Read El líder de la manada Online
Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
Estos jinetes inseguros hacen exactamente lo mismo que tantos de mis clientes, y probablemente al igual que ellos desconocen que lo están haciendo. Están comunicando a través de la energía lo que no quieren que haga su perro..., pero no envían nunca el mensaje de lo que desean conseguir.
Los animales en general respetan una cierta energía y se relajan en presencia de lo que yo llamo una
energía serena y firme
. Están programados para confiar en ella y para respetarla. Por eso creo que la Madre Naturaleza es perfecta, porque todos los animales, excepto los humanos, se sienten atraídos por determinadas frecuencias y establecen determinadas conexiones que los ayudan a sobrevivir. Sólo nosotros nos dejamos engañar por la «máscara» de una determinada energía, o podemos sentirnos atraídos por una energía que no es la adecuada, o que incluso es negativa o perjudicial para nuestra supervivencia.
Si te despiertas por la mañana sintiéndote deprimido, la energía que proyectas se considera débil en el reino animal y no vas a poder alcanzar todo tu potencial. Cada vez que te sientes negativo o que dudas de ti mismo, aunque no te des cuenta, sigues proyectando energía negativa. Pero también puedes despertarte sintiéndote muy feliz y proyectar una energía positiva y estimulante. Tu estado de ánimo crea esa energía. Cualquier animal —tu perro, tu gato o tu pájaro— va a sentir que estás en un momento de baja energía y te van a responder de acuerdo con ello. Nunca tendrás que decirle a tu perro que te sientes triste, feliz, enfadado o relajado. Él ya lo sabe... y casi siempre, mucho antes que tú. En
El valor del miedo
, Gavin de Becker relata una historia que ilustra a la perfección este punto. De Becker tenía un amigo que estaba entrevistando a contratistas y rechazó a uno de ellos porque su perra, Ginger, gruñó al verlo. De Becker le comentaba a su amigo que «la ironía del asunto es que resulta mucho más probable que Ginger haya reaccionado ante tus señales a que tú hayas tomado la decisión basándote en las de ella. Ginger descifra tus señales a la perfección, y tú eres un experto descifrando las de otras personas. Tu perra, a pesar de lo lista que es, no sabe nada de los métodos que un constructor utiliza para inflar los costes en su propio beneficio, o si es o no honrado». «El problema», sugiere De Becker, «es el sentido extraordinario que tú tienes y del que el perro carece, que es el juicio, y que se interpone en la capacidad de tu percepción y tu intuición. A tu juicio lo acompaña la capacidad de desdeñar tu intuición a menos que puedas explicarla a través de la lógica, el afán por juzgar y condenar tus sentimientos en lugar de honrarlos. Ginger no se deja distraer por cómo podrían ser las cosas, cómo eran antes o cómo deberían de ser. Ella sólo percibe lo que es»
[8]
.
Cuando la puerta del ascensor se abrió en una de las plantas más altas de aquel edificio de apartamentos, construido en una barriada exclusiva de Atlanta, experimenté una sensación extraña e incómoda. Cuando Warren, un guapo y elegante hombre de negocios, y su prometida Tessa me abrieron la puerta de su casa, supe que algo iba mal, muy mal, pero aún no podía identificar el qué
[*]
. Al trabajar con animales, soy muy consciente de mis sentimientos instintivos y suelo respetarlos siempre. Con animales agresivos, ese sexto sentido junto con una intuición bien desarrollada pueden salvarte la vida, de modo que ¿qué era lo que mis «instintos animales» estaban intentando decirme en aquel momento?
Normalmente prefiero no tener demasiada información previa a la consulta de un caso a menos que sea absolutamente necesario. Cuando acudo a casa de un cliente para una consulta, mi esposa Ilusión y, en los casos que utilizamos para el programa de televisión, los productores, ya se han entrevistado y han recopilado toda la información necesaria, de modo que ya saben si he de llevar conmigo un monopatín, la bici, algunos de los perros más equilibrados de mi manada u otras herramientas especiales que el caso pueda requerir. También se aseguran de antemano de que el perro haya pasado un exhaustivo chequeo veterinario para que no padezca ninguna dolencia física que pueda ser la causa del mal comportamiento. A veces me proporcionan información general, si por ejemplo se trata de un caso de algún animal extremadamente agresivo que ya haya mordido a alguien. Aun así, yo sigo prefiriendo ir con la mente abierta y confiar en mis propias observaciones, experiencia e instinto. A lo largo de estos veinte años de trabajo con perros, mi instinto ha demostrado dar en el blanco casi en el cien por cien de los casos.
La consulta es una parte importante de mi trabajo; es el momento en que me siento con los dueños del perro y les comunico cuál creo yo que es el problema. Mi papel en la consulta es escuchar en silencio, no emitir juicios. A menudo durante la consulta salen a la luz dificultades que los dueños ni siquiera sabían que existían y que en muchas ocasiones son distintas a lo que ellos percibían. En aquella ocasión, no hubo tiempo para analizar mis presentimientos... pero en cuanto nos sentamos y empezamos a hablar, todo quedó claro como el agua: había una gran cantidad de energía negativa en la habitación, y provenía directamente de Warren.
¿Cómo se describe la energía «negativa» sin parecer supersticioso o simplemente impreciso? En el fondo, todos hemos reconocido energías negativas en algún momento de nuestra vida. Estoy convencido de que cualquiera tiene algún ejemplo que dar de su vida diaria. Tanto si se trata de un profesor que tuviste en el colegio, o el empleado de banca que rechazó tu solicitud de un préstamo, o el revisor que te pide el billete todas las mañanas en el tren que tomas para ir a trabajar, hay algo en esa persona que te empuja a alejarte de él o de ella. Y a veces somos nosotros quienes resultamos ser esa persona negativa. El problema de enfrentarse a una energía altamente negativa es que no importa lo positivo o lo firme y sereno que puedas mostrarte: las sensaciones y emociones que hay detrás de esa persona, ya se trate de ira, ansiedad, frustración, disgusto, escarnio o engaño, lo que sea..., son tan intensas que a veces pueden apagar a la persona más alegre del mundo. ¿Por qué es tan poderosa la energía negativa? No he encontrado a nadie que pueda contestarme a esa pregunta, aunque sé que la energía negativa tiende a estar relacionada con el miedo y la ira, las dos emociones de «pelea y huye» que tan conectadas están con la supervivencia. Puede que sea precisamente ese aspecto de la energía negativa lo que le confiere su extraordinaria fuerza, y puede que ésa sea la razón por la que aquellos que cultivamos la energía positiva y la presencia de personas positivas en nuestra vida reaccionemos tan rápidamente ante ella, casi como si se tratara de una alergia. Dado que la negatividad es tan fuerte, hay algunas personas cuya energía oscura puede paralizar incluso a los seres más seguros, al menos mientras estamos en su presencia.
Warren resultó ser una de esas personas.
Durante la consulta Warren no se comportó demasiado mal; simplemente no era respetuoso. Cuando voy a casa de alguien, lo hago por dos razones: una, para ayudar al perro, y otra, para fortalecer a los dueños. Normalmente la gente se muestra al menos relativamente abierta a asimilar la información que comparto con ellos, aunque esté diciéndoles algo que preferirían no oír. Como muchas otras personas negativas, Warren sabía cómo fingir estar «abierto» en la superficie y cómo decir las palabras adecuadas, pero quedaba claro por pequeños deslices en su discurso y por su lenguaje corporal que en realidad no respetaba lo que yo estaba intentando hacer. Se suponía que yo estaba allí para ayudar a la pareja con su perra ovejera de 4 años, Rory, que tenía un problema de ladrido compulsivo y agresividad hacia otros perros. A lo largo de nuestra conversación, sin embargo, Warren elevaba al cielo los ojos, hacía comentarios en voz baja a Tessa —que era más la «seguidora» en su relación y que parecía contagiarse por su energía negativa siempre que estaba cerca de él—, y se reía por el mal comportamiento de Rory y sus ladridos constantes. Yo soy una persona a la que le gusta reír y que siempre intenta encontrar el lado humorístico a todas las situaciones. Al fin y al cabo, la risa es una de las alegrías más grandes que un perro aporta a nuestra vida. Pero aquélla era la clase de risa burlona de dos críos que se pasan notitas en la clase sobre el profesor. Warren no me miraba a los ojos, sino que dejaba vagar la mirada por toda la habitación. Se mostraba ansioso, tenso, enfadado y proyectaba una energía incluso más oscura que aquel traje de marca y negro que llevaba.
Una vez que salimos el lado oscuro de Warren tomó los mandos. Rory ladraba compulsivamente, tiraba de la correa e intentaba abalanzarse sobre otros perros del vecindario. Mientras que Tessa se había relajado notablemente y parecía dispuesta a aprender, Warren estaba aún más tenso y empezó a discutir conmigo prácticamente sobre cualquier cosa: que Rory no aceptaría la correa que yo utilizaba y que terminaría ahogándose, que su perra nunca se lanzaba contra otros perros, que aunque consiguiéramos controlar a Rory nunca podríamos controlar al resto de perros que podían querer atacarla a ella. Rory era «su» perra, y quería tener un control absoluto sobre ella, a pesar del hecho de que había sido él quien había recabado mi ayuda precisamente porque se sentía incapaz de controlarla. Cuando mirándole a los ojos le dije que creía que estábamos haciendo lo mejor que se podía hacer por Rory, apartó la mirada, se encogió de hombros y me dijo: «Vale. Está bien. Lo que tú digas». Pero por supuesto, su actitud era pasiva-agresiva. No había hablado con sinceridad. Y lo peor era que su perra lo sabía.
Warren era lo que Daniel Goleman denomina en su libro
Inteligencia emocional
, un «represor» o un «imperturbable», es decir, una persona que es capaz de bloquear con eficacia y continuidad todas sus perturbaciones emocionales de su conocimiento consciente
[9]
. Esta estrategia resulta muy eficaz si eres una persona muy estresada que necesita parecer tranquila ante otras. Pero como acabo de referir, con los animales no funciona. ¿Por qué? Goleman cita un estudio realizado por Daniel Weinberger en la Case Western University, en el que se sometía a los «represores» a una serie de cuestionarios en los que se proponían situaciones estresantes. Las respuestas que daban en el papel indicaban que todo estaba bien, pero su respuesta fisiológica denotaba signos de estrés y ansiedad tales como un rápido ritmo cardiaco, sudor en la palma de las manos y elevada presión arterial
[10]
. De todo ello se puede extraer una lección: por hábiles que nos creamos los humanos a la hora de esconder nuestras emociones, nuestro cuerpo y nuestra energía nos delatarán prácticamente siempre ante aquellos que verdaderamente nos tienen cogida la medida, es decir, nuestras mascotas.
Un ejemplo de todo esto ocurrió cuando comencé con un ejercicio en el cual yo caminaba con Rory junto a uno de los perros del vecindario con el que había tenido problemas. El ejercicio iba bien hasta que Warren se puso a caminar a mi lado, pero demasiado cerca de mí, transgrediendo lo que normalmente llamamos la frontera del «espacio personal». En cuanto Warren comenzó a dar voz a sus dudas —¿y si el perro ataca?, ¿y si pierdes el control?, ¿y si Rory pega un tirón de la correa?—, la perra comenzó a tener miedo de nuevo. Intenté decirle a Warren que era su energía la que creaba la tensión, y él con una sonrisa de plástico me contestó: «Ya, comprendo». Y siguió haciendo lo mismo.
La verdad es que empecé a tener la sensación de que toda mi energía positiva, serena y firme empezaba a irse por el agujero negro que era la ansiedad de Warren. Por mucho que lo intentara, no conseguía que se tranquilizara y se limitara a observar y aprender. Al final le pedí a Tessa que se llevara a Rory, y el animal se calmó... ¡inmediatamente! Warren se enfadó del tal modo que incluso comenzó a gritar: «¡Es mi perra! ¡Soy yo quien tiene que llevarla!». Le contesté que Tessa estaba más serena que él en aquel momento. «¡Yo estoy tan sereno como pueda estarlo ella!», se quejó. «¡La perra hace lo mismo con ella que conmigo!». Me volví y mirándole a los ojos con firmeza le dije: «Pero no en este momento».
Tuve que mostrarme algo más contundente con Warren de lo que suelo mostrarme con mis clientes, e insistí en que no interviniera hasta que yo hubiera paseado un rato con Tessa, Rory y el perro «enemigo». Apenas habíamos caminado una decena de metros y la energía había vuelto ya a la normalidad. Tessa, los dos perros y yo caminamos alrededor de la manzana en paz, charlando tranquilamente. Tessa se quedó maravillada. Se había dejado influir de tal modo por la energía negativa de Warren que hasta aquel momento no se había dado cuenta de que existía una realidad mucho mejor y a su alcance. Cuando volvimos, Warren también se había calmado un poco. Estaba empezando a reconocer cómo su preocupación y su negatividad estaban teniendo un efecto tóxico en la perra. Sin embargo, no puedo estar seguro de cuál será en la actualidad la situación del trío. Como suele ocurrir con muchas personalidades negativas, estaba claro que Warren llevaba en su interior mucho dolor y mucha rabia contenida, pero el problema no radicaba en sus experiencias pasadas, sino en su falta de voluntad o su incapacidad de verse a sí mismo objetivamente en el momento presente.
La energía de Warren era oscura; oscura y contagiosa. No es que fuera un mal tipo. De hecho creo que ignoraba completamente el modo tan sutil en que estaba saboteando los progresos de Rory y los suyos propios. Hay un chiste de psicólogos que dice así: «La negación comienza porque ni siquiera yo sé que me estoy mintiendo». Los seres humanos somos los únicos animales que nos mentimos a nosotros mismos sobre lo que ocurre de verdad en nuestro entorno, y lo hacemos tan tranquilamente. Esas mentiras pueden protegernos de cosas que podrían dañar un ego tan sensible como el que tenemos, pero también pueden hacernos vulnerables ante terribles peligros, especialmente aquellos que provienen de los miembros de nuestra propia especie y que serían obvios para otros animales. Somos los únicos seres del planeta que tras recibir acuciantes señales de alarma de la naturaleza sobre situaciones que amenazan su propia supervivencia, nos decimos «No importa. Seguro que no es nada». Pero según ha demostrado la ciencia, también somos la única especie con la posibilidad de cambiar nuestro estado mental o emocional por voluntad propia. No me refiero a que seamos capaces de adoptar una postura de valentía cuando en realidad temblamos por dentro, sino al trabajo que se hace desde dentro hacia fuera para cambiar cómo nos sentimos en un momento determinado. Poder hacer algo así nos confiere un poder extraordinario sobre el mundo que nos rodea, un poder que no explotamos con bastante asiduidad.