El Rival Oscuro (8 page)

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Authors: Jude Watson

Qui-Gon apretó el acelerador, pero ya iba a la máxima velocidad. Desesperado, se dio cuenta de que estaba demasiado lejos. Su única esperanza era que Obi-Wan sobreviviera a la caída y que pudiera recogerlo.

Navegó por el liso mar, acercándose más y más. El muchacho estaba ya en el mismo borde. El corazón del Caballero Jedi se encogió de dolor. ¡Perderle de ese modo! Nunca podría perdonárselo.

Pero un movimiento en un nivel inferior llamó su atención a medida que se acercaba. Alguien había improvisado una especie de hamaca con una lona de carbono. Estaba atando los extremos a los puntales que sostenían la plataforma principal. Mientras miraba, dos brazos largos y flexibles posicionaron el parapeto en el aire.

Obi-Wan cayó, mientras Qui-Gon lo observaba por los electrobinoculares. El rostro del muchacho estaba tenso pero mantenía una cierta tranquilidad, libre de terror. Parecía decidido a luchar hasta el final, pero también dispuesto a aceptar la muerte si le llegaba.

Era un Jedi.

Entonces Obi-Wan vio la lona debajo. Qui-Gon notó en la distancia las ondas que causaba su discípulo en la Fuerza. Se concentró a su vez, deseando que el cuerpo de Obi-Wan se retorciera en el aire hacia el parapeto.

El joven Kenobi pareció agarrarse al aire, empujarse hacia la izquierda y romper su caída. Cayó en medio de la tela. Un segundo después, los largos brazos volvían a extenderse para poner al muchacho a salvo.

Qui-Gon ya casi estaba en la plataforma. Escuchó los gritos furiosos de los guardias que se dieron cuenta de lo sucedido. Se alejaron corriendo, en dirección al ascensor que les llevaría al nivel inferior.

El Caballero Jedi frenó su nave, balanceándose sobre el mar mientras amarraba una cuerda de carbono a uno de los puntales. A continuación lanzó otra cuerda a la cubierta por la que había desaparecido Obi-Wan. Tiró de ella para probar si estaba segura, y empezó a trepar.

Obi-Wan corría por el lugar en compañía de la criatura de largos brazos. Se detuvo de pronto, como si Qui-Gon le hubiera llamado, aunque éste no había enviado ningún mensaje. Se volvió para verlo aparecer salvando la barandilla de un salto.

—Esperaba que vinieras —dijo.

—Casi llego demasiado tarde. Corre.

—Este es Guerra —dijo Obi-Wan señalando a su salvador.

—Que se venga. Los guardias están en camino. Se han dado cuenta de lo que ha pasado.

Las manos de Guerra volaron a su collar.

—Yo no puedo irme. Y tampoco tú, Obawan.

—Es un electrocollar. Estallará si nos vamos —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon asintió. Concentró la Fuerza en el discípulo Jedi. Envió energía neutralizadora al transmisor.

—Ya no siento el zumbido —exclamó el joven Kenobi tocándose el collar.

—Habrá que buscar en tierra firme un modo de quitártelo —repuso el Jedi.

—Allí es donde se emite la señal transmisora —explicó Guerra—. El transmisor lo tienen los guardias de seguridad de los muelles de carga de Bandor.

Qui-Gon concentró la Fuerza en el collar de Guerra, pero tuvo que girarse bruscamente. La puerta del ascensor se abrió detrás de él. Una descarga láser zumbó junto a su oreja.

—Necesitarás esto —repuso, lanzando a Obi-Wan su sable láser.

Los dos sables zumbaron al unísono cuando se volvieron para enfrentarse a los guardias. Los cuatro imbat titubearon. Nunca habían visto armas semejantes. Pero atacaron de todos modos, enfurecidos por la evasión de Obi-Wan.

Qui-Gon pasó hasta la barandilla, se impulsó en ella para dar una voltereta en el aire y aterrizar detrás de los hombres armados. Obi-Wan cargó por el frente. Se movían al unísono, de forma grácil y elegante, avanzando, retrocediendo y obligando a los guardias a retroceder hasta el ascensor, bloqueando con facilidad sus disparos láser.

—¡Vienen más guardias, Obawan! —gritó Guerra.

Por la escalera situada en el otro extremo de la plataforma llegaban más guardias, disparando mientras corrían.

—Es hora de irse —dijo el Caballero Jedi.

Acertado por un disparo láser, Guerra se derrumbó con un grito. Alzó la mirada hacia Obi-Wan.

—Sólo es un rasguño. Idos. Yo los contendré por vosotros.

Obi-Wan le puso una pistola láser en la mano.

—No, vete tú. Sube por la escalera y escóndete. Dentro de una hora, tu collar quedará desactivado para siempre. Confía en mí.

—No... confío... en... nadie —dijo suavemente, con una débil sonrisa.

Pero se las arregló para cojear hasta las escaleras, mientras Obi-Wan y Qui-Gon rechazaban el fuego. Una vez en ellas se volvió para hablarles.

—¡Qué va, Obawan! Confío en ti.

Obi-Wan saltó por encima de los guardias caídos, salvó la barandilla y saltó hasta la cuerda. Se deslizó por ella y aterrizó en la hidronave.

Qui-Gon le siguió. Puso en marcha el motor, y se internaron en el mar con los disparos láser lloviendo sobre sus cabezas.

Capítulo 15

En cuanto estuvieron fuera del alcance de los láseres, Qui-Gon puso rumbo a Bandor. Obi-Wan iba sentado a su lado, mirando al frente. No sabía qué preguntar primero.

—Dijiste que esperabas que yo llegara —comentó con voz calmada el Caballero Jedi—. No lo sabías, lo esperabas.

Obi-Wan guardó silencio por un momento.

—Necesito saber lo de Xánatos —dijo por fin—. Me dijo que le traicionaste. Que fue tu aprendiz y confiaba en ti.

—¿Le creíste?

El muchacho calló un instante. El viento le apartaba los cabellos del rostro.

—No creo que traicionaras a un padawan. Pero no comprendo por qué te odia tanto. ¿Qué motivos tiene, Qui-Gon? ¿Acaso Xánatos me encerró en la plataforma minera sólo para poder llegar hasta ti?

El Maestro Jedi asintió con gesto hosco.

—Sí, eso creo. Ya va siendo hora de que te hable de él. Debí contártelo antes.

La niebla había empezado a levantarse en el mar. Obi-Wan podía saborear las gotas suspendidas en el aire. El color gris le rodeaba como en un círculo giratorio, una niebla gris plateada por arriba, y el gris apagado del mar por abajo. Las palabras de Qui-Gon parecían llegarle desde un pasado tan nublado como todo lo que les rodeaba.

—Todos los aprendices Jedi aportan algo único al Templo. Y Xánatos destacó incluso a muy pronta edad. Tenía una inteligencia aguda, rápida y ágil. Era un líder. Me pareció el chico más prometedor que había pisado el Templo en muchos años. También a Yoda.

Hizo una pausa, y corrigió ligeramente el rumbo de la nave.

—Pero Yoda tenía dudas. A medida que Xánatos crecía y yo lo aceptaba como mi aprendiz, me fueron molestando los titubeos de Yoda. Creí que el Maestro cuestionaba mi buen juicio. Por supuesto, a quien cuestionaba era al chico. Veía en él algo que yo no veía. Me alegré cuando Yoda sugirió una última misión. Creí que por fin podría demostrarle que yo tenía razón. Xánatos probaría su valía, demostraría lo que yo había visto en él desde el principio.

Qui-Gon se volvió para mirar a Obi-Wan.

—Ves cuál fue mi error.

No era una pregunta.

—Creo que sí —asintió Obi-Wan—. Lo que tú probarías. Lo que tú querías.

—Por tanto la prueba también era para mí. Eso no lo supe entonces. Me dejé dominar por mi ego y por mi orgullo. Por mi necesidad de tener razón. Es importante que tú sepas esto, Obi-Wan. Incluso un Caballero Jedi es un ser vivo más, con los mismos defectos que cualquiera.

—No somos santos, sino buscadores —dijo el muchacho, repitiendo un dicho Jedi.

—Yoda nos envió a Telos, planeta natal de Xánatos. Hacía muchos años que él no veía a su padre Crion. Éste había aumentado su poder durante ese tiempo. Telos es conocido por sus investigaciones científicas, y sus técnicos son brillantes innovadores. Crion usó esos descubrimientos para enriquecer el planeta, enriquecerse a sí mismo. Aprovechó su poder para dirigir el planeta como gobernador. Pero gobernaba solo, sin depender de consejeros o de un senado. Xánatos se dio cuenta de lo poderoso que era su padre. De la vida de lujo que llevaba. De que todas las riquezas de la galaxia estaban al alcance de su mano. Xánatos vio esto, y la ambición creció en él. Y la rabia. Vio que al llevárnosle con nosotros le habíamos privado de otro tipo de poder. Que yo le había privado de él. Y odió a los Jedi por ello.

Qui-Gon contempló la niebla que los rodeaba.

—Cuando elegimos esta vida, renunciamos a muchas cosas, Obi-Wan. Estamos destinados a no tener hogar, ni un poder mensurable. Xánatos tenía todo eso a su alcance. Crion vio que su hijo flaqueaba. Con el tiempo, había llegado a lamentar su decisión de dejar marchar a Xánatos. Era un hombre anciano que había alejado de su lado a todos sus amigos, a todos sus aliados. Así que pidió a Xánatos que se uniera a él en sus planes. Me di cuenta de que Yoda había presentido que esto podía pasar, y que ésa sería su última prueba.

El Caballero Jedi suspiró.

—No dudé de la sabiduría de Yoda. Hice lo que sabía que debía hacer. Me quedé al margen. No intenté guiar a Xánatos. Él estaba preparado para elegir por sí solo.

—Y tomó la decisión equivocada —dijo Obi-Wan con suavidad.

—Crion se había vuelto tan ambicioso como suele pasarle a los poderosos. Planeaba iniciar una guerra contra un planeta vecino. No le bastaba sólo con las investigaciones. Telos sería mucho más poderoso de tener acceso a los recursos, los minerales y las fábricas. El tratado entre los dos mundos se ampliaba automáticamente cada diez años. Aquel año, Crion solicitó una renegociación. Más tarde descubrí que era un truco, una forma de conseguir un retraso mientras equipaba un ejército. Yo debía supervisar las negociaciones. Xánatos saboteó deliberadamente la primera reunión, siguiendo las órdenes de su padre. Querían enfurecer a la población de Telos. Pero yo sabía lo que pasaba y conté al pueblo de Telos todo lo que sabía. La gente se rebeló contra Crion, pero éste no se rindió. Xánatos le convenció para luchar. Contrataron un ejército para acabar con la rebelión y así poder permanecer en el poder. Estalló una guerra civil. De pronto, el pueblo estaba muriendo. Yo había perdido el control de la situación. Y todo por no haber visto con claridad de lo que era capaz Xánatos.

Qui-Gon agarró con fuerza los controles de la nave.

—Xánatos encabezaba el ejército. La última batalla se libró en los aposentos del Gobernador. Crion fue asesinado.

Hizo una pausa, su expresión era hosca, y cuando le habló lo hizo con solemnidad.

—Lo maté yo. Le di el golpe de gracia delante de su hijo. Mi sable láser cortó el anillo del dedo de Crion. Mientras él yacía moribundo, Xánatos cogió el anillo del fuego al que había caído y presionó el metal caliente contra su mejilla. Todavía puedo oír el sonido de su carne quemándose. Aún se le nota la cicatriz.

—Un círculo roto —dijo Obi-Wan.

Qui-Gon se volvió para mirar al muchacho. Tenía una expresión de desolación, endurecida por los recuerdos.

—Dijo que la cicatriz le recordaría siempre lo que yo le había quitado. La forma en que le había traicionado. El hecho de que hubieran muerto miles de personas por la avaricia de su padre era algo que no significaba nada para él. Y todas esas muertes lo significaban todo para mí.

—¿Qué pasó? —preguntó Obi-Wan.

—Desenvainó el sable láser contra mí —dijo, desviando otra vez la mirada para centrarla en el pasado—. Luchamos hasta el agotamiento. Al final le arranqué el sable láser de la mano y me paré ante él. Pero no pude darle el golpe definitivo. Xánatos se rió de mí, y salió corriendo. Registré todo Telos en su busca, pero había robado un transporte, llevándose las riquezas del planeta y escapando al espacio. Desapareció sin dejar rastro... hasta ahora.

Capítulo 16

Qui-Gon miró los controles. —Nos acercamos al puerto de Bandor.

—Tenemos que conseguir el transmisor. Se lo prometí a Guerra —repuso Obi-Wan.

El Caballero Jedi asintió y se dirigió hacia el muelle de carga de Offworld. Amarraron la hidronave y se dirigieron a la oficina de seguridad de la Compañía.

—¿Tienes algún plan? —preguntó Obi-Wan.

—No hay tiempo para planes —contestó el Maestro Jedi, abriendo la puerta de una patada.

Tres guardias imbat alzaron la mirada sorprendidos. El sable láser silbó en el aire antes de que pudieran coger las pistolas láser. Las tres pistolas resonaron en el suelo mientras los guardias se cogían las muñecas y aullaban de dolor.

—Los transmisores, por favor —pidió amablemente Qui-Gon.

Cuando titubearon, descargó con gesto casual el sable láser contra la terminal energética. Esta siseó y se derrumbó en un montón de metal fundido.

Los tres guardias intercambiaron miradas asustadas. A continuación arrojaron los transmisores y salieron corriendo por la puerta.

—Qué agradable es cuando resulta tan fácil —comentó el Jedi.

Se agachó y recogió los tres transmisores. Volvió al muelle y arrojó dos al mar. A continuación apretó el botón del tercero.

—Guerra es libre. Ahora veamos si podemos quitarte ese collar.

Qui-Gon pasó sus grandes manos por el collar del muchacho, buscando un cierre o una rendija. No pudo romperlo, ni arrancarlo. Graduó el sable láser a baja potencia e intentó cortarlo, pero no le fue posible.

—Necesitaría ponerlo a máxima potencia, pero te heriría de ese modo.

—O me cortarías la cabeza —comentó alegremente Obi-Wan.

—Habrá que buscar el modo de quitártelo en Bandor —repuso el Caballero con una breve sonrisa, antes de lanzarle el transmisor al muchacho—. Será mejor que guardes esto hasta que te lo quitemos.

—¿Y ahora qué? —preguntó el joven Kenobi, introduciendo el aparato en un bolsillo interior de la túnica.

—Xánatos —dijo. El nombre sonaba en sus labios como una maldición—. Debemos volver a Bandor.

Qui-Gon subió al asiento del conductor de un deslizador de seguridad de Offworld. Puso en marcha el vehículo, y Obi-Wan subió a bordo. El vehículo rugió en dirección a la ciudad que se alzaba en la lejanía.

El cielo gris era oscuro y pesado, y las torres mineras se recortaban contra él como si fueran telas de araña, creciendo de tamaño a medida que se acercaban a Bandor. Al llegar a las afueras de la ciudad, Obi-Wan vio una mota en el horizonte.

—Alguien viene hacia aquí —dijo.

Qui-Gon asintió. Lo había visto. Obi-Wan sintió algo oscuro en la Fuerza. Miró a su Maestro.

—Yo también lo siento —murmuró éste.

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