Me miró con desesperación, suplicando comprensión. De nuevo experimenté aquella curiosa sensación de vértigo, como si estuviese al borde de un terrible abismo y no hubiese puente o palabra alguna para cruzarlo.
—Esas cuestiones son la comidilla de la ciudad —dije—. He oído hablar de ello entre susurros allí donde he ido. Pero todo esto no va a suceder de inmediato.
—No, por ahora no. Esa es la historia que debemos representar. Todo está en la picota. No solo mi vida, o la vida de mis hijas como continuadoras de nuestra familia, o tú y tus propias hijas. No se trata simplemente del destino de esta ciudad y de esta Gran Verdad. Sino del futuro de las Dos Tierras. Todo lo creado por el tiempo ha salido de la nada, toda esta gloria de oro y verde se perderá en el caos y el sufrimiento, regresará a las salvajes manos de la Tierra Roja si alguien no lo impide.
Construí el único puente de diálogo posible entre ella y yo.
—Haré cualquier cosa que me ordenes. No solo por esas razones, sino porque quiero recuperar mi antigua vida. Mi hogar y mi familia. No podré recuperarlos a menos que siga adelante.
Tocó mi mano en un gesto de amabilidad.
—Sientes un gran temor por su bienestar. Lamento haberte implicado en esto. Pero tal vez ahora entiendes por qué lo he hecho.
Permanecimos sentados, en silencio, mientras la luz adquiría una tonalidad añil más profunda, se transformaba en franjas bajas de rojo y después pasaba a un dorado pálido que no solo iluminaba la estancia sino que hacía brillar los signos y símbolos en las piedras, y también su rostro; el nuevo día como un prometedor escarabajo de poder.
—Son muchas las fuerzas que luchan contra mí —dijo finalmente—. Demasiadas amenazas. Algunas dentro de la familia, otras entre los medjay, otras en el ejército y, por descontado, están los sacerdotes, que desean derrocar al nuevo dios y que las Dos Tierras retomen las viejas costumbres, mucho más provechosas para ellos. Muchos de los nuevos integrantes del poder se opondrían a mí si lo pensaran dos veces, pero sus vidas y sus fortunas están dedicadas al nuevo régimen. ¿Sabes qué supone no confiar en nadie, ni siquiera en tus propios hijos? Por eso me vi obligada a huir, por eso tuve que dejar atrás mi vida y a mí misma, por eso tuve que borrar mis huellas y encontrar un modo de salvarnos a todos. Ahora no podría soportar que pensasen que apruebo los Grandes Cambios por el hecho de aparecer junto a mi marido en el festival.
—¿Y la chica? ¿Seshat?
—He oído hablar de ella.
—Le destrozaron la cara.
Se volvió con un gesto de dolor.
—Lo sé.
La miré. Cuando ella volvió a mirarme a los ojos aprecié un destello de sufrimiento y rabia.
—¿Crees que ordené su muerte para encubrir mi desaparición?
—Es un pensamiento que me ha rondado.
—¿Crees que mataría a una joven inocente para salvarme?
Se alejó, la rabia se hizo más intensa en su interior. Debía admitir que la posibilidad de acarrear semejante sentimiento de culpa no encajaba con la mujer que había encontrado. Casi deseé no haber dicho nada. La había herido. Aun así, no pude evitar añadir:
—¿Estás al corriente de las muertes del joven agente medjay y de Meryra, el sumo sacerdote?
Asintió, regresó y volvió a sentarse sin dejar de sacudir la cabeza. Ninguno de los dos hablamos, pero yo sabía qué estaba pensando, lo mismo que yo: ¿quién podía haber cometido tales atrocidades y por qué?
—¿Por qué yo? —le pregunté sin más.
—¿Qué quieres decir?
—De toda la gente a la que podrías haber acudido, ¿por qué yo?
Negó con la cabeza, sonrió con tristeza y después me miró directamente.
—Había oído hablar mucho de ti. Eres un joven bastante conocido. Leí los informes sobre tus logros. Estaba intrigada por tus nuevos métodos, que parecían tan perspicaces y, en cierto sentido, hermosos. Sabía que había hombres del antiguo régimen entre los medjay a los que no ibas a gustar. Pero cuanto más leía sobre ti, supe que no te importaría. Tal vez sentirías miedo, pero no te dejarías llevar por él. Había algo que me llevaba a confiar. ¿Por qué se llega a confiar en alguien?
La pregunta flotó entre los dos, imposible de responder. Pero tenía que decir algo más.
—En ocasiones, decirle a alguien que confiamos en él le carga con la responsabilidad de estar a la altura de las expectativas.
Su sonrisa irónica vino a confirmar la pesada carga que había depositado sobre mi espalda.
—Sí, claro. ¿Y lo harás?
—¿Qué otra elección tengo?
A ella pareció desilusionarle mi respuesta; su rostro perdió de repente la curiosidad. Fue como si hubiese perdido un nivel en una partida del complejo juego de
senet
.
—Siempre se tiene elección —replicó—. Pero no es eso lo que te he preguntado. Sabes a qué me refiero.
Ahora era el momento de que yo contase una pequeña historia. Tenía que dejar las cosas claras para que no hubiese malentendidos.
—Ajnatón amenazó con ejecutar a mi familia, incluidas mis tres hijas, si no te encontraba antes del festival. Ya han intentado varias veces acabar con mi vida. Mahu, el jefe de los medjay, me ha dicho que me torturarán y me matarán, después de que él mismo destruya a mi familia, si le causo problemas o cometo alguna inconveniencia en esta maravillosa y desastrosa ciudad vuestra. Me han obligado a permanecer bajo el sol de mediodía. He tenido que seguir a una gata negra por un horrible túnel y sentir un miedo atroz para demostrar mi lealtad hacia una mujer cuya desaparición es la que provocó todo lo anterior. ¿Te parece sorprendente que me resulte muy atrayente la idea de montar en el próximo bote que recorra el río de vuelta a mi casa? He de decir que han sido cinco días muy ajetreados, mi señora, y todavía sigo creyendo que hay algo que no me has contado.
Durante un instante ella pareció sorprendida porque me hubiese dirigido a ella de ese modo. Pero después se echó a reír, con lo que parecía genuina alegría, y dio la impresión de que se relajaba. Debo admitir que me costó mucho no sonreír. Poco a poco, sus risas fueron remitiendo.
—He esperado mucho tiempo a alguien con quien poder hablar así —dijo—. Ahora sé que eres el hombre que creía que eras.
Volví a notar una chispa de candor entre nosotros.
—Tal vez haya algunas pocas cosas que no te he contado, —prosiguió— te contaré todo lo que pueda. —Su gesto se hizo adusto. Parecía hecha de piedra—. Tengo un plan. Requiere tu ayuda. Solo puedo prometerte que regresaré a tiempo para mantener a salvo tu familia de la sentencia de muerte.
—¿Cuándo? —pregunté.
—A tiempo para el festival.
Asentí. Estábamos sellando un trato. Su vertiente política salió a relucir con esplendor.
—Necesito saber si aceptarás. De no ser así, por descontado, estarás en libertad de hacer lo que te dé la gana, como volver con tu familia. Pero te diré una cosa: de optar por esta última posibilidad, el futuro pasará a tener una única dirección y te aseguro que será un tiempo de oscuridad. Si decides quedarte, puedes ayudarme a salvarnos a todos, además de formar parte de una gran historia. Tendrás algo excepcional y auténtico sobre lo que escribir en ese pequeño diario tuyo. ¿Qué eliges?
Me vi sorprendido por su inopinada frialdad. Intenté calcular mentalmente las opciones de las que disponía. Todavía me quedaba una parte de la semana de gracia antes de que se confirmase la sentencia de muerte que Ajnatón había dictado contra mi familia, pero Mahu todavía podía actuar en mi contra mientras estaba ausente. Tal vez cabía la posibilidad de enviarle un mensaje de advertencia; tal vez él no haría nada abiertamente hasta que mi fracaso fuese evidente. ¿Y qué pasaba con Ay, cuyo nombre había invocado de forma tan imprudente? Tuve la impresión de que el único modo real de proteger las vidas de mi familia sería llegar hasta el final. De otro modo, siempre andaríamos con miedo, cualquier sombra resultaría amenazadora.
—¿Qué quieres que haga? —pregunté.
Se sintió realmente aliviada, como si hubiese podido responder de otra forma.
—Necesito que me protejas cuando vuelva —dijo—. Para que pueda regresar tendrás que descubrir quién está conspirando para acabar con mi vida.
—¿Puedo hacer algunas preguntas?
Suspiró.
—Siempre preguntas…
—Empecemos con Mahu.
—No querría condicionarte con mis opiniones sobre personas concretas.
—Dímelo igualmente.
—Es leal como un perro. Nos ha servido bien. Le confiaría mi vida.
No podía creer lo que estaba oyendo. Sin duda estaba equivocada.
—Intentó matarme. Me odia. Me quiere muerto.
—Es por orgullo, de eso sabe mucho; tu presencia es para él un insulto. Pero eso no significa que no quiera encontrarme por los motivos correctos.
—No confío en él.
No replicó.
—¿Quién más? —pregunté—. ¿Ramose? ¿Parennefer?
—Son elementos clave. Ambos tienen sus propios motivos. Ramose es un lúcido consejero. Nunca le he visto dejarse llevar por la mezquindad, la venganza o la ambición personal. Eso es algo infrecuente. Parece un castillo: fuerte, rudo, bien defendido. Pero le encantan la belleza y las apariencias. ¿Te has fijado en lo bien que viste? Llegó a ser maestro de vestuario. —Sonrió al ver mi gesto de sorpresa.
—¿Y Parennefer?
—A Parennefer le gusta el orden. Le aterroriza el desorden. Su deseo de precisión surge de lo más profundo de su personalidad, y es muy poderoso.
Jugué mi baza.
—¿Y Ay?
No pudo disimular el miedo que desdibujó su rostro como si de un animal acosado se tratase. ¿Qué resorte había tocado? Un nombre que despertaba fantasmas. El nombre que había usado contra Mahu.
—¿Puedes hablarme de él?
—Es el tío de mi esposo.
—¿Y?
—Estará presente en el festival.
Parecía acorralada.
—¿Le temes? —pregunté.
—Tus sencillas preguntas una vez más. —Sacudió la cabeza con ansiedad, después prosiguió—: En breve llegará a la ciudad. Acompañado por todos los actores de esta historia, y con los jefes de su ejército. Junto a él también irán los jefes de las tribus del norte y del sur, todos los dignatarios de las ciudades del imperio, todos los que pagan tributos, cuyos hijos están retenidos en las casas para niños reales, cuyas mujeres se casaron en el harén. En los próximos días, llegarán a la ciudad todos los hombres poderosos, sus mujeres y sus familias. Tengo que actuar con decisión contra mis enemigos, y también contra mis amigos. Y saber a ciencia cierta quiénes son y qué planes tienen contra mí.
—¿Cuándo y cómo piensas regresar?
—Te lo diré cuando se acerque el momento.
Eso me enojó. ¿Cómo se atrevía a dejarme en la ignorancia?
—He pasado estos últimos días intentando encontrar tus huellas en las palabras de los hombres poderosos —dije—. Ahora quieres que regrese sin más, arriesgándolo todo, y me adentre un poco más en el nido de serpientes. ¿Y no vas a decirme cuál es tu plan?
Mi rabia no la acobardó.
—Piensa. ¿Qué pasaría si te atrapasen? Ajnatón haría cualquier cosa para llevarme de vuelta. Soy lo único que queda entre él y el desastre. ¿Qué pasaría si Mahu te torturase o hiciese daño a tu familia? ¿Podrías mantenerte a salvo de ellos? Lo dudo. Sin embargo, lo que no sabes no puedes contarlo.
—Me torturarían a mí y a mi familia igualmente.
Se quedó pensativa.
—Lo sé. Pero ¿qué puedo hacer? Confía en mí. Te guiaré y te daré información. Puedo ofrecerte la ayuda de un par de fieles súbditos. Y te prometo que te lo contaré todo… en cuanto pueda.
Ahí estaba de nuevo, tenía que escoger entre la única decisión atractiva posible —largarme de allí— o la inevitable: seguir hasta el final.
—El único súbdito leal en quien puedo confiar es un hombre que no es capaz de diferenciar un buen vino del agua. E incluso su lealtad no está más allá de toda duda.
—Entiendo.
Se acercó a la puerta, en la que yo ni siquiera me había fijado hasta entonces, y llamó con un susurro. Se abrió, y entró en la cámara una figura familiar; en su rostro, una expresión de profundo regocijo luchaba por abrirse paso entre la mueca de respeto.
—Buenos días, señor.
—¡Jety!
Le hizo una reverencia a la reina.
—Jety ha estado a mis órdenes desde que llegaste. Pondría mi vida en sus manos. Confié en él para que cuidase de ti, aunque tú no llegaste a saberlo. El te llevará a una casa segura y te informará de todo lo que necesites saber.
No supe en ese momento si lo que me apetecía era darle un puñetazo o abrazarle. Realmente había desempeñado a la perfección el papel de joven de pocas luces. Me volví hacia la reina e hice una reverencia.
—¡Hablaremos más adelante! —dijo—. Ahora tenéis que descansar antes de ponernos en marcha.
Seguimos la luz del amanecer para subir la escalera y salir a un patio cerrado, lleno de plantas. En el centro, un chorro de agua caía en el interior de una balsa de piedra. Los pájaros ensayaban cantos y trinos cortos.
Nos separamos para descansar.
Así pues, me senté y escribí esto, a la luz del sol, al calor del nuevo día. Sabía qué tenía que hacer y por qué. Sabía que Nefertiti estaba viva y por qué me había encargado una misión mucho mayor de lo que había imaginado. Mi sensación de ser un ingenuo fue disolviéndose poco a poco; en su lugar, me dejó cierto sentido de determinación y, debo confesar, el deseo, por encima de todas las cosas, de volver a merecer la sonrisa de aquel agraciado rostro. ¿Me sería posible cumplir mi cometido? Ella, Jety y yo estábamos prácticamente solos para enfrentarnos a las poderosas fuerzas que luchaban en contra de nosotros, con todas las ventajas que entrañaban el conocimiento, la seguridad, la riqueza y el poder. Pero disponíamos de una ventaja: éramos invisibles. Nadie sabía dónde estábamos, si en el otro mundo o en las sombras de este.
Jety seguía pareciendo innecesariamente satisfecho de sí mismo.
—Oh, el gran buscador de misterios…
No dejó de darme codazos y de guiñarme el ojo, como si ahora entre nosotros imperase la complicidad y la confianza, y no solo eso, sino igualdad en nuestros logros. Así que cuando por tercera vez dijo:
—¿Realmente no te diste cuenta?
Tuve que responder:
—Jety, tu actuación de un tipo idiota era tan buena que no se me ocurrió pensar que tuvieses el menor sentido común. Tal vez se debió a que, realmente, no estabas actuando. Tal vez era cierto.