Read El libro secreto de Dante Online

Authors: Francesco Fioretti

Tags: #Historico, Intriga

El libro secreto de Dante (19 page)

Por un momento también había tenido el pensamiento de reunirse con Bernard, pero para hacer esto necesitaba al menos saber adonde se había dirigido. Entonces había intentado descifrar los otros eneasílabos siguiendo el método del extemplario. Primero había reunido el terceto y el verso que el francés había encontrado ya en el poema:

Ne l'un t'arimi e i dui che porti

e com zà or c'incoco(l)la(n). Né

l'abento ai la: (a) Tiro (o) Cipra;

per cell(e) e cov(i) irti qui…
[36]

Volvió a empezar después desde el último terceto del primer canto del
Purgatorio,
la decimoséptima y la trigésimo tercera sílaba:

Oh, maraviglia!
ché
quale elli scelse

l'umile pianta, cotal si rinac
que

[37]

Después había tomado el primero, el central y el último terceto del decimoséptimo canto:

Ri
corditi, lettor, se mai nell’alpe

ti colse nebbia
per
la qual vedessi

non altrimenti che per pelle tal
pe
..
[38]

Già
eran sovra noi tanto levati

li ultimi raggi
che
la notte segue,

che le stelle apparivan da più la
ti
.
[39]

L'a
mor ch'ad esso troppo s'abbandona,

di sovr'a noi si
pian
ge per tre cerchi;

ma come tripartito si ragio
na
.
[40]

Chequeriperpegiachetilapia(n)na.

Totalmente carente de sentido. Había continuado con el trigésimo tercero:

«
Deus
venerunt gentes», alternando

or tre or quattro
dol
ce salmodia,

le donne incominciaro, e lagriman
do
.
[41]

Ma perch'io veggio te ne lo ntelletto

fatto dipietra
e
,
im
petrato, tinto,

sì che t'abbaglia il lume del mio det
to

[42]

Io
ritornai da la santissima onda

rifatto si co
me
piante novelle

rinovellate di novella fron
da

[43]

El resultado era realmente incomprensible, dos versos de los que no lograba obtener más que un par de palabras dotadas de sentido:

Chequeriperpegiachetilapia(n)na

Dedoldoma(e)i(m)toiomeda

Lo intentó entonces con el primer canto del
Paraíso:

La
gloria di Colui che tutto move

per l'universo
pe
netra, e risplende

in una parte piu e meno altro
ve
.
[44]

Tra
sumanar significar per verba

non siporia, pe

l'essemplo basti

a cui esperïenza grazia ser
ba
.
[45]

«…
D’im
pedimento, giù ti fossi assiso,

com'a terra quï
e
te infoco vivo».

Quinci rivolse inver' lo cielo il vi
so
.
[46]

Finalmente con el decimoséptimo:

Qual
venne a Climenè, per accertarsi

di ciò ch'avea in
con
tro a sé udito,

quel ch'ancor fa li padri ai figli scar
si

[47]


Che
in te avrà sì benigno riguardo,

che del fare e del
chie
der, tra voi due,

fia primo quel che tra li altri è più tar
do
.
[48]


Che
l’animo di quel ch'ode, non posa

né ferma fede
per
essemplo ch'aia

la sua radice incógnita e asco
sa
.
[49]

Los versos que resultaban esta vez eran más aceptables:

Lapevetrarobadimeso

Qualco(n )sichechiedochepersa

Para el primero se dio un par de posibilidades:
l'ape v'é tra roba, dime s'ò,
o quizá
l'ape ve tra(r)rò, badi me' s'ò…
El segundo le pareció incluso claro:
qualcos'i' che chie-do ch'è persa.
En cualquier caso, si Bernard había hallado indicaciones topográficas concretas en esa masa desordenada de sílabas incongruentes, tenían que estar precisamente en esos dos versos que no lograba descifrar. Consultó también a Bruno, que no salió más airoso. Supuso:

Che queriper pegi' à cheti la piana

de dol doma. E i' toio me da

la pève tra roba. Dime s'ò

qualcos'i' che chiedo ch'è persa.

Pero tampoco así se sacaba nada en claro.
Queri
es un verbo latino, aunque vulgarizado, «buscar»:
Ciò che cerchi per il peggio ha già quieti la pianura domata dall'inganno. E io mi tolgo dalla pieve tra varie cose. Dimmi se ho qualcosa che chiedo che s'è persa
(«Eso que buscas para lo peor ha silenciado la llanura domada por el engaño. Yo me marcho de la iglesia entre otras cosas. Me pregunto si hay algo que se ha perdido»).

—La llanura domada por el engaño —dijo Bruno— podría ser aquella junto a Troya, vencida por la astucia de Ulises. Lo cierto es que nadie sabe dónde se encuentra. No creo que Bernard tenga intención de buscarla por toda Asia Menor. De todos modos, como dice el segundo Libro de los Macabeos, el arca permanecerá escondida hasta el día en que todo el pueblo de Dios esté unificado bajo una misma ley; hasta entonces el propio Dios velará por ella, y hará lo posible para que nadie la encuentre, si se cree en las Escrituras. Y «todo el pueblo de Dios» podría significar todos los pueblos que sobre la ley de Moisés fundan su propio monoteísmo, es decir, judíos, cristianos, musulmanes. Así pues, ese día parece estar bastante lejano…

Se había resignado. Solo le quedaba una cosa por hacer en Bolonia, ir a visitar a Ester para entregarle el ducado de Bernard. Esa misma tarde se llegó a la posada de la Garisenda, se sentó a una mesa y pidió vino tinto. Estaban los estudiantes de costumbre tomándole el pelo a un alemán que, por lo que entendió, había perdido la cabeza por la prostituta de la posada y no conseguía pagar los plazos a los propietarios de los libros porque se lo gastaba todo con ella. Y con tono burlón le cantaban la estrofa de los males de amor:

Quot sunt apes in Hyble vallibus,

quot vestitur Dodona frondibus…

Cuando vio a la mujer pasearse entre las mesas se levantó, se acercó a ella y le preguntó si era Ester y si le podía conceder unos minutos. Al ver el ducado veneciano que tenía en la mano derecha, lo invitó a subir enseguida a su habitación, pensando que era su día de suerte.

—Se paga por anticipado —dijo de todos modos, empezando a desnudarse enseguida en cuanto llegaron a la habitación.

—Esta vez será la excepción —había respondido Giovanni—, vístete otra vez…

Ella hizo un amago de protestar y dijo que no tenía tiempo que perder.

—Yo tampoco —contestó Giovanni—. ¿Te acuerdas de un excaballero cincuentón y robusto que estuvo aquí contigo hace dos noches? Un tal Bernard… —le preguntó.

—Ah, sí, el francés, el puro de corazón que estuvo aquí solo una vez; también había otro de la misma edad, más asiduo, pero hace tiempo que no lo veo…

—Sí, Bernard, es él quien te envía el ducado… Pero yo te lo daré solo a cambio de un par de informaciones, que para mí son importantes y que a ti no te costarán nada.

Le preguntó, garantizándole la máxima reserva, si Ceceo da Lanzano y Terino da Pistoia, el de la cicatriz en la cara, habían estado entre sus clientes y si tenía noticias en concreto del de Pistoia. Ella, sin perder tiempo en ceremonias, que el tiempo es dinero y un ducado una hora después es aún un ducado, le había contestado que ambos eran clientes habituales suyos, pero que el primero había muerto. Alguien le había pegado fuego en el patio de la posada. El segundo había estado con ella la semana anterior, alterado, y había afirmado que alguien que tenía que darle mucho dinero, en cambio, había intentado matarlo, y que por eso debía marcharse de Bolonia. No tenía dinero para pagar e incluso le había pedido que se lo hiciera gratis, pero ella se había negado. Se había marchado y no había vuelto a aparecer. Eso era todo lo que sabía.

—¿Tienes alguna idea de adonde ha podido irse? —preguntó Giovanni.

—No lo sé —respondió Ester—, seguramente a la Toscana, a Florencia, porque allí tiene una compañera, o a Pistoia, donde tiene una casa. No sé más, y ahora dame el ducado…

Al día siguiente Giovanni se encontró en el centro a Meuccio da Poggibonsi, el mercader, que lo informó de que a la mañana siguiente se volvería a poner en camino con toda su tropa, esta vez en dirección a Florencia. Regresó a casa de Bruno, preparó su petate, se despidió de sus amigos antes de irse a dormir y al canto del gallo acudió a su cita con la caravana de toscanos. Salieron de las murallas hacia el sur, y después doblaron hacia los Apeninos.

Las dos mujeres que estaban en el caserón ruinoso los vieron pasar por el valle que había debajo, una larga hilera de carros y caballeros que desde allí arriba parecía lentísima. Cecilia bostezó:

—¿Y ahora qué hacemos?

Habían llegado la noche anterior, pero no habían podido entrar en Bolonia. Lo habían intentado por varias puertas, pero las disposiciones eran taxativas: prohibida la entrada a los leprosos. Por ese motivo, habían buscado un lugar para cambiarse, pero mientras tanto, anunciadas las vísperas, habían cerrado la ciudad. Por ello se habían visto obligadas a pasar la noche en ese caserón escarpado, un viejo y sórdido refugio para pastores de paso.

—Disfraz número dos —había ordenado Gentucca.

En la puerta de Sant’Isaia los aduaneros habían sacudido la cabeza y murmurado entre sí la típica cantinela sobre los tiempos que corren arrasando a su paso los buenos valores de antaño. ¡Cuando ellos eran jóvenes ciertos espectáculos no se veían, no! Dos muchachas en edad casadera, con la venda hasta los ojos, que regresaban al alba, tras una noche pasada quién sabe dónde. Solas. Con ese carro descompuesto y ese rocín bobo.

¡Bah, los estudiantes ultramontanos, que habían traído la peste de la lujuria! Habría que enviarlos a su casa, o ahorcarlos a todos…

¡Qué tiempos, menuda gente!

VII

S
e separaron en Fano. Los romeros habían continuado por el interior, y Bernard y Daniel por el Adriático en dirección a Ancona, donde se habían embarcado hacia el sur. A decir verdad, Daniel hablaba poco, mientras que Bernard no hacía más que evocar aquellos tiempos de Outremer que es posible que el otro hubiera querido borrar para siempre, atarlos a un ancla herrumbrosa y lanzarlos al fondo del Mediterráneo. El día de la derrota él se había salvado de milagro; fue presa del pánico cuando su caballo resultó herido de muerte y cayó a pocos pasos de las líneas enemigas. Cuando los cruzados retrocedieron para preparar la segunda carga, vio a los turcos avanzar hacia él. Aterrorizado, se tiró con la armadura puesta en el foso de delante de los muros internos de la ciudad, a riesgo de ahogarse. Bajo el agua se libró de la coraza y del yelmo. Soñaba aún, una pesadilla recurrente, con esa tremenda sensación de estar ahogándose con el casco en la cabeza. Consiguió llegar a nado a la puerta de San Antonio y trepar al puente mientras lo estaban cerrando… Después se fue al puerto y se embarcó en una nave del Templo. Los primeros tiempos en Europa habían sido dificilísimos, pero había entendido enseguida que aquella experiencia en San Juan de Acre era un capítulo que había que cerrar lo antes posible. Había dejado la orden antes de su disolución, aunque había mantenido cierto contacto con algunos excompañeros. Se había casado, después vino a la Toscana con unos mercaderes que había conocido en Borgoña y viajaba por Italia como agente de una empresa comercial. No se había quedado anclado en el pasado; más bien lo había apartado de sí y lo tenía archivado en alguna zona inaccesible de la memoria, y pensaba que volvía a la luz solo en sus peores pesadillas. Era comprensible que hablar de ello le hiciera incluso daño. Por otro lado, reflexionó Bernard, a saber qué ilusiones se habría hecho Daniel en Outremer. Además, todos los que habían estado allí se sentían igual: era como si hubieran vivido dos vidas.

A pesar de ello, Bernard tenía ganas de hablar, él se acordaba bien del viejo Dan. Entre los jóvenes de San Juan, era el más prometedor: fuerte y apuesto, decidido y amable, carismático, nacido para mandar. También Beaujeu parecía tenerlo en gran consideración, era quizá el único de los muchachos a quien el gran maestre trataba con familiaridad. «Alguien así dará de qué hablar», se decía entonces. Por Daniel, Bernard habría vendido su alma al diablo. Le gustaba pensar que un hombre como él era capaz de llegar a ser el gran maestre algún día. Cuando vio a los turcos cerca del armazón de su caballo, lo dio por perdido, muerto allí, en Outremer, en el mejor de los casos; un beato, un mártir de la fe cristiana… En cambio allí estaba, reaparecido como en un sueño, despertando esperanzas que desde hacía tiempo languidecían sin el objeto que las había animado.

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