El quinto día (118 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

—Y así es. Por eso somos seres inteligentes y civilizados.

—Puedes ser inteligente, Jack. Pero no estás en condiciones de percibir la naturaleza de modo objetivo.

—En realidad eres tan subjetivo y tan poco libre como un animal —agregó Delaware.

—¿En qué tipo de animal habíais pensado? —Vanderbilt reprimió una risa—. ¿En una morsa?

Anawak se rió bajo.

—Hablo en serio, Jack. Seguimos estando más cerca de lo que creemos de la naturaleza.

—Yo no, yo crecí en la gran ciudad. Nunca he estado en el campo. Y mi padre tampoco.

—Eso carece de importancia —dijo Delaware—. Te pondré un ejemplo: las víboras. Por una parte, causan temor, pero también son veneradas. O los tiburones: hay una cantidad inmensa de divinidades que son tiburones. Ese vínculo emocional del ser humano con otras formas de vida es innato; puede que incluso esté establecido genéticamente.

—Vosotros habláis de pueblos primitivos. Yo estoy hablando de gente de ciudad.

—De acuerdo. —Anawak pensó un momento—. ¿Tienes alguna fobia? ¿Algo que pueda calificarse de fobia?

—Bueno, no es una fobia... —comenzó Vanderbilt.

—¿Una aversión?

—Sí.

—¿A qué?

—Dios, no es muy original. Probablemente la tenéis todos. A las arañas. Detesto a esos bichos.

—¿Por qué?

—Porque... —Vanderbilt se encogió de hombros—. Son repugnantes, ¿no crees?

—No, pero no importa. La cuestión es que la causa principal de las fobias en nuestro mundo civilizado son casi siempre peligros que nos amenazaban antes de que viviéramos en ciudades. Desarrollamos fobias contra grandes laderas, tornados, masas de agua raudas, superficies de agua insondables, y también contra víboras, perros y arañas. ¿Por qué no contra cables de electricidad, revólveres, navajas, automóviles, explosivos y enchufes, que son mucho más peligrosos? Porque tenemos una regla grabada en nuestro cerebro: tienes que mantenerte alerta ante objetos con forma de serpiente y seres con muchas patas.

—El cerebro humano se desarrolló en un ambiente natural, no en uno mecánico —dijo Delaware—. Nuestra evolución intelectual se produjo durante dos millones de años en estrecho contacto con la naturaleza. Quizá las reglas de supervivencia de esa época se hayan grabado incluso genéticamente; sea como sea, sólo un fragmento mínimo de nuestra historia evolutiva se desarrolló en la llamada civilización. ¿Crees verdaderamente que porque tu padre y tu abuelo vivieron en ciudades todas las informaciones arcaicas se borraron de tu cerebro? ¿Por qué nos dan miedo los animales pequeños que reptan por los prados? ¿Por qué te dan asco las arañas? Porque le debemos la vida a ese miedo que nos ha acompañado en nuestra evolución. Porque los seres humanos que son más temerosos que otros corren menos peligro y pueden engendrar más descendencia. Es así. ¿Tengo razón, Jack?

Vanderbilt miró a Delaware y después a Anawak.

—¿Y eso qué tiene que ver con los yrr? —preguntó.

—Pues que quizá sean como las arañas —respondió Anawak—. ¡Uuuuh!... De modo que no digas que eres objetivo. Mientras nos den asco los yrr, cualquiera que sea su aspecto, ya sea una gelatina, unicelulares o cangrejos venenosos, no sabremos nada de su pensamiento, porque ni siquiera podemos comprenderlos. Sólo estaremos interesados en destruir a esos otros seres, para que no pueda meterse por la noche en nuestra caverna y robarnos a nuestros hijos.

Un poco más allá, en la oscuridad, se hallaba Johanson. Estaba intentando recordar los detalles de la noche anterior cuando se acercó Li. Le dio una copa de vino tinto.

—Pensaba que seguíamos «sin alcohol» —dijo Johanson.

—Y así es. —Chocó su copa con la suya—. Pero no soy dogmática. Además, tengo en cuenta las preferencias de mis huéspedes.

Johanson probó el vino. Era bueno. Aún mejor: exquisito.

—¿Qué clase de persona es usted, general? —preguntó.

—Llámeme Jude. Todos los que no tienen que cuadrarse ante mí me llaman así.

—Usted es un enigma para mí, Jude.

—¿Cuál es el problema?

—No confío en usted.

Li sonrió divertida y bebió.

—Tiene que ver con la reciprocidad, Sigur. ¿Qué le pasó anoche? ¿Quiere hacerme creer que no recuerda nada?

—No recuerdo absolutamente nada.

—¿Qué hacía tan tarde en la cubierta del hangar?

—Relajarme.

—Con Oliviera también había ido a relajarse.

—Sí, cuando se trabaja mucho hay que hacerlo de vez en cuando.

—Hum. —Li desvió la mirada hacia el mar—. ¿Recuerda sobre qué hablaron?

—Sobre nuestro trabajo.

—¿Nada más?

Johanson la miró.

—¿Qué es lo que quiere, Jude?

—Controlar esta crisis. ¿Y usted?

—No sé si quiero hacerlo del mismo modo que usted —dijo Johanson tras cierta vacilación—. ¿Y qué quedará una vez que haya controlado la crisis?

—Nuestros valores. Los valores de nuestra sociedad.

—¿Se refiere a la sociedad humana o a la norteamericana?

Li volvió la cabeza hacia él. Sus ojos azules parecieron refulgir en su bello rostro asiático. —¿Hay alguna diferencia?

Crowe se había enfurecido mientras exponía su teoría, respaldada por Oliviera. De momento, ambas reunían una gran cantidad de público a su alrededor. Peak y Buchanan habían pasado claramente a la defensiva; pero Peak parecía cada vez más pensativo, mientras que Buchanan hervía de cólera.

—No somos el resultado de una evolución superior de la naturaleza —estaba diciendo Crowe—. El ser humano es producto de la casualidad. Somos el resultado de un azar cósmico, cuando un meteorito gigante impactó en la Tierra e hizo que se extinguieran los saurios. Sin ese acontecimiento, puede que hoy día la Tierra estuviera habitada por saurios inteligentes o únicamente por cierto tipo de animales. Surgimos gracias a ciertos privilegios naturales, no como una consecuencia lógica. Entre los millones de desarrollos posibles desde que la evolución cámbrica originó los primeros multicelulares, puede que sólo haya uno en el que aparecen seres humanos.

—Pero los seres humanos dominan el planeta —insistió Buchanan—. Le guste o no.

—¿Seguro? En este momento lo dominan los yrr. Baje de una vez a la realidad. Ya no somos un pequeño grupo de la clase de los mamíferos que la evolución considera uno de sus éxitos, ni mucho menos. Los mamíferos más exitosos son los murciélagos, las ratas y los antílopes. No representamos el último eslabón, la cima de la historia de la Tierra; somos un eslabón cualquiera. En la naturaleza no existe una tendencia a las épocas cumbre, sólo existe la selección. Puede que en ciertas épocas se dé una mayor complejidad física e intelectual en una especie del planeta, pero, observado en conjunto, eso no es una tendencia, y mucho menos un progreso. En general, la vida no tiende al progreso. Añade al espacio ecológico elementos complejos, pero a la vez conserva por ejemplo la forma simple de las bacterias desde hace tres mil millones de años. La vida no tiene ningún motivo para querer mejorar algo.

—¿Cómo compatibiliza lo que está diciendo con el plan de Dios? —le preguntó Buchanan casi amenazándola.

—Si existe Dios y es un dios inteligente, organizó el mundo tal como lo he descrito. Por tanto, no somos su obra maestra sino una variante que sólo sobrevivirá si asume que es sólo una de las innumerables posibilidades.

—¿Y también quiere poner en duda que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza?

—¿Es usted tan obtuso que ni siquiera considera la posibilidad de que haya creado a los yrr a su imagen y semejanza? —Los ojos de Buchanan refulgieron. Crowe no le dio oportunidad de tomar la palabra, sino que le arrojó una nube de humo de su cigarrillo—. Esta discusión no tiene sentido, querido amigo. Si somos la raza elegida por Dios nos habría creado siguiendo el mejor plan posible. Ahora bien, los seres humanos son relativamente altos. ¿Y acaso un cuerpo más alto es un cuerpo mejor? De hecho, en el curso de la selección algunas especies parecen crecer cada vez más, pero la mayoría se las arregla muy bien con su pequeña estatura. En épocas de extinciones masivas, sin embargo, las especies más pequeñas sobreviven mejor, de modo que los grandes desaparecen cada varios millones de años; y así vuelve a empezar la evolución en el límite inferior del tamaño, comienza otra vez el crecimiento hasta que se acerca raudo el próximo meteorito, ¡y zas! ¡Ése es el plan de Dios!

—Eso es fatalismo.

—No, es realismo —dijo Oliviera—. Son los individuos sumamente especializados como el ser humano los que se extinguen por los cambios extremos, porque no son capaces de adaptarse. Un koala es complejo y sólo puede comer hojas de eucalipto. ¿Qué hace si el eucalipto se extingue? Él también muere. La mayoría de los unicelulares, en cambio, soportan glaciaciones y erupciones volcánicas, y también el exceso de oxígeno o de metano; además pueden subsistir durante milenios en estado de letargo y volver a despertar a la vida. Las bacterias viven en piedras a kilómetros de profundidad, cerca de fuentes hirvientes, en los glaciares... Nosotros no podríamos subsistir sin ellas, pero ellas podrían subsistir muy bien sin nosotros. Incluso hoy día el oxígeno del aire es un producto de las bacterias. Gracias a la actividad de los microorganismos podemos volver a utilizar los elementos que determinan nuestra vida: el oxígeno, el nitrógeno, el fósforo, el azufre, el carbono. Las bacterias, los hongos, los unicelulares, los pequeños carroñeros, los insectos y los gusanos metabolizan las plantas y los animales muertos y vuelven a transferir sus componentes químicos al sistema integral de la vida. Y en el océano sucede lo mismo que en la tierra. En los mares, los microorganismos son la forma de vida dominante. La gelatina que tenemos en el tanque es con toda seguridad más vieja que nosotros, y puede que sea también más inteligente, le guste a usted o no.

—No puede comparar a un ser humano con un microbio —gruñó Buchanan—. El ser humano tiene otra importancia. Si no comprende eso, ¿para qué está en nuestro equipo?

—¡Para hacer lo correcto!

—Sus propias palabras traicionan la causa de la humanidad.

—No, es el ser humano el que traiciona la causa del mundo, estableciendo una gran desproporción entre las formas de vida y su importancia. Es la única especie que lo hace. Nosotros evaluamos: hay animales malos, animales importantes, animales útiles. Juzgamos la naturaleza según lo que vemos, pero lo que vemos es un fragmento ínfimo al que le atribuimos una importancia excesiva. Nuestra percepción está orientada a los animales grandes y a los vertebrados, y sobre todo a nosotros mismos. De modo que vemos vertebrados por todas partes. El caso es que el número total de especies de vertebrados descritas científicamente asciende a casi cuarenta y tres mil, entre las cuales hay más de seis mil especies de reptiles, cerca de diez mil especies de aves y aproximadamente cuatro mil especies de mamíferos. En cambio, hasta ahora se han descrito casi un millón de invertebrados; entre ellos hay doscientas noventa mil especies de coleópteros, lo que supera en siete veces a todas las especies de vertebrados.

Peak miró a Buchanan.

—Tiene razón, Craig —dijo—. Admítelo. Ambas tienen razón.

—No somos un logro de la evolución —dijo Crowe—. Si quiere ver logros, observe a los tiburones. Existen desde el Devónico, desde hace cuatrocientos millones de años, y no han cambiado su forma. Son cien veces más viejos que cualquier ancestro del ser humano, y hay trescientas cincuenta especies. Pero es posible que los yrr sean todavía más viejos. Si son unicelulares y si encontraron un truco para pensar colectivamente, están muchísimo más adelantados que nosotros. Nunca los alcanzaremos. Como mucho podemos matarlos. ¿Pero quiere arriesgarse a eso? ¿Sabemos qué importancia tienen esos seres para nuestra existencia? Quizá con este enemigo lleguemos a vivir tan poco como sin él.

—¿Pretende defender los valores americanos, Jude? —Johanson sacudió la cabeza—. Entonces fracasaremos.

—¿Qué tiene en contra de los valores americanos?

—Nada. Pero ya ha oído lo que dice Crowe: puede que las formas de vida inteligente de otros planetas no sean similares a los seres humanos o a los mamíferos, puede que ni siquiera se basen en el ADN, de modo que su sistema de valores será completamente diferente del nuestro. ¿Qué modelo social y moral cree que encontrará ahí abajo, en las profundidades marinas? En una raza cuya cultura posiblemente se aferra a la división celular y el sacrificio colectivo. ¿Cómo quiere comprenderla si únicamente piensa en preservar unos valores sobre los que ni siquiera los seres humanos pueden ponerse de acuerdo?

—Me ha malinterpretado —dijo Li—. Tengo claro que no es una cuestión moral. La pregunta es: ¿tenemos que entender a cualquier precio cómo piensan los demás? ¿No es mejor invertir toda nuestra energía en un intento de coexistencia?

—¿En el que cada uno deja en paz al otro?

—Sí.

—Demasiado tarde, Jude —dijo Johanson—. Creo que los habitantes originarios de América, Australia, África y el Ártico habrían aplaudido su punto de vista. Y diversas especies animales que hemos exterminado también. Pero la situación es mucho más complicada. Prácticamente no vamos a poder entender cómo piensan los demás. Sin embargo, tendremos que intentarlo, porque ya nos hemos estorbado mucho mutuamente. Nuestro hábitat común se ha vuelto demasiado estrecho para la coexistencia, sólo nos queda la unión. Y eso únicamente funcionará si limitamos en gran medida nuestras pretensiones supuestamente conferidas por Dios.

—¿Y cómo cree usted podríamos hacerlo? ¿Apropiándonos de los hábitos de vida de los unicelulares?

—Por supuesto que no. En términos genéticos nos resultaría imposible. Hasta lo que denominamos cultura está incorporado en nuestros genes. La evolución cultural comienza en los tiempos prehistóricos, cuando se produjo el cambio en nuestras mentes. La cultura es biológica. ¿O vamos a suponer que adquirimos nuevos genes para construir buques de guerra? Construimos aviones, portahelicópteros y óperas, pero lo hacemos para continuar en el llamado nivel civilizado con las actividades ancestrales que desarrollamos desde que el primer hombre cambió una hacha de piedra por un pedazo de carne, entonces comenzó la guerra, la reunión tribal, el comercio... La cultura es parte de nuestra evolución. Sirve para mantenernos en una situación estable...

—... hasta que una situación más estable resulte ser superior. Entiendo adonde quiere llegar, Sigur. En los tiempos prehistóricos el patrimonio genético marcó la cultura y nos produjo la consecuente modificación genética. De modo que los genes dirigen nuestro comportamiento. Crean la base para esta conversación, por mucho que odiemos esa idea. Todo nuestro acervo intelectual, del que estamos tan orgullosos, es el resultado de la dirección genética, y la cultura no es más que un conjunto de comportamientos sociales junto con la lucha por la supervivencia.

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