El que habla con los muertos (64 page)

Dragosani, que se sabía triunfador, arrojó finalmente su horroroso rayo mental… y en ese preciso instante la puerta que había detrás de Harry se abrió de par en par y el impulso hizo que Harry se soltara de las garras del nigromante. El joven cayó al suelo, y la criatura que entraba en la sala recibió de lleno el rayo de Dragosani. Y el nigromante, cuando vio quién había entrado, recordó la advertencia de Max Batu: nunca se debe maldecir a los muertos, porque no pueden morir dos veces.

El rayo fue desviado, reflejado, y lanzado sobre el propio Dragosani. En la historia que le había contado Batu, un hombre se había secado tras un ataque semejante, pero lo que le sucedió a Dragosani no fue tan horrible… o acaso fue peor.

Pareció como si una mano gigantesca lo hubiera levantado y arrojado al otro lado de la sala. Cuando golpeó contra la mesa se le rompieron los huesos de las piernas y siguió girando como un trompo llevado por su propio impulso. Lo detuvo la pared, y esta vez cayó al suelo. Consiguió sentarse trabajosamente, y no dejaba de aullar con una voz que sonaba como una tiza gigantesca que rascaba una pizarra. Sus piernas rotas estaban caídas en el suelo como si fueran de goma, y agitaba los brazos de modo espástico en el aire delante de su cara, como si no pudiera verlos.

Ciego, sí, porque su propio rayo lo había golpeado precisamente en los ojos.

Harry salió de detrás de la puerta, y no pudo contener un respingo cuando vio al nigromante. Parecía como si los ojos de Dragosani hubiesen estallado desde el interior. Eran como cráteres abiertos en el rostro de Dragosani, con hebras de cartílago rojo que colgaban por sus demacradas mejillas. Harry supo entonces que aquello había terminado, y el horror de lo sucedido lo sobrecogió. Se dio la vuelta, y vio a sus guardaespaldas esperando.

—Acaben con eso —les dijo, y ellos avanzaron hacia el monstruo caído.

Dragosani estaba completamente ciego, y por consiguiente, también lo estaba el vampiro, que veía por sus ojos. Pero a pesar de que la criatura era aún inmadura, sus extraños sentidos estaban lo bastante desarrollados como para que percibiera la inexorable cercanía del olvido total y definitivo. Sintió la estaca que sostenían las manos momificadas, supo que alguien alzaba una espada herrumbrada. Dragosani ahora ya no era mas que una cáscara arruinada, y no le servía de nada el vampiro. Y como si lo hubieran exorcizado, salió cual espíritu maligno del cuerpo del nigromante.

Dragosani dejó de gritar, se ahogó y se clavó las uñas en la garganta. Sus mandíbulas se abrieron en toda su extensión, y de su boca salió sangre y espuma, mientras él sacudía con frenesí su monstruosa cabeza. Todo su cuerpo se sacudió en movimientos convulsivos, comenzó a vibrar como si lo embargara un dolor mayor que el producido por los ojos reventados y los huesos rotos. Cualquier otra persona habría muerto allí mismo, pero Dragosani no era una persona corriente.

Su cuello se hinchó y su rostro gris se volvió primero púrpura y luego azul. El vampiro se retiró del cerebro de Dragosani, se desenroscó y abandonó sus órganos internos, se desprendió de los nervios y de la médula espinal. Y formó púas, que utilizó para arrastrarse por el interior de la garganta del nigromante y salir al exterior. Dragosani, tosiendo, expulsó entre sangre y moco a la criatura, que parecía que nunca acababa de salir. Después, quedó enroscada como una babosa gigantesca sobre el pecho de Dragosani, y su cabeza plana se movía como la de una cobra, roja con la sangre de su huésped.

La estaca atravesó el cuerpo palpitante del vampiro y el de Dragosani, guiada por manos que perdían pequeños trozos de hueso mientras clavaban al monstruo en su lugar. Y un solo golpe de la espada del segundo tártaro completó el trabajo, y separó la chata y horrible cabeza del cuerpo que se agitaba como un látigo enloquecido.

Dragosani yacía vacío, torturado, y casi inconsciente, los brazos caídos a los costados. Pero cuando Harry Keogh dijo «Y ahora, acaben con él», la mano del nigromante encontró la ametralladora que había caído antes sobre la alfombra. Alguna pequeña zona del cerebro ardiente de Dragosani había reconocido la voz de Keogh, y aunque sabía que se estaba muriendo, su malvada y vengativa naturaleza actuó por última vez. Sí, se estaba muriendo, pero no moriría solo. La ametralladora escupió una ráfaga continua de obscenas palabras mecánicas, hasta que su vocabulario y su cargador se agotaron… lo que sucedió quizá medio segundo después de que la antigua espada de un tártaro partiera en dos la monstruosa cabeza de Dragosani.

¡Dolor! Un dolor punzante. Y muerte. Para los dos.

Harry, casi dividido en dos por los disparos, encontró una puerta de Mobius y cayó por ella. Pero no tenía sentido llevar su destrozado cuerpo con él; eso ya estaba acabado. La mente lo era todo. Y Harry, en el instante en que entraba en el continuo de Mobius, cogió —mentalmente— y arrastró consigo a la mente del nigromante. Ahora el dolor había terminado para ambos, y el primer pensamiento de Dragosani fue:

—¿Dónde estoy?

—Donde yo quiero que esté —le respondió Harry.

El joven encontró la puerta del tiempo pasado y la abrió. Una fina línea de luz roja emanaba de la mente de Dragosani y se hundía en el brillo azul. Era la huella de su vampírico pasado.

—Síguela —ordenó Harry, y expulsó a Dragosani por la puerta.

El nigromante cayó en el pasado, se aferró al hilo luminoso de la vida que fue, y fue arrastrado mas y más atrás. Y ya no pudo abandonar aquel hilo escarlata aun queriéndolo, porque era él mismo.

Harry contempló cómo la hebra escarlata se enrollaba sobre sí misma y arrastraba a Dragosani y luego buscó y encontró la puerta del futuro. En algún lugar del porvenir el hilo roto de su vida continuaba, empezaba de nuevo. Sólo tenía que encontrarlo.

Y Harry se arrojó en el azul infinito del mañana…

La entrevista final

Alec Kyle miró su reloj. Eran las dieciséis horas quince minutos, y ya llevaba quince minutos de retraso para su importantísima reunión con las autoridades del gobierno. Pero el tiempo, a pesar de ser relativo, había pasado, y Kyle se sentía exhausto; tenía una gruesa pila de papeles frente a él, se sentía entumecido y le dolían la mano, la muñeca y el brazo derechos. No podía escribir una palabra más.

—Me he perdido la reunión —dijo, y apenas reconoció su propia voz.

Las palabras resonaban como un seco graznido. Intentó reír, y el resultado fue más parecido a una tos.

—Además, creo que he perdido un kilo. No me he movido de esta silla en siete horas, pero parece como si me hubiera pasado el día practicando algún deporte. El traje me queda grande. ¡Y está sucio!

El espectro asintió con la cabeza.

—Lo sé —dijo—, y le pido disculpas. He sometido a un duro esfuerzo a su cuerpo y a su mente. ¿No cree, sin embargo, que valía la pena?

—¿Y me lo pregunta? —esta vez Kyle consiguió reír—. La Organización E soviética está destruida…

—Lo estará dentro de una semana —lo corrigió su interlocutor.

—… Y usted me pregunta si valía la pena. ¡Claro que sí! —dijo Kyle, pero de inmediato una expresión de abatimiento oscureció su rostro—. Aunque yo he faltado a la reunión, y era importante.

—En realidad, no —le respondió el espectro—. De todas formas, usted no se la perdió. O mejor dicho, usted sí, pero yo no.

Kyle frunció el entrecejo, desconcertado.

—No comprendo.

—El tiempo —comenzó a decir el espectro, y Kyle terminó la frase por él:

—¡Es relativo! —exclamó, y abrió la boca asombrado.

El espectro sonrió.

—En la banda de Mobius hay una puerta para todos los tiempos. Yo estoy aquí, pero también estoy allí. Ellos podrían haberle hecho pasar a usted un mal rato, pero no pueden hacer lo mismo conmigo. La obra de Gormley —y también de usted, y mía— continúa. Usted tendrá toda la ayuda que necesite, y no habrá problemas.

Kyle cerró lentamente la boca, e hizo un esfuerzo para serenarse… La cabeza le daba vueltas, y se sentía más cansado que nunca.

—Supongo que ahora se marchará —dijo—, pero me gustaría preguntarle una o dos cosas. Sé quién es usted, pero…

—¿Sí?

—¿Dónde está usted ahora? ¿Cuál es su base? ¿Me está hablando desde el continuo de Mobius, o por medio de él? Harry, ¿dónde está usted?

El espectro volvió a sonreír con paciencia.

—Debería preguntar «¿Quién es usted»? Y yo le respondería: todavía soy Harry Keogh. Harry Keogh hijo.

Kyle volvió a abrir la boca. Estaba en las notas, pero hasta ahora no había caído en la cuenta. Ahora todas las piezas del rompecabezas coincidían.

—Pero Brenda, quiero decir, su esposa, debía morir. Habían predicho su muerte. Y nadie puede eludir o cambiar el futuro; usted mismo me ha demostrado que es imposible.

Harry hizo un gesto afirmativo.

—Ella morirá —dijo—. Morirá dando a luz, pero la muerte no la aceptará.

—¿Cómo puede ser? —Kyle no comprendía nada.

—La muerte es un lugar más allá del cuerpo —dijo Harry—. Los muertos tienen su propia existencia. Algunos de ellos lo sabían, pero la mayoría lo ignoraba. Ahora lo saben. Eso no cambiará nada en el mundo de los vivos, pero significa mucho para los muertos. Ellos, por otra parte, saben que la vida es un don precioso. Lo saben porque la han perdido. Si Brenda muere, mi vida estará en peligro. Y los muertos no pueden permitirlo. Tienen una gran deuda conmigo.

—¿Ellos no la aceptarán? ¿Me está diciendo que le devolverán la vida cuando muera?

—En resumen, sí. En el otro mundo hay talentos muy brillantes, Alec, millones y millones. Y pueden hacer casi todo lo que se propongan. En cuanto a mi propio epitafio, sólo era el producto del pesimismo de mi madre, y de su deseo de protegerme.

El contorno del espectro se hizo más brillante, y parecía como si la luz que entraba por las ventanas lo atravesara con más facilidad.

—Y ahora, creo que ha llegado el momento de que…

—¡Espere! —dijo Kyle, poniéndose de pie—. Por favor, espere. Una sola cosa más.

—Yo pensaba que ya se lo había explicado todo —dijo Harry, arqueando sus fantasmales cejas—. Y si algo ha quedado poco claro, usted sin duda lo descubrirá por sí mismo.

Kyle estuvo de acuerdo.

—Creo que sí. Excepto el porqué. ¿Por qué se tomó el trabajo de regresar a contármelo?

—Es muy simple —dijo Harry—. Yo seré mi hijo. Pero él tendrá su propia personalidad, será él mismo. No sé cuánto de mi ser real llegará hasta él. Puede que en algunas ocasiones él, nosotros, necesite que se lo recuerden. Hay algo seguro, con todo: ¡será un chico de talento!

Y Kyle por fin entendió.

—Usted quiere que yo, mejor dicho, que nosotros, los de la organización, lo cuidemos, ¿verdad?

—Así es —respondió Harry Keogh y comenzó a desvanecerse; ahora brillaba con un extraño resplandor azul, como compuesto de millones de partículas de neón.

—Usted cuidará de él hasta que él esté preparado para cuidar de usted, de todos ustedes. ¿Lo hará?

Kyle salió a trompicones de atrás de su mesa y le tendió los brazos a la espectral criatura, que se desvanecía rápidamente.

—¡Sí, lo haremos! ¡Claro que sí!

—Eso es todo lo que pido —dijo Harry—, y también que cuide de su madre.

El resplandor azul se convirtió en una neblina, se concentró después en una sola línea vertical, un tubo de luz azul que de inmediato se redujo a un enceguecedor punto de fuego azul a la altura de los ojos y desapareció. Y Kyle supo que Keogh se había marchado para nacer.

—¡Lo haremos, Harry! —exclamó con voz ronca, y sintió que las lágrimas le corrían por las mejillas. No sabía por qué lloraba.

—Lo haremos… ¿Harry?

Epílogo

Dragosani, a lo largo del hilo de la vida del vampiro, cayó en su propio pasado, pero no fue demasiado lejos. La jornada, sin embargo, aunque breve, lo dejó mareado, lo asustó; pero al final se encontró una vez más metido en un cuerpo de carne. Y de algo más. Un cuerpo lo rodeaba, sí, pero también había allí una mente que no era la suya. Él era parte de otra criatura, de alguien que también estaba ciego…
¡o entenado!

Porque incluso ahora su desconocido huésped luchaba por salir de la tumba, de la oscuridad de una noche de siglos, de la dura prisión de la tierra.

No había tiempo para pensar en las consecuencias, ni siquiera para declarar su presencia ante el otro. Dragosani se sintió sofocado, asfixiado, y sin embargo en el umbral del olvido. Ya había sufrido bastante, y no deseaba seguir padeciendo. Agregó su propia voluntad a la de su huésped y luchó por salir a la superficie. Y de repente, la tierra se abrió arriba de él, y el huésped y Dragosani se sentaron.

Cuando volvieron la cabeza para mirar a su alrededor se desprendieron costras de tierra. Era de noche; por entre las ramas de los árboles se veían las estrellas. ¡Dragosani podía ver!

Pero… el lugar le resultaba conocido.

En la oscuridad había alguien que lo miraba fijamente. La visión de Dragosani se aclaró junto con la de su huésped… y entonces fue como si a su mente todavía vacilante le hubieran asestado un fuerte martillazo.

—YO… YO PUEDO… VERTE —retumbó su voz.

Dragosani vio… y el terror reinó otra vez en las colinas cruciformes.

Y después apareció una segunda silueta en la oscuridad, una figura baja y rechoncha que dijo con voz suave:

—¡Eh, criatura de la tierra!

Y un instante más tarde se oyó el silbido del dardo de palosanto que se clavó en el cuerpo del huésped y quedó alojado allí. Y Dragosani unió sus aullidos a los de su horrible huésped e intentó volver con él a la tierra, pero no había escapatoria. No podía creerlo. ¡No podía ser que acabara así!

—¡ESPERA! —gritó con la voz de su huésped cuando la primera figura se acercó con algo en la mano que brillaba a la luz de las estrellas—. ¿NO ME VES? ¡SOY YO!

Pero el otro Dragosani no sabía nada, no entendía nada, y no iba a esperar. Y la hoz que llevaba pareció un relámpago de acero cuando golpeó con una fuerza irresistible.

—¡TONTO! ¡MALDITO TONTO! —aulló la cabeza decapitada de Ferenczy/Dragosani. Y supo que ésta era sólo una de las mil agonías, de las mil muertes que le esperaban en la infinita torsión escarlata de su existencia de Mobius. Había sucedido antes, sucedía ahora, sucedería otra vez… y otra… y otra…

¡Tonto!
, dijeron por última vez sus labios ensangrentados… era su última palabra, pero en esta ocasión se la decía a sí mismo.

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