El reino de las sombras (7 page)

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Authors: Nick Drake

Tags: #Histórico

—¿No has pedido vino egipcio?

—No, Jety. Respeto el vino de Jarga, y sé que el de Kinópolis puede ser excelente. Pero para un soldado raso como yo, un vino blanco Hatti supone una oportunidad que no puede dejarse escapar. Pruébalo.

—Sé muy poco de vinos. Yo bebo cerveza egipcia.

—Muy sana, pero no muy agradable al paladar.

—Este vino está bien. Ligero y claro. Puedo apreciarlo.

—Intenta disfrutarlo.

—Sí, señor.

Dio otro sorbo.

—Muy agradable.

—Come una almendra. Son deliciosas.

—Oh, no, gracias.

¿Cómo iba a lograr que ese hombre se abriese a mí? Me miraba como un perro cauteloso y no muy despierto. Me habría gustado que Tjenry hubiese estado sentado en su lugar. El parecía más dispuesto a disfrutar de la vida.

—Jety, nos enfrentamos a una tarea casi imposible. ¿Tu encantador jefe te ha explicado por casualidad la naturaleza del misterio?

—No, señor.

—Bien, pues yo lo haré. Y al hacerlo, nos igualaremos en un sentido crucial, en un único sentido. Ambos estamos sometidos a los mismos designios del destino: si no logramos resolver el misterio, sufriremos las mismas consecuencias. ¿Entiendes a qué me refiero?

Asintió.

—Bien. Este es el misterio. —Me detuve un segundo para causar un efecto dramático—. La reina ha desaparecido y mi misión consiste en encontrarla y devolverla a Ajnatón antes de la inauguración del festival.

Abrió los ojos como platos y se le descolgó la mandíbula inferior.

—¿Desaparecida? ¿Quieres decir…?

Era la peor representación que había visto en los últimos tiempos. Él estaba al corriente. Por lo visto, todo el mundo estaba al corriente del asunto menos yo.

—Por todos los cielos, deja de fingir. Al parecer, su ausencia es la comidilla de toda la ciudad.

Su cara se petrificó en una mueca que no acababa de quedar clara, pero no tardó en darse cuenta de que había sido descubierto. Alzó las manos y se encogió de hombros con una franca sonrisa.

—Bien. A lo mejor ahora podemos empezar de nuevo.

Me miró a los ojos, interesado.

—¿Qué está pasando en esta ciudad?

—¿Qué necesitas saber?

—Me refiero a la política.

Se encogió de hombros.

—Cosas sucias.

—Así pues, nada nuevo en el portal para la eternidad.

—¿Cómo?

—Me limitaba a repetir algo que me dijo Ajnatón.

Di un trago a mi vino y empujé las almendras hacia mi compañero. Tomó una a regañadientes.

—No soy más que un agente medjay de rango medio —dijo Jety—, ¿qué puedo saber yo? Pero ya que me preguntas, te diré qué opino. —Se acercó un poco más—. Todos los que llegan a la ciudad están en el ajo. La mayoría de los que están aquí desean invertir en el futuro, el suyo propio y el de sus familias. Han comprendido que es posible ascender en las nuevas administraciones, entre las nuevas autoridades. Es una oportunidad de ascender socialmente. Y aquí hay mucho dinero. No solo llega de todos los rincones del país, sino de todo el imperio. Un amigo me dijo que las guarniciones del noreste apenas tienen ahora soldados, a pesar de que allí arriba se están cociendo serios problemas. Todos los que están aquí han llegado de otro sitio, de algún lugar del que ya no podían siquiera arañar algo para seguir viviendo. Todo el mundo está sufriendo la presión que entrañan los preparativos del festival. Los artesanos están pidiendo cinco veces más de lo acordado por su trabajo debido a las condiciones y a las prisas, y sus jefes están aplicando recortes. Han contratado a miles de trabajadores inmigrantes, pero estoy seguro de que los presupuestos no se gastan solo en comida y salarios. Las riquezas desaparecen, la Tesorería no puede asumir los gastos suplementarios, las restricciones están dañando al resto del país… Yo creo que es un completo desastre.

El sol había desaparecido ya tras el río, tras la Tierra Roja.

—¿Y qué tiene todo eso que ver con la desaparición de la reina?

Jety se quedó callado.

—No te las des de enigmático, me molesta.

—A veces hablar resulta peligroso.

Esperé.

—Por dos razones. Una, el tiempo. El festival no tiene sentido sin ella. Dos, ella es mucho más querida y admirada que él. En ocasiones pienso que la única razón por la cual todos han adoptado la nueva religión es porque creen en ella mucho más de lo que creen en el propio Atón. Incluso aquellos que no dicen más que cosas negativas sobre todo lo que está ocurriendo tienen que admitir que ella es una persona asombrosa. No ha habido nunca nadie como ella. Pero, en sí, eso es un problema. Hay quien la ve como una amenaza.

Le di un trago al vino.

—¿Quién?

—Gente que tiene mucho que perder debido al poder de la reina, y algo que ganar con su muerte.

—Desaparición. ¿Por qué has dicho muerte?

Me miró desconcertado.

—Lo siento, desaparición. Pero todo el mundo cree que ha sido asesinada.

—Regla número uno: no des nada por supuesto. Limítate a tener en cuenta lo que es y lo que no es. Deduce según lo encontrado. ¿Quién saldría beneficiado de semejante situación, de semejante incertidumbre?

—No existe un único candidato, hay muchos. Entre los nuevos militares, entre los viejos sacerdotes de Karnak o Heliópolis, en el harén, entre los nuevos burócratas, incluso —se acercó todavía más— entre los miembros de la propia familia real. Al parecer, en los círculos de la corte más cercanos al rey abundan los que dicen que la reina madre ha perdido su belleza y su influencia; cosas que ella perdió mucho tiempo atrás.

Interrumpimos la charla y ambos miramos hacia el cielo, oscurecido de repente. Jety había hablado con propiedad, y todo lo que había dicho confirmaba mis peores temores: estaba atrapado en el mismo centro de un delicado y complejo misterio que podía no solo acabar con mi vida sino con la de todo el país. De repente sentí como si albergase un oscuro nido de serpientes en mi estómago, y una voz en mi interior me dijo que era imposible, que nunca la encontraría, que perecería allí y no volvería a ver a Tanefert y a las niñas nunca más. Intenté respirar hondo para calmarme y poder centrar la mente en los problemas que me ocupaban. «Concéntrate. Concéntrate. Utiliza lo que conoces. Haz tu trabajo. Piensa. Reflexiona.»

—Recuerda, Jety, que no tenemos el cuerpo. Un asesino desea únicamente hacer daño, castigar y matar. Una muerte es una muerte. Un hecho consumado. Esta situación es distinta. Una desaparición conlleva circunstancias más complejas. Su objetivo es desestabilizar. Quienquiera que lo haya hecho ha introducido una enorme turbación e incertidumbre en la ecuación. Y no hay nada peor para los que tienen que ejercer la autoridad. Luchan contra ilusiones. Y las ilusiones son muy poderosas.

Jety parecía impresionado.

—Entonces, ¿cómo tenemos que proceder?

—Existe una pauta que explica todo esto. Nosotros tenemos que aprender a leer los signos, tenemos que conectar las pistas. La desaparición de la reina es nuestro punto de partida. Eso es lo único que podemos afirmar que sabemos. No sabemos por qué o cómo. No sabemos dónde está o si está viva. Tenemos que descubrirlo. ¿Y cómo crees que debemos hacerlo?

—Hummm…

—Por todos los cielos, ¿me han asignado un mono como ayudante?

Se sonrojó, avergonzado, pero sus ojos destellaron de rabia. Bien. Una reacción.

—Si pierdes algo, ¿qué es lo primero que te preguntas?

—Dónde lo vi por última vez.

—Así pues…

—Tenemos que descubrir el último lugar, la última vez, la última persona. Y retroceder y avanzar en el tiempo a partir de ahí. O sea que lo que quieres es que yo…

—Exacto.

—Tendrás un nombre sobre la mesa de tu despacho a primera hora de la mañana.

Tras unos segundos, sonreí.

—Jety, con cada gota de este estupendo vino te haces más sabio.

Su rabia se disipó un tanto. Volvió a llenarse la copa.

—Nadie desaparece sin más —proseguí—, como si se hubiese desprendido de sus sandalias y hubiese salido volando. Siempre hay pistas. Los seres humanos no pueden evitar dejar rastros. Encontraremos esos rastros y los interpretaremos. Seguiremos las huellas de sus pies en la arena, descubriremos dónde se encuentra la reina y la traeremos de vuelta a casa. No tenemos otra opción.

Nos despedimos en la intersección entre la vía Real y el camino que llevaba a mi oficina. Jety hizo un gesto y se dirigió a la sede medjay, sin duda para informar a Mahu con la fluida confianza de un bebedor inexperto. Tal vez yo había sido demasiado severo. Él se había mostrado cándido conmigo, más de lo estrictamente necesario. Aunque no podía confiar en él a pesar de que me cayese bien, iba a ser un útil guía para mí en ese extraño mundo.

10

Me despertó temprano, como a un condenado a muerte, el inocente canto de un pájaro. No podía creer que todavía estuviese allí, que hubiese puesto en peligro mi vida y la de mi familia debido a aquella locura. Quería sentir a Tanefert a mi lado. Quería oír charlar a las niñas en la habitación de al lado, en su cuarto. Pero la habitación era una caja vacía. Me habría gustado recorrer de vuelta el río que me había llevado hasta allí.

Jety y Tjenry llegaron juntos. Tjenry traía el desayuno, una jarra de cerveza y una cesta con panecillos que dejó frente a mí. Jety parecía satisfecho. Con mucho cuidado dejó un papiro sobre mi escritorio. En él estaba escrito el nombre de una chica: Senet.

—¿Quién es?

—La criada de Nefertiti. La última persona que la vio, por lo que he podido saber. Ella fue quien informó de su desaparición.

—Bien. Vamos allá.

—Pero no tenemos cita.

—¿Necesitamos concertar una cita para ir a hablar con la criada de la reina?

—Así es como funcionan las cosas, cuestión de protocolo. No es una cualquiera. Su familia…

—Verás, Jety, en Tebas yo hago lo que creo conveniente. Yo decido con quién quiero hablar, cuándo, dónde y cómo. Salgo a la calle, hablo con gente que trabaja, que lleva vidas que pueden conocerse más o menos a primera vista; hablan antes de tener oportunidad de trazar su historia de manera adecuada. Sé cómo funcionan las cosas. Sé cómo encontrar a la gente que necesito encontrar. Les hago preguntas. Obtengo respuestas.

Parecía preocupado.

—¿Puedo hablar?

—Solo si lo haces muy deprisa.

Tjenry sonrió de medio lado. Jety fingió no verlo.

—La capital es un lugar muy formal. Hay una jerarquía que se debe respetar; protocolo, procedimientos, modales. Incluso la más sencilla solicitud de audiencia o encuentro puede llevar varios días de papeleo y negociación. La gente es muy… sensible, por lo que exigen que su estatus sea respetado y reconocido. Todo está cuidadosamente equilibrado, y si te equivocas y molestas a alguien, puedes encontrarte con… dificultades.

No podía creerlo.

—Jety, ¿recuerdas lo que hablamos anoche? ¿Eres consciente del poco tiempo de que disponemos? Tenemos diez…, no, nueve días. Como mucho. Si tenemos que esperar frente a todas esas puertas invisibles, llamar con educación y decir: «Por favor, déjanos pasar; por favor, concédenos un momento de tu precioso tiempo; por favor, déjanos reconocer tu respetable estatus; por favor, desearía que mi ayudante Jety besase tu honorable culo», no lograríamos sobrevivir. Por otra parte, disponemos de autorización. Me la entregó Ajnatón.

Desenrollé el papiro, con todos sus símbolos reales —sus dos nombres escritos dentro de cartuchos— y se lo mostré a los dos.

Tjenry se quedó impresionado.

Salimos a la calle bajo el sol de la mañana y Jety me señaló un destartalado carro que había conseguido para llevarme en él de un sitio a otro.

—Lo siento, señor, era el único disponible.

—Muy adecuado para el honor y el estatus —dije.

Nos pusimos en marcha, Tjenry nos seguía en otro carro que estaba incluso en peores condiciones. En el aire y en la luz podía apreciarse todavía el rastro del frescor nocturno. El gorjeo de miles de pájaros, el reflejo ya deslumbrante de los edificios, el modo en que la primera luz se desplegaba sobre las pequeñas cosas —en las briznas de hierba, en las hojas, en el agua corriente— ayudaba a que mi corazón recuperase la esperanza de que quizá, después de todo, podría resolver el misterio y regresar junto a mi familia.

Jety nos condujo con celeridad lejos del centro urbano. Recorrimos la amplia vía Real y después seguimos un camino que no tardó en transformarse en un sinuoso y bello sendero junto al río, bajo una avenida de palmeras muy crecidas.

—¿Estos árboles estaban aquí cuando empezó a construirse la ciudad? —pregunté.

—No, señor. Llegaron en barcazas y fueron plantados siguiendo un diseño.

Sacudí la cabeza al pensar en lo extrañas que eran las cosas en nuestros tiempos: palmeras adultas plantadas en el desierto.

—Y Senet… Háblame de ella.

—Es la criada de la reina.

—Dime algo más, por favor.

—Goza de su confianza.

—¿Y eso es raro?

—No lo sé. Supongo.

—¿Esta es la residencia privada de la reina?

—Sí. Prefiere un entorno menos formal que la Casa del Rey. Aquí ha criado a sus hijos. Es un poco inusual.

Dejamos atrás jardines de plantas con centelleantes canales de irrigación, y también huertos de reciente creación. El sol había ascendido ya por encima de los acantilados del este y podíamos sentir su calor en nuestros rostros. Las largas sombras se habían desvanecido. Miles de trabajadores anónimos labraban la tierra que producía comida para la ciudad; con sus azadones dirigían el agua a través de canalizaciones que recorrían los campos. Miles de otros obreros y artesanos trabajaban en las nuevas construcciones, con la piel y el pelo permanentemente blanqueados por el polvo, escuchando sin descanso el golpeteo fruto de su trabajo con la constancia propia del latido de su corazón.

Finalmente llegamos a la puerta del Palacio de la Reina. Para mi sorpresa, se trataba de una vivienda emplazada tras un alto muro de ladrillos, de aspecto y proporciones inusuales; no era un palacio lleno de columnatas, altas paredes decoradas con jeroglíficos y estatuas, sino un lugar a escala humana diseñado con elegancia. Los tejados, extensos y bajos, estaban dispuestos en varios niveles, con espacios abiertos que permitían que corriese el aire; en lo alto, había una apertura para la luz, pero también envolventes y continuas sombras.

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