El que habla con los muertos (61 page)

—Endor —respondió la voz en su cabeza—. Ése era su nombre, cuando aún poseía uno. Era mi hogar.

¿Endor? El nombre le sonaba. ¿El Endor de la Biblia? ¿El lugar a donde fue Saúl la víspera de su muerte en las laderas de Gilboa? ¿Donde fue a consultar a una pitonisa?

—Sí, así me llamaban —rió ella en su mente—. La pitonisa de Endor. Pero eso fue
hace
mucho, mucho tiempo, y después se han sucedido las pitonisas, las brujas, los videntes. El mío era un gran talento, pero actualmente hay en el mundo uno más grande. He oído hablar de él en mi largo sueño, he oído hablar de ese mago prodigioso, y eran tan intensos los rumores que me despertaron. Los muertos dicen que es su amigo y entre los vivos hay quienes lo temen. Y yo deseaba hablar con ese hombre que ya es una leyenda entre los habitantes de tumbas. Y he llamado y él ha venido a mí. Y su nombre es Harry Keogh…

Harry miró la tierra donde estaba sentado y apoyó sus manos sobre el suelo. Las retiró secas y polvorientas.

—¿Usted está… está aquí? —preguntó.

—Soy parte del polvo del mundo —respondió ella—. Mi polvo está aquí.

Harry hizo un gesto de comprensión. Dos mil años es mucho tiempo.

—¿Por qué me ha ayudado? —preguntó el joven.

—¿Querría usted que me maldijeran todos los muertos de este mundo? —respondió enseguida ella—. ¿Que por qué lo he ayudado? ¡Porque ellos me lo pidieron! ¡Todos ellos! Su fama ha llegado a todos los rincones, Harry. «¡Sálvalo —me pidieron—, porque nosotros lo amamos!»

—Entiendo; era mi madre.

—Su madre no es más que una entre muchos —respondió la bruja—. Ella es su mejor abogado, sin duda, pero los muertos son muchos. Ella me rogó por usted, sí, y otros miles la acompañaban.

Harry estaba atónito.

—Pero yo no conozco a miles de muertos —dijo—. Conozco a una docena, o como máximo a dos.

Otra risa irónica.

—¡Pero ellos lo conocen a usted! ¿Y cómo podría yo ignorar a mis hermanos en la tierra?

—¿Y quiere ayudarme?

—Sí.

—¿Sabe lo que tengo que hacer?

—Sí, otros me han informado.

—Ayúdeme, entonces, si es que puede. Sinceramente, y no quiero parecer desagradecido, no sé qué podría hacer usted por mí.

—Hace dos mil años, tuve algunos de los poderes que usted tiene ahora, Harry Keogh. Un rey vino a pedirme ayuda.

—¿Saúl? ¡Para lo que le sirvió! —dijo Harry, aunque amablemente.

—Él me pidió que le mostrara su futuro —se defendió la pitonisa—, y yo lo hice.

—¿Y puede mostrarme el mío?

—¿Su futuro? —Ella permaneció en silencio por un instante—. Ya he mirado en su futuro, Harry, pero no debe preguntarme por él.

—¿Es tan malo?

—Deberá realizar ciertas hazañas y enmendar algunos males —respondió la pitonisa—. Que yo le mostrara lo que le espera no aumentaría sus fuerzas para realizarlo. Tal vez caería desvanecido, como Saúl.

—Voy a perder… —a Harry se le fue el alma a los pies.

—Algo suyo se perderá.

—No me gusta como suena eso. ¿No puede decirme nada más?

—No diré nada más.

—Entonces, quizá pueda ayudarme en la dimensión de Mobius. Quiero decir a encontrar mi camino en ella. ¿Qué debo hacer? No sé cómo me las habría arreglado si usted no me hubiera guiado hasta aquí.

—Pero yo no sé nada de eso —respondió ella, evidentemente desconcertada—. Yo lo he llamado, y usted me ha oído. ¿Por qué no deja que lo guíen los que lo aman?

¿Era posible? Harry decidió que sí.

—Bueno, al menos es algo —dijo—. Puedo probar. ¿Y de qué otra manera puede ayudarme?

—Yo llamé a Samuel cuando me lo pidió el rey Saúl. Hay algunos que quieren hablar con usted. Permítame que haga de médium de sus mensajes.

—¡Pero si yo puedo hablar con los muertos directamente!

—Con estos tres, no —respondió ella—, porque no los conoce.

—Muy bien, permítame hablar con ellos.

—Harry Keogh —susurró una voz en su cabeza, una voz suave que contrastaba con la crueldad de su dueño—. Usted me vio en una ocasión, y yo lo vi a usted. Me llamo Max Batu.

Harry no pudo evitar un gesto de disgusto.

—¿Max Batu? ¡Usted no es mi amigo! —protestó—. ¡Usted mató a Keenan Gormley! Pero ¿usted está muerto? No lo entiendo…

—Dragosani me mató —respondió el otro—. Lo hizo para robar mi talento mediante su nigromancia. Me degolló, me abrió las vísceras, y abandonó mi cuerpo a los gusanos. Ahora él posee el ojo maligno. No pretendo ser su amigo, Harry Keogh, pero soy aún menos amigo de Dragosani. Le cuento esto porque quizá le sirva para matarlo antes de que él lo mate a usted. ¡Es mi venganza!

Y cuando la voz de Max Batu se desvaneció, otra ocupó su lugar.

—Yo era Thibor Ferenczy —dijo, llena de tristeza—/ Podría haber vivido para siempre. Yo era un vampiro, Harry Keogh, pero Dragosani me destruyó. Yo era un no-muerto, y ahora sólo soy un muerto más.

¡Un vampiro! Una criatura de esa especie había aparecido en el juego de asociación de palabras de Gormley y Kyle. Este último había visto un vampiro en el futuro de Harry.

—¡Yo no puedo condenar a Dragosani por haber matado a un vampiro! —dijo Harry.

—Y yo no quiero que lo condene. —La voz abandonó su tristeza y se volvió áspera, abandonando su pena como una serpiente se desprende de su piel—. ¡Quiero que lo mate! ¡Quiero muerto a ese mentiroso, farsante y estafador! ¡Muerto como un perro, muerto como yo! Y sé que morirá, sé que usted lo matará, pero sólo si yo lo ayudo. ¿Quiere que… que hagamos un trato?

—¡No lo haga, Harry! —le aconsejó la pitonisa de Endor—. El mismo Satán se queda pequeño al lado de un vampiro en cuanto a mentiras y engaños.

—No hago tratos —respondió Harry aceptando el consejo.

—¡Pero es tan poco lo que yo quiero! —protestó Thibor con voz quejosa.

—¿Qué es?

—Tan sólo que me prometa que de vez en cuando, cuando tenga tiempo, hablará conmigo. Porque no hay nadie tan solitario como yo ahora, Harry Keogh.

—Muy bien, se lo prometo.

El ex vampiro suspiró aliviado.

—Gracias. Ahora sé por qué los muertos lo aman. Tiene que saber una cosa, Harry: Dragosani lleva en su interior un vampiro. La criatura aún es inmadura, pero crece deprisa y aprende todavía más rápido. ¿Sabe usted cómo matar a un vampiro?

—¿Una estaca de madera?

—Eso sólo sirve para inmovilizarlo. Pero después debe decapitarlo.

—Lo recordaré —dijo Harry, y se pasó nervioso la lengua por los labios resecos.

—Y recuerde también su promesa —dijo Thibor, su voz desvaneciéndose en la nada.

Durante un instante reinó el silencio, y Harry meditó sobre la monstruosa naturaleza de esa criatura compuesta contra la que debía combatir. Luego resonó en el silencio la voz del tercer y último delator.

—Harry Keogh —gruñó el último visitante—, usted no me conoce, pero quizá sir Keenan Gormley le habló de mí. Yo era Gregor Borowitz, pero ya no existo. Dragosani me mató con el ojo maligno de Max Batu. ¡He muerto a traición en la flor de la vida!

—Usted también quiere vengarse —dijo Harry—. ¿No tiene amigos Dragosani?
¿Ni
uno solo?

—Sí, me tenía a mí. Yo había hecho proyectos para Dragosani, grandes proyectos. Pero el bastardo había hecho sus propios planes, y yo no era parte de ellos. Me mató para robarme todos mis conocimientos sobre la Organización E, así él puede controlar mi creación. Pero creo que las cosas van aún más lejos. Pienso que Dragosani lo quiere todo. Y quiero decir, literalmente, todo lo que existe bajo el sol. Y si vive, con el tiempo podría conseguirlo.

—¿Con el tiempo?

Harry percibió en su mente que Borowitz se estremecía.

—Dragosani aún no ha terminado conmigo. Mi cuerpo yace en mi
ducha
, donde él lo dejó, pero tarde o temprano le entregarán mi cadáver, y entonces hará conmigo lo que hizo con Max Batu. Yo no quiero eso, Harry; no quiero que ese canalla meta sus manos en mis entrañas en busca de mis secretos.

Borowitz transmitió algo de su horror a Harry, pero aun así éste no podía sentir piedad por el general.

—Comprendo sus motivos —dijo—, pero si él no lo hubiera matado, lo habría hecho yo. Por mi madre, por Keenan Gormley, y por todos aquellos a quienes hizo daño.

—Sí, claro, si usted hubiera podido me habría matado —observó Borowitz sin rencor—. Harry Keogh, antes de ser un intrigante fui un soldado. Yo comprendo el honor, no soy Dragosani. Y es por todo esto que deseo ayudarlo.

—Acepto sus razones —respondió Harry—. ¿Cómo puede ayudarme?

—Puedo decirle todo lo que sé sobre el
château
Bronnitsy: la disposición de las oficinas y laboratorios, la gente que trabaja en el lugar. Mire, aquí está todo —y el general rápidamente comunicó a Harry todo lo que sabía del lugar y de los PES que trabajaban allí—. Y después puedo hablarle a usted de otra cosa, de algo que usted, con su especial talento, sabrá utilizar. Le he dicho que antes he sido soldado, y mi conocimiento del arte de la guerra era enorme. Había estudiado la historia de las artes bélicas desde los comienzos del hombre; había analizado sus guerras en todo el planeta, y conocía a la perfección todos los campos de batalla. Me pregunta cómo puedo ayudarle. Bien, escuche y se lo diré.

Harry escuchó, y sus extraños ojos estaban cada vez más abiertos y una sonrisa sombría apareció en su rostro. Hasta ahora se había sentido abrumado, pero ahora le quitaban una pesada carga de encima. Comenzaba a vislumbrar que, después de todo, tenía una posibilidad. Borowitz terminó por fin.

—Bueno, nosotros éramos enemigos —dijo Harry—, aunque nunca nos conocimos personalmente. Pero se lo agradezco. Usted, claro está, sabe que, además de destruir a Dragosani, también intentaré acabar con su organización.

—No la destruirá más de lo que la hubiera destruido él —gruñó Borowitz—. Y ahora tengo que irme. Deseo encontrar a otra persona, si es posible… —Y también la voz del general se desvaneció en el silencio.

Harry miró el áspero territorio que lo rodeaba y vio que el sol estaba muy bajo en el horizonte. Los milanos daban vueltas en el cielo mientras el día se deslizaba con lentitud hacia la noche. Y Harry se quedó sentado allí un largo rato, con la barbilla en las manos, pensativo.

—Todos quieren ayudarme —dijo por fin.

—Porque usted les trae esperanza —le respondió la pitonisa de Endor—. Los muertos han permanecido mudos en sus tumbas durante siglos, desde el comienzo de sus tumbas. Pero ahora se revuelven, se buscan los unos a los otros, hablan entre sí de la manera que usted les ha enseñado. Han encontrado un paladín. Pídales lo que quiera, Harry Keogh, y ellos se lo darán…

Harry se puso de pie, miró a su alrededor y sintió que el frío de la tarde comenzaba a penetrarlo.

—No veo ninguna razón para quedarme aquí más tiempo —dijo—. En cuanto a usted, anciana señora, no sé cómo agradecerle.

—Ya me han dado las gracias, y mucho —respondió la pitonisa—. Me lo han agradecido millones de muertos.

—Sí, y ahora iré a hablar con algunos de ellos.

—Vaya, pues —respondió ella—. El futuro lo espera, así como espera a todos los hombres.

Harry no dijo nada más; después hizo aparecer las puertas de Mobius, eligió una y entró por ella.

Ante todo fue a hablar con su madre, y encontró sin dificultad el camino; después con el «Sargento» Graham Lane, en Harden, y de paso visitó la tumba de James Gordon Hannant. Más tarde se dirigió al Jardín de Reposo, en Kensington, donde habían dispersado las cenizas de Keenan Gormley —Gormley permanecía allí—, y por último a la
dacha
de Gregor Borowitz, en Zhukovka. Pasó de diez a quince minutos en cada lugar, excepto en el último. Una cosa era hablar con hombres muertos y enterrados, y otra muy distinta hacerlo con un cadáver cuyos ojos vidriosos chorreaban pus.

En todo caso, cuando Harry terminó sabía muy bien lo que tenía que hacer y cómo arreglarse con las complejidades del continuo de Mobius; ahora le quedaba solamente un lugar al que ir. Pero antes cogió una escopeta de la pared y se llenó los bolsillos con los proyectiles que sacó de un cajón.

Eran exactamente las seis y media de la tarde, hora de Europa Oriental, cuando Harry se dirigió, banda de Mobius mediante, desde Zhukovka al
château
Bronnitsy. En el camino se dio cuenta de que alguien iba en la banda con él, supo que no estaba solo en el continuo de Mobius.

—¿Quién es? —preguntó Harry, con sus pensamientos puestos en la oscuridad final de la jornada.

—Sólo un hombre muerto —dijo una voz irónica y sin ningún humor—. Cuando estaba vivo leía el futuro, pero hube de morir para comprender y percibir toda la magnitud de mi talento. Aunque parezca extraño, en su «ahora» yo aún estoy vivo, pero estaré muerto dentro de poco tiempo.

—No comprendo —contestó Harry.

—No esperaba que lo comprendiera enseguida. Estoy aquí para explicárselo. Me llamó Igor Vlady y trabajaba para Borowitz. Cometí el error de leer mi propio futuro, mi propia muerte. Eso sucederá dentro de dos días, en su tiempo, claro está, y será Boris Dragosani quien ordenará que me maten. Pero después de morir continuaré explorando mi propio potencial. Lo que hice en vida, lo haré aún mejor después de muerto. Si quería, podía ver hacia atrás hasta el comienzo del tiempo, o ir hacia adelante hasta el final, si es que el tiempo tiene comienzo y final. Pero, por supuesto, no lo tiene; todo es parte del continuo de Mobius, una torsión infinita que contiene todo el espacio y el tiempo. Déjeme mostrárselo.

E Igor Vlady le mostró a Harry las puertas del futuro y del pasado, y Harry permaneció de pie en sus umbrales y contempló el tiempo que había sido y el tiempo que vendría. Sin embargo, no podía entender lo que veía. Porque más allá de la puerta del tiempo futuro todo era un caos de millones de líneas de luz azul, y una de esas líneas partía desde el propio Harry, pasaba la puerta y se extendía hacia el futuro. Algo similar ocurría más allá de la puerta del tiempo pasado: la misma luz azul salía de él y se desvanecía en el pasado —su pasado— junto con otros millones de luces. Y era tal el brillo deslumbrante de todos esos «hilos de vida», que Harry se sintió poco menos que cegado.

—Pero de usted no emana una línea de luz —le dijo a Igor Vlady—, ¿por qué?

—Porque mi luz se ha extinguido. Ahora soy como Mobius, mente pura. Y así como el espacio no tiene secretos para él, el tiempo no los tiene para mí.

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