Read El líder de la manada Online
Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
La historia de Wilshire, el perro bombero, es un gran ejemplo de lo que yo considero una perfecta combinación de refuerzo positivo y mi fórmula en tres pasos consistente en ejercicio, disciplina y afecto. Wilshire, un cachorro de dálmata, debía de rondar los 2 meses cuando apareció ante la puerta del parque de bomberos nº 29 de Los Ángeles. Sus dueños se lo habían comprado a un criador, sin duda por un capricho después de que sus hijos vieran la película
101 dálmatas
, pero no tardaron en llegar a la conclusión de que era un animal con demasiada energía para la familia. Pero cuando lo llevaron a un refugio les informaron de que si nadie lo adoptaba en veinticuatro horas, tendrían que dormirlo. Agobiados por la culpa, la familia pasaba en su coche ante el parque n° 29 cuando a uno de ellos se le ocurrió «¡dálmata = bombero!». Entraron con el precioso cachorrito en los brazos y se lo presentaron al capitán Gilbert Reyna, rogándole a él y al resto del cuerpo de bomberos que lo adoptasen. En un principio, el capitán dijo que ni hablar. ¿Cómo se iban a ocupar en un parque tan extremadamente atareado como aquél de un dálmata hiperactivo, excitable y huérfano? Pero unos cuantos bomberos salieron a echarle un vistazo al perrito. Lo cogieron en brazos, jugaron con él, le dieron unas cuantas golosinas... en fin, ya sabéis lo que pasa: cuarenta y cinco corpulentos y recios bomberos más un adorable cachorrito, igual a amor a primera vista. ¿Cómo iban a poder rechazarlo?
Wilshire se ganó inmediatamente el corazón de cuarenta y cinco bomberos en su centro de trabajo, pero éstos no se ganaron el respeto del perrito. Al menos, al principio. De hecho, en su segundo día de estancia allí, se recorría el parque de arriba abajo: se subía a todas las mesas del comedor, comía en el plato de todo el mundo, mordía los abrigos, sombreros y las valiosas mangueras, cables y cabos. Iba a donde le daba la gana y hacía sus necesidades donde le parecía, lo que constituía una violación de las normas de seguridad de la ciudad. Los bomberos estaban de los nervios porque cada vez que tenían un aviso y debían sacar los camiones del garaje, Wilshire salía disparado por la puerta y se lanzaba por Wilshire Boulevard, una calle de seis carriles y tráfico denso. A veces incluso se plantaba ante la enorme rueda del camión de bomberos, justo en el punto ciego del conductor. Un día, un grupo de escolares fueron a visitar el parque, y Wilshire se puso tan nervioso que echó a correr pasillo adelante y se lanzó como un cohete sobre uno de los niños, al que golpeó en el pecho e incluso llegó a derribar. El fiscal de la ciudad le hizo una advertencia al capitán Reyna: o el perro se controlaba, o tendrían que llevárselo de allí. Por supuesto todos los bomberos le habían cogido mucho cariño al animal y no iban a permitir que eso ocurriera. ¡Wilshire tenía que ser rehabilitado!
Cuando los bomberos se pusieron en contacto conmigo, Wilshire tenía sólo 3 meses y ya era el rey. Los tenía a todos corriendo tras él, haciendo gestos con los brazos y gritando: «¡Dios mío, no, Wilshire! ¡Para, Wilshire! ¡Eso no!».
No tuve más remedio que echarme a reír. Aquellos hombres eran los mismos que a diario arriesgaban sus vidas para rescatar a la gente de los peores desastres imaginables, siempre manteniendo la calma y la compostura. Y un cachorrillo de dálmata los tenía aterrados. Cuando se lo dije, al principio se quedaron un poco avergonzados, pero luego se rieron conmigo.
Cuando sacáis a alguien de un edificio en llamas, les puse por ejemplo, le decís: «Dios mío, qué quemaduras. ¿Qué vamos a hacer?». ¡Por supuesto que no! Os mostráis seguros y firmes; demostráis vuestro liderazgo, ¿no es así? Ésa es exactamente la clase de energía que se necesita para ser el líder perfecto de la manada. Aquellos hombres poseían ya la habilidad necesaria para manejar a Wilshire; simplemente les faltaba la información adecuada para ponerla en práctica.
De hecho, aquel parque de bomberos era un ejemplo ideal de lo bien que puede funcionar una «manada» humana. El capitán fija las reglas pero sólo las recuerda cuando es necesario. Todo el mundo sabe cuál es su lugar y su trabajo. De hecho estando allí se tiene la impresión de contemplar el trabajo eficaz y productivo de una colmena. El día empieza y termina con la misma rutina, pero las emergencias son su especialidad. Cuando hay una llamada, la actividad se desboca, pero los bomberos reaccionan de un modo totalmente organizado y disciplinado... algo muy parecido a lo que los lobos u otros carnívoros sociales hacen en equipo cuando salen de caza. Wilshire, como animal gregario, no podría haberse encontrado en un lugar más perfecto que aquél, pero necesitaba llegar a ser un miembro disciplinado de la manada... ¡y no aquel descontrolado líder menor de edad!
Mi trabajo consistiría en controlar la conducta de Wilshire y enseñar a los bomberos cómo seguir adelante cuando yo me marchara.
Como Wilshire era aún un cachorro, estaba ansioso de conocimientos, y casi pedía a gritos reglas y límites. Empecé condicionándolo con un contacto firme, usando mi mano en forma de garra, para mantenerlo alejado de la comida que había sobre la mesa en la cocina del parque. No tardó en mostrarse sumiso. Tras un par de contactos, lo único que tenía que hacer era levantar un dedo, acercarme a él y enviarle mi energía serena y firme. Siendo un cachorrito, no llevaba toda una vida con aquel comportamiento, y lo que yo le estaba pidiendo que hiciera —que se sometiera a las leyes de la manada— ya lo traía impreso en el cerebro. Con sólo un par de contactos, y más tarde únicamente con lenguaje corporal, pude crearle una frontera imaginaria en el garaje que no iba a poder traspasar. Aprendía muy deprisa. Y los bomberos, también.
Ésta es la maravillosa ventaja de tener un cachorro: que se dispone de la oportunidad perfecta para moldear su comportamiento. La capacidad y el deseo de cooperar y llevarse bien con los demás miembros del grupo —de encajar en un entorno social— está siempre ahí, programada en el cerebro de todos los perros. Cuando un animal adulto empuja o gruñe a los cachorros para hacerles saber que se están pasando con sus juegos, o que están rompiendo cualquier otra de las reglas del grupo, no hay negociaciones posibles, pero los cachorros no se lo toman como algo personal, ya que no se trata de un castigo, sino de disciplina. Los humanos podemos aprender mucho del modo en que los perros enseñan a sus cachorros. Si observamos a las crías de cualquier cánido, ya sean perros salvajes africanos, lobos o dingos, veremos que pocas veces se rebelan contra los adultos del grupo que les ponen las reglas. A pesar de que cuanto más dominante o mayor sea la energía que posee un cachorro, cuanto más desafiante pueda mostrarse, cuanto más pruebe sus límites, sabe instintivamente que su supervivencia depende de seguir las normas y rituales de la manada.
Otro aspecto de la rehabilitación de Wilshire fue encontrar el modo de poner su elevadísima energía bajo control. Los cachorros necesitan mucho ejercicio y Wilshire no era una excepción. Cuando los bomberos empezaban su trabajo en el parque, no siempre había tiempo para que uno de ellos se lo llevase a dar un paseo a paso ligero por el vecindario. Afortunadamente, las propias reglas y disciplina de los bomberos les proporcionaron la solución perfecta. Es obligatorio para todos ellos correr en la cinta cuando llegan al trabajo, para lo cual disponen de dos cintas de correr, una junto a la otra. Primero lo enseñé a utilizarla sin hacerse daño, usando una recompensa de comida para mantenerlo interesado en ello durante los primeros minutos, hasta que comprendió de qué iba todo aquello. Después pasó a ser cosa de los bomberos. Durante las tres semanas que transcurrieron hasta que volví, decidieron asignarle una de las cintas sólo para él, de modo que cada vez que uno de ellos empezaba a correr, Wilshire lo seguía y le pedía que lo dejase subirse a la suya. Wilshire tenía un montón de energía que quemar, y sus carreras diarias funcionaron a la perfección con el fin de hacerlo más controlable. No tardó en correr en su cinta sin correa, y que el animal corriera codo con codo con cada miembro del cuerpo creó un vínculo extraordinariamente fuerte entre todos ellos.
Cuando Wilshire llegó al parque, los capitanes Reyna y Richard McLaren pensaron hacer de él un ayudante formativo para que tuviera su propio trabajo en la unidad. Los bomberos de Los Ángeles suelen realizar presentaciones en los colegios y ante otros grupos de la comunidad sobre seguridad y supervivencia en un incendio. El capitán Reyna quería enseñar a Wilshire a pararse, a tumbarse en el suelo y a rodar sobre sí mismo, ya que el adorable Wilshire sería sin duda un atractivo irrefrenable para los niños, de modo que con él recordarían lo aprendido. Pero el comportamiento errático de Wilshire les hizo pensar que ni siquiera sería capaz de aprender a sentarse. Por eso resultó muy productivo que antes yo les enseñara a ellos cómo proporcionar a su mascota reglas, fronteras y límites, y que consiguiéramos hacer de él parte del equipo. Durante las tres semanas que yo tardé en volver, los bomberos resultaron ser los mejores estudiantes que había tenido en toda mi vida. Cada turno dejaba notas al siguiente para que todo el mundo supiera cómo se trataba a Wilshire. Le prepararon una rutina y por todo el parque se clavaron notas en las que se recordaba a todos los integrantes de la plantilla las órdenes de una sola palabra que había que darle. «Abajo» era la orden para que el cachorro no saltara sobre la gente. «Cama» servía para mandarle a su cama. Nadie podía darle comida en la cafetería. La firmeza es de gran importancia cuando un perro tiene más de un líder en su manada. Todo el mundo tiene que estar de acuerdo y nadie puede hacerse blando y romper las reglas, porque entonces todo el programa fallaría. Afortunadamente la supervivencia de un bombero se basa en la disciplina y el trabajo en equipo, y la firmeza aflora en su comportamiento en un 99 por ciento del tiempo. Cuando volví Wilshire seguía siendo una bola de energía, pero también era un cachorro bien educado y respetuoso, un verdadero miembro de la «manada» del parque n° 29. Era lo que yo llamo un excitado-sumiso. Por fin estaba listo para ser entrenado.
Fui acompañado de Clint Rowe, un magnífico entrenador que lleva más de treinta años trabajando con animales en Hollywood. Ha peleado contra alces, panteras, lobos y, por supuesto, perros, que son su especialidad. Llevaba consigo su
clicker
, además de algunas golosinas, y empezó a trabajar con Wilshire el pararse y jadear. Enseñar a un perro a hacer las cosas que se le piden puede ser un ejercicio largo para el que se requiere paciencia, buscar el momento adecuado y muchas repeticiones. Tampoco es bueno sobrecargar al animal con largas sesiones, sino ir poco a poco, en sesiones de diez minutos poco más o menos, dos o tres veces al día. Fue fantástico ver trabajar a Clint, y también presenciar cómo explicaba sus métodos a los bomberos.
Una diferencia entre César y yo es que él trabaja a «tiempo real», lo cual es impresionante. Sin embargo, cuando entrenas animales para trabajar en el cine, el único tiempo real que existe es el del escenario, el día de la grabación. La gente no se da cuenta de que la mayor parte de nuestro trabajo se desarrolla entre bambalinas, día tras día.
En mi trabajo, especialmente en las películas, pretendes que el animal disfrute con lo que hace; quieres que salga disparado al escenario a hacer lo que se espera de él. Con Wilshire, lo primero que tuve que averiguar fue lo que le gustaba. Cuál podía ser su motivación. Afortunadamente enseguida me di cuenta de que la comida era su motor.
Empezamos por pararse y jadear. Le pusimos una manta para que se sintiera cómodo y pusimos en ella una marca para que supiera dónde debía colocarse para iniciar la secuencia de comportamiento. Utilizaba el
clicker
y luego lo recompensaba con comida en cada paso. Si se detenía en la marca, click y recompensa. «Abajo», click y recompensa. Al final, descartamos lo de la comida. El
clicker
proporciona un entorno natural, y funciona bien eliminar cualquier tensión que pueda sobrevenir de modo natural o artificial entre el animal y tú. Así el perro puede trabajar a su propio ritmo, respondiendo al entorno en su propia medida. Así el proceso de aprendizaje se relaja, y cuando se aprende de un modo relajado las lecciones se retienen rápida y fácilmente.
La clave para trabajar con el c1icker es mantener tus emociones «neutras». César lo llama energía serena y firme, pero para mí es acceder a un plano no emocional. He visto a gente gritar a los animales, enfadarse con ellos, pero acabar sin conseguir lo que pretendían. Estoy de acuerdo con César en que el resultado lo determina la energía que le envíes al perro, no la herramienta que utilices. Si me frustro, o me enfado, o me canso, no importa lo bien organizado que tenga el trabajo, o lo mucho que le gusten las golosinas que le ofrezco. Si me paso de la raya y le alabo en demasía, o le ofrezco demasiadas recompensas, el problema será el mismo. Hay que mantener las emociones, la energía, estables para alcanzar nuestro objetivo. La confianza y la seguridad del animal, tanto en él como en ti, se construyen y se basan en tu serenidad.
Cuatro semanas habían transcurrido ya desde que Clint fuera a trabajar con Wilshire. El equipo de
El encantador de perros
, más consciente que nunca del poco tiempo de que disponíamos para el programa, estaba allí para filmar la primera aparición de Wilshire en una escuela local. Clint también estaba allí. Fue un verdadero orgullo para mí contemplar a un larguirucho Wilshire realizar a la perfección la parada, tumbarse y rodar ante una clase de escolares que lo miraban encantados. Pero no olvidéis que todo empezó con reglas sencillas, límites y fronteras que los bomberos y yo establecimos en mi primera visita. Antes Wilshire era incapaz de prestar atención, de concentrarse, y lo más importante, los humanos le importaban un comino. Aunque es posible obligar a un perro desequilibrado a cambiar sus comportamientos y a aprender determinadas cosas —presencié algo así en un lugar en el que trabajé al llegar a Norteamérica—, es mucho más probable que se le olvide todo enseguida o que no responda adecuadamente a las órdenes. Como ya he mencionado antes, un perro «entrenado» no es necesariamente un perro equilibrado, del mismo modo que un graduado en la Universidad de Harvard no es necesariamente una persona equilibrada. El equilibrio se puede conseguir, pero requiere ejercicio, disciplina y afecto, además de un entrenamiento con la adecuada mezcla de refuerzo positivo y correcciones en el momento oportuno.