El misterio del cuarto amarillo (19 page)

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Authors: Gastón Leroux

Tags: #Intriga, #Policiaco

El tío Jacques, muy agitado, casi temblando, desaparece un instante y regresa, sin escalera, para hacerme desde lejos ostensibles señas con sus brazos para que vaya cuanto antes. Cuando estoy cerca de él me susurra: "¡Venga!".

Me hace dar la vuelta al castillo por el torreón. Al llegar, me dice:

–Fui a buscar mi escalera a la sala situada debajo del torreón, que el jardinero y yo usamos para guardar las herramientas; la puerta del torreón estaba abierta y la escalera había desaparecido. Al salir, bajo el claro de luna, ¡mire dónde la encontré!

Y me señalaba, en el otro extremo del castillo, una escalera apoyada contra los "modillones
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" que sostenían la terraza, debajo de la ventana que había encontrado abierta. La terraza me había impedido ver la escalera... Gracias a esta escalera, era extremadamente fácil entrar en el recodo de la galería del primer piso, y no dudo de que haya sido el camino que siguió el desconocido. Corrimos hacia la escalera; pero en el momento en que la tomábamos, el tío Jacques me muestra la puerta entreabierta del cuartito voladizo de la planta baja, que está ubicado en el extremo del ala derecha del castillo, y cuyo techo es la misma terraza de la que hablé. El tío Jacques empuja un poco la puerta, mira en el interior y me dice, en un susurro.

¡No está!

–¿Quién?

–¡El guardabosque!

Y de nuevo, acercando su boca a mi oído:

–¿Sabía que el guardabosque duerme en esta pieza desde que el torreón está en obra?...

Y con el mismo gesto significativo, me señala la puerta entreabierta, la escalera, la terraza y la ventana del recodo de la galería que yo había cerrado hacía un rato.

¿Cuáles fueron mis pensamientos en ese momento? ¿Tenía tiempo para pensar? Más que pensar, sentía...

Naturalmente, sentía yo, si el guardabosque está allá arriba en la habitación (digo "si" porque, en ese momento, fuera de la escalera y de su habitación desierta, no tengo ningún indicio que me haga sospechar del guardabosque), si está allí, tuvo que trepar por esta escalera y por esta ventana, ya que las piezas situadas detrás de su nueva habitación, al estar ocupadas por la pareja del mayordomo y la cocinera, y por las cocinas, le cierran el camino al vestíbulo y a la escalera, en el interior del castillo... Si es el guardabosque el que trepó por allí, le habrá resultado fácil ir a la galería ayer a la noche, con cualquier pretexto, y procurar que la ventana quedara simplemente entornada por dentro, con las hojas juntas de tal modo que sólo tuviera que empujar desde afuera para que la ventana se abriera y así poder saltar a la galería. El hecho de que sea necesario que la ventana no esté cerrada desde el interior restringe singularmente el campo de indagación sobre la personalidad del asesino. El asesino tiene que ser alguien de la casa; a menos que haya un cómplice, cosa que no creo...; a menos..., a menos que la misma señorita Stangerson se haya ocupado de que esa ventana no quedara cerrada por dentro... Pero ¿cuál será ese terrible secreto, que obliga a la señorita Stangerson a eliminar los obstáculos que la separan de su asesino?

Tomo la escalera y nos ponemos otra vez en marcha hacia la parte trasera del castillo. La ventana de la habitación sigue entreabierta; las cortinas están corridas, pero no se unen y dejan pasar un gran rayo de luz, que se prolonga, a mis pies, sobre el césped. Apoyo la escalera debajo de la ventana de la habitación (estoy casi seguro de no haber hecho el menor ruido) y, mientras el tío Jacques permanece al pie de la escalera, subo sigilosamente, muy sigilosamente, los escalones, garrote en mano. Contengo la respiración; levanto y apoyo los pies con infinita precaución. De pronto, un nubarrón y un nuevo chaparrón. Suerte. Pero, de repente, el grito siniestro del Animalito de Dios me detiene en mitad del ascenso. Me parece que acaban de gritar a mis espaldas, a unos pocos metros. ¿Y si ese grito fuera una señal? ¿Si algún cómplice del hombre me hubiera visto en la escalera? ¡Quizás el grito llama al hombre a la ventana! ¡Quizás...! ¡Maldición! ¡El hombre está en la ventana! Siento su cabeza encima de mí; oigo su respiración. Y yo no puedo mirarlo; ¡el menor movimiento de mi cabeza y estoy perdido! ¿Me verá? ¿Bajará la cabeza en medio de la noche? ¡No!... Se va..., no vio nada... Más que oírlo, siento que camina sigilosamente en la habitación; y subo unos escalones más. Mi cabeza está a la altura del antepecho de la ventana; mi frente supera a la piedra; mis ojos ven entre las cortinas.

El hombre está ahí, sentado a la mesita de la señorita Stangerson y escribe. Me da la espalda. Hay una vela delante de él; pero, como está inclinado sobre su llama, esta proyecta sombras que lo deforman. Sólo veo una monstruosa espalda encorvada.

Cosa extraordinaria: ¡la señorita Stangerson no está ahí! Su cama no está deshecha. ¿En dónde duerme, entonces, esta noche? Sin duda, en la habitación de al lado, con sus enfermeras. Hipótesis. Alegría de encontrar al hombre solo. Serenidad para preparar la trampa. Pero ¿quién es ese hombre que escribe ahí, ante mis ojos, instalado en esa mesita como si estuviera en su propia casa? Si no fuera por los pasos del asesino en la alfombra de la galería, si no fuera por la ventana abierta, si no fuera por la escalera debajo de aquella ventana, podría llegar a pensar que ese hombre tiene derecho a estar allí y que allí se encuentra normalmente, por causas normales que todavía no conozco. Pero no cabe la menor duda de que ese misterioso desconocido es el hombre del "cuarto amarillo", cuyos golpes asesinos la señorita Stangerson se vio obligada a soportar, sin delatarlo. ¡Ah! ¡Si pudiera ver su cara! ¡Sorprenderlo! ¡Capturarlo!

Si salto ahora a la habitación, él huirá por la antecámara o por la puerta de la derecha, que da al gabinete. Por ahí, atravesando el salón, llega a la galería y lo pierdo. Ya está, lo tengo; cinco minutos más y ya lo tengo, más seguro que dentro de una jaula... ¿Qué hace aquí, solo, en la habitación de la señorita Stangerson? ¿A quién le escribe?... Bajo. Al suelo la escalera. El tío Jacques me sigue. Regresamos al castillo. Mando al tío Jacques a despertar al señor Stangerson. Me tiene que esperar allí y no decirle nada concreto antes de mi llegada. Yo voy a ir a despertar a Frédéric Larsan. Un fastidio para mí. Me hubiera gustado trabajar solo y recibir todo el reconocimiento del caso, en las narices de Larsan dormido. Pero el tío Jacques y el señor Stangerson son ancianos y quizá yo no esté físicamente a la altura de las circunstancias. Podría carecer de la fuerza necesaria... Larsan, en cambio, está acostumbrado a derribar a un hombre, arrojarlo al suelo y levantarlo con las manos esposadas. Larsan me abre, atontado, con los ojos hinchados por el sueño, dispuesto a mandarme a pasear, sin creer en absoluto en mis fantasías de reportero novato. ¡Tengo que asegurarle que el hombre está ahí!

–¡Qué extraño! – dice. ¡Yo creía haberlo dejado esta tarde en París!

Se viste rápidamente y se arma de un revólver. Nos deslizamos por la galería.

Larsan me pregunta:

–¿Dónde está?

–En la habitación de la señorita Stangerson.

–¿Y la señorita Stangerson?

–¡No está en su habitación!

–¡Vamos!

–¡No vaya! El hombre, ante la primera alarma, se escapará... Hay tres vías de escape: la puerta, la ventana y el gabinete en el que están las mujeres...

–Le dispararé...

–¿Y si le yerra...? ¿Si no hace más que herirlo? Se volverá a escapar... Sin contar con que también él debe estar armado... No, déjeme dirigir la operación y respondo de todo...

–Como quiera -me dice con bastante amabilidad.

Entonces, después de asegurarme de que todas las ventanas de las dos galerías estuvieran herméticamente cerradas, ubico a Frédéric

Larsan en el extremo del recodo de la galería, delante de esa ventana que yo había encontrado abierta y que volví a cerrar. Le digo a Fred:

–No debe abandonar este puesto por nada del mundo hasta que lo llame... Hay un ciento por ciento de posibilidades de que el hombre vuelva a esta ventana e intente escapar por ahí cuando lo persigamos, porque por ahí entró y por ahí preparó su huida. Tiene un puesto peligroso...

–¿Cuál será el suyo? – preguntó Fred.

–Yo saltaré a la habitación y levantaré la presa.

–Tome mi revólver -dijo Fred-, yo tomaré su garrote.

–Gracias -le dije-, es usted un hombre valiente.

Y tomé el revólver de Fred. Iba a encontrarme solo con el hombre que escribía en la habitación y, en verdad, me agradaba llevar ese revólver.

Así pues, dejé apostado a Fred en la ventana 5 del plano y me dirigí, siempre con la mayor precaución, a los aposentos del señor Stangerson, en el ala izquierda del castillo. Encontré al señor Stangerson con el tío Jacques, quien había cumplido la consigna, limitándose a decirle a su amo que tenía que vestirse lo más rápido posible. Con cuatro palabras puse al señor Stangerson al tanto de lo que estaba pasando. También él se armó de un revólver, me siguió y pronto estuvimos los tres en la galería. Todo lo que acababa de pasar, desde que yo viera al asesino ante la mesa, apenas había transcurrido en diez minutos. El señor Stangerson quería precipitarse inmediatamente sobre el asesino y matarlo: así de simple. Le hice entender que no valía la pena correr el riesgo, por querer matarlo, de que se escapara vivo.

Cuando le juré que su hija no estaba en la habitación y que no corría ningún riesgo, aceptó calmar su impaciencia y dejar que yo dirigiera los acontecimientos. También les dije al tío Jacques y al señor Stangerson que no debían venir a mí hasta que los llamara o disparase un tiro, y le ordené al tío Jacques que se colocara delante de la ventana situada en el extremo de la galería recta. (La ventana está marcada con el número 2 en mi plano). Elegí este puesto para el tío Jacques porque imaginaba que el asesino, al verse atrapado a la salida de la habitación, escaparía por la galería para alcanzar la ventana que había dejado abierta y, al llegar al cruce de las galerías y ver de pronto a Larsan delante de ella, vigilando el recodo de la galería, continuaría su camino por la galería recta. Allí se encontraría con el tío Jacques, que le impediría saltar al parque por la ventana que se abría en el extremo de la galería recta. Ciertamente, si el asesino conocía el lugar (y yo no tenía dudas al respecto), así era como actuaría en semejante circunstancia. En efecto, debajo de esta ventana había una especie de contrafuerte exterior
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. Todas las demás ventanas de las galerías daban a los fosos, pero era tal la altura, que resultaba prácticamente imposible saltar por ellas sin romperse el cuello. En el extremo de la galería recta, puertas y ventanas estaban perfectamente cerradas, incluida la puerta de la baulera: me había cerciorado de ello rápidamente. Así pues, luego de indicarle, como ya dije, su puesto al tío Jacques y cerciorarme de que estaba ahí, coloqué al señor Stangerson delante del descanso de la escalera, cerca de la puerta de la antecámara de su hija. Todo hacía prever que, en cuanto yo sorprendiera al asesino en la habitación, este preferiría escapar por la antecámara antes que por el gabinete en el que estaban las mujeres, y cuya puerta debió cerrar la propia señorita Stangerson, si, como yo pensaba, se había refugiado en ese gabinete ¡para no ver al asesino que vendría a sus aposentos! Hiciera lo que hiciera, siempre terminaría en la galería, donde mi gente lo esperaba en todas las salidas posibles.

Al llegar a la antecámara, el asesino ve a su izquierda, casi sobre él, al señor Stangerson; entonces se escapa por la derecha, hacia el recodo de la galería, que es, por otra parte, el camino preparado para su huida. En la intersección de las dos galerías, ve al mismo tiempo (como lo explico más arriba): a su izquierda a Frédéric Larsan, al final del recodo de la galería, y enfrente al tío Jacques, al final de la galería recta. El señor Stangerson y yo llegamos por detrás. ¡Es nuestro! ¡No se nos puede escapar!... Este plan me parecía el más prudente, el más seguro y el más simple. Si hubiéramos tenido a alguien para ubicar directamente detrás de la puerta del gabinete de la señorita Stangerson, que da al dormitorio, quizás a uno de esos que no piensan le habría parecido más sencillo sitiar directamente las dos puertas del cuarto en el que se hallaba el hombre, la del gabinete y la de la antecámara; pero sólo podíamos entrar en el gabinete por el salón, cuya puerta estaba cerrada desde adentro por la inquieta previsión de la señorita Stangerson. Y por eso, este plan, que podría ocurrírsele a cualquier agente de policía pueblerino, se volvía impracticable. Pero yo, que estoy obligado a pensar, diría que, aunque hubiera podido disponer libremente del gabinete, habría mantenido mi plan tal como lo acabo de exponer; porque cualquier otro plan de ataque directo por las puertas de la habitación nos separaba a los unos de los otros en el momento de enfrentarnos con el hombre, mientras que el mío nos reunía a todos para el ataque, en un lugar que yo había determinado con una precisión casi matemática. Este lugar era el cruce de las dos galerías.

Después de ubicar a mi gente de este modo, salí del castillo, corrí a i la escalera, la volví a colocar contra la pared y, revólver en mano, trepé.

A quien se sonría ante tantas precauciones previas, lo remito al misterio del "cuarto amarillo" y a todas las pruebas que tenemos de la fantástica astucia del asesino; por otra parte, si mis observaciones le parecen a alguien demasiado meticulosas en un momento en que hay que estar enteramente poseído por la rapidez del movimiento, de la decisión y de la acción, le replicaré que he querido referir aquí, en forma detallada, todas las disposiciones de un plan de ataque concebido y ejecutado tan rápidamente como lento resulta su desarrollo bajo mi pluma. He buscado esta lentitud y esta precisión para estar seguro de no omitir ninguna de las condiciones en las que se produjo el extraño fenómeno que, hasta nueva orden y natural explicación, me parece que demuestra, mejor que todas las teorías del profesor Stangerson, el fenómeno de la disociación de la materia, incluso diría la disociación instantánea de la materia.

[67]
Los modillones son, en este caso, los miembros voladizos sobre los que se asienta la terraza.

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El contrafuerte, en arquitectura, es un pilar externo al muro, que le sirve de refuerzo.

16. EXTRAÑO FENÓMENO DE DISOCIACIÓN DE LA MATERIA

Fragmento de las notas de Joseph Rouletabille (continuación)

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