El quinto día (16 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

—No, no te hubiera gustado; no te habrías divertido. No dejo de preguntarme quién observó a quién y con qué propósito...

—León, eran ballenas, no agentes secretos.

Anawak se pasó la mano por los ojos y se encogió de hombros.

—De acuerdo, olvídalo. Probablemente sea un disparate. Debo de haberme equivocado.

El
walkie-talkie
de Stringer emitió un chasquido. Se oyó chillar la voz de Tom Shoemaker.

—¿Susan? Cambia a la 99.

Todas las estaciones de avistamiento emitían y recibían en la frecuencia 98. Era práctico, porque así todas se mantenían informadas sobre los avistamientos. La guardia costera y Tofino Air usaban esa misma frecuencia, pero, lamentablemente, también distintos aficionados a la pesca, cuya idea de observar ballenas era algo más brutal. Para las conversaciones privadas cada estación tenía su propio canal. Stringer cambió de frecuencia.

—¿León está por ahí?

—Sí, está aquí.

Le pasó el aparato a Anawak, que lo cogió y habló un momento con Shoemaker. Luego dijo:

—Bueno. Voy para allá... Sí, se puede hacer en seguida... Diles que cogeré el helicóptero en cuanto regresemos... Hasta luego.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber Stringer cuando le devolvió el
walkie-talkie
.

—Una consulta. De Inglewood.

—¿Inglewood? ¿La compañía naviera?

—Sí, la llamada venía de parte del comité directivo. No le han dado precisamente muchos detalles a Tom, sólo le han dicho que necesitan mi asesoramiento, y que es bastante urgente. Es extraño, Tom tuvo la sensación de que si pudieran, me habrían teletransportado.

Inglewood había enviado un helicóptero. Aún no habían pasado dos horas desde su conversación por radio con Shoemaker, y Anawak ya podía ver cómo se alejaba el espectacular paisaje de la isla de Vancouver. Las colinas pobladas de pinos se alternaban con cimas escarpadas, y entre medio de éstas centelleaban ríos y ondeaban lagos de un verde azulado. La belleza de la isla no lograba hacer olvidar que la industria maderera había hecho estragos en los bosques. Durante los últimos cien años se había convertido en el sector industrial más importante de la región. No podían pasarse por alto las vastas superficies de terreno yermo.

Dejaron atrás la isla y sobrevolaron el transitado estrecho de Georgia: transatlánticos de lujo, ferries, cargueros y yates privados. En la lejanía se extendían las imponentes montañas Rocosas con sus picos nevados. Torres de cristal azul y rosa decoraban una extensa bahía en la que despegaban y aterrizaban hidroaviones como si fueran pájaros.

El piloto habló con la estación terrestre. El helicóptero bajó, describió una curva y se dirigió hacia la zona de los diques; poco después aterrizaron en una zona que parecía un enorme aparcamiento. A ambos lados se acumulaban montones de madera de cedro a la espera del transporte. Un poco más adelante había azufre y carbón en pilas que parecían obras cubistas. Un carguero inmenso estaba anclado en el muelle. Anawak vio a un grupo de gente del que se separó un hombre que se dirigió hacia ellos. El pelo le flameaba en el torbellino de los motores. Llevaba puesto un abrigo y tenía los hombros levantados para protegerse del tiempo fresco. Anawak se desabrochó el cinturón de seguridad y se dispuso a descender del aparato.

El hombre abrió la puerta. Era alto y corpulento, tenía alrededor de sesenta años, la cara redonda y amable y unos ojos despiertos. Sonrió cuando le tendió la mano a Anawak.

—Clive Roberts —dijo—.Director gerente.

Se dieron la mano. Anawak siguió a Roberts hasta el grupo que parecía ocupado inspeccionando el carguero. Vio marinos y personas que iban vestidas de civil. Iban y venían mirando el costado de estribor del barco, se detenían y gesticulaban.

—Le agradezco que venga tan de prisa —dijo Roberts—. Deberá disculparnos. Normalmente no nos precipitamos de este modo, pero el asunto es urgente.

—No pasa nada —respondió Anawak—. ¿De qué se trata?

—Posiblemente de un accidente.

—¿De ese barco?

—Sí, el
Barrier Queen
. En realidad tuvimos un problema con los remolcadores que debían traerlo a casa.

—Usted sabe que yo soy experto en cetáceos, ¿no? Investigador de comportamiento; ballenas y delfines.

—Exactamente de eso se trata: de investigación del comportamiento.

Roberts le presentó a las demás personas. Tres pertenecían a la gerencia de la compañía naviera, los otros eran representantes de una empresa subcontratada. Un poco más allá, dos hombres descargaban equipos de buceo de una camioneta. Anawak vio rostros preocupados, luego Roberts lo llevó aparte.

—Por el momento no conviene que hablemos con la tripulación —le dijo—. Pero le haré llegar una copia confidencial del informe en cuanto esté listo. No quisiéramos divulgar innecesariamente el asunto. ¿Puedo confiar en usted?

—Naturalmente.

—Bien. Le haré un resumen de lo ocurrido. Luego usted decidirá si se queda o se marcha. En cualquiera de los dos casos nos haremos cargo de todos los inconvenientes y las pérdidas que le hayamos ocasionado.

—No me ocasionan ningún inconveniente.

Roberts lo miró, agradecido.

—Debo decirle que el
Barrier Queen
es un barco relativamente nuevo. Revisado hasta en el detalle más nimio hace muy poco tiempo, cumple con todos los reglamentos y está certificado como corresponde. Un carguero de sesenta mil toneladas, con el que hasta ahora hemos efectuado el transporte de carga pesada sin problemas, principalmente de y hacia Japón. Invertimos cierto dinero en la seguridad, más de lo que deberíamos. El caso es que el
Barrier Queen
estaba regresando con carga completa.

Anawak asintió sin decir nada.

—Hace seis días llegó a la zona de las doscientas millas a la altura de Vancouver. Eran cerca de las tres de la madrugada. El piloto giró cinco grados el timón, una corrección de rutina. No consideró necesario echar un vistazo al indicador. Más adelante se veían las luces de otro barco por las que podía orientarse a simple vista; en realidad, esas luces se tendrían que haber desplazado en aquel momento a la derecha, pero permanecieron donde estaban. El
Barrier Queen
seguía navegando en línea recta. El piloto giró más el timón sin que se produjera un cambio de curso visible, de modo que lo giró hasta el máximo, y de pronto funcionó. Lamentablemente, funcionó demasiado bien.

—¿Chocó contra alguien?

—No, el otro barco estaba demasiado lejos. Pero al parecer el timón se había quedado clavado, estaba al tope y clavado de nuevo. No podía hacerlo retroceder. Un timón al máximo a una velocidad de veinte nudos... Quiero decir... un barco de ese tamaño no se detiene así sin ningún motivo. El
Barrier Queen
entró a gran velocidad en un círculo de giro muy estrecho. Se puso de lado, junto con la carga. Diez grados de escora, ¿tiene idea de lo que es eso?

—Me lo puedo imaginar.

—Justo por encima de la línea de flotación se encuentran los agujeros de desagüe de cubierta. En alta mar se inundan sin cesar, y el agua sale de nuevo a la misma velocidad. Pero con una inclinación como ésa, pueden quedarse bajo el agua permanentemente. En ese caso, el barco se inunda en un abrir y cerrar de ojos. Gracias a Dios teníamos mar tranquila, pero la situación de todos modos era crítica. No se podía echar el timón hacia atrás.

—¿Y cuál era la causa?

Roberts guardó silencio un momento.

—No lo sabemos. Sólo sabemos que lo peor comenzó en ese momento. El
Barrier Queen
paró las máquinas, envió un mensaje de socorro y esperó. Era claramente ingobernable. Diversos barcos que estaban en la zona modificaron su curso y pusieron rumbo hacia allí para auxiliarlos, y de Vancouver partieron dos remolcadores de rescate. Llegaron dos días y medio después, a primera hora de la tarde. Un remolcador de altura de sesenta metros y un bote de veinticinco. Lo más difícil es siempre tirar la cuerda desde el remolcador de modo que la puedan atrapar a bordo. Cuando hay tormenta, el proceso puede durar horas y convertirse en algo interminable: primero la cuerda fina, luego la que es un poco más gruesa, después el cable pesado. Pero en este caso... No tendría que haber sido un problema, el tiempo seguía siendo bueno y el mar estaba en calma. Sin embargo, los remolcadores quedaron obstaculizados.

—¿Obstaculizados? ¿Por quién?

—Bueno... —Roberts hizo una mueca, como si le resultara difícil seguir hablando—. Tiene todo el aspecto de... ¡oh, por Dios! ¿Ha oído hablar de ataques de ballenas?

Anawak quedó perplejo.

—¿Ataques a barcos?

—Sí. A barcos grandes.

—Eso es sumamente raro.

—¿Raro? —Roberts prestó atención—. Pero ha sucedido.

—Hay un caso documentado. Es del siglo XIX; Melville lo transformó en una novela.

—¿Se refiere a
Moby Dick
? Yo pensaba que no era más que un libro.

Anawak negó con la cabeza.


Moby Dick
es la historia del ballenero Essex. En realidad, lo hundió un cachalote. Era un barco de cuarenta y dos metros, de madera y probablemente un poco podrido. Pero de todos modos... La ballena embistió el barco, que se inundó al cabo de pocos minutos. Dicen que después la tripulación estuvo semanas a la deriva en los botes salvavidas... ¡Ah, sí! Y hay dos casos que ocurrieron el año pasado frente a las costas australianas. En ambos casos las ballenas hicieron zozobrar botes de pescadores.

—Y ¿qué es lo que sucedió?

—Los destrozaron con la cola, que es donde más fuerza tienen. —Anawak se quedó pensando—. Un hombre perdió la vida, pero murió por una deficiencia cardiaca, creo, cuando se cayó al agua.

—¿Qué tipo de ballenas eran?

—Nadie lo sabe. Los animales desaparecieron muy de prisa. Además, cuando pasa algo así, cada uno ve una cosa distinta. —Anawak miró en dirección al inmenso
Barrier Queen
. En apariencia, estaba intacto—. De cualquier modo, no puedo imaginarme ballenas atacando a ese barco en concreto.

Roberts siguió su mirada.

—Los que resultaron atacados fueron los remolcadores, no el
Barrier Queen
. Los embistieron de costado. Al parecer la intención era tumbar los barcos, pero no lo lograron. Después, impedirles que tiraran la cuerda, y después...

—¿Los atacaron?

—Sí.

—Olvídelo. —Anawak hizo un gesto de negación—. Una ballena puede tumbar algo más pequeño o del mismo tamaño que ella, pero nada que sea más grande. Y no atacará nada más grande que ella si no se ve obligada a hacerlo.

—La tripulación jura por todos los santos que fue así. Las ballenas...

—¿Qué tipo de ballenas?

—¿Cómo que qué tipo de ballenas? ¿Qué acaba de responder a la misma pregunta? Cada uno ve una cosa distinta.

Anawak arrugó la frente.

—Bien. Repasémoslo todo desde el principio. Supongamos lo peor, que los remolcadores fueron atacados por ballenas azules.
Balaenoptera tnusculus
llega a tener una longitud de treinta y tres metros y a pesar ciento veinte toneladas, es el animal más grande que ha existido sobre la superficie de la Tierra. Supongamos que una ballena azul intenta hundir un bote que tiene su misma longitud. Por lo menos tiene que ser tan rápida como el bote, o mejor aún, más rápida. Por tanto, tendría que alcanzar los cincuenta o sesenta kilómetros por hora. Tiene una forma hidrodinámica y prácticamente no tiene que superar resistencias de rozamiento... Pero ¿qué impulso puede alcanzar? ¿Y cuánto impulso contrario alcanza el barco? Dicho de manera simple: ¿quién empuja a quién si los que están a bordo contraviran?

—Ciento veinte toneladas son mucho peso...

Anawak señaló con un movimiento de la cabeza hacia la camioneta de reparto.

—¿Puede levantarla?

—¿El qué? ¿La camioneta? Por supuesto que no.

—Y eso a pesar de que tendría un punto de apoyo para hacerlo. Un cuerpo que está nadando no puede apoyarse. No levantará nada que sea más pesado que usted mismo, no importa si usted es una ballena o un ser humano. No se pueden pasar por alto las ecuaciones de masa. Pero sobre todo tiene que calcular la diferencia entre el peso de la ballena y el del agua desalojada. No es mucho lo que queda. Sólo la fuerza de propulsión de la cola. Es posible que con eso la ballena desvíe el rumbo del barco, pero quizá también resbale en seguida en el ángulo de impacto. Sucede más o menos como en el billar, ¿entiende?

Roberts se frotó el mentón.

—Algunos dicen que eran ballenas jorobadas, otros hablan de rorcuales, y los que estaban a bordo del
Barrier Queen
creen haber visto cachalotes...

—Tres especies que no podrían ser más diferentes entre sí.

Roberts vaciló.

—Señor Anawak, soy un hombre sensato. Estoy plenamente convencido de que los remolcadores se metieron en medio de una manada. Tal vez no fueron las ballenas las que embistieron los barcos, sino al revés. Tal vez la tripulación hizo una tontería.

Pero lo que está claro es que los animales hundieron el remolcador pequeño.

Anawak, perplejo, clavó la vista en Roberts.

—Cuando el cable quedó tendido entre la proa del
Barrier Queen
y la popa del remolcador —continuó Roberts—. Una cadena de hierro bien tirante. Varios animales saltaron desde el agua y se arrojaron sobre ella. Los marineros dicen que eran ejemplares muy grandes. —Hizo una pausa—. El remolcador dio una vuelta y zozobró... Volcó.

—Por el amor de Dios... ¿qué pasó con la tripulación?

—Hay dos desaparecidos. Los demás fueron rescatados. ¿Tiene idea de por qué los animales hicieron algo así?

«Buena pregunta —pensó Anawak—. Los delfines mulares y las ballenas blancas se reconocen en el espejo. ¿Piensan? ¿Planifican? ¿Lo hacen de un modo que nosotros podamos entender aunque sea en parte? ¿Qué los mueve? ¿Son conscientes del paso del tiempo? ¿Qué interés tendrían en empujar o hundir un remolcador de rescate?

»A no ser que se sintieran amenazados por los remolcadores... O vieran a sus crías en peligro.

»Pero ¿cómo y con qué?».

—Nada de eso concuerda con la conducta de las ballenas.

Roberts parecía desorientado.

—Yo también lo veo así, pero la tripulación lo ve de otro modo. Ahora bien, el remolcador grande fue atacado de una manera parecida. Finalmente pudieron fijar el cable. Esta vez no hubo otro ataque.

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