Si la nave disparase proyectiles con la suficiente rapidez, retrocedería hacia arriba cada vez más aprisa y, de hecho, iría retrocediendo hasta llegar a la Luna.
Sin embargo, Dodge aduce que el retroceso es cada vez más grande a medida que la masa del obús aumenta, y que «para ser efectivo, su peso [realmente, masa] debería ser igual o superior al del mismo cañón».
Así pues, debemos imaginar un objeto que disparase la mitad de sí mismo, dejando a la otra mitad desplazarse hacia arriba y disparar la mitad de lo que le quedase a medida que ascendiese, moviéndose así hacia arriba más deprisa y luego disparar la mitad de lo que ahora restase de si mismo, y así sucesivamente, hasta que llegara a la Luna.
Pero ¿cómo habría de ser de grande una nave espacial, al principio, si tiene que disparar la mitad de si misma, luego la mitad de lo que queda, luego la mitad de lo que queda, y así sucesivamente? Dodge dice: «Sería necesario un artefacto original del tamaño de una cadena de montañas para hacer aterrizar simplemente una pequeña caja en la superficie lunar sin que sufriera daños.» Por lo tanto, opina que el Plan del Retroceso es, aun menos práctico que el Plan del Proyectil.
Llegamos al cuarto plan: «El Plan de la Levitación».
Este implica nada menos que protegerse, de alguna manera, de la fuerza de la gravedad. Dodge admite que no se conoce ninguna pantalla contra la gravedad, pero supone que tal vez sería posible descubrirla en alguna época futura.
En cierto modo, un globo lleno de hidrógeno parece anular la gravedad. Realmente parece «caer» hacia arriba a través de la atmósfera y presentar levitación (de una palabra latina que significa «ligero»), en vez de gravitación (de una voz latina que significa «pesado»).
En su relato
La aventura sin paralelo de un tal Hans Pfaall,
publicado sesenta y ocho años antes, en 1835
,
Edgar Allan Poe emplea un globo para viajar a la Luna. Sin embargo, un globo simplemente flota en las capas más densas de la atmósfera, y no neutraliza realmente la gravedad. Cuando se eleva hasta una altura en que la atmósfera no es más densa que el gas contenido en el globo, ya no asciende más. Poe imaginó un gas mucho menos denso que el hidrógeno (algo que ahora sabemos que no existe, y que no puede existir), pero ni siquiera eso habría elevado un globo más que una fracción del 1% de la distancia entre la Tierra y la Luna. Dodge lo sabía y por eso no menciona los globos.
Lo que Dodge quería decir era una verdadera neutralización de la gravedad, tal y como H. G. Wells empleó en su obra
Los primeros hombres en la Luna,
publicado dos años antes, en 1901.
Naturalmente, si se neutralizara la gravedad se tendría un peso cero, pero ¿eso por sí solo nos llevaría a la Luna? ¿No estaría una nave espacial con un peso cero meramente sujeta a los caprichos del viento? ¿No iría simplemente a la deriva de esta manera, y en una especie de movimiento browniano, y aun cuando finalmente (un finalmente muy alejado, tal vez), llegara a la parte superior de la atmósfera y siguiera más allá, no podría entonces estar apartándose de la Tierra en una dirección al azar que sólo llegaría a las cercanías de la Luna como resultado de una muy poco probable coincidencia?
No obstante, Dodge tenía una noción mejor de todo ello. Imagínense que están ustedes en una nave espacial en reposo en el ecuador de la Tierra. La Tierra gira sobre su eje, de modo que cada punto en el ecuador, incluyendo la nave espacial, se mueve sobre el eje a una velocidad de unos 0,46 kilómetros por segundo. Ésta es una velocidad supersónica (unos 1,5 Mach), y si intentasen ustedes agarrarse a un objeto corriente que estuviese girando a su alrededor a semejante velocidad, no podrían sujetarse durante la más pequeña fracción de segundo.
Sin embargo, la Tierra es muy grande, y el cambio de dirección de la línea recta en el tiempo de un segundo es tan pequeño, que la aceleración interior es bastante moderada. La fuerza de la gravedad en la nave es lo suficientemente fuerte para retenerla en la superficie de la Tierra, a pesar de la velocidad con que la hace girar. (Tendría que dar vueltas alrededor de la Tierra a diecisiete veces esta velocidad antes de que la gravedad cesase de ser lo suficientemente fuerte para retenerla.)
Pero supongamos que la nave espacial posee una pantalla antigravedad que protege todo su casco, y en un momento determinado se activa. Ahora, sin gravedad que tire de ella es soltada de la Tierra como un terrón de fango de un volante que gira. Se movería en una línea recta tangente a la curva de la Tierra. La superficie de la tierra descendería bajo ella, con lentitud al principio, pero cada vez más aprisa, y si se tuviese cuidado de activar la pantalla justo en el momento oportuno, el vuelo de la nave cortaría finalmente la superficie de la Luna.
Dodge no menciona que el movimiento curvo de la Tierra alrededor del sol introduciría un segundo factor, y que el movimiento del Sol entre las estrellas añadiría un tercer componente. Eso representaría, no obstante, unos ajustes comparativamente menores.
El aterrizaje en la Luna sería mejor que en los planes anteriores, ya que una nave espacial no afectada por la gravedad de la Luna no tendría que aproximarse a la misma a la velocidad de escape. Una vez la nave estuviese casi tocando la Luna, la pantalla antigravedad se desconectaría y la nave, sujeta de repente a la relativamente débil gravedad de la Luna, caería desde unos pocos centímetros, con una leve sacudida.
Pero ¿qué pasaría con el regreso? La Luna gira sobre su eje muy lentamente, y un punto en su ecuador viaja a una velocidad de 1/100 de un punto en el ecuador terrestre. El empleo de la pantalla antigravedad en la Luna daría a la nave espacial sólo 1/100 de la velocidad que tenía al abandonar la Tierra, por lo que el viaje desde la Luna a la Tierra sería 100 veces más largo que desde la Tierra a la Luna.
No obstante, podemos descartar todo esto. Albert Einstein promulgó su teoría general de la relatividad trece años después de que se escribiese el artículo de Dodge, por lo que no se puede culpar a éste de no saber que esa pantalla antigravedad es algo simplemente imposible. Hay que tachar el Plan de la Levitación.
Dodge tiene más esperanzas en su quinto plan, «El plan de la Repulsión». Aquí no confía sólo en algo que le permita neutralizar la gravedad, sino en alguna clase de fuerza repulsiva que, de un modo activo, desequilibre la atracción gravitatoria.
A fin de cuentas, existen dos clases de carga eléctrica y dos clases de polo magnético, y, en cualquier caso, tanto las cargas como los polos se repelen mutuamente. ¿No podría haber una repulsión gravitatoria igual que hay una atracción gravitatoria, y no sería posible que las naves espaciales empleasen algún día una combinación de ambas, unas veces alejándose de un cuerpo astronómico y otras siendo atraídas hacia él, y no podría esto ayudarnos a llegar a la Luna?
Dodge, realmente, no dice que pueda existir algo como la repulsión gravitatoria, y su prudencia es buena, puesto que, según el posterior punto de vista einsteiniano, la repulsión gravitatoria es imposible.
Sin embargo, Dodge menciona la presión de la luz, señalando que, en algunos casos, puede contrarrestar la fuerza de la gravedad. Emplea como ejemplo las colas de los cometas. Cabría esperar que la gravedad atrae las colas hacia el Sol, pero la presión de la luz solar las empuja en dirección opuesta, venciendo así la gravitación.
En realidad, aquí se equivoca, puesto que resulta que la presión de la luz solar es demasiado débil para realizar eso. Es el viento solar el que lo efectúa.
La presión de la luz podría emplearse como una fuerza motivadora, seguramente, pero sería demasiado débil para actuar contra la cercana atracción de un cuerpo de cierto tamaño o, en lo que se refiere a eso, contra la resistencia del aire. En primer lugar, una nave espacial tendría que encontrarse en pleno espacio profundo, y debería tener velas que fuesen sumamente sutiles y de un área de muchos kilómetros cuadrados.
Elevar una nave espacial desde la superficie de la Tierra hacia la Luna por la presión de la luz, o cualquier cosa de este tipo, resulta imposible. Hay que tachar el Plan de la Repulsión.
Y esto es todo. Dodge era un hombre inteligente y con conocimientos, que comprendía con claridad la ciencia (la de 1903); sin embargo, si consideramos sólo sus cinco planes tal y como los describe, ninguno de ellos tiene la más mínima posibilidad de permitir a los seres humanos viajar de la Tierra a la Luna.
¡Y, sin embargo, se ha hecho! Mi padre estaba vivo cuando se escribió ese artículo, y vivió para ver a los seres humanos pisar la Luna.
¿Cómo es esto posible?
¿Ya se han percatado de la palabra que Dodge omitió? ¿Se han dado cuenta de que
no vio el camión?
¡No mencionó el cohete!
No había ninguna razón para que lo omitiera. Los cohetes se conocían desde hacía ocho siglos. Se habían empleado en la paz y en la guerra. En 1687, Newton había explicado a fondo el principio del cohete. Incluso antes, en 1656, Cyrano de Bergerac, en su relato
Un viaje a la Luna
hizo una lista de siete maneras de llegar a la Luna, e incluyó a los cohetes como uno de los métodos.
Así pues ¿cómo es que Dodge lo excluyó? No porque no fuese un hombre agudo. En realidad, al final de su artículo fue lo suficientemente brillante para ver algo, en 1903, por lo que yo he estado trabajando como un loco para que la gente lo comprendiera ahora, ocho décadas después. (Hablaré de ello en el capítulo siguiente.)
No, no mencionó los cohetes porque los mejores de nosotros en ocasiones no vemos el camión. (Me pregunto, por ejemplo, qué camiones estamos dejando de ver ahora mismo.)
Dodge
casi
lo consiguió con su plan del retroceso, pero sólo porque cometió un disparate. Pensó que, para conseguir un retroceso decente, el cañón debía disparar un obús que tuviese una masa por lo menos igual a sí mismo, y eso es un error.
Lo que cuenta en el disparo y en el retroceso, en la acción y en la reacción, es el momento. Cuando una bala sale de un arma con cierto momento, esta última debe ganar un momento igual en la dirección opuesta, y el momento es igual a la masa
multiplicada por la velocidad.
En otras palabras, una masa pequeña produciría el suficiente retroceso si se moviese a suficiente velocidad.
En los cohetes, los vapores calientes expelidos se mueven hacia abajo a gran velocidad, y lo hacen continuamente, por lo que el cuerpo del cohete se impulsa hacia arriba con sorprendente aceleración, considerando la pequeña masa del vapor expulsado. Aún sigue haciendo falta una gran masa para hacer llegar a la Luna un objeto comparativamente pequeño, pero la diferencia se halla muy lejos de lo que Dodge temía.
Además, el efecto de retroceso es continuo durante tanto tiempo como esté ardiendo el combustible y los vapores se expulsen, y esto es equivalente a un proyectil que es desplazado centenares de kilómetros a lo largo de un cañón. La aceleración se hace lo suficientemente pequeña para ser soportable.
La posesión de un depósito de reserva de combustible, una vez el cohete se encuentra ya camino de la Luna, significa que el cohete se puede maniobrar; se puede frenar su descenso a la Luna; puede despegar de nuevo hacia la Tierra a voluntad; y puede maniobrar de modo apropiado para entrar en la atmósfera terrestre.
Y esto es todo realmente, excepto por dos coincidencias, una moderada y la otra disparatada, y ya saben lo que me gustan las coincidencias.
La coincidencia moderada es ésta: El mismo año en que se escribió ese artículo para el
Munsey's Magazine,
Konstantin Tsiolkovski comenzaba una serie de artículos en una revista de aviación rusa, que trataban de la teoría de los cohetes aplicada, específicamente, a los viajes espaciales. Fue el primer estudio científico de esta clase, de modo que la moderna cohetería astronáutica empezó exactamente en la época en que Dodge especulaba acerca de todo menos de los cohetes.
La coincidencia disparatada es ésta: Inmediatamente después del articulo de Dodge, en el que no mencionaba la palabra «cohete» ni se daba cuenta de que era el cohete, y sólo el cohete, lo que permitiría que los seres humanos lograsen la gran victoria de llegar a la Luna, apareció, naturalmente, otro artículo, ¿y cuál creen que era el título de este artículo?
No se molesten en adivinarlo. Se lo diré.
Se titulaba La gran victoria del cohete.
No, no es que alguien corrigiese la omisión de Dodge. Sólo es un relato de ficción, con el subtítulo: «La estratagema con la que Willie Fetherston ganó una carrera y una novia».
Y en esta historia,
El cohete
es el nombre de un caballo.
Un amigo mío, que es editor (casi todos mis amigos parecen ser escritores, editores, o directores de publicaciones, lo cual es muy raro…, o tal vez no sea tan raro), me pidió que escribiese un libro de quintillas humorísticas para niños.
—Que sean sencillas —me pidió con gravedad, habiéndose enterado de algunas de mis hazañas previas en esta dirección—. Es decir, si sabes hacer ese tipo de cosas.
—Naturalmente que sé hacerlas —respondí, en el tono agraviado que empleo cuando alguien sugiere que existe algún estilo en el que no sé escribir si me lo propongo.
—Muy bien, pues. Quiero cincuenta.
Así que, una semana después, le entregué mis quintillas, él me preguntó:
—¿Estás seguro de que has hecho cincuenta?
No podía creerlo. En realidad me había dado pie para aquello que más había soñado. No obstante, disimulándolo, le pregunté de una forma desenvuelta:
—¿Puedo leerte mi última quintilla?
Y lo hice:
Algunos dicen que mis rimas son una birria,
otros que tengo a la poesía tirria.
Pero no lo tomo en cuenta,
pues ahora que la ocasión se presenta,
las he acabado. Contadlas. ¡Son cincuenta!
Quedó perplejo.
—No te creo —dijo —Estás improvisando. Déjame ver eso.
Le mostré la página. Estaba todo allí.
—¿Cómo sabías que dudaría del número? —pregunto.
—¿Y lo preguntas? ¿Tú con tu desagradable y suspicaz naturaleza?
(No es así, por favor compréndalo. Se trata de una persona deliciosa, como lo son todos mis amigos escritores/editores/directores de publicaciones, para mi infinita dicha.)