El Rival Oscuro (2 page)

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Authors: Jude Watson

Era evidente que Qui-Gon no pensaba igual. Y se comportaba como si el hecho de salvarle la vida hubiera sido un simple gesto amistoso, como quien ayuda a arreglar un cierre roto. Su lealtad y dedicación eran recibidos por él con educada aceptación; nada más.

Qui-Gon se volvió ligeramente, y Obi-Wan estudió su perfil. Los temores y preocupaciones del Caballero Jedi llenaron la habitación con la creciente luz. Esa situación había empezado cuando recibió la nota. La había hecho pasar por el saludo de un viejo conocido, pero el muchacho no le creyó.

—Deberías vestirte. Ya es casi la hora de la reunión —dijo de pronto Qui-Gon, sin dejar de mirar por la ventana.

Obi-Wan suspiró mientras apartaba la ligera manta. No había movido ningún músculo, pero él había sabido que estaba despierto. Siempre iba al menos dos pasos por delante de él.

¿Por qué no le contaba lo que pasaba? ¿Se debía al mensaje, o es que se estaba cansando de él? Ansiaba preguntárselo, pero una de las normas más serias de los Jedi era la de no interrogar a un Maestro. La verdad puede tener un gran poder, por lo que se debe sopesar con cuidado la decisión de compartir una verdad. Sólo el Maestro podía decidir si revelarla u ocultarla, en función del bien mayor. Por una vez, se alegró de que hubiera una norma que lo contuviera. Temía la respuesta a sus preguntas.

***

Obi-Wan siguió a Qui-Gon hasta la sala de recepciones del Gobernador. Le sorprendió y animó que el Caballero Jedi lo hubiera invitado a la reunión. Quizá eso significara que reconsideraba la posibilidad de aceptarle como aprendiz.

Esperaba encontrar una estancia lujosa, pero apenas era una sala de piedra desnuda de no ser por un círculo de cojines en el suelo. Bandomeer no podía permitirse el impresionar a sus invitados.

En la sala entró SonTag, Gobernadora de Bandomeer. Llevaba los cabellos plateados cortados en crestas, al estilo meeriano. Su mirada oscura se clavó tranquila en el Jedi. Era pequeña, como todos los meerianos, y Qui-Gon parecía enorme a su lado. La escasa estatura de los meerianos los convertía en grandes mineros.

Levantó ambas manos, con las palmas hacia arriba, al estilo meeriano. Qui-Gon y Obi-Wan imitaron el gesto.

—Se os saluda y se os da la bienvenida —dijo con suavidad.

Señaló a la joven que tenía a su izquierda. El cabello cortado de la mujer más joven también era de un color pálido, y sus ojos plateados se clavaron en ellos desde el otro lado de la sala. Pese a estar inmóvil, su energía personal parecía emitir una vibración a través del aire.

—Ésta es VeerTa. Es la directora de la Mina del Planeta Natal.

Los Jedi saludaron a la mujer de la misma manera. Les habían informado sobre ella. Era una feroz patriota que jugó un papel importante en la formación del Partido del Planeta Natal, cuyo objetivo era replantar los antaño fértiles campos de Bandomeer, además de controlar sus recursos. El primer paso consistía en acabar con la dependencia financiera de las corporaciones extraplanetarias. VeerTa se había asociado con los arconas para poder alcanzar este fin.

SonTag señaló los cojines en los que debían sentarse los Jedi, reclinándose a su vez. Poco a poco, los asientos de SonTag y de VeerTa se elevaron en el aire para que sus ojos pudieran estar a la misma altura que los de Qui-Gon y Obi-Wan.

—He pedido a VeerTa que esté hoy aquí porque vuestra presencia nos tiene muy confusas —empezó a decir SonTag—. Aunque os damos la bienvenida, debemos admitir que vuestra llegada nos sorprende. Sabemos que los Cuerpos Agrícolas han pedido vuestra ayuda, pero nosotras no lo hemos hecho.

Qui-Gon parecía sorprendido.

—El Templo recibió una petición oficial del Gobierno de Bandomeer para que se enviara un Guardián de la Paz. Traigo la documentación conmigo.

—Estoy segura de que es así —repuso con firmeza SonTag—. Pero yo no la envié.

—Esto es muy extraño —murmuró el Jedi.

—A pesar de ello, nos alegra vuestra presencia —dijo VeerTa con voz quebradiza—. Dudamos que la Compañía Minera de Offworld nos permita actuar libremente. Digamos que es conocida la tendencia a desaparecer que tienen los rivales de la corporación.

—Les he visto actuar personalmente —respondió Qui-Gon—. Estoy de acuerdo.

La voz del Jedi era neutra, pero Obi-Wan sabía lo mucho que desaprobaba el Caballero los métodos de esa corporación. Durante el viaje a Bandomeer, el muchacho se había sorprendido por lo abiertamente que la Offworld empleaba la intimidación, la amenaza y la cruda violencia para controlar a sus empleados. El hutt Jemba había privado a un grupo de arconas de la preciosa sustancia que los mantenía con vida. Les ofreció una elección brutal: trabajar para Offworld, o morir. Hasta se rió en sus narices, cuando estaban demasiado débiles para poder moverse.

—Entonces comprenderá que queramos tener un representante Jedi en nuestra primera reunión con Offworld —dijo VeerTa—. Vuestra presencia garantizará el juego limpio por parte de todos.

—Estaré encantado de contribuir en lo que me sea posible —repuso Qui-Gon con una inclinación de cabeza.

La excitación se apoderó de Obi-Wan. Era evidente que esa reunión sería importante. Estaba en juego el futuro de un planeta. Además, dado que el grupo del planeta Natal tenía a los arconas como socios, seguramente volvería a ver a Clat'Ha y Si Treemba, había hecho amistad con ambos en el viaje a Bandomeer. Seguro que Qui-Gon querría que estuviera presente en esa reunión.

—Mi compañero viajará hasta la Zona de Enriquecimiento Occidental —dijo el Caballero Jedi, señalando al muchacho—. ¿Pueden encargarse de que tenga transporte?

Obi-Wan apenas escuchó el asentimiento de SonTag. Una punzada de rabia empezó a insinuarse bajo su frustración. ¡Qui-Gon se encargaba de salvar el planeta mientras él miraba cómo crecían las plantas! Al final acabaría siendo granjero.

Se había aferrado a la esperanza de que las aventuras vividas durante el viaje anularan su misión original. Pero era obvio que él seguía sin creer que pudiera llegar a ser un buen Caballero Jedi. ¡Le enviaría a una granja antes que tomarle como padawan!

Combatió su ira. El Maestro Yoda le había dicho que a veces la ira no tiene que ver con los demás, sino con uno mismo:

—Cerrar la boca y abrir los oídos debes —le había dicho Yoda—. Entonces, lo que busca tu verdadero corazón sabrás.

Bien, pues en ese momento su verdadero corazón quería gritar y desahogar su frustración.

Qui-Gon extendió las manos, con las palmas hacia arriba, y a continuación las puso boca abajo. Era el gesto de despedida de los meerianos. SonTag y VeerTa repitieron el saludo. A nadie parecía importarle lo que hiciera Obi-Wan y, a propósito, no hizo el gesto de despedida.

Esta falta de cortesía era una severa infracción para un pupilo Jedi, pero el Maestro no dijo nada mientras caminaban por los salones de la residencia hasta llegar a la puerta principal.

El aire enfrió las acaloradas mejillas de Obi-Wan cuando el Caballero y él se detuvieron en los escalones. Esperó a que el veterano Jedi le dirigiera una reprimenda. Así podría señalarle que deseaba quedarse en Bandor. Podría argumentar sobre su posición y ofrecerle su ayuda.

—Quienes no parecen fijarse en ti, normalmente se fijan —dijo el Caballero Jedi mirando a la lejanía—. Decidieron no evidenciarlo. O bien tenían mayores preocupaciones en mente. No es razón para ser descortés.

—Pero, yo...

—Veo que tu descortesía nace de la ira —continuó diciendo, con el tono grave y suave habitual en él—. La ignoraré.

Palabras furiosas acudieron a la mente del muchacho.
¿Por qué la mencionas entonces, si has decidido ignorarla?

Qui-Gon miró directamente a Obi-Wan, por primera vez.

—No intervendrás bajo ninguna circunstancia, en cualquier situación relacionada con mi misión, ni actuarás sin hablar antes conmigo.

Obi-Wan asintió.

La mirada de Qui-Gon recorrió las torres mineras de Bandor.

—Las cosas rara vez son lo que parecen —murmuró.

—Por eso quisiera...

—Vamos a empaquetar tus cosas. Debes coger ese transporte.

Echó a caminar con energía, seguido con más lentitud por el joven. Este veía cómo su oportunidad de ser un Caballero Jedi se disolvía en el frío aire gris.

Capítulo 4

Xánatos no fue un estudiante fácil, aunque era muy joven cuando dejó Telos, recordaba que provenía de una familia poderosa en un planeta poderoso. Usó esa influencia para intentar impresionar a los demás estudiantes, la mayoría con un pasado menos privilegiado.

Qui-Gon fue paciente con este defecto, considerándolo un fallo infantil que desaparecería con el tiempo y el aprendizaje. La mayoría de los estudiantes que llegaban al Templo echaban de menos a sus familias y a sus planetas natales. Muchos inventaban historias sobre su pasado o repetían historias oídas en otra parte. Qui-Gon se dijo que Xánatos no era diferente. Y el chico compensaba sus pretensiones con auténtico deseo de aprender y con una excelente aptitud para las habilidades Jedi. Cuando llegó el momento, Qui-Gon eligió a Xánatos como su aprendiz padawan.

***

Qui-Gon dio un paseo tras ver alejarse a Obi-Wan en su transporte. Su mente se concentró en la reunión que habían tenido. ¿Quién había podido falsificar una petición de intervención Jedi en los asuntos de Bandomeer? Si fue Xánatos, ¿con qué motivo? ¿Había conducido a Qui-Gon a una trampa?

Meditó en estas preguntas, pero sin encontrarles respuesta. Y no podía decirle a SonTag que les sería de poca ayuda por culpa de una misteriosa figura de su pasado que le tenía rencor. Sólo podía seguir adelante. La misión en Bandomeer era auténtica: SonTag y VeerTa necesitaban ayuda.

Éstas le enviaron un mensaje notificándole que la reunión tendría lugar en la Mina del Planeta Natal. Qui-Gon salió de su aposento cuando llegó la hora, y se encontró con SonTag en el vestíbulo.

—Me alegro de haberle alcanzado —dijo ella—. Hemos cambiado el lugar del encuentro. Pensé que era preferible que los dos bandos se encontraran en un lugar neutral. Quizá todo el mundo sea más educado si le damos un tono oficial a los procedimientos. —Y con una sonrisa añadió—: Al menos, eso espero.

—Esperemos que así sea —repuso Qui-Gon, acortando su larga zancada para acompasar su paso al de SonTag.

VeerTa les esperaba en la sala de recepciones. Llevaba el unitraje gris azulado de los mineros, además de una mirada de impaciencia.

—Este encuentro es una pérdida de tiempo —dijo bruscamente—. Offworld hará bonitas promesas y después las romperá.

—Yo estoy aquí para asegurarme de que no las rompan —respondió el Jedi.

Le gustaba la enérgica VeerTa y esperaba que el encuentro tuviera éxito, por su bien. Y por el bien de Bandomeer.

La puerta se abrió y entró Clat'Ha, la gerente humana de la Corporación Minera Arcona. Qui-Gon la saludó con una inclinación de cabeza. Ella le devolvió el saludo, y sus vívidos ojos verdes le dedicaron una mirada llena de calidez. Habían sido aliados a bordo de la nave que se dirigía hacia Bandomeer; esperaba que pudieran seguir siéndolo aquí.

Esperaron varios minutos, pero el representante de Offworld no se presentó. El hutt Jemba había sido asesinado durante el viaje y nadie sabía quién podía ser el nuevo representante de la compañía. La estructura jerárquica de Offworld estaba envuelta en el misterio. Ni siquiera se sabía quién era el dueño.

Finalmente, una molesta SonTag hizo un gesto en dirección a los cojines.

—Empecemos ya la reunión. Si lo que intentan hacer es intimidarnos, no pienso seguirles el juego.

Todo el mundo tomó asiento. Los asientos hicieron los ajustes de talla para que todo el mundo estuviera a la misma altura. Clat'Ha y VeerTa empezaron por informar a SonTag de los progresos en la mina. Qui-Gon escuchó sus palabras, pero distraído por algo más importante. Había una alteración en la Fuerza. Se concentró en la alteración, inseguro de lo que podía significar. Las oscuras ondas eran una advertencia, pero ¿de qué?

De pronto, la puerta se abrió de par en par. Un joven se detuvo en el umbral. Su brillante capa negra estaba bordeada con un azul tan oscuro que era casi negro. Una cicatriz que asemejaba un círculo roto le marcaba la mejilla.

Qui-Gon miró al intruso a los ojos. El momento se dilató. Y entonces, para sorpresa del Jedi, Xánatos sonrió con alegría.

—¡Viejo amigo! Así que has venido. Apenas me atrevía a esperarlo.

Xánatos avanzó hacia delante, apuesto y enérgico. Los cabellos negros le caían sobre los hombros y sus oscuros ojos azules armonizaban con el reborde de su capa. Le dedicó a SonTag un gesto meeriano de saludo e hizo una reverencia.

—Gobernadora, debo disculparme por mi demora. Mi transporte se ha visto retrasado por una tormenta de iones. Nada me era más importante que llegar aquí a tiempo. Soy Xánatos, el representante de Offworld.

—Veo que ya conoce a Qui-Gon —repuso SonTag saludándole con las palmas de las manos hacia arriba.

—Sí. He tenido esa fortuna. Pero hace muchos años que no le veo.

Xánatos se volvió hacia Qui-Gon e hizo una reverencia. El Jedi notó que no había burla en la reverencia. Sólo respeto. Aun así no confiaba.

—Recibí tu mensaje a mi llegada —dijo con voz neutral.

—Sí, me dijeron que te habían enviado de Coruscant. Y, al ser nombrado representante de Offworld, supe que nos encontraríamos. Nada me dio más satisfacción.

Qui-Gon estudió al joven. Cada palabra suya vibraba con sinceridad. ¿Qué estaba pasando?

—Veo que desconfías de mí —repuso Xánatos; y sus ojos azul medianoche miraron fijamente a su antiguo mentor—. Tu sentido de la precaución no ha cambiado con los años. Pero seguro que hubo aprendices que dejaron el camino de los Jedi sin merecer tu desconfianza.

—Todos los aprendices son libres de marcharse cuando quieren. Y lo sabes —dijo Qui-Gon con calma—. No hay desconfianza si se van de forma honorable.

—Por eso me fui. Era lo mejor para mí, y para los Jedi —dijo Xánatos reposadamente—. No conseguí hacerme a esa vida. Pero no siento ni un asomo de pesar por ello. No estaba hecho para llevar la vida de un Jedi. —De pronto, dedicó una sonrisa a las tres mujeres—. Valoro mi entrenamiento como Jedi, pero éste no me preparó para la impresión que recibí al dejar el Templo. Debo confesar que me descarrié unos cuantos años. Fue en esa época cuando me vio Qui-Gon por última vez.

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