El quinto día (30 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

—¿Quién era el otro habitante?

—Mi mujer.

Lund arqueó las cejas.

—¿Estuviste casado?

—Sí.

—Nunca me has contado nada sobre eso.

—Hay tantas cosas que no he contado... Me gusta no contarlo todo de mí...

—¿Qué fue lo que pasó?

—Lo normal... —Se encogió de hombros—. Nos divorciamos.

—¿Por qué?

—Porque sí... no hubo ningún motivo especial. Ningún drama digno de representación, ni platos volando por los aires, sólo la sensación de que me estaba quedando sin espacio. Y en verdad el miedo a... hacerme dependiente. Vi que se me venía encima una familia, niños y un perro baboso en el jardín, me vi asumiendo responsabilidades, y los niños y el perro y la responsabilidad fueron matando poco a poco el amor... En ese momento me pareció muy sensato separarme.

—¿Y actualmente?

—Hoy en día... a veces pienso que quizá sea el único error que he cometido en mi vida. —Miró absorto el agua. Luego se irguió y alzó la botella—. En ese sentido, ¡brindo porque siempre hagas lo que quieres hacer!

—No sé lo que debo hacer —susurró Lund.

—No te dejes vencer por el miedo. Puedes hacerlo, eres rápida: sé más rápida que el miedo. —La miró—. En aquel momento, yo no lo fui. Todo lo que decides sin miedo, lo decides bien.

Lund sonrió. Luego se inclinó y cogió la botella.

A pesar de que a Johanson le pareció sorprendente, se quedaron juntos todo el fin de semana en el lago. Después de la noche en que se estropeó el romance, Johanson supuso que ella querría regresar a Trondheim lo antes posible; pero no fue así. Dieron paseos, charlaron y se rieron, expulsaron de sus cabezas el mundo junto con todas sus universidades, plataformas petroleras y gusanos, y Johanson cocinó los mejores espaguetis a la boloñesa de su vida.

Fue uno de los mejores fines de semana en el lago que Johanson pudiera recordar.

Volvieron el domingo al anochecer. Johanson dejó a Lund en su casa; protegidos por la ciudad, se dieron un fugaz beso de amigos. Durante un instante, cuando Johanson entró en su casa de la Kirkegata, volvió a sentir por primera vez en muchos años la diferencia entre estar solo y sentirse solo. Dejó esa sensación en la entrada; hasta allí podían acompañarlo las dudas y la melancolía, pero ni un paso más.

Llevó la maleta al dormitorio. Allí también había un televisor, igual que en la sala. Lo encendió y zapeó por todos los canales hasta que encontró la grabación de un concierto en el Royal Albert Hall. Kiri Te Kanawa cantaba arias de
La Traviata
. Johanson comenzó a guardar las cosas, tarareando en voz baja y dándole vueltas al por qué siempre se tomaba un trago antes de acostarse.

Después de un rato dejó de sonar la música.

Algunas dificultades al doblar una camisa le impidieron darse cuenta de que el concierto había terminado. Luchaba con una manga rebelde mientras se escuchaban las noticias de fondo.

«...noticias de Chile. No se ha podido confirmar si la desaparición de la familia noruega está relacionada con sucesos similares que han tenido lugar al mismo tiempo en las costas de Perú y Argentina. También allí han desaparecido en las últimas semanas varios botes de pescadores o han sido vistos después a la deriva. Hasta ahora no hay rastros de las tripulaciones. Los cinco integrantes de la familia habían salido con buen tiempo y mar tranquila en una trainera a hacer pesca de altura».

Doblar la manga a la derecha, luego hacia dentro. ¿Qué acababan de decir en la televisión?

«Estos días, Costa Rica está registrando una invasión de medusas gigantes. Entre otras, han aparecido muy cerca de la costa miles de los llamados sifonóforos, del género
Physalia physalis
, más conocidos como fragata portuguesa. Hasta ahora se sabe que catorce personas han perdido la vida por contacto con estos animales sumamente venenosos y otros muchos han resultado heridos, entre ellos dos ingleses y un alemán. Un número no conocido de personas están desaparecidas. La oficina de Turismo costarricense ha anunciado la convocatoria de gabinetes de crisis, pero ha desmentido que se hayan cerrado las playas a los turistas, arguyendo que por el momento no hay peligro inmediato para los bañistas».

Johanson se quedó parado, inmóvil, con la manga de la camisa en la mano.

—Estos hijos de puta —murmuró—. Catorce muertos. Ya tendrían que haberlo clausurado todo.

«También frente a las costas australianas han causado cierta intranquilidad los bancos de medusas. Parece ser que en este caso se trata de avispas marinas, consideradas también muy venenosas. Las autoridades locales piden precaución, así como que no se bañe nadie. En los últimos cien años han muerto en Australia alrededor de setenta personas por causa del veneno de las avispas marinas, un número mayor que el de los fallecidos por ataques de tiburones. Entretanto, han llegado también noticias de graves accidentes con consecuencias letales en la costa oeste de Canadá. Se desconoce hasta ahora la causa exacta del hundimiento de varios barcos con turistas; posiblemente los barcos hayan chocado entre sí debido a fallos en los sistemas de navegación».

Johanson se dio la vuelta. En ese momento, la presentadora dejaba un papel sobre la mesa y miraba a cámara con una sonrisa vacía.

«Y ahora otras noticias en nuestro sumario».

«Fragatas portuguesas», pensó Johanson.

Se acordó de una mujer en Bali, que yacía en la arena jadeando, sacudida por los espasmos. Él no había estado en contacto con «aquello», tampoco la mujer había tocado la fragata. Paseando por la playa, había pescado algo con un palo por la zona de la orilla, algo que le había parecido extraño y de una belleza peculiar, como una vela etérea flotando. Por precaución, se había mantenido a una cierta distancia; lo había movido varias veces para un lado y para el otro hasta que, rebozado con arena, perdió su atractivo y su encanto, y entonces cometió aquel error tan tonto...

Las fragatas portuguesas forman parte de los sifonóforos, una especie que sigue siendo un verdadero enigma para la ciencia. En realidad la fragata no es una medusa típica sino una colonia flotante formada por una variedad de animales diminutos, cientos y miles de pólipos con las más diversas funciones. Su umbrela gelatinosa de destellos azules o púrpuras, que se eleva del agua henchida de gas, permite que la colonia navegue con el viento como un yate. Lo que hay por debajo de la vela, no se ve.

Pero se siente al rozarla.

Y eso se debe a que las fragatas arrastran una cortina de tentáculos que puede medir hasta cincuenta metros, dotados de cientos de miles de células urticantes con sensores. La estructura y la función de estas células constituyen una obra maestra de la evolución, un arsenal sumamente eficiente. Cada célula alberga en su interior una especie de cápsula con un tubo enrollado que acaba en una punta similar a un arpón, doblada hacia dentro como el dedo de un guante. El más leve contacto pone en marcha un proceso de una excepcional precisión. En el momento en que el sensor registra el contacto, el tubo se desenrolla y se eyecta con una presión similar a la explosión de setenta neumáticos. Miles de arpones con garfios traspasan la piel de la víctima como jeringas subcutáneas y le inyectan una mezcla de diversas albúminas y proteínas que atacan al mismo tiempo los glóbulos y las células nerviosas. La consecuencia es una contracción inmediata de los músculos seguida por dolores como de un metal candente penetrando en la carne, estado de shock, paro respiratorio y luego cardíaco. Si se tiene la suerte de estar cerca de la orilla y de ser rescatado en seguida, se puede sobrevivir al contacto. Los buceadores y nadadores que caen mar adentro en la maraña de tentáculos flotantes, apenas tienen posibilidades.

Lo que le sucedió a la mujer de Bali fue que un dedo del pie tocó el palo, en el que había quedado adherido un poco del veneno urticante. Tan sólo esta pequeña cantidad fue suficiente para no hacerle olvidar jamás el encuentro.

No obstante, la fragata portuguesa es inocua comparada con la cubomedusa
Chironex fleckeri
, la avispa marina de Australia.

En la historia de la evolución, la naturaleza ha alcanzado niveles sorprendentes en la mezcla de venenos. En el caso de la avispa marina, ha logrado su obra maestra. El veneno de un único animal es suficiente para matar a doscientos cincuenta seres humanos. El neurotóxico, sumamente eficaz, ocasiona una inconsciencia instantánea, y la mayoría de las víctimas mueren al mismo tiempo por un paro cardíaco y ahogados, en cuestión de minutos y a veces de segundos.

Todo eso se le pasó a Johanson por la cabeza mientras miraba absorto el televisor.

Había alguien que estaba tomando a la gente por tonta. Catorce víctimas mortales y algunos heridos en pocas semanas, ¿había pasado eso alguna vez frente a una costa? ¿Y por una sola especie de medusas? ¿Y qué significa esa otra historia de los barcos desaparecidos?

Fragatas portuguesas en las costas de Sudamérica. Avispas marinas en las costas de Australia.

Invasión de gusanos con cerdas en las costas de Noruega.

«No tiene por qué querer decir nada», pensó. Las medusas suelen aparecer a menudo en bancos, en cualquier parte. El verano no es verano del todo sin plaga de medusas. Pero los gusanos son algo completamente distinto.

Terminó de recoger la ropa, apagó el televisor y fue a la sala para poner un CD o leer.

Pero Johanson no puso ningún CD ni buscó libro alguno. Lo que hizo fue caminar durante un rato de un lado para otro, acercarse a la ventana y mirar al exterior, hacia la calle iluminada por los faroles.

Había habido tanta paz en el lago.

Había paz en la Kirkegata.

Normalmente, tanta paz indicaba que algo no iba bien.

«¡Tonterías! —pensó Johanson—. ¿Qué tendrá que ver la Kirkegata con todo eso?».

Se sirvió una grappa, bebió un sorbo y trató de pensar en otra cosa que no fueran las noticias.

Pensó en alguien a quien podría llamar.

Knut Olsen. Igual que Johanson, trabajaba como biólogo en la NTNU. Johanson recordó que sabía muchísimo de medusas, corales y anémonas marinas. Además podía preguntarle a Olsen qué había detrás de los barcos desaparecidos.

Olsen contestó en seguida.

—¿Estabas durmiendo? —preguntó Johanson.

—Los niños no me han dejado acostarme —dijo Olsen—. Ha Mido el cumpleaños de Marie, ha cumplido cinco años. ¿Qué tal por el lago?

Olsen era un hombre de familia que siempre estaba de buen humor, y llevaba una correcta vida burguesa que horrorizaba a Johanson. Fuera del trabajo, no solían hacer nada juntos, si se exceptuaban las pausas para almorzar. Pero Olsen era un buen tipo y tenía sentido del humor. O debía de tenerlo, porque, de otro modo, Johanson creía que sería imposible sobrevivir con cinco niños y docenas de parientes que siempre estaban en casa.

—Deberías venir alguna vez —dijo. Era una muletilla, como si le hubiera dicho: «Deberías hacer explotar tu coche alguna vez o vender a dos de tus niños».

—Claro —dijo Olsen—. Alguna vez, cómo no.

—¿Has visto las noticias?

Se hizo una breve pausa.

—¿Lo dices por las medusas?

—¡Bingo! Pensé que te preocuparía. ¿Qué está pasando?

—¿Debería pasar algo? Siempre hay invasiones: ranas, langostas, medusas...

—Estamos hablando de fragatas portuguesas y avispas marinas.

—Eso es inusual.

—¿Estás seguro?

—Es inusual que se trate de las dos especies de medusas más peligrosas del mundo. Y la verdad es que lo que cuentan en las noticias suena bastante raro.

—Setenta muertos en cien años —objetó Johanson.

—Tonterías. —Olsen resopló despectivo.

—¿Menos?

—¡Más! Muchos más. En realidad, cerca de noventa si contamos también con el golfo de Bengala y las Filipinas, por no hablar de la cantidad de casos desconocidos. Por supuesto que Australia tiene desde hace tiempo problemas con ese tipo de animales, en concreto con las avispas marinas. Desovan al norte de Rockhampton en las desembocaduras de los ríos. Casi todos los accidentes ocurren en aguas poco profundas. En tres minutos estás muerto.

—¿Y ahora es la época de desove?

—Para Australia sí. De octubre a mayo. En Europa, en cambio, estos bichos se ponen pesaditos en la época de calor... El año pasado estuvimos en Menorca, y los niños estaban como locos, porque en la playa había cientos de
Velella
...

—¿De qué?


Velella velella
. Son de color violeta, muy bonitas, pero despiden un hedor nauseabundo cuando se desecan al sol... La playa estaba totalmente cubierta de esos animales color violeta; las metían con palas y rastrillos en cientos de bolsas, mientras en el mar iban apareciendo cada vez más. Tú sabes que a mí me encantan las medusas, pero hasta para mí llegó un momento en que aquello era excesivo. Y además los niños no paraban de llorar. En fin, el caso es que las plagas de medusas llegan a Europa en agosto o septiembre, pero en Australia, por supuesto, sucede al revés. Sin embargo, lo que pasa allí es muy extraño.

—¿Qué es lo extraño, exactamente?

—Las avispas marinas aparecen cerca de la orilla, donde hay poca profundidad; mar adentro casi no se encuentran, y menos aún en las islas de la gran barrera coralina, que están ante la costa. Pero he oído que también han aparecido por ahí. En el caso de las
Velella Velella
sucede exactamente al revés: normalmente están en alta mar. Hasta ahora no sabemos qué es lo que las lleva a las playas cada dos o tres décadas, pero de todos modos sabemos poco sobre las medusas.

—¿No se protegen las playas con redes?

Olsen soltó una carcajada.

—Sí, están enormemente orgullosos de eso, pero no sirve de nada. Las medusas quedan atrapadas en las redes, pero sus tentáculos se desprenden y atraviesan la malla. Y entonces desaparecen... —Hizo una pausa—. ¿Por qué te interesa tanto todo esto? Tú ya sabes muchísimo del tema.

—Sí, pero tú sabes más. Me interesa saber si estamos efectivamente ante algún tipo de anomalía.

—No me cabe la menor duda —gruñó Olsen—. La aparición de medusas siempre está ligada a las temperaturas elevadas del agua y al desarrollo del plancton. Como ya sabes, cuando hace mucho calor el plancton crece mejor, y las medusas se alimentan de plancton; de modo que ésa es la explicación. Por eso aparecen en masa al final del verano y vuelven a desaparecer al cabo de unas semanas. Es el curso natural de las cosas... Espera un momento.

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