El oro de Esparta (34 page)

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Authors: Clive Cussler con Grant Blackwood

—Un tirano es más tirano consigo mismo —citó Sam.

—¿Perdón?

—Es una cita de George Herbert. Un poeta gales. No creo que estuviese hablando de Napoleón, pero desde luego encaja. Selma, la recompensa que menciona Laurent... ¿hay alguna referencia a ella en el diario?

—Nada, hasta el momento.

—La apuesta segura sería dinero —dijo Remi—, o algo que se pueda convertir en dinero; un cofre de guerra que su hijo hubiese podido utilizar para financiar un ejército.

—Lo suficiente para que un nuevo emperador Bonaparte reconquistase Francia y quizá Europa —convino Sam.

Se despidieron de Selma y salieron a la terraza. Cuando subían los escalones, sonó el teléfono de Sam. Miró la pantalla. Era Rube Haywood. Sam lo puso en manos libres.

—Creo que he encontrado el secreto de Bondaruk —dijo Rube.

—Somos todo oídos.

—El tipo que envié a hablar con el viejo controlador iraní de Bondaruk...

—Aref Ghasemi —dijo Remi.

—Así es. Al principio, Ghasemi se mostró un tanto receloso, pero al final acabó por hablar. Confirmó que había controlado a Bondaruk durante toda la guerra fronteriza con los rusos. Los detalles no son muy claros en esta cuestión, pero en algún momento, a Bondaruk se le ocurrió que era un descendiente directo de un antiguo rey persa, un tipo llamado...

—Jerjes I —acabó Sam.

—Sí, el mismo. ¿Cómo lo has sabido?

Sin entrar en muchos detalles, Sam describió el museo privado de la dinastía aqueménida que habían encontrado en las entrañas de la finca de Bondaruk.

—Bueno, ya tienes la confirmación —manifestó Rube.

—¿Qué opinó Ghasemi? —preguntó Sam—. ¿Cree que Bondaruk podría ser un descendiente de Jerjes?

—Creyó que era posible, pero debes tener claro que Ghasemi es un tipo escurridizo. Los británicos no se creen nada de lo que se dice sin haberlo confirmado antes tres o cuatro veces.

—En cualquier caso, parece una historia curiosa de inventar —apuntó Remi.

—Lo mismo creo yo —admitió Rube—. Sea como sea, Bondaruk ha gastado millones investigándolo, así que si no está loco de remate, quizá tenga pruebas que apoyen su reivindicación; al menos en su mente.

—Remi, ¿recuerdas lo que Jolkov nos dijo en Marsella? —preguntó Sam—. ¿Sobre la meta de Bondaruk?

Remi cerró los ojos, recordó la conversación y las palabras de Jolkov.

—«... Los artículos tienen que ver con un legado familiar. Solo intenta acabar algo que comenzó hace mucho tiempo...»

—El ángulo de Jerjes podría ser la clave —opinó Sam—. Pero ¿cuáles son los artículos? ¿Alguna cosa que Jerjes perdió hace mucho tiempo?

—Otro proyecto para Selma y su grupo.

—Es irrelevante que la reivindicación sea justa o no —comentó Rube—. Se la cree, e impulsa todo lo que hace. Lo que busca es otra historia. Descubridlo y habréis recorrido la mitad del camino.

—Por lo tanto, estamos de nuevo en el punto de partida —dijo Sam—. ¿Qué demonios tienen que ver Jerjes y su dinastía con la bodega perdida de Napoleón?

Sam se despertó con la vibración de su móvil. Se giró. Los números rojos en la pantalla marcaban las 3.12. Sam cogió el teléfono y buscó el nombre de la persona que llamaba: número oculto.

—Hola —respondió.

—Me pareció que había llegado el momento de hablar directamente —dijo una voz—. Sin intermediarios.

Todavía somnoliento, Sam tardó unos instantes en identificar la voz.

—Me ha despertado, Bondaruk. Es de mala educación. ¿Supongo que no querrá decirme dónde consiguió mi número?

—Ah... El dinero mueve montañas, señor Fargo.

—El dinero no es más que dinero. Lo que cuenta es lo que se hace con él.

—Las palabras de un hombre de corazón noble.

Remi se volvió en la cama y se sentó junto a Sam. En respuesta a su expresión interrogante, él movió los labios para decir en silencio: «Bondaruk».

—¿Qué quiere? —dijo Sam.

—Tengo curiosidad: ustedes estuvieron entre los invitados a mi fiesta, ¿no es así?

—Estábamos detrás de usted durante su conferencia en la habitación de las espadas.

Nos dio la clara impresión de que le gusta escucharse a sí mismo.

—Son ustedes muy valientes. Eso lo admito. Invadieron mi casa, señor Fargo. Si usted fuese otro...

—Ya estaría muerto. Ahórrese las amenazas y vaya al grano. Quiero continuar durmiendo.

—Le ofrezco una última oportunidad. Trabajemos juntos. Cuando esto se acabe, usted se queda con las botellas, yo consigo lo que quiero y nos despedimos. Ningún problema.

—Si hablamos de lo que busca... ¿Tiene algo que ver con la Persia en miniatura que tiene debajo del laboratorio? Bondaruk no respondió.

—Ya me lo parecía —continuó Sam—. Bondaruk, ¿no cree que está llevando todo este asunto de Jerjes demasiado lejos? No es sano.

—Está cometiendo un error, señor Fargo.

—A nosotros nos parece que es usted quien comete todos los errores. Por cierto, sabemos que su gente ha estado vigilando nuestra casa en San Diego. Si a cualquiera de ellos se le ocurre aunque solo sea tocarnos un periódico en el camino de la entrada, le caerán encima la mitad de los agentes del Departamento de Policía de San Diego, como una avalancha.

—Tomo nota. Esta es la última vez que se lo pido de una forma amable.

—Gracias por el aviso.

Sam colgó.

—¿Persia en miniatura? Muy imaginativo —comentó Remi.

—Tengo mis buenos momentos.

44

Provistos de las siguientes frases del acertijo y la conexión de banda ancha de Yvette, Sam y Remi se encerraron en el estudio y empezaron a trabajar. Yvette, siempre la amable anfitriona, le ordenó a Langdon que les sirviese tentempiés y bebidas, y les proveyese de bolígrafos, papel, otro ordenador portátil, una pizarra blanca de un metro por un metro y los rotuladores correspondientes. En la pizarra escribieron el texto del acertijo en grandes letras mayúsculas:

Los angustiados compañeros atrapados en el ámbar;

Tassilo y Pepere Giboso Baia guardan seguro el lugar de Hajj;

el genio de Ionia, sus zancadas una batalla de rivales;

un trío de quoins, el cuarto perdido, señalarán el camino

a Frigisinga.

Luego comenzaron a compilar una lista de sinónimos para cada palabra que podía dar múltiples significados. Contaron quince: angustiados, compañeros, atrapados, Giboso, guardan, seguro, lugar, Hajj, genio, zancadas, batalla, rivales, trío, señalarán y camino.

A partir de ahí generaron una lista de docenas de palabras. Las escribieron en el otro lado de la pizarra, en un cuadro que parecía una telaraña con las líneas que se unían a los signos de interrogación.

Luego volvieron su atención a las palabras que tenían claros vínculos con la historia: ámbar, Tassilo, Baia, Hajj, genio, Ionia y quoins, que también escribieron en la pizarra en columnas y listas separadas. Hecho esto, se repartieron las palabras y comenzaron a buscar en internet las referencias históricas, que relacionaron con breves resúmenes de cada palabra.

Cinco de las palabras: ámbar, Tassilo, Baia, Hajj e Ionia tenían vínculos con lugares, personas o cosas bien conocidas. Ámbar es una resina fósil que se utiliza en joyería; Tassilo, el nombre de una larga línea de reyes bávaros; Hajj, la peregrinación anual islámica a La Meca; Baia, que significa mina, es el nombre de una comuna en Rumania sobre el río Moldava; e Ionia, una isla griega en el norte del mar Egeo.

Por desgracia, como su lista de sinónimos, cada una de esas referencias históricas era en sí misma un laberinto de hechos, significados dobles y referencias cruzadas.

Sam y Remi hicieron una única pausa para la comida y para utilizar el baño del despacho, y estuvieron trabajando desde la mañana hasta última hora de la tarde, cuando decidieron abordarlo por otro lado: enfocarían su atención en una sola línea del enigma, con la idea de que la solución pudiera tener un efecto dominó. Decidieron probar con la segunda línea.

—«Tassilo y Pepere Giboso Baia guardan seguro el lugar de Hajj» —recitó Remi, dándose golpéenos en la sien con el lápiz—. Pepere es fácil, es el apodo francés que corresponde a «abuelo».

—Correcto. A menos que estemos pasando por alto alguna otra referencia significativa a Tassilo, podemos aceptar que alude a Baviera: su historia, su cultura, su geografía. Algo bávaro.

—De acuerdo. ¿Qué me dices de Giboso Baia?

Ya habían dedicado dos horas a la historia rumana con la esperanza de encontrar algo sobre Baia.

—Gibosa se refiere a una fase de la luna, cuando está casi llena, justo antes o justo después del plenilunio.

—¿Estás segura de eso?

—Sí, una luna gibosa es...

—No, pregunto si es el único significado.

Sam lo pensó un momento, y frunció el entrecejo.

—Eso creo, pero quizá estoy equivocado. —Empezó a buscar entre el desorden de libros que había sobre la mesa, hasta que encontró el diccionario. Buscó la página correcta, leyó la entrada y chasqueó la lengua—. Eres tonto, Sam...

—¿Qué?

—Giboso también significa «jorobado». Así que Giboso y Baia...

Remi ya estaba escribiendo en el ordenador. Aunque muchas de las referencias más exhaustivas las había obtenido de webs de bibliotecas, su punto de partida por defecto era el amigo Google.

—Aquí. Tengo algo —dijo al cabo de unos minutos de lectura—. Pon los dos juntos y tienes esto: Baia es parte de la frase «hombres de Baia». Es una traducción aproximada de la palabra Baviera.

—Entonces qué, ¿el jorobado de Baviera? —preguntó Sam.

—No, no... —Remi volvió a escribir y miró los resultados de la búsqueda—. ¡Lo tengo! Vale, Tassilo III, rey de Baviera desde 748 a 787, fue instalado en el trono por Pepino el Breve, padre de Cario Magno y abuelo de Pepín el Jorobado.

—Ahora sí que te escucho —dijo Sam—. Por lo tanto, Tassilo y el abuelo del jorobado, Pepino el Breve, «guardan seguro el lugar de Hajj»

—El problema es que no encuentro ninguna vinculación ni entre ninguno de ellos, ni con Baviera o La Meca.

—Tiene que ser una metáfora o un sinónimo —opinó Sam.

—Sí, o quizá un artefacto islámico en algún lugar de Baviera.

Sam, que ahora trabajaba en su propio ordenador, hizo una búsqueda rápida.

—No, aquí no hay nada. Probemos con otra frase.

—Tendremos que volver al principio: «Los angustiados compañeros atrapados en el ámbar». Ya tenemos la etimología y los sinónimos para todas ellas. ¿Cómo se combinan?

Sam se relajó en la silla y se inclinó con la cabeza hacia atrás, al tiempo que se apretaba el puente de la nariz con el índice y el pulgar.

—No lo sé... Algo en esa frase me es familiar.

—¿Qué parte?

—No lo sé. Está ahí. Casi lo veo.

Permanecieron en silencio alrededor de media hora, cada uno inmerso en sus pensamientos; sus mentes buscaban relaciones y posibles vinculaciones...

Finalmente, Remi consultó su reloj.

—Es casi medianoche. Vayamos a dormir y, ya más frescos, seguiremos por la mañana.

—Vale. En cualquier caso es frustrante. Sé que me estoy saltando algo. No acabo de saber qué es.

Cuatro horas más tarde, mientras dormían en la habitación de invitados de Yvette, Sam se sentó en la cama impulsado como un resorte.

—¡Ya lo tengo!

Remi, que tenía el sueño ligero, se despertó en el acto.

—¿Qué? ¿Qué pasa, Sam?

—Nada. Creo que lo tengo.

En pijama, volvieron al estudio, encendieron las luces y pusieron en marcha los ordenadores. Durante veinte minutos, Sam escribió en el teclado y siguió los enlaces mientras Remi lo observaba desde su silla. Por fin, Sam se volvió hacia ella y sonrió.

—Es de un libro que leí en el colegio universitario: The Days of the Upright, escrito por un tipo llamado... Roche. Habla del origen de la palabra hugonote.

—Los calvinistas franceses, ¿no? —preguntó Remi—, Protestantes.

—Así es. Un grupo muy numeroso entre los siglos XVI y XVIII. En cualquier caso, hay muchas explicaciones acerca de dónde proviene la palabra hugonote. Algunos creen que es un híbrido, de la palabra alemana eidgenoss, que significa «confederado», y el nombre de Besançon Hugues, que aparece en la primitiva historia calvinista.

»La etimología que la mayoría de los historiadores apoyan viene de la palabra flamenca huisgenooten, que era el apodo de los estudiosos de la Biblia en la Francia flamenca. Los huisgenooten se reunían en secreto en las casas para estudiar las Escrituras. El nombre se traduce como «compañeros».

Remi lo miró durante diez segundos antes de murmurar:

—Sam, es brillante.

—Lo que habría sido brillante es que se me hubiese ocurrido hace dieciocho horas.

—Mejor tarde que nunca. Vale, así que hablamos de los hugonotes.

—Hugonotes angustiados —le corrigió Sam.

Remi se levantó para ir a la pizarra, y con el rotulador rodeó con un círculo la lista de sinónimos de «angustiados». Había docenas. No vieron ninguna relación obvia entre ellos y los hugonotes.

—Hablemos del ámbar —propuso Sam, que pasó a la segunda parte de la frase—. «Atrapados en ámbar.» ¿Cómo acabas atrapado en el ámbar?

Lo pensaron durante unos minutos hasta que Remi dijo:

—Probemos de esta manera: ¿qué pasa cuando algo queda atrapado en el ámbar?

—Te mueres —dijo Sam.

—Antes de eso..., quedas inmovilizado.

—Petrificado en un lugar.

—Correcto... —Remi se echó adelante y atrás con la cabeza agachada, los ojos cerrados—. Petrificados en un lugar... como en una instantánea.

Sam, que tenía la nuca apoyada en el reposacabezas de la silla, se inclinó hacia delante.

—Como en un cuadro.

—¡Sí!

Se volvió en la silla y comenzó a escribir en el ordenador.

—Pintura... Hugonotes... —Leyó el resultado de la búsqueda.

—¿Alguna cosa?

—Masacre —murmuró.

—¿Qué?

—Masacre podría ser, si nos permitimos una licencia, sinónimo de angustiado.

—Sí.

—Entonces ¿qué te parece esto: una pintura de Francois Dubois titulada La masacre del día de San Bartolomé?

—¿Cuál es el contexto?

Sam leyó el artículo, y luego lo resumió:

—Francia, en 1572... Desde agosto hasta octubre de aquel año, las turbas católicas atacaron a la minoría hugonote por todo el país... —Sam se reclinó en la silla y frunció el entrecejo—. Entre diez mil y cien mil hugonotes fueron asesinados.

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