El líder de la manada (24 page)

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Authors: César Millán,Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Lo que nosotros olvidamos como humanos es que también proyectamos todas estas señales, del mismo modo que las leemos constantemente en otro animales —incluidos los demás humanos—, pero puesto que muchos de nosotros hemos perdido nuestro lado instintivo —o al menos hemos dejado de prestarle atención—, no siempre comprendemos las señales que nuestro cuerpo envía o recibe. Gavin de Becker es un especialista en seguridad que trabaja principalmente para el gobierno, empresas y celebridades. En su magnífico libro
El valor del miedo: señales de alarma que nos protegen de la violencia
describe todos los procesos instantáneos que tienen lugar en nuestro cerebro y en nuestro cuerpo
antes
de que sintamos la advertencia real; ese presentimiento, esa corazonada a la que normalmente no prestamos atención. De Becker explica que todos esos mensajes que recibimos —y casi siempre ignoramos— son lo que llamamos
intuición
. «La intuición nos pone en contacto con el mundo natural y con nuestra propia naturaleza, pero como
seres civilizados
que somos decidimos ignorarla, con el riesgo que esto conlleva. La intuición es algo que nosotros, seres occidentales racionales, despreciamos... pero no es sólo una impresión, sino un proceso más extraordinario, ya la postre más lógico en el orden natural, que el cálculo más fantástico de cualquier ordenador. Es nuestro proceso cognitivo más complejo y, al mismo tiempo, el más simple»
[1]
.

Leer la energía presente en las emociones y tomar decisiones de vida o muerte basándonos en los mensajes que percibimos a través de ellas no es algo inverosímil ni propio de la
New Age
, sino que es una característica que traemos impresa en nuestra biología. Podemos llamarlo «sexto sentido», pero en realidad se basa en lo que percibimos con todos nuestros otros cinco sentidos juntos. Nuestro cerebro recibe constantemente enormes cantidades de información que no procesamos de un modo consciente. En su libro de éxito mundial
Inteligencia emocional
, Daniel Goleman escribe «en términos de diseño biológico del circuito neuronal básico de la emoción, lo que traemos a este mundo al nacer es lo que mejor le ha funcionado a las últimas cincuenta mil generaciones de humanos; los últimos diez mil años, a pesar de haber presenciado el rápido crecimiento de la civilización humana han dejado escasa impronta en nuestra plantilla humana para la vida emocional»
[2]
. En otras palabras: somos los mismos animales primitivos que fueron nuestros ancestros, con la única diferencia de que ahora tenemos teléfonos móviles o iPods para distraernos de todos los signos de peligro que ayudaron a nuestros antepasados a mantenerse vivos.

«El cerebro es un buen tramoyista», escribe Diane Ackerman en
Una historia natural de los sentidos
. «Él sigue ocupándose de su trabajo mientras nosotros interpretamos la escena»
[3]
. Como ejemplo del modo en que nuestros sentidos trabajan constantemente, cuando envían mensajes al cerebro con detalles de lo que nos rodea y de los que no somos conscientes. Gavin de Becker describe una experiencia sobrecogedora que vivió un hombre llamado Robert Thompson, piloto de profesión. Thompson entró en un supermercado a comprar unas revistas y sin saber cómo de pronto sintió miedo, dio media vuelta y salió a toda prisa.

«No sé qué fue lo que me impulsó a marcharme, pero aquel mismo día un poco más tarde me enteré del tiroteo». Thompson atribuyó su supervivencia a una intuición, a un sexto sentido. Pero cuando De Becker le insistió pidiéndole detalles, las razones por las que huyó afloraron a la superficie. Más allá de su percepción consciente, Thompson recordó más tarde que el dependiente de la tienda estaba mirando a un cliente que llevaba puesta una gruesa chaqueta, a pesar de que hacía mucho calor. También reparó en otros dos hombres que aguardaban en el interior de una furgoneta, en el aparcamiento, con el motor en marcha. Sus sentidos estaban concentrados procesando toda aquella información para enviarla al cerebro, aunque aparentemente no había percibido ninguno de los detalles que después le salvarían la vida. «Lo que Robert Thompson y muchos otros quieren despreciar como una mera coincidencia o como una intuición es de hecho un proceso cognitivo, más rápido de lo que somos capaces de reconocer y muy distinto del modo de pensar paso-a-paso en el que tanto confiamos. Creemos que el pensamiento consciente es mejor cuando, de hecho, nuestra intuición es como el planeo de un ave, mientras que la lógica es un caminar lento y pesado», explica De Becker. «La intuición es el viaje de la A a la X sin detenerse en ninguna otra letra por el camino. Es saber sin saber por qué»
[4]
. Los animales, observadores pertinaces de cuanto hay a su alrededor, procesan constantemente muchas de esas señales ocultas. Han de hacerlo para sobrevivir.

Normalmente pensamos que los sentimientos son cosas que ocurren en nuestro «corazón», es decir, cosas que no están conectadas con el mundo físico, pero lo cierto es que hay cambios químicos y físicos evidentes en nuestro cuerpo y nuestro cerebro cuando cambian nuestras emociones. Cuando nos enfadamos, el latido del corazón se acelera y tanto el cuerpo como el cerebro se llenan de hormonas, como la adrenalina, que nos proporciona una energía extra para que podamos luchar. Cuando sentimos miedo, la sangre se concentra en los músculos más grandes del cuerpo, como en los de las piernas, para que podamos huir mientras que otras hormonas ponen en alerta nuestro organismo y lo preparan para la acción. El amor crea la respuesta opuesta al miedo y la ira, y hace que nos sintamos serenos, contentos, seguros y relajados. Cuando estamos tristes, el metabolismo se ralentiza de modo que preservamos la energía que nos pueda sanar, tanto física como psicológicamente. Y finalmente la felicidad aumenta la actividad cerebral, bloquea los sentimientos negativos y nos permite acceder con más facilidad a la energía disponible
[5]
. En este sentido, sentimos y reaccionamos ante las emociones exactamente del mismo modo que nuestro perro. Con todos estos complejos cambios biológicos que suceden en nuestro interior cada vez que tenemos un sentimiento, ¿es de extrañar que otros animales puedan saber lo que sentimos en un momento determinado? «La verdad es que cada pensamiento está precedido por una percepción, cada impulso por un pensamiento, cada acción por un impulso», escribe Gavin de Becker, «y el hombre no es un ser tan impenetrable como para que su comportamiento pase desapercibido, o sus hábitos indetectables»
[6]
.

¿Qué energía estás proyectando en este momento?

Mi objetivo es siempre ayudar a la gente a reconocer y a controlar la energía que proyecta en un momento determinado. Al fin y al cabo estamos entre las pocas especies del planeta que poseemos el increíble don de la conciencia de nosotros mismos, ¿no es así? Pero pensemos en ello un momento. ¿Cuántas personas, de entre las que están leyendo este libro, son verdaderamente conscientes de lo que piensan y sienten cuando interactúan con otros seres, particularmente con su perro? Cuando hablamos o escribimos sobre la energía, no siempre reflejamos el modo en que la empleamos en la vida diaria. Por eso los perros tienen un verdadero e increíble don. Como en el caso de mi amigo el Magnate del que hablaba al principio de este libro, nuestro perro es siempre un espejo de nuestras emociones. Si no podemos identificar cómo nos sentimos o la clase de energía que proyectamos en un momento determinado, lo único que tenemos que hacer es mirar a nuestro perro para averiguarlo. En muchas ocasiones, ellos nos entienden mucho mejor de lo que nos entendemos nosotros mismos.

Cuando vienen visitas a mi Centro de Psicología Canina, siempre observo atentamente la energía que proyectan porque en muchos casos las personas lo ignoran por completo. Pero con una manada de cuarenta perros cualquier energía, buena o mala, se verá reflejada y multiplicada por cuarenta. Tengo que evaluar a la gente antes de que entre en mi Centro. Hay personas que obviamente se sienten desbordadas, y otras muy ansiosas, y a estas últimas no las invito a entrar hasta que no están más relajadas, ya que cuando un ser humano se siente inestable, su energía puede desencadenar un marcaje, un mordisco, un ladrido o una huida, y cualesquiera de esas reacciones va a ser dañina para el perro o el humano. Cuando un perro huye de nosotros solemos pensar que no hemos hecho nada para provocar ese miedo, y nos equivocamos porque sí que lo hemos hecho, aunque sin darnos cuenta. Algo en nuestra energía hace huir al perro. Lo mismo ocurre cuando un perro marca a alguien. Por alguna razón, el perro siente la necesidad de decir: «Oye, que éste es mi territorio. Aquí soy yo quien dirige el catarro y tienes que respetar mis regias».

Es importante aprender a detectar y leer la energía y el lenguaje corporal de tu perro. Si esperas a oírlo gruñir, ladrar o gemir para saber cómo se siente, ya habrás pasado por alto la parte más importante de la comunicación que está intentando establecer. La paradoja es que antes de que puedas comunicarte a fondo con tu perro usando energía, debes aprender a comprender qué clase de energía proyectas tú.

Un buen ejemplo de alguien que comprendía intelectualmente el concepto de la proyección de energía y emociones, pero que no siempre era capaz de reflejar ese conocimiento en su vida es mi coautora Melissa. Durante el verano en que escribimos
El encantador de perros
, tenía que conducir desde el Valle hasta el sur de Los Ángeles; esa carretera registra siempre un tráfico muy intenso, y normalmente llegaba al Centro muy tensa. Cuando tenía que atravesar la zona en que reside mi manada de cuarenta perros para llegar hasta la oficina donde trabajábamos, se mostraba firme pero tensa, y los perros reaccionaban arremolinándose en torno a ella y empujándola. No iban a hacerle daño, pero resultaba obvio que su tensión no les hacía gracia y se lo estaban haciendo saber con su cuerpo y la propia tensión que emanaba de ellos. Uno pensaría que después de tres años de trabajar conmigo en el programa de televisión y de escribir juntos, debería haberlo comprendido ya, ¿no? Pues no era así. Aunque Melissa comprendía perfectamente el concepto y a veces podía medir atinadamente la energía de otras personas y de los perros, no siempre era consciente de la energía que proyectaba ella. Y un año después, cuando comenzamos este segundo libro, ¡seguía ocurriendo lo mismo! Pues bien, un día de calor insoportable del pasado verano, llegó al Centro de Psicología Canina hecha un manojo de nervios después de haberse tragado un tremendo atasco, cargada con sus cuadernos y un montón de libros de consulta con los que teníamos que trabajar. Su energía rebotaba en las paredes y decidí que ya era hora de que aprendiese una importante lección sobre lo instintivo y lo emocional, y no sólo lo intelectual. Pero dejaré que sea ella quien describa la experiencia:

La temperatura debía de rondar los cuarenta grados y llevaba más de una hora de humo y caravana para llegar al centro de Los Ángeles. Llegaba tarde, y eso me ponía de los nervios porque César rodaba cuatro días a la semana y tenía seminarios los fines de semana, de modo que nos quedaba muy poco tiempo para trabajar juntos en nuestro libro. Los perros son capaces de vivir el momento, pero la gente tiene fechas de entrega que cumplir, y la nuestra me estaba agobiando en extremo. Cuando por fin llegué al Centro iba sudando como un pollo, tenía una sed tremenda y traía el pulso acelerado. Abrí la puerta de la entrada —el lugar en el que César siempre dice a las visitas nuevas «no lo olvides: no toques a ningún perro, no les hables y no los mires a los ojos»—, y sin más comencé a gritar y a darle explicaciones sobre el tráfico y todo lo demás que me traía de cabeza. Por supuesto, los perros comenzaron a ladrar. Parecía que iban a volverse locos. Todos acudieron corriendo hasta la verja sin dejar de ladrar, y cuando entré en su zona, la cosa empeoró. Y allí vi a César, sentado en medio de todos ellos, como si fuera un Buda con una sombrilla. «Tranquilízate», me dijo. «Respira hondo. Tómate un minuto y relájate». Narices... su comentario me dejó clavada en el sitio. Respiré hondo un par de veces, tomé un trago de agua fresca y me centré. Intenté recuperar el control de la respiración y cerré los ojos. Sentí el calor reconfortante del sol en la cara y escuché el vaivén relajante del agua de la piscina, en la que jugaban un par de perros. Cuando volví a abrir los ojos apenas un par de segundos después, los perros habían dejado de ladrarme y se ocupaban tranquilamente de sus asuntos. «¿Lo ves?», me preguntó César. «¿Te das cuenta de cómo han cambiado?». Llevaba ya tiempo escribiendo con César sobre todo aquello, pero hasta aquel momento no se me encendió la lucecita. Fue algo milagroso. Los perros cambiaron en cuanto yo cambié. El efecto onda sobre cuarenta perros fue inmediato. «Vaya...», fue todo lo que pude decir. César se limitó a asentir. «Ahora comprenderás por qué siempre le digo a la gente que debe preguntarse qué clase de energía proyecta en un momento determinado». Por fin lo había comprendido.

Los caballos también leen nuestra energía

Monty Roberts, el famoso «encantador de caballos», describió el uso de la energía para domar y controlar el comportamiento de los caballos salvajes. Trabajar a través de la energía lleva décadas aceptado en la comunidad dedicada a los équidos. Brandon Carpenter, un entrenador de caballos heredero de una dinastía de entrenadores, describe las técnicas que su abuelo le enseñó a su padre y él a su hijo:

—En muchas ocasiones veo que la gente tiene problemas con su caballo durante las sesiones de clínica o de aprendizaje, y en esos casos suelo preguntarles qué es lo que sienten sobre la relación que tienen con su caballo. Enseguida solemos llegar al meollo del problema, y a menudo descubro que esa persona tiene miedo de su caballo, o teme poner a su animal en determinadas situaciones. Otros incluso llegan a decirme que como no les gusta el comportamiento de su caballo, incluso han empezado a cogerle manía al animal. Lo que esas respuestas tan sinceras revelan es un estado emocional del jinete que les predispone de un cierto modo antes incluso de acercarse al caballo.
Imaginan
cuál va a ser su reacción. Ese pensamiento suele materializarse casi cada vez que piensan en el caballo, de modo que llega a dominarles de tal forma que el caballo hace exactamente lo que su jinete, a través de su comunicación emocional, le ha dicho que haga
[7]
.

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