El restaurante del Fin del Mundo (10 page)

—Desde luego, yo no he sobrevivido— gorgoteó—. Me esfumé completamente. ¡Pum, zas!, y eso fue todo.

—Sí— dijo Ford—. Gracias a ti, no tuvimos ninguna oportunidad. Debemos haber saltado en pedazos. Brazos y piernas por todas partes.

—Sí— convino Zaphod, tratando ruidosamente de ponerse en pie.

—Si la señora y los caballeros gustan de pedir algo de beber...— dijo la mancha verde, revoloteando impaciente por delante de ellos.

—La mancha— prosiguió Zaphod—, se ajumó al instante con nuestros componentes moleculares. Oye, Ford— añadió al identificar una de las manchas que poco a poco iban solidificándose frente a él—, ¿tienes esa cosa de toda tu vida destellando delante de ti?

—¿También lo tienes tú?— dijo Ford—. ¿Toda tu vida?

—Sí— dijo Zaphod—, al menos me pareció que era la mía. Ya sabes que me paso mucho tiempo fuera de mis cráneos.

Desvió la vista y miró a las diversas formas que por fin se convertían en formas verdaderas en lugar de ser formas informes, vagas y fluctuantes.

—De manera que...— dijo.

—¿Qué?— dijo Ford.

—Que aquí estamos— dijo Zaphod, vacilante—, cadáveres yacientes...

—Erguidos— le corrigió Trillian.

—Pues cadáveres erguidos— prosiguió Zaphod— en este desolado...

—Restaurante— terció Arthur Dent, que se había puesto de pie y, para su sorpresa, veía con claridad. Es decir, lo que le sorprendió no fue que pudiera ver, sino las cosas que veía.

—Aquí estamos— prosiguió Zaphod con obstinación—, cadáveres erguidos en este desolado...

—Cinco tenedores— dijo Trillian.

—Restaurante— concluyó Zaphod.

—Qué raro, ¿no?— dijo Ford.

—Pues sí.

—Qué arañas tan bonitas— dijo Trillian.

Miraron estupefactos en derredor.

—Esto no se parece a la vida después de la muerte— dijo Arthur—, es más una especie de
après vie
.

En realidad, las arañas eran un tanto chillonas, y en un universo ideal al bajo techo abovedado del que colgaban no lo habrían pintado con aquel matiz particular de turquesa oscuro, aunque lo hubieran pintado así, no lo habrían realzado con luz ambiental oculta. Sin embargo, éste no era un Universo ideal, tal como ponían de manifiesto los dibujos taraceados en el suelo de mármol, que hacían daño a la vista, y el modo en que estaba hecha la delantera de la barra de ochenta metros de largo con el mostrador de mármol. La delantera de la barra de ochenta metros de largo con el mostrador de mármol se había hecho cosiendo casi veinte mil pieles de Lagarto Mosaico antareano, a pesar del hecho de que los veinte mil lagartos aludidos las necesitaban para albergar sus cuerpos.

Unas cuantas criaturas elegantemente vestidas estaban junto a la barra con aire perezoso, y otras sentadas cómodamente en los sillones de ricos colores que envolvían sus cuerpos, desperdigados por la zona del bar. Un joven oficial vilhurgo y su joven dama, verde y vaporosa, entraron por las enormes puertas de cristal esmerilado que había al otro extremo del bar y avanzaron hacia la cegadora luz de la parte principal del restaurante.

Detrás de Arthur había un amplio ventanal con cortinas. Retiró el extremo de las cortinas y vio un paisaje yermo y sombrío, gris, deprimente y agujereado, un panorama que en circunstancias normales le hubiera puesto los pelos de punta. Sin embargo, aquéllas no eran circunstancias normales, porque lo que le heló la sangre y le hizo sentir un hormigueo en la espalda, cuya piel trataba de salírsele por encima de la cabeza, fue el cielo. El cielo era...

Un camarero cortés y adulador volvió a colocar las cortinas en su sitio.

—Todo a su debido tiempo, señor— dijo. Los ojos de Zaphod destellaron.

—¡Eh, cadáveres, estad atentos!— dijo—. Creo que nos hemos perdido algo ultraimportante que está pasando aquí. Algo que ha dicho alguien y que se nos ha escapado.

Arthur se sintió profundamente aliviado de desviar la atención de lo que acababa de ver.

—Yo dije que era una especie de
après
...

—Sí, ¿y no te arrepientes de haberlo dicho?— replicó Zaphod—. ¿Ford?

—Yo dije que era raro,

—Sí, agudo pero aburrido, quizá fue...

—Quizá— le interrumpió la mancha verde, que para entonces se había resuelto en la forma de un camarero acartonado, de pequeña estatura, color verde y vestido con traje oscuro—, quizá les gustaría discutir el asunto mientras beben una copa.

—¡Una copa!— gritó Zaphod—. ¡Eso era! Ya veis lo que se pierde uno si no está alerta.

—Ya lo creo, señor— dijo pacientemente el camarero—. Sí la dama y los caballeros quieren beber algo antes de comer...

—¡Comer!— exclamó Zaphod con voz apasionada—. Escucha, hombrecillo verde, mi estómago te llevaría a casa y te mimaría durante toda la noche sólo por esa idea.

—Y el Universo— prosiguió el camarero, resuelto a que no lo desviaran en la recta final— estallará más tarde para complacerles.

Ford volvió despacio la cabeza hacia él.

—¡Vaya!— exclamó emocionado—. ¿Qué clase de bebidas servís en este local? El camarero rió con una risita cortés de camarero.

—¡Ah!— dijo—. Creo que tal vez no me haya entendido bien el señor.

—Espero que no— jadeó Ford.

El camarero tosió con una tosecita cortés de camarero.

—No es inhabitual que nuestros clientes se sientan un tanto desorientados por el viaje en el tiempo— dijo—, de modo que si pudiera sugerir...

—¿Un viaje en el tiempo?— dijo Zaphod.

—¿Un viaje en el tiempo?— dijo Ford.

—¿Un viaje en el tiempo?— dijo Trillian.

—¿Quiere decir que esto no es la vida después de la muerte?— dijo Arthur.

El camarero sonrió con una sonrisita cortés de camarero. Casi había agotado su repertorio de cortesías de pequeño camarero, y pronto pasaría a su papel de pequeño camarero altivo y sarcástico.

—¿Vida después de la muerte, señor?— dijo—. No, señor.

—¿Y no estamos muertos?— inquirió Arthur.

El camarero apretó los labios.

—¡Ajajá!— dijo—. Es muy evidente que el señor está vivo, de otro modo no trataría de servirle, señor.

Con un gesto extraordinario que es inútil tratar de describir, Zaphod Beeblebrox se golpeó las dos frentes con dos de sus brazos y un muslo con el otro.

—¡Eh, chicos!— dijo—. Esto es la locura. Lo hemos conseguido. Finalmente hemos llegado a nuestro destino. ¡Esto es Milliways!

—¡Milliways!— exclamó Ford.

—Sí, señor— afirmó el camarero, asentando la paciencia con una paleta de albañil—. Esto es Milliways, el restaurante del fin del mundo.

—¿El fin de qué?— dijo Arthur.

—El fin del mundo— repitió el camarero, con mucha claridad y una nitidez innecesaria.

—¿Y cuándo será eso?— preguntó Arthur.

—Dentro de unos minutos, señor— respondió el camarero.

Respiró hondo. No era estrictamente necesario, porque su cuerpo estaba provisto de un surtido especial de los gases necesarios para la supervivencia mediante un pequeño dispositivo intravenoso atado a su pierna. Sin embargo, hay ocasiones en que, cualquiera que sea el metabolismo que se tenga, se debe respirar hondo.

—Y ahora— dijo—, si por fin quieren pedir las bebidas, les acompañaré a su mesa.

Zaphod sonrió con dos muecas enloquecidas, se paseó por la barra y bebió todo lo que encontró a su paso.

15

El Restaurante del Fin del Mundo es una de las empresas más extraordinarias en la historia de la hostelería. Se construyó con los restos fragmentarios de...,
se construirá
con los restos fragmentarios de..., es decir, se habrá construido para esta época, y así ha sido en realidad...

Uno de los problemas fundamentales en los viajes a través del tiempo no consiste en que uno se convierta por accidente en su padre o en su madre. En el hecho de convertirse en su propio padre o en su propia madre no existen problemas que una familia bien ajustada y de mentalidad abierta no pueda solucionar. Tampoco hay problema alguno en cuanto a modificar el curso de la historia; el devenir de la historia no cambia porque toda ella encaja como un rompecabezas. Todos los cambios importantes se producen antes de las cosas que supuestamente debían cambiar, y al final todo se arregla.

Sencillamente, el problema fundamental es de gramática, y para este tema la principal obra de consulta es la del doctor Dan Callejero,
Manual del viajero del tiempo, con 1.001 formaciones verbales
. Ese libro enseña, por ejemplo, a describir algo que está a punto de ocurrirle a uno en el pasado antes de que se salte dos días con el fin de evitarlo. El suceso se describirá de manera diferente según con quién esté hablando uno desde el punto de vista del tiempo natural, desde un momento en el futuro lejano o en el pasado remoto, y se hace más complejo por la posibilidad de mantener conversaciones mientras que en realidad uno se dedica a viajar de un tiempo a otro con intención de convertirse en su propia madre o en su propio padre.

Antes de dejarlo, la mayoría llega hasta el Futuro Semicondicionalmente Modificado del Subjuntivo Intencional Subinvertido Pasado Plagal; y en realidad, en ediciones posteriores del libro, todas las páginas que siguen a ese punto se han dejado en blanco para ahorrar costes de impresión.

La
Guía del autoestopista galáctico
pasa por alto ese laberinto de abstracción académica, observando únicamente de pasada que el término «Futuro Perfecto» se abandonó desde que se descubrió que no lo era.

Pero sigamos.

El Restaurante del Fin del Mundo es una de las empresas más extraordinarias de la historia de la hostelería.

Está construido con los restos fragmentarios de un planeta destruido que está (habrá estado) encerrado en una enorme burbuja de tiempo y proyectado hacia el tiempo futuro en el preciso momento del fin del mundo.

Muchos dirán que esto es imposible.

Los clientes ocupan (tendrán encupo) su sitio en las mesas y disfrutan (enyantarán) de comidas fastuosas mientras ven (vierorán) el estallido de toda la creación.

Muchos dirán que esto es igualmente imposible.

Se puede ir (haber ido ya) al sitio que se prefiera sin necesidad de reservarlo con anterioridad (posterioridad previa), porque puede hacerse la reserva en forma retrospectiva cuando uno llegue a su tiempo actual. (Se puede pedir mesa cuando antes de ir se haya uno vuelto a casa.)

Muchos insistirán en que esto es absolutamente imposible.

En el restaurante puede uno conocer y cenar con (se podía conocer con y cenar a) una muestra representativa y fascinante de toda la población del espacio y del tiempo.

Esto también es imposible, según podría explicarse con paciencia.

Se le puede hacer tantas visitas como se quiera (se podía envisitar y renvisitar... etcétera; para más correcciones del pasado consúltese el libro del doctor Callejero), con la seguridad de que uno jamás se encontrará consigo mismo debido al desconcierto que ello suele producir.

Dicen los incrédulos que, aunque el resto fuera verdad, que no lo es, esto es claramente imposible.

Lo único que hay que hacer, es depositar un penique en una cuenta de ahorro en la era de cada cual, y cuando se llegue al Final del Tiempo sólo la operación de interés compuesto significará que el precio fabuloso de la comida ya está pagado.

Muchos afirman que esto no es sólo imposible, sino claramente demencial, y es por lo que los directivos de publicidad del sistema estelar de Bastablon idearon este lema: «Si usted ha hecho seis cosas imposibles esta mañana, ¿por qué no redondearlas con un desayuno en Milliways, el Restaurante del Fin del Mundo?»

16

En el bar, Zaphod empezaba a sentirse tan cansado como una salamandra de agua. Sus cabezas chocaban y sus sonrisas perdían sincronización. Se sentía desgraciadamente feliz.

—Zaphod— dijo Ford—, ¿querrías decirme, mientras aún puedes hablar, qué fotones pasó? ¿Dónde has estado? ¿Dónde hemos estado nosotros? No es algo muy importante, pero me gustaría aclararlo.

La cabeza izquierda de Zaphod se serenó, dejando que la derecha siguiera sumiéndose en la oscuridad del alcohol.

—Sí— dijo—, he andado por ahí. Quieren que encuentre al hombre que rige el Universo, pero yo no tengo ganas de conocerlo. Creo que no sabe guisar.

Su cabeza izquierda observó cómo la derecha decía estas palabras, y luego asintió.

—Cierto— dijo—, toma otra copa.

Ford tomó otro detonador gargárico pangaláctico, la bebida que se ha descrito como el equivalente alcohólico de un atraco callejero: caro y malo para la cabeza. Ford llegó a la conclusión de que, sea lo que fuere lo que hubiese pasado, en realidad no le importaba mucho.

—Escucha, Ford— dijo Zaphod—; todo va a pedir de boca.

—¿Quieres decir que todo va perfectamente?

—No— dijo Zaphod—, no quiero decir que todo vaya a la perfección. Eso no sería de un tipo estupendo. Si quieres saber lo que ha pasado, digamos simplemente que tengo toda la situación en el bolsillo, ¿vale?

Ford se encogió de hombros.

Zaphod soltó en la copa una risita tonta que subió por el recipiente como la espuma y empezó a avanzar a mordiscos por el mármol de la barra.

Un gitano espacial de extraña piel se acercó a ellos y les tocó el violín eléctrico hasta que Zaphod le dio un montón de dinero; entonces accedió a marcharse.

El gitano se acercó a Trillian y a Arthur, que estaban sentados en otra parte del bar.

—No sé qué lugar es éste— dijo Arthur—, pero me parece que me da grima.

—Toma otra copa— dijo Trillian—. Diviértete.

—¿Cuál de esas dos cosas?— preguntó Arthur—. Se excluyen mutuamente.

—Pobre Arthur, no estás hecho para esta clase de vida, ¿verdad?

—¿A esto le llamas vida?

—Te empiezas a parecer a Marvin.

—Marvin es el pensador más clarividente que conozco. ¿Tienes idea de cómo lograríamos que se marchara este violinista?

El camarero se acercó.

—Su mesa está dispuesta— anunció.

Visto desde fuera, cosa que nunca sucede, el Restaurante semeja un gigantesco y brillante pez espacial varado en un peñón olvidado. Cada uno de sus brazos alberga los bares, las cocinas, los generadores de energía que protegen su estructura, el deteriorado casco del planeta en que se asienta, y las Turbinas del Tiempo que mecen despacio todo el conjunto hacia detrás y hacia delante en el momento crucial.

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