitación, en el primer piso. Llamó y después abrió la puerta, que no estaba cerrada con llave. Antonia, sin la toca monacal, llevaba un sencillo vestido negro, de su madre, y estaba sentada en el arcón de la ropa, debajo de la ventana; en la mano, un breviario que estaba leyendo. Tenía unas hojas sobre las rodillas. El cabello negro y corto, el rostro anguloso, donde brillaba el color esmeralda de su mirada aguda como el filo de una espada.

—El autógrafo de la
Comedia
ha desaparecido —dijo enseguida—, y Iacopo sospecha de vos. Alguien entró en casa por el patio, la otra noche, y robó el poema. Todo, incluso las dos primeras cantigas. Pietro ha llorado, mi madre está asustada… ¿Dónde estabais ayer por la noche?

—En el camino de regreso de la abadía de Pomposa; mi caballo se negó a llevarme de noche hasta Rávena. —Se rascó la cabeza con aire perplejo—. Resulta difícil —añadió— entender qué está sucediendo. Tal vez alguien quiere hacer desaparecer el
Paraíso,
y al mismo tiempo todo parece reforzar la hipótesis del homicidio: le robaron arsénico al boticario de Pomposa el día que vuestro padre estuvo allí…

—Dios mío, eso es horrible… Pero ¿quién? Y sobre todo ¿por qué?… ¿Alguien tiene miedo a las palabras?

—El problema de las palabras escritas es que permanecen; las de vuestro padre podrían sobrevivir durante miles de años, transmitir a la posteridad atrocidades de las que alguien quizá quiera borrar todo rastro…

Giovanni le contó a Antonia el encuentro que había mantenido con Bernard y también le relató todo lo que había averiguado en Pomposa sobre los señores de Ferrara. Sin embargo, no creía que el móvil del crimen guardara relación con la desaparición del poema. Descartaba también que Bernard estuviera interesado en el autógrafo de las dos primeras cantigas y de los primeros veinte cantos del
Paraíso,
dado que ya tenía una copia y no parecía animado por una excesiva pasión literaria. Sin embargo Bernard había lanzado la hipótesis de que el maestro conocía los misterios relacionados con la persecución sufrida por los templarios, secretos que los caballeros del Templo habrían traído consigo desde San Juan de Acre y de los que aún serían guardianes. Bernard no le había explicado nada, quizá ni siquiera él mismo lo supiera, pero si el crimen y la desaparición del poema estaban relacionados, el móvil político pasaría a un segundo plano.

—¿El rey de Francia? —preguntó Antonia empalideciendo—. Felipe el Hermoso persiguió a los templarios, pero está muerto, y ahora Felipe el Largo tiene problemas bien distintos; no creo que sepa nada del poema de mi padre… ¿Y si, por el contrario, hubieran sido precisamente los templarios? Acaso ese Bernard, dado que ya había intentado…

—Bernard habló con vuestro padre, se enteró de que el poema estaba acabado, y solamente quería conseguir los últimos trece cantos. Es por eso por lo que esa noche me puse a buscarlos… A propósito, ¿encontrasteis algo en el doble fondo del arcón?

—En el fondo del arcón —dijo Antonia— encontré solo algunos fragmentos ya conocidos de la
Comedia,
nada más… —Le dio las cuatro hojas de formato pequeño que tenía sobre las rodillas para que las examinara.

En la primera solo había cinco versos:

Una lonza leggera e presta moho…

…la vista che m'apparve d'un leone…

…ed una lupa
che di tutte brame…

…Infin che
il
veltro

verrà che la farà morir con doglia.
[19]

Reconoció los versos de los cuatro misteriosos animales del primer canto del
Infierno.
Se acordó del sueño que había tenido la noche en que llegó, y recordó con tristeza que había querido hablar con el poeta, conseguir que le explicara esos fragmentos que, en cambio, seguirían siendo un misterio para siempre. En la segunda hoja estaban reproducidos otros cinco versos, un pasaje igualmente misterioso del trigésimo tercer canto del
Purgatorio
en el que se profetiza el advenimiento del
quinientos diez y cinco
que rescatará a la Iglesia y al Reino, del que hacía apenas unas horas le había hablado Bernard:

A dame tempo già stelle propinque,

secure d'ogn'intoppo e d'ogne sbarro,

nel quale un cinquecento diece e cinque,

messo di Dio, anciderà la fuia

con quel gigante che con lei delinque.
[20]

En la tercera hoja había otros cinco versos del decimoctavo canto del
Paraíso,
que había leído tras la primera charla con el extemplario, donde las almas del cielo de Júpiter forman las tres letras iniciales del primer verso del
Libro de la sabiduría:

Si dentro ai lumi sante creature

volitando cantavano e faciensi

or D, or I, or L in sue figure…

… poi, diventando l'un di questi segni,

un poco s'arrestavano e taciensi..
[21]

Finalmente, en la cuarta hoja, había solo un verso, en latín, le pareció recordar que de Virgilio, de ese fragmento de la
Eneida
en el que Héctor se aparece en sueños a Eneas y le confía los penates de Troya (las deidades protectoras de la ciudad).

Sacra suosque tibi commendat Troia penates.

—¿Qué significa? —preguntó Antonia—. Podría parecer una lista de los lugares más misteriosos del poema, un mensaje cifrado. Pero ¿de quién? Además este verso de Virgilio no parece que tenga relación con los demás…

Giovanni no lo entendía. Intentó inútilmente ordenar las ideas: era evidente el vínculo entre los dos primeros textos, las dos profecías, al comienzo y al final de la parte terrenal del viaje al más allá, primero el Infierno y después el Purgatorio, los fragmentos en los que se anuncia la llegada de un vengador, el lebrel o el
dogo,
que restablecerá el orden en Europa, reduciendo las pretensiones de los Capetos —la dinastía francesa fundada por Hugo Capeto— y las ambiciones seculares de la Iglesia, el afán de poder del León y de la Loba, del Gigante y de la Prostituta, los dos principales obstáculos al proyecto divino de una cristiandad unida bajo los estandartes del águila terrenal. Un enigmático vengador vendrá, y solo cuando caiga el último de los Capetos y el papa ya no tenga un dominio territorial propio —como el de cualquier rey—, el orden europeo podrá ser restablecido. A los pasos iniciales del
Infierno
y al final del
Purgatorio
se sumaba un fragmento colocado en el centro del
Paraíso.
El Paraíso es el misterio que se abre, como el Nuevo Testamento es el Antiguo revelado, las profecías del mensajero celeste se realizaban en la escena de la formación del águila, hecha de espíritus que amaron la justicia, con la contemplación directa del plan divino en el cielo de Júpiter: el triunfo final del águila y de la justicia de Cristo, el advenimiento de la era cristiana y del Reino milenario. Pero ¿quién sería el misterioso vengador? ¿A quién le había dejado el poeta este mensaje cifrado? El verso de Virgilio parecía en cambio destinado a sus herederos, el poema dejado a los hijos para que transmitieran el recuerdo, como Héctor confía a Eneas las memorias de la ciudad en llamas. Pero Eneas es también el antepasado de César, el héroe a quien se desvela en primer lugar el misterio del águila, el Imperio que vendrá, el diseño universal que la historia prepara desde siempre: de Eneas a César, de César a Cristo, de Cristo al lebrel… El mensaje codificado podría estar dirigido directamente al dogo, a alguien que debería descifrar la criptografía y hacerse heredero del diseño secreto…

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