El Profesor (26 page)

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Authors: John Katzenbach

Detrás de ellos, los patrulleros se detenían haciendo que los neumáticos chirriaran mientras bajaban oficiales agitando armas, gritando órdenes y tomando posiciones detrás de las puertas abiertas de los vehículos. Wolfe tuvo el buen sentido común de arrojar al suelo la pistola de la detective y levantar las manos en una rendición que no era en lo más mínimo necesaria.

Jennifer, sin embargo, parecía no escuchar ni ver otra cosa que no fuera la respiración ronca que provenía del anciano. Le cogió la mano y la apretó con fuerza, como si pudiera pasarle un poco de su propia juventud simplemente a través de la piel.

Adrián abrió y cerró los ojos nublados para luego dejarlos abiertos y mirarla como un hombre que despierta de una larga siesta, sin saber muy bien si seguía soñando. Sonrió.

—Hola—susurró—. ¿Quién eres?

Capítulo 20

Michael estaba contento. Las respuestas para Serie # 4 estaban llenas de ideas, sugerencias y peticiones. Éstas iban desde un sutil «Necesito ver sus ojos», hasta el considerablemente más predecible «Penetradla-penetradla-penetradla-penetradla» o el complejo «Matadla. ¡Matadla ya!».

Michael sabía que sus respuestas eran importantes y dedicó un tiempo a elaborar cada una. Estaba siempre alerta ante las necesidades de los abonados enganchados a whatcomesnext.com. Le gustaba imaginarse como un escritor de la nueva era, un poeta del futuro. Pensaba que los escritores tradicionales que dedicaban meses y años a desarrollar historias en papel eran dinosaurios y evidentemente estaban en vías de extinción. Él hablaba una lengua diferente, una que no estaba limitada al inglés, al ruso o al japonés. No era un pintor confinado a las barreras de un lienzo. Sus pinceladas cambiaban y se modificaban constantemente. A diferencia de un director de cine, que trabajaba dentro de un presupuesto estricto, él elaboraba imágenes llenas de incertidumbre y sorpresa. No estaba atado a ningún dialecto ni a ningún medio. Era un artista que combinaba cine y vídeo con Internet, palabras y actuación en una mezcla de medios que hablaba de los tiempos venideros, no de los tiempos antiguos que ya habían pasado. Se pensaba a sí mismo en parte como un documentalista, en parte productor y totalmente perteneciente al futuro. El suyo era el diseño de la espontaneidad.

No le molestaba en lo más mínimo que su creación estuviera basada en un crimen. Pensaba que todos los grandes avances en el arte tenían que aprovechan sus oportunidades.

Linda estaba dormida, envuelta en sábanas enredadas sobre la cama, produciendo pequeños y tranquilos sonidos al respirar. Sus piernas largas estaban descubiertas y su piel brillaba. Estaba medio boca abajo, con una almohada apretada contra el vientre, y la curva de su pecho se delineaba por debajo de la sábana que se había echado alrededor de la espalda y los hombros. El imaginó que sus sueños eran felices, llenos de visiones simples y mágicas.

A veces, cuando ella dormía, él se quedaba mirándola y era como si pudiera verla envejecer, ver que su piel perfecta se desvanecía y se arrugaba, ver que la tersura de su cuerpo se aflojaba. Se imaginaba a ambos haciéndose viejos juntos, y luego pensaba que eso era imposible. Ellos serían jóvenes para siempre.

Ocasionalmente echaba un vistazo hacia los monitores de las cámaras para controlar a la Número 4. En ese momento, ella también parecía dormida. Por lo menos apenas se había movido durante la última hora. Sospechaba que los sueños de ella eran mucho menos tranquilos. La Número 1 y la Número 2 con frecuencia habían gritado en sueños. La Número 3 había gemido mientras forcejeaba con las ataduras. Había sido precursora por la manera en que había luchado contra las ligaduras cuando estaba despierta. Había acortado Serie # 3 más de lo que a él le hubiera gustado porque la Número 3 era demasiado difícil y exigía demasiada atención para manejarla. Pero había aprendido muchísimo de la Número 3 antes del final de la función, y ésas eran las lecciones que estaba aplicando con la Número 4.

Pulsó algunas teclas del ordenador y acercó la imagen de una cámara hasta un primer plano. Los labios de la Número 4 estaban ligeramente separados y su mandíbula parecía esculpida en cemento. Pronto va a gritar, calculó él.

Hay gritos provocados por lo que uno sueña. Hay gritos provocados por lo que le pasa a uno cuando está despierto. No estaba seguro de cuál era peor. La Número 4 lo sabe, pensó.

Suspiró, se pasó las manos por su pelo largo y se ajustó las gafas. Se preguntó si tendría tiempo de darse una ducha rápida. Cuando miró, vio que la Número 4 temblaba, y su mano se dirigió involuntariamente hacia la cadena alrededor del cuello. Sueña que se ahoga, supuso. Tal vez sueña que se queda sin aire. O tiene pesadillas sobre estar enterrada.

Esperó, porque pensaba que la Número 4 probablemente se despertaría en los siguientes minutos. Los sueños eran tan vivos, tan espantosos, que con frecuencia hacían que los sujetos se despertaran. Por lo menos eso era lo que él creía.

Uno de los problemas de asegurar su desorientación —que Michael sabía que era un elemento clave en todo el espectáculo— era que podía despertarse a horas extrañas, al no estar ya atada a la vigilia diurna y al sueño nocturno. Esto tenía una ventaja, como Serie # 4 llegaba a tantos husos horarios en tantas partes del mundo, en un momento u otro, cada huso horario iba a tener algo indudablemente vivo y visual-mente atractivo. Al final, todos iban a quedar satisfechos. Pero eso quería decir que él y Linda tenían que turnarse en la vigilancia para que el otro durmiera un poco. Parte de la pasión de ambos por el proyecto provenía de compartir lo que veían y la propia excitación sexual por lo que estaban creando. Pero frecuentemente estos momentos se producían cuando sólo uno estaba observando, lo que era un poco frustrante.

En los primeros dos proyectos de whatcomesnext.com esto resultó ser un tremendo problema. Estaban constantemente exhaustos, y al final apenas tenían energía para terminar el espectáculo. Después de largos debates, Michael y Linda habían solucionado esto electrónicamente. Grababan momentos de acción, grababan los momentos del sueño, crearon espectáculos dentro del espectáculo, de modo que el hilo narrativo de Serie # 4 constantemente era reanudado, rebobinado y vuelto a poner. Se había hecho un experto con el Final Cut y otros programas de edición, y había aprendido a pegar secuencias diferentes, de modo que cuando las cosas parecían ponerse aburridas, podía enviar algo más atractivo.

Michael había estudiado a los pornógrafos modernos y había aprendido que la gente puede mirar el mismo vídeo de actores apareándose una y otra vez como si cada gemido y cada movimiento estuvieran ocurriendo por primera vez. Pero Michael tenía el buen sentido de comprender que sin importar lo explícita que fuera la pornografía, al final se hacía aburrida. Era, en última instancia, predecible. Llegó a un punto en que pudo medir efectivamente la duración de los vídeos que se veían por Internet, tantos minutos por cada elemento de cada acto sexual, uno después del otro, todos en formación militar hasta la conclusión final con la boca abierta. Michael estaba decidido a romper con esos moldes.

La belleza en whatcomesnext.com era el arte de lo impredecible. Nadie sabría nunca lo que podía ocurrir en la pantalla. Nadie nunca podía anticipar la siguiente jugada. No podían medir cuánto tiempo iba a durar, ni el verdadero tema. Una adolescente casi desnuda encadenada a una pared en una habitación anónima era un lienzo preparado para cualquier posibilidad.

Estaba enormemente orgulloso de esto. Y orgulloso de Linda. Había sido ella quien había insistido en encontrar «a alguien joven y nuevo» para Serie # 4. Ella había argumentado que si bien el riesgo era mayor, estaba compensado por el boca a boca de Internet, que haría aumentar la base de clientes que pagaban. Se había mostrado insistente y decidida, usando todos sus conocimientos de escuela de negocios y de experiencia empresarial para reforzar sus argumentos.

Michael admitía que en esto —como en tantas otras cosas— Linda había tenido razón. La Número 4 iba a ser el espectáculo más interesante que habían creado.

Detrás de él, Linda se movió. En su sueño, estaba sonriente. El le devolvió la sonrisa y ansió poder tocarle la pierna, pero cuando acercó la mano, se detuvo. Ella necesitaba descansar, pensó, y no debía molestarla.

Volvió al ordenador. Había un mensaje de correo electrónico de alguien cuyo nombre en la web era Magicman88 que decía: «La Número 4 debe hacer ejercicio, así podemos ver mejor su figura».

«Sí», escribió Michael como respuesta, «a su debido tiempo».

Le gustaba dar a los abonados la impresión de que estaban ayudando a controlar la situación, y escribió una nota en el guión para hacer que la Número 4 hiciera algunas flexiones de brazos y de piernas y tal vez corriera un poco por la habitación. Se sentó en su silla y se preguntó: ¿Si la obligo a hacer ejercicio, qué le hará pensar eso?

Siguió preguntándose: El cordero al que le dan más comida ¿se da cuenta de que lo están engordando para matarlo?

—No —susurró Michael en voz alta—. Creerá que todo es parte de otra cosa. No podrá ver la escena completa.

Linda dio una vuelta en la cama. A él le gustaba ver que ella reaccionaba incluso a sus susurros.

De vuelta en el monitor de vídeo, vio que la Número 4 levantaba la mano hasta su cara y sus dedos tocaban la máscara que escondía sus ojos. Pero sus movimientos parecían involuntarios y estaba seguro de que todavía estaba dormida. Él creía que eso era parte de su genio, que podía imaginar las ramificaciones psicológicas de cada movimiento que tenía lugar en la pantalla de vídeo. Consideraba no sólo la manera en que esto afectaría a la Número 4, sino también cómo lo verían quienes estaban mirando. Quería que ellos se identificaran con la Número 4 y que a la vez quisieran manipularla. El control lo era todo.

Otra vez echó un vistazo al monitor primero, y luego dejó que sus ojos permanecieran sobre Linda. Cuando diseñaron las primeras ideas que habían conducido a Serie # 1, él se había sumergido en el mundo del cautiverio. No había trabajo escrito sobre el síndrome de Estocolmo que no hubiera leído. Había devorado las memorias de los prisioneros de guerra y obtenido informes militares desclasificados en los que se describía la vida en el Hanoi Hilton, el centro de torturas del Vietcong llamado así irónicamente por los prisioneros. Incluso se las había arreglado para obtener algunos de los manuales de interrogatorio y evaluación de riesgos de la unidad de operaciones psicológicas de la CÍA para objetivos de alto valor. Había leído los relatos de los carceleros y las biografías de los hombres a quienes habían mantenido encarcelados. Conocía la verdad sobre el Birdman de Alcatraz y podría haberle explicado a cualquier profesor de historia del cine minuciosamente hasta qué punto la famosa actuación de Burt Lancaster se había apartado de la realidad.

Pensaba que sabía tanto sobre la privación de libertad como cualquier experto. Este seguro conocimiento de sí mismo siempre lo hacía sonreír. La diferencia entre él y los profesionales era que ellos buscaban información, o querían infligir dolor, o simplemente necesitaban medir el paso del tiempo. Linda y él estaban haciendo arte. Eran únicos.

Ella se movió otra vez y él se levantó tranquilamente para dirigirse al baño. Se dijo a sí mismo que una ducha lo renovaría. Necesitaba estar alerta para el próximo momento dramático con la Número 4.

Había un espejo pequeño encima del lavabo y se tomó un segundo para mirarse en él. Flexionó sus músculos fibrosos y pensó que parecía delgado como un asceta, como un monje, o tal vez tan en forma como un corredor. Se apartó los mechones de pelo que le caían sobre la cara y pasó los dedos por su barba descuidada. Tenía dedos largos que alguna vez pensó que serían adecuados para bailar por el teclado de un piano. Ahora la música que hacían se tocaba sobre las teclas del ordenador. Se echó un poco de agua en la cara. Le pareció que estaba un poco pálido. Pensó que él y Linda tenían que salir un poco más, no mantenerse tanto tiempo encerrados. O tal vez después de que terminara Serie # 4 debían ir al sur para descansar un poco y disfrutar. Tal vez a algún sitio cálido, húmedo y tropical como Costa Rica, o quizá uno exótico como Tahití.

Tendrían dinero más que suficiente para cualquier extravagancia de lujo que desearan. Serie # 4 era, de lejos, la que más éxito había tenido hasta ese momento. Todavía había abonados que entraban al sistema con nuevos números de tarjeta de crédito, enviando fondos electrónicamente. Recordó que tenía que hacer una actualización para que los espectadores más nuevos estuvieran tan al día como los que habían estado desde el comienzo. Michael decidió afeitarse, y abrió al máximo el agua caliente, cubriendo casi instantáneamente el espejo de vapor. Se enjabonó la cara con crema de afeitar; estaba preparado, con la maquinilla de afeitar en la mano.

—¡Es hora de comenzar la función! —susurró con confianza.

* * *

Como antes, Jennifer no estaba segura de si todavía estaba soñando o si ya se había despertado. Detrás de la cortina negra que cubría sus ojos podía percibir que las cosas estaban empezando a deslizarse, como si nada estuviera unido y fijo en todo el mundo, la gravedad había disminuido, y todo estaba suelto y desconectado. No sabía si era de día o de noche, si era por la mañana o por la tarde. No recordaba cuántos días llevaba cautiva. El tiempo, la posición, quién era ella, todo se desmoronaba minuto a minuto. Dormir no significaba descanso. La comida que le llevaba la mujer de manera azarosa no aplacaba su hambre. Beber no reducía su sed. Permanecía sepultada detrás de la venda, encadenada a una pared.

Sus dedos se cerraron por millonésima vez sobre el Señor Pielmarrón. Las puntas de sus dedos sintieron cosquillas al tocar el gastado oso sintético. Se preguntaba por qué le permitían conservarlo. Se daba cuenta de que no podía ser para ayudarla. Tenía que estar ayudándolos a ellos y por un segundo se preguntó si debía lanzar el juguete familiar al vacío, donde nunca más volvería a encontrarlo. Sería un desafío. Sería un acto que demostraría a la pareja que ella no iba a quedarse quieta y dejarles hacer con ella lo que pensaban.

Apretó con fuerza su mano alrededor de la cintura del animalito de peluche y sintió que sus músculos se ponían tensos, como un jugador de béisbol que se prepara a lanzar una pelota al bateador. ¡No lo hagas!, se dijo de pronto a sí misma con un grito. Prestó atención esperando el eco, pero no escuchó nada.

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