El quinto día (29 page)

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Authors: Frank Schätzing

Tags: #ciencia ficción

Johanson se rió bajito.

—¿Por qué crees eso?

—Si aquí no hay nadie más que tú..., quiero decir, tu compañía tiene que resultarte agradable.

—Sí, claro, aquí puedo tratarme como merezco: quererme, detestarme...

Lund volvió la cabeza hacia él.

—Y ¿eso llega a pasar? ¿Te detestas?

—Rara vez. Y cuando sucede, me detesto por eso. Ven, voy a hacer un
risotto
.

Entraron.

En la pequeña cocina, Johanson cortó cebollas, las rehogó un poco en aceite de oliva y agregó
Riso di carnaroli
,el arroz veneciano para hacer el
risotto
. Revolvió los granos de arroz con una cuchara de madera hasta que todos estuvieron recubiertos de aceite. Agregó caldo de ave hirviendo y siguió dándole vueltas para que la masa no se quemara. Mientras tanto cortó unas setas a láminas, las rehogó con mantequilla y las dejó a fuego lento.

Lund lo miraba fascinada. Johanson sabía que ella no sabía cocinar. No tenía la paciencia suficiente. Johanson destapó una botella de vino tinto, lo decantó y llenó dos copas. El procedimiento normal. Funcionaba siempre. Comían, bebían, hablaban, se acercaban. Seguía lo que seguía siempre que un bohemio entrado en años y una chica joven se iban a un lugar solitario y romántico.

¡Malditos automatismos!

¿Para qué diablos había querido venir?

Johanson habría dado cualquier cosa para dejar que esa noche las cosas simplemente siguieran su curso. Lund estaba sentada junto a la mesa, llevaba puesto un jersey de él y se la veía relajada como no lo había estado en mucho tiempo. Sus facciones habían adoptado algo desacostumbrado. Johanson estaba un poco desconcertado. Muchas veces había tratado de convencerse de que ella en realidad no era su tipo, demasiado acelerada, demasiado nórdica con su cabello y cejas lacios, de un rubio casi blanco. Ahora tenía que confesarse que nada de eso era cierto.

«Podrías haber pasado un fin de semana agradable y tranquilo —pensó—. Pero tenías que complicarlo a toda costa, idiota».

Comieron en la cocina. Con cada copa, Lund se iba relajando un poco más. Bromearon y abrieron otra botella.

A medianoche, Johanson dijo:

—Parece que fuera no hace mucho frío. ¿Te apetece dar una vuelta en barca?

Ella apoyó el mentón en las manos y le sonrió.

—¿Y nadar un poco?

—Yo en tu lugar lo dejaría para otro día, quizá dentro de un mes o dos. Para entonces hará menos frío aquí. No, vamos hasta el medio del lago, nos llevamos la botella y...

Hizo una pausa.

—¿Y?

—Miramos las estrellas.

Sus miradas se quedaron enganchadas. Frente a frente, los brazos apoyados en la mesa, se miraban y Johanson sentía que su resistencia interna se desmoronaba. Se escuchó decir cosas que no había querido decir, se vio tocar todos los registros y activar las palancas y llaves necesarias para poner la maquinaria en funcionamiento. Despertaba expectativas, se corroboraba y la corroboraba en hacer aquello para lo cual iban dos personas a un lago apartado, deseaba verla de vuelta en Trondheim y a la vez en sus brazos, se acercaba a ella hasta poder sentir su aliento en su propio rostro, maldecía el rumbo del destino y al mismo tiempo casi no podía esperarlo.

—De acuerdo, entonces vamos.

Fuera no soplaba el viento. Recorrieron el muelle y subieron a la barca. Ésta se balanceó y Johanson cogió a su acompañante del brazo. ¡Era para echarse a reír! «Igual que en las películas —pensó—. Como en una condenada película
kitsch
con Meg Ryan: tropezando se produce un acercamiento... ¡oh, Dios mío!».

Era una barquita de madera que el dueño anterior le había vendido con la casa. La proa estaba recubierta con un tablón para hacer un espacio para guardar cosas. Lund se sentó allí con las piernas cruzadas mientras Johanson encendía el motor fuera borda. El ruido del motor no perturbó la paz en absoluto. Se incorporó armónicamente a la enigmática vida de los bosques nocturnos, un ruido sordo y acompasado, un zumbido grave como de un abejorro gigante.

Durante el corto viaje no hablaron. Por último, Johanson desaceleró y apagó el motor. Quedaron flotando, bastante alejados de la casa. Había dejado encendida la luz del porche, que se reflejaba en el agua cercana a la orilla como una franja encrespada. Aquí y allá se oía un leve chapoteo cuando un pez saltaba a la superficie para atrapar insectos. Johanson cruzó hasta Lund haciendo equilibrio, la media botella de vino en la mano derecha. El bote se balanceó débilmente.

—Si te pones de espaldas, el universo será tuyo, con todo lo que hay dentro. Inténtalo.

Lund lo miró. Sus ojos relucían en la oscuridad.

—¿Alguna vez has visto estrellas fugaces aquí?

—Sí, varias veces.

—¿Y? ¿Has pedido algún deseo?

—No soy tan romántico... —Se recostó a su lado sobre las tablas—. Me dediqué a disfrutarlo.

Lund se rió por lo bajo.

—No crees en nada, ¿verdad?

—¿Y tú?

—Soy incapaz de creer en algo así.

—Lo sé, es imposible hacerte feliz con flores o estrellas fugaces. Kare lo tendrá complicado. Probablemente, lo más romántico que se te puede regalar es un análisis de estabilidad para construcciones de tecnología marina.

Lund siguió mirándolo. Luego reclinó la cabeza y se dejó caer lentamente hacia atrás. El jersey se le subió para arriba y le dejó el ombligo al descubierto.

—¿Realmente crees eso?

Johanson se apoyó en el codo y la contempló.

—No, en realidad no.

—Crees que soy poco romántica.

—Creo que todavía no te has planteado cómo funciona el romanticismo.

Sus miradas volvieron a coincidir.

Mucho tiempo.

Demasiado.

De repente, él encontró sus dedos entre sus cabellos; los pasó lentamente entre los mechones. Ella alzó la vista hacia él.

—Tal vez puedas mostrármelo —susurró.

Johanson se inclinó hasta que entre sus labios sólo quedó vibrando una película delgada de aire caliente. Ella le pasó un brazo por detrás del cuello. Tenía los ojos cerrados.

Un beso. Ahora.

Miles de ruidos y de pensamientos revolotearon por el cerebro de Johanson, se condensaron en un torbellino y lo sacudieron. Los dos se quedaron totalmente tensos, como si esperaran que alguien les diera la salida, una señal, una autorización; ahí va, por duplicado, una para ti y otra para ti. Ya puedes besar a la novia; ya puedes desatar tu pasión, desatarla de veras. No ha estado mal, pero ahora, ¡hasta el final!

¡Déjate llevar por la pasión!

«¿Qué pasa? —pensó Johanson—. ¿Qué es lo que va mal?».

Sintió el calor de Lund, respiró su perfume, y era un perfume exquisito, maravilloso, invitador.

Pero era como si estuviera en la casa equivocada: esa invitación no era para él.

—No funciona —dijo Lund en aquel mismo momento.

Durante un segundo, haciendo equilibrio entre abandonar e insistir, Johanson se sintió como si hubiera caído en el agua helada. Luego, el breve dolor pasó; algo se apagó. El resto del ardor se volatilizó en el aire claro del lago y dio paso a un alivio enorme.

—Tienes razón —dijo.

Se separaron, despacio, con resistencia, como si sus cuerpos no terminaran de comprender lo que las cabezas ya habían decidido hacía rato. Johanson vio en sus ojos la misma pregunta que ella probablemente estaba leyendo en los suyos: ¿cuánto hemos echado a perder, roto, ensuciado para siempre?

—¿Todo en orden? —preguntó Johanson.

Lund no contestó. Él se sentó frente a ella, con la espalda contra la pared de la barca. Luego se dio cuenta de que todavía tenía agarrada la botella, y se la alcanzó.

—Parece que nuestra amistad es demasiado fuerte para el amor —dijo.

Sabía que sonaba trivial y patético, pero surtió efecto. Lund comenzó a reírse por lo bajo, primero nerviosa, luego evidentemente aliviada. Cogió la botella, bebió un largo trago y dejó ir una carcajada. Se pasó la mano por la cara, como si quisiera borrar aquella risa tan fuera de lugar, pero se le siguió escapando, sorda, entre los dedos, y Johanson acabó riéndose también.

—¡Uf! —dijo Lund.

Luego se quedaron un rato callados.

—¿Estás enfadado? —preguntó finalmente en voz baja.

—No, ¿y tú?

—Yo... no, no estoy enfadada. En absoluto. Es sólo que... —Se detuvo—. Es todo tan confuso. En el Thorváldson, ¿te acuerdas?, esa noche en tu camarote. Un minuto más y... quiero decir, habría podido pasar, pero hoy...

Él le quitó la botella de las manos y bebió.

—No —dijo—. Seamos honestos. Habría terminado igual que hoy. Exactamente igual que ahora.

—¿Por qué?

—Porque lo amas.

Lund se abrazó las rodillas.

—¿A Kare?

—¿A quién si no?

Lund se quedó mirando el vacío un buen rato, y Johanson volvió a poner sus labios en el borde de la botella, porque no era su tarea explicarle a Tina Lund lo que ella sentía.

—Pensé que podía eludirlo, Sigur.

Pausa. «Si espera una respuesta —pensó Johanson—, tendrá que esperar bastante. Tendrá que entenderlo sola».

—Varias veces estuvimos a punto, tú y yo —dijo Lund después de un rato—. Ninguno de los dos quería atarse; en realidad, era la situación ideal. Pero nunca dejamos que pasara. En ningún momento tuve la sensación de que me tenía que pasar en aquel momento. Yo... nunca estuve enamorada de ti; nunca quise estar enamorada. Pero la idea de que alguna vez iba a pasar tenía su encanto. Cada uno sigue viviendo su vida, sin compromisos, sin ataduras. Incluso estaba convencida de que pasaría pronto, ¡me parecía que ya era hora! Y de pronto aparece Kare, y pienso: ¡Dios mío, es un compromiso! Todo o nada. El amor es un compromiso y esto...

—Es amor.

—Yo pensaba más bien que era otra cosa. Como una gripe. Ya no me podía concentrar racionalmente en mi trabajo, siempre estaba con el pensamiento en otra parte, tenía la sensación de que se me movía el suelo, y que eso no tenía que ver con mi vida, ésa no era yo.

—Y entonces pensaste que antes de perder el control podías, finalmente, hacer uso de tu otro comodín.

—¡Sabía que te enfadarías!

—No, no estoy enfadado. Te entiendo; yo tampoco estaba enamorado de ti. —Pensó un momento—. Te deseaba, eso sí. Y debo decir que sobre todo desde que estás con Kare. Pero soy un viejo lobo; creo que me molestó que viniera otro a disputarme la presa, me dio rabia y me hirió el orgullo... —Se rió bajito—. ¿Conoces esa fantástica película con Cher y Nicolás Cage?
Hechizo de luna
. Pues en la película alguien preguntaba por qué los hombres quieren dormir con las mujeres y la respuesta era: «Porque tienen miedo a la muerte.» Hum..., ¿por qué me habré acordado ahora de eso?

—Porque todo tiene que ver con el miedo. Miedo a estar solo, miedo a que no te reconozcan... Pero es peor el miedo a poder elegir, y decidir mal y que ya no puedas escaparte. Tú y yo, nosotros, jamás tendríamos algo más que una relación, y con Kare... con Kare yo jamás podría tener otra cosa que un vínculo. No he necesitado darle muchas vueltas para darme cuenta. Quieres tener a alguien que en realidad no conoces en absoluto, quieres tenerlo a cualquier precio. Pero sólo te lo dan si con él compras también su vida. Y de pronto empiezas a desconfiar.

—Podría ser un error.

Lund asintió.

—¿Has estado con alguien alguna vez? —preguntó Johanson—. En serio, quiero decir.

—Una vez —replicó—. Hace algún tiempo.

—¿Fue el primero?

—Hum.

—¿Qué sucedió?

—No es nada original lo que pasó, en serio. Me gustaría poder ofrecerte algo interesante, pero el hecho es que él en algún momento me dejó y yo me quedé totalmente hecha polvo.

—¿Y después?

Lund se apoyó en el mentón. Estaba maravillosa, sentada a la luz de la luna, con una pequeña arruga vertical entre las cejas. Y, sin embargo, Johanson no sintió el menor rastro de arrepentimiento, ni de que lo hubieran intentado, ni de cómo terminó.

—Después, siempre he sido yo la que ha dejado las relaciones.

—Un verdadero ángel de venganza.

—Tonterías. No, a veces eran ellos los que me ponían nerviosa: demasiado lentos, demasiado cariñosos, demasiado tontos. Otras veces lo dejé para protegerme antes de... Ya me conoces, soy rápida.

—No construyamos una hermosa casa, porque podría venir una tormenta y destruirla.

Lund hizo una mueca.

—Demasiado melancólico.

—Puede ser, pero viene al caso.

—Sí, viene al caso. —Frunció el ceño—. También hay otra posibilidad: construyes la casa y, antes de que alguien la destruya, la destruyes tú mismo.

—Kare, la casa.

—Sí, Kare, la casa.

En algún lugar comenzó a cantar un grillo. Un buen trecho más allá le contestó otro.

—Has estado a punto de conseguirlo —dijo Johanson—. Si hoy nos hubiéramos acostado, habrías tenido motivos de sobras para dejar a Kare.

Lund no contestó.

—¿Crees que habrías podido engañarte tanto a ti misma?

—Me habría convencido de que se adecua mucho más a mi estilo de vida tener una relación contigo que entablar un vínculo que a la larga me paralice. Irme a la cama contigo de alguna manera lo habría... confirmado.

—Más bien te habrías cepillado tu confirmación, por decirlo de alguna manera...

Lund le lanzó una mirada furiosa.

—Te tenía ganas, lo creas o no.

—Está bien.

—No eres el cómplice de mi huida, si es a lo que te refieres. No te...

—Está bien, está bien. —Johanson alzó las manos—. Estás enamorada.

—Sí —dijo hoscamente.

—Vamos... no lo digas en ese tono... dilo otra vez...

—¡Sí, sí, sí!

—Ahora está mejor. —Sonrió—. Y ahora que has sacado todo lo que tenías dentro y hemos descubierto que eres una miedosa, quizá deberíamos acabarnos la botella a la salud de Kare.

Ella le sonrió con una mueca.

—No sé...

—¿Todavía no estás segura?

—A veces más, a veces menos. Estoy... confundida.

Johanson jugó un poco con la botella, pasándola de una mano u otra, y luego dijo:

—También yo he tirado una casa abajo, Tina, hace muchos años. Los habitantes todavía estaban dentro. Sufrieron algunos daños, pero después se recuperaron... por lo menos uno de los dos. Hasta el día de hoy no sé si fue lo correcto.

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