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Authors: Mijaíl Bulgákov

El maestro y Margarita (39 page)

Ni Cayo César Calígula, ni Mesalina llegaron a interesar a Margarita; tampoco ninguno de los reyes, duques, caballeros, suicidas, envenenadoras, ahorcados, alcahuetas, carceleros, tahúres, verdugos, delatores, traidores, dementes, detectives o corruptores.

Todos sus nombres se mezclaban en su cabeza, las caras se fundieron en una enorme torta y un solo rostro se le había fijado en la memoria, atormentándola; una cara cubierta por una barba color fuego, la cara de Maluta Skurátov
[18]
.

A Margarita se le doblaban las piernas, temía que iba a echarse a llorar de un momento a otro. Lo que más le molestaba era su rodilla derecha, la que le besaban. La tenía hinchada, con la piel azulada, a pesar de que Natasha había aparecido varias veces para frotarle la rodilla con una esponja empapada en algo aromático.

Habían pasado casi tres horas; Margarita miró hacia abajo con ojos completamente desesperados y se estremeció de alegría: el torrente de invitados empezaba a amainar.

—Todas las reglas del baile se repiten, majestad —susurró Koróviev—; ahora la ola de invitados empezará a disminuir. Le juro que son los últimos minutos de sufrimiento. Allí tiene un grupo de juerguistas de Brocken. Siempre llegan los últimos. Dos vampiros borrachos... ¿No hay nadie más? Ahí viene otro..., otros dos.

Por la escalera subían los dos últimos invitados.

—Este parece ser nuevo —dijo Koróviev, mirando a través del monóculo—. Ah, ya sé quién es. Una vez Asaselo le fue a ver mientras estaba tomando una copa de coñac y le aconsejó la manera de deshacerse de un hombre cuyas revelaciones temía muchísimo. Ordenó a un amigo que trabajaba para él que salpicara las paredes del despacho con veneno...

—¿Cómo se llama?

—No lo sé —contestó Koróviev—, hay que preguntárselo a Asaselo.

—¿Quién es el que está con él?

—Es su fiel amigo. ¡Encantado! —gritó Koróviev a los dos últimos invitados.

La escalera estaba desierta. Esperaron un poco por si venía alguien. Pero de la chimenea ya no salió nadie más.

En un minuto, y sin comprender cómo había sucedido, Margarita se encontró de nuevo en la habitación de la piscina. Lloraba de dolor en la mano y en la pierna, y se derrumbó en el suelo. Pero Guela y Natasha, consolándola, la llevaron al baño de sangre, volvieron a darle masaje y Margarita revivió.

—Un poco más, reina Margot —susurraba Koróviev que había aparecido a su lado—; hay que hacer un último recorrido por las salas para que los honorables huéspedes no se sientan abandonados.

Y Margarita salió volando de la habitación de la piscina. En el mismo tablado donde estuviera tocando la orquesta del rey de los valses, ahora se enfurecía un
jazz
de monos. Dirigía la orquesta un enorme gorila con patillas despeinadas, bailando pesadamente y sujetando una trompeta. Una hilera de orangutanes soplaban en trompetas brillantes, sosteniendo sobre los hombros alegres chimpancés con armónicas. Dos cinocéfalos con melenas de león tocaban el piano, pero, entre el estruendo de los saxofones, el chillido de los violines y el tronar de los tambores en las patas de los gibones, mandriles y macacos, el piano no se oía. Numerosísimas parejas, como fundidas, asombraban por la destreza y precisión de movimiento, girando en una dirección; avanzaban como una pared por el suelo de espejos, amenazando barrer todo lo que encontraran por delante. Unas mariposas vivaces y aterciopeladas volaban sobre el tropel de los danzantes, caían flores del techo. Se apagó la electricidad; se encendieron en los capiteles de las columnas millares de luciérnagas y en el aire flotaron fuegos fatuos.

Margarita se encontró después en una enorme piscina rodeada de una columnata. De la boca de un monumental Neptuno negro surgía un gran chorro rosa. Subía de la piscina un olor mareante a champaña. Había gran animación. Las señoras, risueñas, entregaban sus bolsos a los caballeros o a los negros —que corrían con sábanas en las manos—, y, gritando, se tiraban de cabeza al champaña. Se levantaban columnas de espuma. El fondo de cristal de la piscina estaba iluminado por una luz que atravesaba el espesor del vino, y se veían con claridad los cuerpos plateados de los nadadores. Salían de la piscina completamente borrachos. Volaban las carcajadas bajo las columnas y resonaban como el
jazz
.

De todo aquello se le quedó grabada una cara; era una cara de persona completamente ebria, con ojos de loco, pero suplicantes, y se acordó de una palabra: «Frida».

Margarita se mareó por el olor a vino, y ya estaba dispuesta a marcharse, cuando el gato negro organizó en la piscina un número que la detuvo.

Popota había estado haciendo algo junto a la boca de Neptuno y la masa de champaña, toda revuelta, desapareció de la piscina, levantando mucho ruido. En lugar del líquido rosa y burbujeante, de la boca de Neptuno surgió un chorro color amarillo oscuro. Las damas gritaron como locas: «¡Coñac!», y echaron a correr de los bordes de la piscina hacia las columnas. A los pocos segundos la piscina estaba llena, y el gato, dando tres volteretas en el aire, cayó al coñac. Salió resoplando, con la pajarita hecha un trapo, sin resto de purpurina en el bigote y sin los prismáticos. Los únicos que se decidieron a seguir el ejemplo de Popota fueron la ingeniosa modista y su acompañante, un desconocido mulato joven. Los dos se tiraron al coñac, pero en ese momento Koróviev cogió a Margarita del brazo y abandonaron a los bañistas.

A Margarita le pareció ver unos estanques enormes de piedra llenos de ostras.

Después voló por encima de un suelo de cristal, a través del cual se veían hornos infernales ardiendo, con diabólicos cocineros vestidos de blanco, que se agitaban entre los fuegos.

Luego, ya sin entender nada, vio unos sótanos oscuros, iluminados con candiles, donde unos jóvenes servían carne preparada en piedras caldeadas y donde todos bebían a su salud de unas jarras. Luego unos osos blancos que tocaban la armónica y bailaban en un escenario. Una salamandra prestidigitadora que no ardía en el fuego... Y por segunda vez se quedó sin fuerzas.

—La última salida —susurró Koróviev preocupado—, ¡y estaremos libres!

Acompañada por Koróviev, Margarita se encontró de nuevo en la sala de baile, pero allí ya no bailaban: un tumulto incalculable de invitados se aglomeraba entre las columnas, liberando el centro de la sala. Margarita no recordaba quién le ayudó a subirse a un pedestal que apareció de pronto en medio del espacio libre de la sala. Desde allí arriba oyó el toque de medianoche, que, según sus cálculos, había pasado hacía tiempo. Con la última señal del reloj invisible cayó el silencio sobre la multitud.

Margarita vio a Voland. Le rodeaban Abadonna, Asaselo y otros parecidos a Abadonna: negros y jóvenes. Margarita se dio cuenta de que delante de ella había otro pedestal preparado para Voland. Pero no lo utilizó. Se sorprendió Margarita de que Voland hubiera aparecido en aquella última gran sala, en el baile, vestido de la misma manera que cuando estaba en el dormitorio. Llevaba la misma camisa zurcida en el hombro y unas zapatillas viejas. En la mano, una espada desnuda, pero la utilizaba como bastón, apoyándose en ella.

Llegó hasta su pedestal cojeando, se paró y en seguida apareció Asaselo con una fuente en las manos; Margarita vio en la fuente la cabeza cortada de un hombre, con los dientes rotos. La sala seguía en silencio; sólo lo interrumpió un timbre lejano, inexplicable en aquellas circunstancias, que recordaba uno de esos timbres que se oyen en la entrada principal de una casa.

—Mijaíl Alexándrovich —interpeló Voland en voz baja a la cabeza; el muerto levantó los párpados y Margarita vio, estremecida, unos ojos vivos, llenos de sentido y de dolor—. Todo se ha cumplido, ¿no es verdad? —siguió Voland, mirando a los ojos de la cabeza—. La cabeza la cortó una mujer, la reunión no tuvo lugar, y yo estoy viviendo en su casa. Es un hecho. Y un hecho es la cosa más convincente de este mundo. Pero ahora lo que nos interesa es el futuro y no este hecho consumado. Usted fue siempre un propagandista ardiente de la teoría que dice que, al cortarle la cabeza, acaba la vida del hombre, se convierte en ceniza y desaparece en la nada. Me alegra poder comunicarle en presencia de mis amigos, aunque ellos sirvan de prueba de una teoría muy distinta, que esa teoría es muy seria e inteligente, aunque todas las teorías tienen un valor semejante...

»Entre ellas hay una que dice que cada uno recibirá en razón de su fe. ¡Que así sea! Usted se va al no ser y me será grato brindar por el ser con el cáliz en el que usted se va a convertir.

Voland levantó la espada. La piel de la cabeza tomó un color oscuro, se encogió, empezó a caer a trozos, desaparecieron los ojos y Margarita pudo ver en la fuente una calavera amarillenta sobre un pie de oro, con ojos de esmeralda y dientes de perlas. La calavera tenía una tapa con bisagras. Se abrió.

—Ahora mismo,
messere
—dijo Koróviev ante la mirada interrogante de Voland—, ahora mismo aparecerá ante sus ojos. Oigo en este silencio sepulcral el chirriar de sus zapatos de charol y el sonido de la copa, que ha dejado en la mesa después de beber champaña por última vez en su vida. Aquí está.

Alguien entraba en la sala, dirigiéndose a Voland. No se distinguía físicamente del resto de los invitados, excepto en una cosa: éste se tambaleaba de emoción, cosa que se notaba desde lejos. En sus mejillas ardían unas manchas rojas y sus ojos expresaban un verdadero pánico. El invitado estaba perplejo. Era natural: le había sorprendido todo, especialmente el traje de Voland.

Pero fue recibido con todos los honores.

—¡Ah, mi querido barón Maigel! —se dirigió Voland al invitado con una sonrisa cariñosa. Al interpelado parecía que se le iban a salir los ojos de las órbitas—. Tengo el gusto de presentarles —dijo Voland a los invitados— al respetable barón Maigel, funcionario de la Comisión de Espectáculos y encargado de acompañar a los extranjeros por los monumentos históricos de Moscú.

Margarita contuvo la respiración, porque le había conocido. Se había encontrado con él varias veces en los teatros y restaurantes de Moscú. «Pero —pensó Margarita— ¿éste también ha muerto?» Se aclaró todo en seguida:

—El entrañable barón —siguió Voland con una sonrisa alegre— fue tan amable que al enterarse de mi llegada a Moscú me telefoneó inmediatamente, proponiendo su ayuda como experto en lugares interesantes de la ciudad. Como es natural, he sentido una gran satisfacción al poder invitarlo.

Margarita vio que Asaselo pasaba a Koróviev la fuente con la calavera.

—Por cierto, barón —dijo Voland en tono íntimo, bajando la voz—, corren rumores sobre su extraordinario afán de saber. Dicen que ese afán, unido a su locuacidad no menos desarrollada, está empezando a llamar la atención general. Las malas lenguas ya han pronunciado la palabra espía y confidente. Más aún: hay ciertas opiniones de que todo esto le va a llevar a un final muy triste antes de un mes. Y precisamente para evitarle esa espera angustiosa, hemos decidido venir en su ayuda, aprovechando la circunstancia de que usted se haya invitado a mi fiesta con el fin de pescar todo lo que vea y oiga.

El barón se puso todavía más pálido que Abadonna, que era por naturaleza de una palidez excepcional; después sucedió algo extraño. Abadonna se colocó junto al barón y se quitó las gafas un instante. Y algo como de fuego brilló en las manos de Asaselo, se oyó un ruido parecido a una palmada, el barón empezó a perder pie y de su pecho brotó un chorro de sangre roja, cubriendo la camisa almidonada y el chaleco. Koróviev puso el cáliz bajo el chorro y se lo ofreció lleno a Voland. Mientras tanto, el cuerpo exánime del barón yacía en el suelo.

—¡A su salud, señores! —dijo Voland, y, levantando el cáliz, se lo llevó a los labios.

Se produjo la metamorfosis. Desaparecieron la camisa zurcida y las zapatillas usadas. Voland vestía de negro y llevaba una espada de acero en la cadera. Se acercó rápidamente a Margarita, le ofreció el cáliz y le dijo en tono imperativo:

—¡Bebe!

Margarita sintió un fuerte mareo, se tambaleó, pero el cáliz estaba ya junto a sus labios; unas voces, no sabía de quién, le susurraron al oído:

—No tenga miedo, majestad... No tema, majestad, que hace mucho que la sangre empapa la tierra. Y allí donde se ha vertido, crecen racimos de uvas.

Margarita, sin abrir los ojos, dio un sorbo, una corriente dulce le subió por las venas y sintió un timbre en sus oídos. Le pareció que cantaban gallos con voces ensordecedoras y que en algún sitio interpretaban una marcha. La multitud de invitados empezó a cambiar de aspecto: los hombres de frac y las mujeres se convirtieron en cadáveres. La putrefacción inundó la sala ante los ojos de Margarita y flotó un olor a sepultura. Se derrumbaron las columnas, se apagaron las luces y desaparecieron las fuentes, las camelias y los tulipanes. Y todo quedó como antes: el modesto salón de la joyera y la puerta entreabierta que dejaba ver una franja de luz. Margarita entró por esa puerta.

24
La liberación del maestro

En el dormitorio de Voland todo estaba como antes del baile. Voland, en camisa, estaba sentado en la cama, pero ahora Guela no le frotaba la pierna, sino que ponía la mesa del ajedrez para la cena. Koróviev y Asaselo, ya sin el frac, se sentaron a la mesa, y junto a ellos, naturalmente, se colocó el gato, que no quiso despojarse de su corbata, aunque la corbata era ya un trapo sucio. Margarita, tambaleándose, se acercó a la mesa y se apoyó en ella. Voland la llamó con un gesto, como lo hiciera antes, y le pidió que se sentara:

—Bueno, ¿la marearon mucho? —preguntó Voland.

—¡Oh!, no,
messere
—apenas se oyó la respuesta de Margarita.


Noblesse oblige
—indicó el gato, y le sirvió a Margarita un líquido transparente en un vaso pequeño.

—¿Es vodka? —preguntó Margarita con voz débil.

El gato, indignado, dio un respingo en la silla.

—Por favor, majestad —dijo ofendido—, ¿cree usted que yo sería capaz de servir a una dama una copa de vodka? ¡Eso es alcohol puro!

Margarita sonrió e intentó apartar el vaso.

—Beba sin miedo —dijo Voland, y Margarita cogió el vaso inmediatamente.

—Siéntate, Guela —ordenó Voland, y explicó a Margarita—: La noche de plenilunio es una noche de fiesta, y siempre ceno en compañía de mis favoritos y de mis criados. Bien, ¿cómo se encuentra? ¿Cómo ha resultado esta fiesta tan agotadora?

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