El que habla con los muertos (53 page)

—Gregor, le acompaño en el sentimiento —dijo Dragosani, con una fórmula de cortesía que le resultaba incomprensible—. Pero pensé que le gustaría saber que conseguí lo que usted quería. Más de lo que usted quería, en realidad. Shukshin y Gormley están muertos, y yo lo he averiguado todo.

—Muy bien —dijo su interlocutor, con voz desprovista de emoción—. Pero ahora no me hable de muertes, Dragosani. Me quedaré en la
dacha
una semana más. Y después… pasará un tiempo antes de que pueda ser el mismo de siempre. Yo quería a esta mujer, aunque fuera una malhumorada y una discutidora. Dicen que tenía un tumor en la cabeza. Creció de repente. Pero tuvo una muerte muy dulce. La echo de menos terriblemente. ¡Esta mujer nunca supo guardar un secreto! Y yo encontraba esto muy agradable.

—Lo siento mucho —dijo Dragosani.

Borowitz pareció olvidar por un momento su duelo.

—Tómese un descanso —dijo—. Y póngamelo todo por escrito. Quiero el informe en una semana, o diez días. Y bien hecho.

La mano de Dragosani se crispó sobre el teléfono.

—Un descanso me vendrá de maravillas —respondió—. Quizá vaya a visitar a un viejo amigo. Gregor, ¿puedo llevar conmigo a Max Batu? El también ha realizado muy bien su tarea.

—Sí, claro que sí. Y no me molesten más, por ahora. Adiós, Dragosani.

Y eso fue todo.

Dragosani no simpatizaba con Batu, pero tenía sus proyectos con respecto al mongol. Además, el hombre era un pasable compañero de viaje: hablaba poco, no se metía en los asuntos de los demás, y sus necesidades eran escasas. Sentía un desmedido amor por el
slivovitz
, pero eso no era un problema. El mongol podía beber hasta que el licor le salía por las orejas, pero parecía sobrio. Y las apariencias eran todo lo que importaba.

Estaban en mitad del invierno y por esa razón viajaron en tren. Fue un viaje con numerosas escalas, y tardaron un día y medio en llegar a Galatz. Dragosani alquiló allí un coche con cadenas para la nieve, lo que le devolvió parte de la autonomía que tanto le agradaba. Finalmente, cuando habían pasado dos días desde la partida y se hallaban en las habitaciones que Dragosani había alquilado en una pequeña aldea, cerca de Valeni, el nigromante se cansó del silencio de Batu y le preguntó:

—Max, ¿no quiere saber qué hemos venido a hacer a este lugar? ¿No le interesa averiguar por qué lo he traído?

—En verdad, no —respondió el mongol de cara de luna llena—. Supongo que ya lo descubriré cuando usted esté preparado. Pero, me da igual. Creo que me gusta viajar; tal vez el camarada general me enviará a realizar otros trabajos al extranjero.

Dragosani pensó: «No, Max, usted no hará más trabajos que los que yo le ordene». Pero en voz alta sólo dijo:

—Puede que sí.

Cuando terminaron de cenar ya era de noche, y entonces Dragosani le dio a Batu el primer indicio de lo que se avecinaba.

—Es una noche espléndida, Max. Brillan las estrellas y no hay una sola nube, Vamos a dar un paseo; hay alguien con quien quiero hablar.

De camino a las colinas cruciformes pasaron junto a un prado donde las ovejas se habían agrupado en un ángulo acondicionado especialmente para ellas con paja. Había una delgada capa de nieve, pero la temperatura no era muy baja. Dragosani detuvo el coche.

—Mi amigo estará sediento —dijo—, pero no le gusta el
slivoritz
. Lo correcto, sin embargo, es llevarle algo para beber.

Bajaron del coche y Dragosani se metió en el prado, dispersando a las ovejas.

—Ésa, Max —indicó Dragosani cuando uno de los animales se acercó a la valla donde estaba apoyado el mongol—. No la mate; atúrdala solamente, si puede.

Y Max podía. Se agachó, y su rostro se contorsionó cuando miró a la oveja a través de los barrotes de la cerca. Dragosani miró hacia otro lado cuando el animal, una hermosa hembra, lanzó un agudo chillido de terror. Volvió a mirar a tiempo para ver caer al animal convertido en un tembloroso montón de lana.

Juntos metieron al animal en el maletero y siguieron viaje. Después de un rato, Batu dijo:

—Camarada, estaba pensando que su amigo debe de tener apetitos muy raros.

—Así es, Max.

Y luego Dragosani le explicó a Batu lo que iba a encontrar cuando llegaran a destino.

Batu estuvo pensativo unos minutos antes de volver a hablar.

—Camarada Dragosani, sé que usted es un hombre extraño, lo somos los dos, en verdad, pero ahora me siento inclinado a pensar que además está loco.

Dragosani rió con una risa que más parecía el aullido de un perro.

—¿Quiere decir que no cree en vampiros, Max?

—Sí que creo —respondió el otro—. Y creo en lo que usted me ha contado. No quise decir que usted está loco por creer en ellos, sino por querer desenterrar a esa criatura.

—Ya veremos qué pasa —dijo Dragosani con más seriedad—. Una cosa más, Max: vea lo que vea, y oiga lo que oiga, no se meta. No quiero que él sepa que usted está conmigo. Al menos por ahora. ¿Entiende lo que le digo? Usted tiene que permanecer al margen. Se estará tan callado y tan quieto que hasta yo olvidaré que está allí.

—Como usted quiera —respondió Batu—. Pero usted dice que él lee en su mente. Tal vez ya sabe que estoy con usted.

—No, porque cuando intenta meterse dentro de mí puedo percibirlo, y sé cómo dejarlo fuera. De todas formas, estará muy débil y no podrá luchar conmigo, ni siquiera mentalmente. No, Thibor Ferenczy no tiene idea de que estoy aquí, Max, y se alegrará tanto cuando yo le hable que no pensará en jugarme una mala pasada.

—Si usted lo dice… —respondió Batu, con un encogimiento de hombros.

—Ahora bien, usted dijo que yo debía de estar loco. Nada de eso, Max. Pero este vampiro sabe cosas que sólo están al alcance de los no-muertos, secretos que yo quiero conocer. Y lo conseguiré, sea como sea. Sobre todo ahora, que tengo que vérmelas con ese tal Harry Keogh. Hasta el momento Thibor me ha frustrado, pero en esta ocasión no podrá. Y si tengo que resucitarlo para obtener esos secretos… pues lo haré.

—¿Y sabe cómo? Quiero decir, cómo resucitarlo.

—Todavía no. Pero él mismo me lo dirá, Max. De eso puede estar seguro.

Ya habían llegado. Dragosani aparcó a un costado del camino, bajo los árboles, y juntos caminaron penosamente a la fría luz de las estrellas, por el sendero que marcaba la huella del antiguo cortafuegos, compartiendo entre ambos el peso de la inquieta oveja.

Cuando se aproximaban al claro, Dragosani se echó el animal al hombro y susurró:

—Usted se queda aquí, Max. Puede acercarse un poco más, si quiere, y mirar, pero recuerde, manténgase al margen.

El mongol asintió, se acercó unos pocos pasos más y luego se agazapó, arrebujado en su abrigo. Y Dragosani fue solo hasta el lugar donde se hallaba la tumba de la criatura enterrada.

Se detuvo en el borde del círculo, pero un poco más lejos que la última vez.

—¿Y ahora qué, viejo dragón? —murmuró, mientras dejaba caer a la asustada y medio muerta oveja a sus pies—. ¿Qué harás ahora que me has convertido en un vampiro? —Dragosani habló en voz muy baja, para que Max Batu no pudiera oírlo; cuando hablaba con el vampiro le resultaba más cómodo pronunciar las palabras que limitarse a pensarlas.

¡Ahhh!
, llegó el susurro mental, débil como el aliento de alguien a quien despiertan de un sueño profundísimo.
¿Eres tú, Dragosani? ¡Ah, de modo que lo has adivinado!

—No tuve que esforzarme mucho, Thibor. En pocos meses me he transformado en un hombre distinto. Y no todo en mí es humano.

¿Y no hay cólera? ¿No estás furioso, Dragosani? ¡Vaya, si parece que esta vez te acercas casi con humildad! Me pregunto por qué
.

—Tú sabes por qué, viejo dragón. Quiero que me libres de esto.

Ah, no
(la monstruosa cabeza hizo un gesto de negación en la mente de Dragosani),
desgraciadamente, no. Es imposible. Ahora, tú y él son uno, Dragosani. ¿Acaso no te llamé «hijo» desde el comienzo? Me parece muy apropiado que mi verdadero hijo crezca ahora dentro de ti
.

Dragosani no podía permitirse el lujo de enfurecerse. Todavía no.

—¿Tu hijo? ¿Esta cosa que has puesto dentro de mí? ¿Hijo, dices? ¿Otra mentira, viejo demonio? ¿Quién fue el que me dijo que tu especie no tiene sexo?

Dragosani, me parece que tú nunca escuchas
, suspiró el vampiro.
Eres tú, su huésped, quien ha determinado su sexo. A medida que él crece y se convierte en una parte tuya, tú te vuelves como él. Al final es una sola criatura, un solo ser
.

—¿Pero con su mente?

Con la tuya… pero sutilmente alterada. Tu mente y también tu cuerpo, pero ambos habrán cambiado algo. Tus apetitos serán… ¿cómo decirlo?, más acuciantes. Tus necesidades… diferentes. Escucha: como hombre, tus deseos, tus pasiones y tus cóleras tenían los límites propios de la naturaleza humana. Pero si eres un wamphyri… ¿de qué serviría ese gran motor en una carrocería de carne débil y huesos frágiles? Sería… como un tigre con corazón de ratón
.

Esto era, aproximadamente, lo que Dragosani había esperado del vampiro. Pero antes de tomar una decisión definitiva, irrevocable tal vez, hizo un último intento, profirió una última amenaza.

—Entonces, tendré que ir y ponerme en manos de los médicos. En la actualidad son muy diferentes de los que tú conociste, Thibor. Les diré que llevo en mí un vampiro. Me examinarán, descubrirán a la criatura y me la amputarán. Tienen instrumentos que tú ni siquiera puedes imaginar. Y cuando lo hayan separado de mí, lo abrirán, lo estudiarán, descubrirán su naturaleza. Y querrán saber cómo y por qué llegó hasta mí. Se lo diré. Les hablaré de los wamphyri. Se reirán de mí, claro, me tacharán de loco, pero no serán capaces de hallar otra explicación. Y entonces yo los conduciré hasta aquí y les indicaré dónde estás. Ése será el fin. De ti, de tu hijo y de toda la leyenda. Y dondequiera que estén los wamphyri, los hombres los buscarán y los destruirán.

¡Muy bien dicho, Dragosani!
Thibor se mostró sarcástico.
¡Bravo!

Dragosani esperó, y después de un momento:

—¿Eso es todo lo que tienes que decir?

Sí. Yo no hablo con tontos
.

—¡Explícate!

La voz en su mente sonó ahora extremadamente fría e iracunda, una ira controlada, pero real y aterradora.

Boris Dragosani, eres un hombre vanidoso, egoísta y estúpido
, dijo Thibor Ferenczy.
No haces otra cosa que exigir siempre «.dime esto», «muéstrame aquello» o «explícate». Yo era un verdadero poder en la tierra siglos antes de que tú nacieras, e incluso eso no habría sucedido de no ser por mí. ¡Y tengo que yacer aquí, y dejar que me utilices! Bien, todo eso está por terminar. Me explicaré, como exiges, pero será la última vez. Porque después… después será el momento para discutir y negociar como es debido. Estoy cansado de yacer aquí, inerte, como bien lo sabes, Dragosani, y tú tienes el poder de sacarme de este lugar. ¡Esa es la única razón por la que he sido paciente contigo! Pero ahora mi paciencia se ha acabado. Veamos primero la evaluación que haces de tu situación
.

Dices que te pondrás en manos de los médicos. Bien, ya debe de ser posible distinguir al vampiro que hay en ti. Está allí, es un organismo físico y tangible que existe en una suerte de simbiosis contigo. Y simbiosis es una palabra que tú me has enseñado, Dragosani. ¿Pero amputarlo? ¿Exorcizarlo? Por hábiles que sean tus médicos, no podrán hacerlo. ¿Pueden quitarlo de las circunvalaciones de tu cerebro? ¿Del líquido de tu médula espinal? ¿De tus vísceras, de tu corazón incluso? Aunque tú fueras lo bastante tonto como para dejar que lo intentaran, el vampiro te mataría antes. Te corroería la médula, te envenenaría el cerebro. Sin duda te habrás dado cuenta ya de que somos tenaces. ¿O acaso has pensado que el instinto de supervivencia sólo era humano? ¡Supervivencia, ja, tú no conoces el significado de la palabra!

Dragosani se quedó callado.

Tú y yo nos hemos hecho promesas
—continuó por fin la criatura enterrada—.
Yo he cumplido con mi parte del trato. ¿No crees que ha llegado el momento de que cumplas tú también?

—¿Trato? ¿Qué trato? —Dragosani estaba desconcertado—. ¿Estás de broma? ¿Qué trato?

¿Lo has olvidado? Tú querías los secretos de los wamphyri. Muy bien, son tuyos. Ahora eres un wamphyri
. Y
a medida que él crezca dentro de ti, tendrás su sabiduría. Él tiene habilidades que aprenderéis juntos
.

—¿Qué? —Dragosani estaba indignado—. ¿De modo que mi fecundación por un vampiro,
con
un vampiro, era tu parte del trato? ¡Qué trato más desventajoso es ése! Yo quería conocimiento y lo quería de inmediato, Thibor, para mí mismo. No deseaba la sabiduría en tanto fruto putrefacto y venenoso de una alianza contra natura con una maldita criatura parásita.

¿Te atreves a desdeñar mi huevo? El wamphyri no tiene más que un desove, una nueva vida que transmitir a través de los siglos, y yo te he dado la mía

—¡No te comportes conmigo como un padre orgulloso, Thibor Ferenczy! —se enfureció Dragosani—. No trates siquiera de insinuar que te he ofendido. Quiero deshacerme de esta cosa bastarda que hay en mí. ¿Me dices que tú te preocupas por ella, que te importa? Yo sé que vosotros los vampiros os odiáis los unos a los otros aún más de lo que os odian los hombres.

La criatura enterrada supo que Dragosani lo había calado.


Es hora de discutir y negociar como es debido
—dijo con frialdad.

—¡Al diablo con las negociaciones, quiero librarme de eso! —rugió Dragosani—. Dime cómo… y te resucitaré.

Se hizo el silencio durante unos minutos. Luego…

No puedes hacer nada; tampoco pueden tus médicos. Sólo yo puedo abortar lo que puse en ti
.

—Hazlo, entonces.

¿Qué dices? ¿Que lo haga aquí, enterrado? ¡Imposible! Resucítame… y ¿o haré
.

Ahora era Dragosani quien debía meditar sobre la proposición del vampiro… o al menos debía hacer como que meditaba. Y por fin dijo:

—De acuerdo. ¿Qué debo hacer?

Ante todo, ¿lo haces por tu propia voluntad?

—¡Sabes muy bien que no! —respondió con desprecio Dragosani—. Lo hago para librarme de este monstruo que hay en mí.


Pero ¿por tu propia voluntad?
—insistió Thibor.

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