El Rival Oscuro (5 page)

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Authors: Jude Watson

Pero, para su sorpresa, Xánatos sacó un sable láser y cargó contra los guardias. Sólo los Jedi llevaban esas armas. Los guardias sacaron sus pistolas láser, y Obi-Wan no tuvo elección. Conectó su sable láser en un abrir y cerrar de ojos y se unió al combate.

Al enarbolar el arma, sintió su reconfortante peso en la mano y despojó a un guardia de su pistola. Sabía que Qui-Gon no quería que matase guardias de Offworld. Era algo que sólo empeoraría la mala situación de Bandor. Por tanto, luchó a la defensiva mientras Xánatos lo hacía atacando, girando en el aire para propinar incinerantes golpes. Pero también él parecía reticente a dar un golpe de muerte.

Xánatos debía tener muy olvidado su entrenamiento Jedi, pues dejó que lo arrinconaran en una esquina. Los guardias avanzaron hacia él con las pistolas láser preparadas. Obi-Wan saltó a lo alto de un montón de cajas y se lanzó contra el grupo, con el arma y los brazos extendidos. Dos guardias cayeron disparando, y sintió un dolor lacerante en el hombro. A pesar de ello, consiguió desarmar a un tercero.

Este sacó de pronto un electropunzón. Apuntó a Xánatos con él, mientras Obi-Wan corría para detenerlo. Pudo desviarlo con su sable láser, para recibir él mismo en las costillas el doloroso golpe del arma. Un dolor cegador le recorrió el cuerpo. Aturdido, intentó recurrir a la Fuerza, pero alguien le golpeó por la espalda. Su visión se tornó gris y borrosa, y cayó de rodillas.

Lo último que recordó fue el sonido del golpe al caer al suelo.

Capítulo 9

Qui-Gon se dio cuenta de su error. Había estado ciego a los defectos de Xánatos. Consentía al chico. Lo aceptaba sin ver. Era un fracaso como Maestro, pues confiaba demasiado en su aprendiz. Había dejado que su orgullo le cegara ante lo que debía haber visto desde el principio.

***

Tras un tiempo de reflexión, Qui-Gon decidió preguntar a SonTag y VeerTa si habían visto una caja como la descrita por Obi-Wan. Las dos habían visitado muchas veces las Zonas de Enriquecimiento de los Cuerpos Agrícolas. Quizá había una explicación muy sencilla a lo que había encontrado Obi-Wan.

Qui-Gon describió la caja y VeerTa asintió.

—He visto una caja así.

—Yo también —repuso SonTag, pensativa—. En la Zona de Enriquecimiento del oeste. He estado allí hace poco.

—Yo creo que vi una en la Zona del norte. Estaba con otras cajas de equipo. Contendrá instrumental de los Cuerpos Agrícolas.

Era justo la respuesta que esperaba Qui-Gon. La caja no debía ser importante. Estaba a simple vista en otras zonas.

¿Por qué estaba preocupado, entonces?

Quizá porque estaba junto a equipo minero de Olfworld. Sentía curiosidad por la posición que tenía Xánatos en la Corporación. Su antiguo aprendiz había sido extrañamente discreto al respecto. Si tenía un cargo importante, ¿acaso no habría presumido de su título?

Qui-Gon examinó los registros de la compañía. No pudo encontrar ninguna mención al nombre de Xánatos. ¿Qué significaba eso? O bien había mentido sobre su implicación, o bien su posición dentro de la compañía era secreta. Pero, ¿por qué?

Pulsó unas cuantas teclas más. El dueño de la compañía era anónimo, pero encontró un listado de los miembros del comité directivo. Reconoció la mayoría de los nombres, eran gobernantes de mundos que estaban prácticamente controlados por Offworld. Testaferros todos.

No había conseguido nada... todavía. Pero tenía una idea de dónde buscar.

Iba siendo hora de hacer una visita a las oficinas de Offworld.

***

La compañía no había intentado adornar su sucursal de Bandomeer. El edificio era un bloque negro y sin ventanas que recordaba las duras minas que lo rodeaban.

Qui-Gon entró en el vestíbulo central de paredes empedradas con azurita. Ese mineral era la única decoración. Un guardia de seguridad hutt se sentaba ante un cubo negro que hacía las veces de mesa. Su cuerpo rodaba fuera de los bordes de la tabla. Enfocó en el Jedi sus ojos muertos.

—Vengo a ver a Xánatos —dijo Qui-Gon.

—Fuera, desdichado —replicó, aburrido, el hutt—. Acude a tu supervisor inmediato con tus viles quejas. De todos modos, aquí no hay nadie. Xánatos está inspeccionando el cuadrante de la mina del norte.

El hutt sacó una pistola láser. Viva la hospitalidad corporativa. El Caballero Jedi no movió ni un músculo. Se concentró en la grasienta mente del hutt, extrayendo energía de la Fuerza.

—Quizá debería esperar en su despacho privado.

—Usted debería esperar en su despacho privado —repitió el hutt en tono monocorde—. Tome el ascensor privado hasta el Horizonte Treinta.

—Deberían anularse los controles de seguridad.

—Todos los controles de seguridad serán anulados.

Qui-Gon entró en el ascensor con el cartel de PRIVADO. Sólo había un indicador para el Horizonte Treinta. El ascensor llegó al piso en segundos. El pasajero salió de él para encontrarse en una zona de recepción. Los asientos eran de piedra. La mesa cúbica estaba vacía.

No había ninguna puerta que condujese a otra sala; sólo una pared lisa y blanca.

Una pared blanca...

Poso la mano contra la pared. Al apartarla, vio una fluctuación momentánea que la hacía transparente.

La descripción de Obi-Wan estaba fresca en la memoria de Qui-Gon. Había leído sobre los avances tecnológicos de Telos, el planeta natal de Xánatos. Últimamente habían conseguido cubrir el acero transparente con una capa especial que lo volvía opaco. La pared recuperaba su transparencia normal con un impulso termoeléctrico.

Presionó la pared con todo su cuerpo y aquélla se volvió transparente. Podía ver la oficina que había al otro lado. Pero, ¿dónde estaba la puerta?

Qui-Gon invocó a la Fuerza y la sintió desplazarse en su interior como una oleada. La pared entera se tornó transparente. La puerta oculta se abrió. El muro volvió a hacerse opaco en cuanto estuvo dentro.

Es un sistema ingenioso
, pensó mientras caminaba hacia el enorme escritorio de piedra. Xánatos podía controlar la transparencia de la zona de recepción, ver el interior de su despacho antes de entrar en él. Si un intruso conseguía superar los controles de seguridad, sería incapaz de esconderse en el despacho.

Qué propio de Xánatos. Algo que oculta a la vez que descubre. Había olvidado lo hábil que era su aprendiz con los secretos. Te revelaba algo, haciéndote creer que lo había contado todo. Pero lo que decía siempre era banal, y le servía para mantener ocultos sus mayores secretos.

El único mobiliario del despacho era la mesa de piedra. Qui-Gon apretó un botón, y de su superficie brotó un datapad. Entró en el sistema de archivos. Era holográfico, como sospechaba.

Los archivos aparecieron ante él. Repasó el directorio. No estaba seguro de lo que buscaba. Había un archivo sobre la Mina del Planeta Natal, y lo abrió. No encontró nada importante, sólo contenía un listado del dinero y los androides prestados a raíz de la explosión. Lo cerró.

Entonces vio un directorio sin nombre. Un icono flotaba donde debía estar la etiqueta. Dos círculos rotos superpuestos el uno al otro. Al Jedi se le aceleró el corazón. Los dos círculos rotos podían leerse también como letras: C y O.

Compañía de Offworld.

Qui-Gon accedió al directorio, pero apareció una luz roja de aviso.

—Contraseña, por favor —dijo una voz.

Qui-Gon titubeó. Conociendo a Xánatos, sólo tenía una posibilidad de acertar. Y seguro que Xánatos habría preparado el holograma para avisarle si alguien intentaba acceder a él.

Era un riesgo. Pero tenía que asumirlo.

—Crion —dijo, usando el nombre del padre de Xánatos.

El directorio se abrió, y repasó la lista de archivos. Para su pesar, todos estaban escritos en clave. Nunca tendría tiempo de descifrarla. Y Xánatos sabría que había estado allí, si copiaba un documento.

Pero, de todos modos, había conseguido lo que buscaba. Qui-Gon cerró pensativo el sistema de archivos. Los dos círculos rotos formaban las iniciales de la Compañía de Offworld. Puede que otros considerasen esto una coincidencia, pero él sabía que nada era casual con Xánatos. Sus instintos le decían que había encontrado a la persona que controlaba Offworld. Quizá hasta a su fundador. ¿Por qué querría mantenerlo en secreto?
Para poder actuar con más facilidad
, se dijo. Xánatos siempre había actuado de forma furtiva y con estratagemas para poder alcanzar sus objetivos. La cuestión era: ¿qué quería Xánatos?

Capítulo 10

Qui-Gon estaba seguro de que Xánatos estaba listo. Había pasado años con el chico, viendo cómo se convertía en un hombre. Su dominio del sable láser no tenía rival en su clase. Su habilidad para enfocar la Fuerza rivalizaba con la de su Maestro. Pasó las pruebas preliminares con una puntuación casi perfecta. Qui-Gon estaba listo para darle la bienvenida como Caballero Jedi. Fue un momento que le llenó de orgullo.

Pero Yoda no estaba seguro. Yoda dijo que aún se necesitaba una última prueba.

***

El holograma de Yoda se alzó ante Qui-Gon. La transmisión era clara. Sus pesados párpados pestañearon lentamente, haciéndole parecer aburrido, pero sus largas orejas se movieron. Qui-Gon había aprendido a reconocer eso como una señal de sorpresa en el Maestro.

—Así que Xánatos gran maldad podría planear, dices —dijo Yoda—. Que hayas descubierto esto, Qui-Gon, bueno es. Pero momento para actuar no es.

—Creo que planea apoderarse de Bandomeer. Este planeta carece de medios para combatirlo. Hay que impedirlo antes de que suceda.

—Pero, la seguridad tu preocupación es, ¿verdad? Moverte despacio exige. Pruebas de un plan no tienes. Leer los archivos no pudiste.

—Puedo leerle a él. A Xánatos.

—Ah, ¿tan seguro estás? Seguro de él siempre estuviste.

Qui-Gon guardó silencio. El Maestro le había reprendido a su manera. Sí, había estado seguro de Xánatos. Lo había defendido contra todas las amables advertencias que le había hecho Yoda. Nunca era inteligente rechazar sus consejos.

—Usar las tácticas de Xánatos en su contra debes. Él contigo juega. Seguirle el juego tienes. Darle oportunidad de equivocarse debes. Un error cometerá. Todo consiste en esperar.

—Sí. Ya veo el camino.

Qui-Gon se dispuso a cortar la comunicación, pero Yoda contuvo su mano.

—Una última cosa decir debo. Una pregunta es. ¿Por qué a Obi-Wan en la oscuridad has dejado? Nada sabe de esto, creo. Pero, aunque en diferente lugar, el mismo rastro que tú, sigue él.

—Es verdad. Pero aún no hay necesidad de que lo sepa. Eso le haría correr riesgos, y lo estoy manteniendo apartado del peligro.

—El aprendiz el peligro acepta cuando el Maestro acepta al aprendiz.

—Olvidas que yo no acepté a Obi-Wan —dijo Qui-Gon con frialdad—. No es mi aprendiz. Sólo estamos juntos en un planeta. Hay una diferencia.

Yoda asintió lentamente.

—La confianza diferencia es. Más fácil que el futuro cambiar el pasado es.

—Eso es ilógico —contestó el caballero irritado—. No se puede cambiar el pasado.

—Sí, lógico no es. ¿Por qué, entonces, hacerlo piensas?

Mientras seguía negando con la cabeza, Yoda cortó la comunicación.

Qui-Gon se detuvo ante la ventana y miró hacia el este, más allá de Bandor. Yoda le había forzado a cuestionarse sus motivaciones, como siempre. ¿Por qué había rechazado los esfuerzos de Obi-Wan por ayudarle? ¿Y si al no prevenirle contra Xánatos le había metido en un peligro mayor?

Se había equivocado. Aunque a veces tardaba demasiado tiempo en llegar a esta conclusión, siempre actuaba con rapidez cuando lo hacía.

Activó el intercomunicador y envió un mensaje a Obi-Wan. Normalmente, el muchacho respondía de inmediato. Empezó a preocuparse una vez transcurridos diez minutos. Envió un mensaje a Si Treemba. No obtuvo respuesta. Cerró los ojos, llamando a la Fuerza, y entonces lo sintió. Algo oscuro, un vacío. Obi-Wan estaba en peligro.

Alguien llamó a su puerta. Corrió a abrir, sabiendo de antemano que serían malas noticias.

En el umbral estaba Clat'Ha. Tenía revuelto el liso cabello pelirrojo, y había preocupación en sus ojos verdes.

—Si Treemba acaba de llamarme con noticias —dijo—. Obi-Wan ha desaparecido.

Capítulo 11

Tenía los ojos cerrados, y podía oír el fragor del mar. ¿O era el latir del corazón en sus sienes? Obi-Wan abrió los ojos con precaución. Se encontraba en un cuarto estrecho y alargado, de techo bajo, y rodeado de filas y filas de literas para dormir. La ropa de cama estaba enrollada al pie de cada litera. Estaba solo. No tenía el sable láser ni el intercomunicador.

Tenía el hombro y las costillas vendados y algo le rodeaba el cuello. Lo recorrió con los dedos. Era un collar. Lo notaba liso, sin cierres aparentes que le permitieran quitárselo. Zumbaba bajo la yema de sus dedos. Podía ser algún aparato curativo.

Levantó la cabeza y un dolor agudo le hizo soltar el aliento en un siseo. Respiró lentamente, calmando su mente, tal y como le habían enseñado. Aceptó el dolor. Le dio la bienvenida como si fuera un amigo que le informaba de que su cuerpo estaba herido. Le agradeció que le alertara y concentró su voluntad en curarse.

Uno o dos instantes después, el dolor aminoraba ligeramente, lo bastante como para permitirle incorporarse. Encima de él había una ventana estrecha. Se balanceó en la plataforma de dormir y se puso de puntillas para poder mirar por ella.

La desesperación le invadió. Ante él se extendía un enorme mar gris que se prolongaba por kilómetros. No había rastros de tierra. Ni de barcos. El mar sólo se veía interrumpido por la enorme plataforma en la que se encontraba.

Enseguida supo dónde se hallaba: en el gran mar de Bandomeer que cubría la mitad del planeta. Debía estar en alguna plataforma minera de alta mar. Las instalaciones mineras sólo se mencionaban en susurros. Eran lugares duros y peligrosos donde pocos trabajadores lograban sobrevivir.

—Así que ya has despertado.

Obi-Wan se volvió, sorprendido. En el umbral de la puerta había una criatura alta y de semblante triste. Tenía la piel oscura, pero parecía estar pelándose en parches blancos. Dos círculos blancos le rodeaban los ojos. Tenía brazos gomosos y extraordinariamente largos que le colgaban hasta por debajo de las rodillas.

—¿Cómo te encuentras? Me tenías preocupado —comentó, pero soltó una risita antes de que Obi-Wan pudiera responderle—. ¡Qué va! ¡Es mentira!

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