Entonces, los tripulantes tiraron de la enorme vela mayor de cuchillo hacia popa, el bergantín abatió violentamente a sotavento, hizo fuego con el cañón de popa, lanzando una bala que perforó la vela de estay de proa de la fragata y desapareció entre la niebla.
La
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respondió disparando a ciegas. Y cuando el eco del estruendo de la carronada del castillo, la única pieza de artillería que hizo fuego, todavía se oía de proa a popa, entre las cortinas de niebla apareció otra oscura forma por la amura de estribor. Enseguida pudo verse nítidamente y de pronto disparó una ensordecedora andanada con dieciocho fogonazos que iluminaron la niebla. Como disparó cuando descendía en el balanceo, la mayoría de las balas, de dieciocho libras, no dieron en el blanco, pero algunas alcanzaron la
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de rebote, atravesando los coyes en la batayola y rodando por la cubierta. El humo se propagó por sotavento, disipándose, y gran parte de la niebla se disipó con él. Entonces Jack vio claramente una potente fragata estadounidense, una embarcación de treinta y ocho cañones que disparaba andanadas de trescientas cuarenta y dos libras, aparte de los disparos que hacía con las carronadas y los cañones de proa y popa.
La
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, desafortunadamente, tenía menos cañones, y, por ser un pequeño barco corsario, menos tripulantes. Además, el bergantín también estaba dispuesto a perforarle los costados o dispararle una andanada por la popa.
—¡Fuego a discreción! —ordenó Jack.
Luego viró el timón y la fragata desvió la proa en dirección contraria a la del viento. Después los marineros apuntaron y dispararon un cañón tras otro con gran precisión.
La fragata se movía a gran velocidad y Jack, en un aparte, dijo a Tom:
—Voy a virar por avante, si es posible. Haz lo que puedas. —Y, alzando la voz, ordenó—: ¡Cañones de babor, disparen una ronda! ¡Marineros, a orientar las velas!
Jack giró el timón, y la noble fragata respondió virando lentamente la proa hacia la parte de donde venía el viento. Si perdía los estayes, si abatía a sotavento, todo estaba perdido. Siguió virando y sobrepasó el punto crucial mientras los marineros ayudaban llevando los puños de las velas hacia la crujía y cambiando de orientación el foque y las velas de estay de proa para que se hincharan. Por fin la fragata viró y los cañones de babor lanzaron balas a corta distancia. Un momento después de que los marineros dispararan el último cañón y lo ataran, corrieron a llevar hacia popa las escotas que habían soltado y a poner orden en la visible confusión.
Jack dio orden de hacer rumbo al estenordeste con la esperanza de bordear el iceberg más cercano, que estaba por la amura de estribor, pues ésa era la única manera de escapar de ese enfrentamiento imposible. Tan pronto como algunos marineros quedaron libres, se ocupó con varios de ellos de los cañones que aún no estaban cargados y luego ordenó:
—¡Juanetes y alas de barlovento!
El capitán de la fragata estadounidense estaba sorprendido, porque la
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había virado de forma inapropiada. La maniobra la había acercado tanto a la amura de babor de su embarcación que, aparte del terrible efecto de sus balas, fragmentos de tacos de madera ardiendo llegaron a bordo y cayeron sobre el contenido de un cartucho derramado, provocando una explosión. Entonces viró en redondo y, después de que los marineros desplegaran el velamen con extraordinaria rapidez, hizo rumbo al noroeste, un rumbo paralelo al de la
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, situándose a sotavento de ella. Luego empezó a navegar en contra del viento, un viento que ahora venía del noroeste y aumentaba de intensidad.
Obviamente, viró después que Jack, por lo que su fragata quedó situada a alrededor de una milla más atrás, y casi a esa misma distancia más al este. No obstante eso, pensó que también debía bordear el iceberg, aunque ahora avanzaba continuamente hacia el norte. Esa isla de hielo en particular (pues había muchas otras a la vista por el sur y el este) podía verse ahora en su totalidad porque había más luz. Tenía dos millas de ancho y estaba formada por un montón de enormes picos empinados y coronados por agujas, generalmente de color verde, aunque en la parte central eran azulados. La punta más occidental, que la
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debía bordear para poder evitar la destrucción y hacia la que la fragata estadounidense se dirigía, terminaba en un acantilado de hielo rematado con pináculos.
Puesto que la fragata norteamericana tenía la tripulación de un barco de guerra completa, pudo desplegar más velamen a pesar de los daños sufridos en el breve ataque con disparos a corta distancia. También pudo reducir un poco la distancia que separaba a ambas embarcaciones. Pero cuando los tripulantes de la
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pusieron en orden la cubierta donde estaban los cañones, mantuvieron la distancia constante. Los dos barcos surcaban las heladas aguas a gran velocidad, con tanto velamen desplegado como los mástiles podían soportar, con las bolinas tensas y disparándose uno al otro.
Jack dejó a Pullings y al señor Smith encargados de la artillería y él se quedó al timón, gobernando la fragata de modo que se acercara hasta la última pulgada a la dirección contraria a la del viento, calculando la escora, observando el peligroso acantilado con el ojo bueno. Se le partía el corazón cada vez que oía chocar la proa y el tajamar contra trozos de hielo que iban a la deriva, un sonido muy frecuente que a veces anunciaba un grave peligro. No se atrevía a poner defensas en la proa porque no podía arriesgarse a disminuir lo más mínimo la velocidad. Veía con horror, como si estuviera en una pesadilla, el lento y ominoso movimiento de la isla de hielo. La inmensa masa se movía, aparentemente, con la facilidad de una nube, y la franja de agua por donde se podía pasar sin sufrir daños se estrechaba más cada minuto.
—Señor —dijo Wilkins—, el bergantín ha cambiado de rumbo.
Naturalmente, Jack lo esperaba. Por el hecho de que viraran las dos fragatas y por sus propias maniobras, el bergantín se encontraba al oeste de ambas, por la aleta de la
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y un poco más cerca de ella que de la potente fragata. Además, en las últimas dos millas había perdido velocidad constantemente. Ahora, en respuesta a una señal, estaba virando con la obvia intención de pasar por la popa de la
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y dispararle una andanada que la atravesaría de popa a proa. Era una acción temeraria, pues Jack sólo tenía que virar un poco a babor para que los cañones del costado pudieran dispararle una andanada que posiblemente la hundiría. No obstante, el tiempo que emplearía en virar, aunque fuera poco, así como en hacer la descarga y abatir para volver al rumbo establecido, casi seguro que impediría a la
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ganar la carrera al iceberg.
—Presente mis respetos al capitán Pullings y dígale que concentre su atención en el mastelero de proa y su verga —ordenó Jack después de mirar hacia proa y hacia popa.
Los cañones de popa, en la cubierta inferior, aumentaron el ritmo de los disparos. Ocho cañonazos se sucedieron con rapidez y se oyeron gritos triunfantes. Jack se volvió, vio el bergantín moviendo la proa hacia la parte de donde venía el viento, con la vela trinquete sobre la cubierta y la vela mayor balanceándose sin control. Asintió con la cabeza, pero pensó que lo más importante estaba delante, a menos de media milla.
—Señor —dijo Wilkins de nuevo—, la fragata ha virado a estribor.
Jack volvió a asentir con la cabeza. La fragata había estado a sotavento de la
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desde el principio y ahora no tenía posibilidades de bordear la punta del iceberg, por lo que intentaba lanzar contra la fragata un ataque tan feroz como pudiera y destrozarla antes de que quedara fuera de su alcance. Se encogió de hombros, pensando que ahora no podía cambiar el rumbo. Volvió a llevar el timón con tranquilidad, observando la verde franja de agua con tanta atención como si fuera un seto al cual se dirigía al galope sin saber lo que había detrás. Observó la blanca espuma de las olas que subían por la base del blanco acantilado de hielo y el blanco albatros que pasó por encima de las olas, y antes de oír el estruendo de la andanada de la fragata estadounidense, oyó el ensordecedor estrépito producido por la caída de un trozo de hielo del acantilado. Sintió el temblor del casco y luego el sonido que producía al rozar la superficie del trozo de hielo sumergido. Entonces vio el palo mesana partirse por dos lugares, balancearse, romperse y caer lentamente por la borda.
—¡Hachas, hachas! ¡Corten todo! ¡Corten todo para soltarlo!
Los marineros cortaron obenques, estayes y otros cabos de la jarcia para soltarlo. La fragata pasó junto al acantilado de hielo rozándolo con la verga mayor y llegó a una zona del mar donde tenía mucho espacio para maniobrar, una zona de unas tres millas, más allá de la cual las aguas estaban llenas de islas de hielo.
Respondió al timón perfectamente bien y parecía tener vida. Ahora había un enorme bloque de hielo entre ella y los cañones del enemigo. Jack estaba un poco turbado y no sabía muy bien en qué orden se habían sucedido los acontecimientos, pero eso no importaba porque ahora la fragata estaba navegando por aguas sin obstáculos. Mandó a Reade a pedir al carpintero que sondara la sentina y observó la cubierta para ver los destrozos causados, pero, asombrosamente, no eran muchos. El palo mesana había caído sin causar daño y ya el contramaestre y sus ayudantes estaban haciendo nudos y ayustando.
—¿Qué daños ha sufrido la tripulación? —preguntó a Wilkins.
—Ninguno en este último tramo, señor. El hielo no nos alcanzó por un pelo.
Pullings llegó a la popa sonriendo, con un pasador en la mano y asombrosamente con gran locuacidad.
—Le felicito por haber pasado, señor —dijo—. Por un momento pensé que la fragata no podría conseguirlo y se me encogió el corazón. Y cuando cayó el trozo de hielo, me dije: «Llegó tu hora, Pullings». Pero no nos cayó encima.
—¿Viste lo que pasó?
—Sí, señor. Acababa de asomar la cabeza por la parte superior de la escala cuando la fragata yanqui empezó a hacer fuego. Al principio hizo disparos aislados y precisos, uno de los cuales dio en la parte baja del palo mesana, y luego, cuando estábamos bordeando la punta, disparó a la vez con todos los demás cañones y algunas balas atravesaron el hielo, o tal vez simplemente chocaron con él. Lo cierto es que un gran número de balas, con un peso total de alrededor de una tonelada, se elevaron muy alto y luego cayeron con gran estruendo. Nunca había visto ni oído nada semejante. Se hundieron en la estela, empapándonos a todos, y algunos fragmentos estropearon las guirnaldas del coronamiento.
Jack se dio cuenta de que estaba empapado por detrás y todavía un poco aturdido por el terrible estruendo.
—Lamento mucho haber perdido el palo mesana —dijo—, pero si hubiera intentado salvarlo, hubiéramos chocado contra la masa de hielo. De todas formas, pasamos rozando y temo por las placas de cobre. ¿Sí, señor Reade?
—Con su permiso, señor. Dice Astillas que…
—¿Qué es eso, señor Reade?
—Disculpe, señor. Dice el señor Bentley que sólo hay dos pulgadas de agua en la sentina.
—Muy bien. Tom, tenemos que navegar con el viento en popa o lo más cerca posible hasta que podamos poner una bandola. Escoge a los mejores balleneros y ordénales que suban uno a uno a la cofas de serviola para que elijan una ruta para pasar entre las masas de hielo, pues hay gran cantidad de ellas por sotavento. También manda preparar una gruesa defensa para la proa. Por otra parte, como no es probable que veamos a nuestro potente enemigo hasta que haya virado un par de veces —agregó, señalando el oeste con la cabeza—, ordena encender el fuego de la cocina y dar de comer a los marineros.
—Es posible que considere su deber regresar rápidamente donde está el convoy para protegerlo —aventuró Pullings.
—Esperemos que tenga un gran sentido del deber, un extraordinario sentido del deber-respondió Jack.
* * *
La gran fragata estadounidense no bordeó la punta esa tarde, y el diligente bergantín no sólo perdió la verga (una bala cortó las eslingas), sino también tenía un agujero por debajo de la línea de flotación que le había hecho una bala de nueve libras, y por allí entraban agua y pedazos de hielo. Ya entonces la
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, con el viento a diez o veinte grados por la aleta de babor, de acuerdo con lo que el hielo permitía, había recorrido diez millas en línea recta, sin contar las recorridas al desviarse para esquivar los icebergs y las plataformas de hielo. A esa distancia, cuando gran parte de la niebla se disipó, el serviola pudo ver por fin la gran fragata. Pero ella también tendría que pasar por esos canales tan engañosos y bordear las mismas islas, así que Jack se sentó a comer su tardía comida tan tranquilamente como se lo permitían la pérdida de un mástil, la presencia de un enemigo activo y con empuje y el hecho de tener delante una enorme cantidad de islas y placas de hielo.
Ya había bajado a la enfermería a ver los pocos hombres heridos que había. Dos tenían heridas provocadas por trozos de madera desprendidos y uno de ellos, como siempre, era Joe Plaice; a otro le había caído encima un motón y estaba en coma, pero su situación no era desesperada; otro tenía los dedos del pie y el metatarso destrozados porque se los había aplastado un cañón al retroceder. Y allí le dijo a Stephen que la comida estaría preparada cuando sonaran las ocho campanadas y, por si no lo sabía, añadió:
—Ya sabes, a las cuatro en punto.
Lo sabía, y al oír el primer toque entró en la cabina muy animado y secándose las manos.
—Siento haberte hecho esperar, pero al final tuve que cortar ese pie, porque era una masa de menudos fragmentos de huesos. Por favor, dime cómo vamos.
—Muy bien, gracias. La fragata se encuentra tres millas más atrás y no creo que podamos estar al alcance de sus cañones antes de que caiga la noche. Permíteme servirte un pedazo de este pescado, que me parece que es un pariente del bacalao.
—Me dijeron que perdimos un mástil. ¿Crees que eso impedirá nuestro avance hasta el punto de que corramos peligro? ¿Eso reducirá la distancia que nos separa en, por ejemplo, un tercio?
—Espero que no. Cuando navegamos a la cuadra, asombrosamente, el palo mesana influye muy poco en ello, y cuando navegamos de bolina, menos de lo que podrías imaginarte. Pero con el viento por el través, la fragata podría volcar y desviarse del rumbo irremediablemente. No me gustaría que nos persiguiera en alta mar un arenquero cuando tuviéramos un fuerte viento a la cuadra. Espero que el viento del oeste o del sudoeste continúen soplando hasta que el sentido de la responsabilidad haga al capitán de esa fragata volver junto al convoy.