El quinto día (27 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó en tono poco amable.

Ella se encogió de hombros.

—Estoy bien, no necesito ir al médico.

—Sí tienes que hacerlo. Te caíste al agua, y el agua aquí es muy fría. Ve al centro médico antes de que nos culpen también de tu enfriamiento de vejiga.

—¡Oye! —Delaware echaba chispas por los ojos—. No te he hecho nada, ¿está claro?

Anawak se apartó bruscamente del mostrador. Le dio la espalda y se acercó a la ventana trasera. Fuera, en el muelle, estaba el
Devilfish
como si no hubiera pasado nada. Había empezado a lloviznar.

—¿Qué significa esa tontería de tu supuesto último día en la isla? —le preguntó—. No debí haberte llevado. Lo hice solamente porque no parabas de lloriquear.

—Yo... —Se detuvo—. Bueno, quería ir sí o sí. ¿Estás enfadado?

Anawak se dio la vuelta.

—Odio que me mientan.

—Lo siento.

—No, no lo sientes, pero da igual. ¿Por qué no te largas y nos dejas hacer nuestro trabajo? —Frunció el labio superior—. Ve con Greywolf. Todos están encantados con él.

—¡Por Dios, León! —Se acercó, y él retrocedió—. Quería ir contigo fuera como fuese. Disculpa que te haya mentido... De acuerdo, me quedo todavía un par de semanas, y no vengo de Chicago, estudio Biología en la Universidad de la Columbia Británica. ¿Cuál es el problema? Pensé que al final te divertirías con todos esos embustes.

—¿Divertirme? —gritó Anawak—. ¿Te falta un tornillo? ¿Qué tiene de divertido que te tomen el pelo?

Sintió que perdía el control, pero no podía evitar gritarle, aunque ella tenía razón. No le había hecho nada. Absolutamente nada.

Delaware volvió a encogerse de hombros.

—León...

—Licia, ¿por qué no me dejas en paz? Desaparece.

Esperó que se fuera, pero no lo hizo. Seguía parada delante de él. Anawak se sintió mareado. Todo giraba a su alrededor. Por un momento temió que las piernas cedieran, pero luego volvió a ver claro y se dio cuenta de que Delaware le estaba enseñando algo.

—¿Qué es eso? —gruñó.

—Una cámara de vídeo.

—Ya lo veo.

—Cógela.

Extendió la mano, cogió la cámara y la contempló. Una Sony Handycam bastante cara con revestimiento impermeable. Los turistas, y también los científicos, usaban esos revestimientos si existía el riesgo de que la cámara se mojara.

—¿Y?

Delaware abrió las manos.

—Pensé que tal vez os interesaría averiguar por qué pasó todo.

—No sé qué podría importarte.

—¡Deja de desahogarte conmigo! —lo increpó—. Hace dos horas casi me muero allí fuera. Podría estar llorando en el maldito dispensario, y en lugar de eso intento ayudar. ¿Queréis averiguarlo o no?

Anawak respiró hondo.

—De acuerdo.

—¿Llegaste a ver qué animales atacaron al
Lady Wexham
?

—Sí. Ballenas grises y jorobadas...

—No. —Delaware sacudió impaciente la cabeza—. No qué especies, sino qué individuos. ¿Pudiste identificarlos?

—Todo ha pasado tan de prisa...

Delaware sonrió. No era una sonrisa de felicidad, pero al fin y al cabo era una sonrisa.

—La mujer que sacamos del agua estaba conmigo en el
Blue Shark
. Está en estado de shock. Completamente ida... Pero cuando quiero algo, no paro...

—Así es.

—... y vi que tenía esta cámara colgando. Estaba bien asegurada, por eso no la perdió en el agua. La cuestión es que cuando volvisteis a salir, pude hablar un momento con ella. ¡Estuvo filmando todo el rato! Incluso cuando llegó Greywolf. Parece ser que la impresionó mucho, así que siguió filmando, filmándolo a él, por supuesto. —Hizo una pausa—. Si no recuerdo mal, desde nuestra perspectiva, el
Lady Wexham
estaba detrás de Greywolf.

Anawak asintió. De pronto entendió adonde quería llegar Delaware.

—Es decir, que filmó el ataque...

—Sobre todo a las ballenas que atacaron el barco. No sé lo bueno que eres identificando ballenas... pero vives aquí y conoces a los animales. Y un vídeo tiene paciencia.

—¿Has tenido la precaución de no preguntar si podías quedarte con la cámara? —conjeturó Anawak.

Con la frente en alto, Delaware lo miró desafiante.

—¿Y bien?

Anawak hizo girar la cámara en sus manos.

—De acuerdo, lo miraré.

—Lo miraremos. Quiero estar presente en toda la historia. Y por el amor de Dios, no me preguntes por qué. Simplemente, creo que tengo derecho, ¿vale?

Anawak la miró fijamente.

—Y de ahora en adelante —agregó— serás amable conmigo.

Anawak dejó salir lentamente el aire y observó la cámara con un gesto pensativo. Tenía que admitir que la idea de Delaware era lo mejor que tenían hasta ahora.

—Haré un esfuerzo —murmuró.

12 de abril. Trondheim, Noruega

Johanson recibió la invitación cuando estaba haciendo los preparativos para irse al lago.

A su regreso de Kiel le había hablado a Tina Lund del experimento con el simulador. Había sido una conversación breve. Lund estaba atareadísima con sus diversos proyectos, y el tiempo libre que le quedaba lo pasaba con Kare Sverdrup. A Johanson le había parecido que no le estaba haciendo mucho caso; parecía tener la cabeza en algo que no tenía que ver con su trabajo, pero él se manejó con tacto y evitó preguntárselo.

Unos días después, Bohrmann llamó por teléfono y lo puso al día. En Kiel habían seguido experimentando con los gusanos. Johanson, que ya había hecho su maleta y estaba a punto de salir, decidió retrasar su marcha el tiempo que durara una llamada telefónica más e informar a Lund sobre las novedades, pero ella no lo dejó hablar. Esta vez parecía más alegre.

—¿Podrías venir a vernos pronto? —propuso Lund.

—¿Adónde? ¿Al instituto?

—No, al centro de investigación de Statoil. Están de visita los directores del proyecto, de Stavanger.

—¿Y qué puedo hacer yo allí? ¿Contarles historias de terror?

—Eso ya lo he hecho yo. Ahora están locos por los detalles y sugerí que fueras tú quien se los proporcione.

—¿Por qué justamente yo?

—¿Y por qué no?

—Vosotros tenéis los informes, montones de informes. Y yo sólo podría repetir las conclusiones de los demás.

—Podrías hacer más que eso —dijo Lund—. Podrías... explicarles tus impresiones.

Johanson se quedó mudo un instante.

—Saben que no eres un experto en perforaciones petrolíferas ni un especialista en gusanos o algo parecido —continuó Lund apresuradamente—. Pero tienes una reputación excelente en la NTNU, eres neutral y no estás tan condicionado como nosotros. Nosotros juzgamos desde otras perspectivas.

—Desde la perspectiva de la factibilidad.

—No solamente. Mira, en Statoil trabajan juntas muchísimas personas, y cada uno es el que más sabe de algo concreto, y...

—Especialistas ignorantes.

—¡Para nada! —Parecía enfadada—. Este negocio no puede hacerse con especialistas ignorantes. Aquí cada uno sabe mucho de lo suyo. Todos nos involucramos mucho en lo que hacemos... Vaya por Dios, ¿cómo te lo diría? Es que necesitamos más opiniones de fuera.

—No entiendo mucho de vuestro negocio.

—Por supuesto, nadie te obliga. —Ahora sí empezaba a enfadarse—. También puedes no hacerlo.

Johanson hizo un gesto de resignación.

—Está bien... Tampoco quiero dejarte colgada. De hecho tengo algunas noticias de Kiel y...

—¿Puedo contar contigo?

—Sí, claro... Y ¿cuándo es esa reunión?

—Tendremos varias reuniones en los próximos días. La verdad es que estamos todo el tiempo juntos.

—Bueno, hoy es viernes. Durante el fin de semana no estoy, y el lunes podría...

—Es que... —Se detuvo—. En realidad sería...

—¿Sí? —dijo Johanson despacio, acosado por malos presentimientos.

Lund dejó pasar unos segundos.

—¿Qué pensabas hacer este fin de semana? —preguntó como quien no quiere la cosa—. ¿Te vas al lago?

—Muy perspicaz. ¿Quieres venir?

Lund se rió.

—¿Por qué no?

—Vaya, vaya... ¿Y Kare qué dice al respecto?

—Me da lo mismo. ¿Qué puede decir? —Se calló un segundo—. ¡Maldita sea!

—Si fueras en todo tan buena como en tu trabajo... —dijo Johanson tan bajo que no estuvo seguro de que ella hubiera entendido.

—¡Sigur, por favor! ¿No puedes dejarlo para otro día? Dentro de dos horas tenemos una reunión, y se me ocurrió que... no es muy lejos de aquí, y tampoco va a durar mucho. En seguida habrás salido... Podrás irte esta misma noche.

—Yo...

—Es que tendríamos que empezar a avanzar algo... Tenemos un calendario prefijado... y ya sabes lo que cuesta todo eso... y ahora empezamos a tener retrasos, porque...

—Está bien. —Eres un ángel. —¿Te paso a buscar?

—No, estaré allí. ¡Cuánto me alegro! ¡Gracias! Eres un cielo, de verdad. —Colgó.

Johanson contempló melancólico su equipaje.

Cuando entró en la gran sala de reuniones del centro de investigaciones de Statoil, la tensión se podía sentir en el aire. Lund estaba sentada, en compañía de tres hombres, a una mesa barnizada de negro de amplias dimensiones. El sol del atardecer le confería algo de calidez al interior diseñado con vidrio, acero y tonos oscuros. Las paredes estaban completamente tapizadas de ampliaciones de diagramas y dibujos técnicos.

—Aquí está —dijo la recepcionista y dejó allí a Johanson como si fuera un regalo de Navidad. Uno de los hombres se levantó y se acercó a él con la mano extendida hacia adelante. Tenía el pelo corto, negro, y unas gafas modernas.

—Thor Hvistendahl, subdirector del centro de investigaciones de Statoil —se presentó—. Disculpe que hagamos uso de su tiempo casi sin previo aviso, pero la señora Lund nos aseguró que no tenía otros planes.

Johanson le lanzó a Lund una mirada de incomprensión y estrechó la mano que le ofrecían.

—Efectivamente, no tenía nada planeado.

Lund sonrió para sus adentros y fue presentándole a los hombres. Como Johanson esperaba, uno de ellos había venido de la central de Statoil de Stavanger, un muchacho robusto de cabello pelirrojo y ojos claros, amables. Actuaba como representante del comité ejecutivo, del que también formaba parte.

—Finn Skaugen —dijo al darle la mano.

El tercer hombre, un tipo calvo de mirada seria y profundas arrugas en las comisuras de los labios, el único que llevaba corbata, resultó ser el superior directo de Lund. De origen escocés, se llamaba Clifford Stone y era el director de proyecto del nuevo plan de exploraciones. Stone saludó a Johanson fríamente con una inclinación de cabeza. No parecía estar muy entusiasmado con la presencia del biólogo, pero era igualmente posible que esa preocupación fuera una parte de su fisonomía natural. Nada hacía suponer que alguna vez sonriera.

Johanson dijo algunas frases de cortesía, rechazó un café y se sentó. Hvistendahl atrajo hacia sí un fajo de papeles.

—Vayamos al grano. Ya conoce la situación. La verdad es que no estamos seguros de si estamos metidos en un lío o si nuestra reacción es exagerada. ¿Conoce usted por casualidad el tipo de trabas y formalismos contra los que tiene que luchar la extracción de petróleo?

—La Conferencia del Mar del Norte —dijo Johanson al azar.

Hvistendahl asintió.

—Entre otras. Estamos sujetos a una serie de restricciones, de legislación ambiental, de factibilidad técnica; pero también nos tenemos que enfrentar a la opinión pública sobre los asuntos no legislados. En pocas palabras: tenemos en cuenta todo y a todos. Greenpeace y diversas organizaciones nos persiguen como sabuesos, y está bien que sea así. Conocemos los riesgos de una perforación, sabemos aproximadamente qué nos espera cada vez que consideramos una extracción, y calculamos el correspondiente calendario.

—Es decir, nos arreglamos muy bien solos —dijo Stone.

—En general, sí —agregó Hvistendahl—. Pero no siempre que queremos emprender algo se lleva a cabo, y eso por causas que todo el mundo conoce. O bien la constitución del sedimento es inestable, o corremos el peligro de perforar una burbuja de gas, o determinadas construcciones no son adecuadas en cuanto a profundidad del agua y comportamiento de las corrientes, etcétera. Pero básicamente en seguida sabemos si algo va bien o no. Tina comprueba las instalaciones en Marintek, tomamos las muestras de rigor, echamos un vistazo abajo, hay un peritaje, y luego se construye.

Johanson se reclinó en su asiento y cruzó las piernas.

—Pero esta vez se han encontrado con un gusano —dijo.

Hvistendahl esbozó una sonrisa forzada.

—Por así decirlo.

—Si es que los animales tienen alguna importancia —dijo Stone—. Porque, en mi opinión, no la tienen.

—¿Cómo está tan seguro?

—Porque los gusanos no son nada especial; están en todas partes.

—Éstos no.

—¿Por qué no? ¿Porque mordisquean hidratos? —Le lanzó a Johanson una mirada belicosa—. Sin embargo, sus amigos de Kiel dicen que no hay nada de lo que tengamos que preocuparnos, ¿no?

—No lo han dicho de esa manera. Han dicho que...

—Que los gusanos no pueden desestabilizar el hielo.

—Lo corroen.

—¡Pero no pueden desestabilizarlo!

Skaugen carraspeó. Sonó como una erupción.

—Creo que hemos convocado al doctor Johanson porque queremos escuchar su evaluación —dijo mirando de soslayo a Stone—. Y no para comunicarle lo que nosotros pensamos.

Stone se mordió el labio inferior y clavó la vista en la mesa.

—Si entiendo bien a Sigur, tenemos nuevos resultados —dijo Lund con una sonrisa de aliento a los presentes.

Johanson asintió.

—Puedo hacerles un resumen...

—Animales de mierda —gruñó Stone.

—Puede ser. Geomar colocó seis gusanos más sobre el hielo, y todos se metieron de cabeza en el hidrato. Otros dos ejemplares fueron colocados sobre una capa de sedimento que no contenía hidrato, y no hicieron absolutamente nada. No comieron nada, y no cavaron. Se colocaron otros dos sobre sedimento que no contenía hidrato pero estaba sobre una burbuja de gas. No cavaron, pero su comportamiento fue claramente más intranquilo.

—¿Qué pasó con los que se metieron en el hielo?

—Murieron.

—¿Y hasta dónde penetraron?

—Excepto uno, todos los demás se abrieron camino hasta la burbuja de gas. —Johanson miró a Stone, que lo observaba con las cejas fruncidas—. Pero no podemos explicar claramente su comportamiento real según este experimento. En el talud continental, las capas de hidrato que cubren las burbujas de gas tienen un espesor que va de las decenas a los cientos de metros, mientras que las capas del simulador sólo miden dos metros. Bohrmann calcula que ninguno de los gusanos llegaría más allá de los dos o tres metros, pero eso es prácticamente imposible de verificar en las condiciones simuladas.

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