El que habla con los muertos (21 page)

¿Y bien? ¿El frío te ha congelado la lengua? Si ni puedes hablar, muchacho, dilo con la mente. ¿Acaso eres un vacío? Los lobos aúllan en las montañas, el viento ruge sobre mares y montañas, y hasta la nieve parece suspirar, Y tú, tan lleno de palabras y de preguntas, tan ávido de conocimientos, te has quedado mudo
.

Boris se había propuesto decirle: «Estas colinas son mías. Este lugar me pertenece, tú sólo estás enterrado en él. ¡De modo que cállate!». Y había pretendido decirlo enérgicamente, tal como lo había ensayado. Pero todo lo que dijo, y tartamudeando, fue:

—¿Eres… eres real? ¿Quién… qué… cómo eres? ¿Cómo es posible que existas?

¿Cómo pueden existir las montañas? ¿Y la luna llena? Las montañas crecen y sufren la erosión. La luna crece y mengua. Ellas existen y también existo yo

Boris no acababa de entenderlo, pero se volvió más audaz. Ahora al menos sabía dónde estaba ese ser. Estaba en el suelo, y ¿cómo podría hacerle daño a nadie desde allá abajo?

—Si eres verdadero, déjame que te vea.

¿Quieres jugar conmigo? Sabes que eso no puede ser. ¿Querrías que me encarnara? No puedo. Todavía no. Además, ya veo que tu sangre es aún agua, y si me vieras, se congelaría como el hielo de mi tumba, Dragosani
.

—¿Eres… algo muerto?

Soy un no-muerto

—¡Ya sé quién eres! —exclamó de repente Boris, y dio una palmada con sus heladas manos—. Tú eres lo que mi padrastro llama «imaginación». Tú eres mi imaginación. Él dice que yo tengo una gran imaginación.

Y la tienes, ciertamente, pero mi naturaleza es… es diferente. No, no soy una creación de tu mente; no intentes convencerte de eso
.

Boris hizo un esfuerzo para comprender. Por último preguntó:

—¿Y qué haces tú?

Espero
.

—¿Qué esperas?

Te espero a ti, hijo mío
.

—¡Pero si estoy aquí!

Oscureció en un instante, como si los árboles se hubieran arracimado, impidiendo el paso de la luz. El roce de las presencias invisibles, ligero como el de una pluma, de repente se volvió también cortante como la escarcha. Boris casi había olvidado su miedo, pero ahora volvió a invadirlo. Y porque el refrán que dice que la familiaridad engendra el desprecio encierra una profunda verdad, Boris prácticamente había olvidado la maldad que contenía la voz que resonaba en su cabeza. Pero ahora tuvo que recordarlo, porque oyó:

¡Niño, no me tientes! Sería rápido, delicioso e inútil. No eres bastante para mí, Dragosani, y tu sangre carece de sustancia. Tengo hambre, y me regalaría con un festín, pero tú no eres más que un bocado
.

—Ahora…, ahora me iré.

Sí, vete. Vuelve cuando seas un hombre, y no un fastidio
.

Y Boris, mientras se alejaba temblando del lugar, rumbo a la limpia nieve del cortafuegos, dijo por encima del hombro:

—No eres más que una criatura muerta. No sabes nada. ¿De qué podrías hablarme?

Soy un no-muerto. Sé todo lo que hay que saber, y podría hablarte sobre todas las cosas
.

—¿Sobre qué cosas?

Sobre la vida, sobre la muerte, sobre la no-muerte
.

—¡No quiero saber nada de esas cosas!

Pero querrás, algún día lo querrás
.

—¿Y cuándo me hablarás de todo eso?

Cuando puedas comprender, Dragosani
.

—Me has dicho que yo era tu futuro, y que tú eras mi pasado. Eso es una mentira. Yo no tengo pasado, sólo soy un niño.

¿Sí? Ja, ja, ja! Lo eres, claro que lo eres. Pero en tu débil sangre corre la historia de una raza. Yo estoy en ti y tú estás en mí, Dragosani. Y nuestro linaje es… antiguo. Yo sé todo lo que tú quieres conocer, todo lo que tú querrás conocer. Sí, y este conocimiento será tuyo, y tú serás miembro de una estirpe elegida,) muy antigua
.

Boris estaba a medio camino del cortafuegos. Hasta este punto, y desde el momento en que huyó, sus palabras habían sido en parte bravuconadas y en parte terror, como un hombre que silba en la oscuridad. Pero ahora se sintió mas seguro y la curiosidad volvió a surgir en él. Agarrado al tronco de un árbol, miró hacia atrás y preguntó:

—¿Por qué me ofreces todo eso? ¿Qué quieres de mí?

No quiero nada que no me des por tu propia voluntad. Sólo aquello que me ofrezcas libremente. Quiero algo de tu juventud, tu sangre, tu vida, Dragosani. Que tú vivas en mí
. Y
a cambio… tu vida será tan larga como la mía, o tal vez más larga aún
.

Boris alcanzó a percibir el deseo, la avidez, el ansia eterna e insaciable. Entendió —o malentendió—, y la oscuridad detrás de él pareció hincharse, expandirse, correr hacia él como una nube negra y venenosa. Se volvió, huyó, y vio adelante, entre los árboles, el deslumbrante blanco del cortafuegos.

—¡Quieres matarme! —gimió—. ¡Quieres que yo esté muerto, como tú!

No, quiero que seas un no-muerto. Hay una diferencia. Yo soy esa diferencia. Y también lo eres tú. Está en tu sangre, en tu verdadero nombre, Dragosaaniii

Cuando la voz se apagó y sólo hubo silencio, Boris salió al espacio abierto del cortafuegos. En la tenue luz del atardecer sintió que el miedo lo abandonaba como un peso que le hubieran quitado de encima, se sintió extrañamente liviano, y descendió con el cuerpo muy erguido y la cabeza en alto hasta el pie de la colina, donde estaba su trineo.

Bubba
lo había esperado pacientemente, pero cuando Boris quiso acariciarle la cabeza el perro gruñó y se echó hacia atrás, con los pelos del lomo erizados.

Y después de eso,
Bubba
ya no quiso saber más nada con Boris…

Bajo la mirada de Dragosani las nieves del recuerdo se desvanecieron y los campos y laderas volvieron a ser otra vez verdes. La antigua cicatriz del cortafuegos todavía estaba allí, pero ahora se confundía con los contornos de la colina, atenuada por casi veinte años de vegetación. Los retoños de antes eran ahora árboles de espeso follaje, y dentro de otros veinte años sería muy difícil decir que allí hubo un cortafuegos.

Dragosani suponía que aún había alguna cláusula en las leyes que regían la zona donde todavía se prohibía cultivar la tierra, cortar árboles o cazar en la verde cruz de las colinas. Sí, porque a pesar de que el viejo Kinkovsi no era supersticioso como solían serlo los campesinos (y esto sin duda era producto del pequeño «boom» del turismo en la región), los antiguos temores aún estaban vivos. Todavía existían los tabúes, aunque se hubieran olvidado sus orígenes. Y también existía la criatura enterrada en aquel suelo. Las leyes pensadas en otra época para aislarlo, ahora lo protegían, lo conservaban.

La criatura en el suelo. Así era como pensaba en ella. No era «él», sino «eso». El viejo demonio, el dragón, el
vampir
. El verdadero vampiro, y no un personaje de novelas sensacionalistas y de películas. Aún estaba allí, enterrado, a la espera.

Dragosani dejó que su mente volviera una vez más al pasado…

Cuando tenía nueve años la escuela del lugar, en lonesti, había cerrado, y su padrastro lo había enviado como interno a un colegio de Ploiesti. Allí habían descubierto en muy poco tiempo que tenía una inteligencia de primera categoría, y entonces el Estado había intervenido, y lo habían enviado a un colegio en Bucarest. Los funcionarios soviéticos del Ministerio de Educación, siempre a la búsqueda de jóvenes talentos provenientes de las repúblicas satélites, dieron por fin con él, y «recomendaron» que fuese enviado a recibir educación superior en Moscú. «Educación superior» significaba en este caso adoctrinamiento, después del cual sería algún día enviado de vuelta a Rumania como dócil funcionario de un gobierno títere.

Pero antes de eso, cuando Boris se enteró de que tendría que vivir en Ploiesti y sólo podría volver a su casa una o dos veces al año, había regresado al oscuro y recóndito lugar bajo los árboles para solicitar el consejo de la cosa en el suelo. Ahora regresaba una vez más allí, en alas de la memoria, y se vio tal como había sido: un niño que se tapaba la cara con las manos mientras sollozaba, arrodillado junto a una losa rota, mientras sus lágrimas caían sobre el bajorrelieve del murciélago-dragón-demonio.

¿Cómo es eso? ¿Sabes que quiero hierro y carne, y me ofreces gachas y agua salada? ¿Eres tú el mismo Dragosani que tiene en sí la simiente de la grandeza? ¿Cometí entonces un error y estoy condenado a yacer aquí para siempre?

—Me marcho a un colegio en Ploiesti. Tendré que vivir allí, y sólo vendré de vez en cuando.

¿Y ésa es la razón de tu sufrimiento?

—Sí.

¡Entonces eres una niña! ¿Cómo puedes pensar que aprenderás los secretos del mundo aquí, a la sombra de las montañas? ¡Vaya, si hasta los pájaros que vuelan han visto más y más lejos que tú! El mundo es muy grande, Dragosani, y para conocerlo debes andar por él. ¿Y Ploiesti? Yo conozco esa ciudad; está sólo a un día de marcha, o a lo sumo dos. ¿Y ésa te parece una razón para llorar?

—Pero no quiero ir…

Yo no quería que me enterraran, pero lo hicieron. Dragosani, he visto a una de mis hermanas con la cabeza cortada, los ojos colgándole sobre las mejillas y una estaca que le atravesaba el pecho, y no lloré. No, pero perseguí a sus asesinos, los desollé y los obligué a comer su propia piel. Y los violé con hierros candentes, y antes de que murieran los empapé en petróleo, les prendí fuego y os arrojé desde los acantilados de Brasov. Sólo entonces lloré… y mis lágrimas eran de pura alegría. ¡Y pensar que te be llamado hijo mío!

—Yo no soy tu hijo —replicó Boris, entre lágrimas—. No soy hijo de nadie. Y tengo que ir a Ploiesti. Y no queda a dos días de viaje; en coche no son más de tres o cuatro horas. Tú pretendes saberlo todo, pero nunca has visto un coche, ¿no es verdad?

No, nunca, hasta ahora. Ahora lo veo en tu mente, Dragosani. He visto muchas cosas en tu mente. Algunas me han sorprendido, pero ninguna me ha maravillado. Así pues, ¿el coche de tu padrastro hará más cono el viaje a Ploiesti? ¡Muy bien! Y también hará que te sea más fácil regresar aquí cuando llegue el momento

—Pero…

Ahora, escúchame: ve al colegio en Ploiesti, vuélvete tan listo como tus profesores, o aún más, y regresa convertido en un sabio. Y en un hombre. Yo viví durante quinientos años y era un gran sabio. Era necesario, Dragosani. Mi erudición me fue muy útil entonces, y volverá a serlo. Un año después de haberme levantado de la tumba, seré el más poderoso del mundo. ¡Oh, sí! Antaño me hubiera dado por satisfecho con Valaquia, Transilvania, Rumania, o como quieras llamarla, y antes de eso me bastaba con que sólo las montañas fueran mías, pero en la actualidad el mundo es pequeño, y yo seré más grande. Cuando participé en las guerras de los hombres descubrí la alegría del conquistador, de modo que la próxima vez lo conquistaré todo. Y tú, Dragosani, también serás grande…, pero todo a su debido tiempo
.

Boris se percató por fin de la importancia que tenía lo que decía la voz. Percibió, detrás de las palabras, el brutal poder de la criatura que las pronunciaba.

—¿Quieres…, quieres que sea un sabio?

Sí. Cuando camine de nuevo por este mundo, quiero hablar con hombres capaces, y no con los idiotas del pueblo. Claro que yo te enseñaré, Dragosani, y mucho más que cualquier profesor de Ploiesti. Tú recibirás muchos conocimientos de mí, y yo a mi vez, aprenderé mucho de ti. Y si eres un ignorante, no podrás enseñarme nada
.

—Todo eso ya me lo has dichos antes —respondió Boris—, pero ¿qué puedes enseñarme? ¡Sabes tan poco de las cosas actuales! Has estado muerto, quiero decir, no-muerto, bueno, enterrado, de todos modos, durante quinientos años. Tú mismo me lo has dicho.

En la cabeza de Boris resonó una risa profunda.

No eres tonto, Dragosani. Puede que tengas razón. Pero hay otras maneras de conocer, otros tipos de sabiduría. Muy bien, tengo un obsequio para ti. Un obsequio… y una señal de que puedo enseñarte cosas, cosas que ni siquiera puedes imaginar
.

—¿Un obsequio?

Sí. Ve y consígueme algo que esté muerto
.

—¿Algo muerto? ¿Qué clase de criatura?

Cualquiera. Un escarabajo, un pájaro, un ratón. Da igual. Encuentra algo muerto, o mátalo para mí, y tráeme el cadáver. Me lo darás como si fuera un regalo, y tendrás el tuyo
.

—Vi un pájaro muerto al pie de la ladera. Creo que era un pichón de paloma. Debe de haber caído del nido. ¿Te servirá?

¡Ja! ¿Qué terribles secretos puede esconder un pichón de paloma? ¡Dímelo, te lo ruego! Pero… bueno, sí, me servirá. Al menos probaré lo que te he dicho. Tráelo
.

Boris regresó veinte minutos más tarde, y depositó el cuerpo inerte del animal en la tierra negra, cerca de las losas rotas y caídas.

Y otra vez oyó la risa burlona en su cabeza.

¡Ja! ¡Qué tributo insignificante! Pero no importa. Ahora turne, Dragosani, ¿aprenderías la manera de ser de esta pequeña cosa muerta?

—Ya no tiene manera de ser. Está muerta.

Antes de que muriera. ¿Querrías conocer las cosas que ella sabía?

—No sabía nada. Era un pajarito, ¿qué podía saber?

¡Sabía muchas cosas! Y ahora, presta atención: abre las alas, arranca las plumas pequeñas y el plumón y tócalos, huélelos, frótalos entre tus dedos y escucha lo que te dicen. Hazlo

Boris siguió las instrucciones pero con torpeza, sin ningún sentimiento, sin esperar nada. Del pequeño cadáver escaparon pulgas, garrapatas y un pequeño escarabajo.

¡No, no, así no! Cierra los ojos, deja que penetre por completo en tu mente. Ahora, así… ¡Ya está!

Boris se encontró en un lugar muy alto; sintió una sacudida y escuchó el susurro de las ramas. En lo alto la seductora bóveda azul del cielo parecía abrirse hacia el infinito. Boris sintió que podía caer hacia arriba, en el cielo, y no detenerse jamás. El vértigo lo sobrecogió; retrocedió a su propia mente, dejó caer el pájaro muerto y se agarró a la tierra.

—¡
Ahhh
! —dijo el demonio en el suelo. Y luego otra vez:
¡Ahhhh! ¿Qué? ¿No te gustó el nido, Dragosani? Pero no te detengas, hay más. Coge el pájaro, aprieta su cuerpo, siéntelo flexible en tus manos, siente los pequeños huesos bajo la piel, el diminuto cráneo. Llévatelo a la cara, huélelo, respíralo, déjalo que te instruya. Así, permíteme que te ayude

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