El sacrificio final (25 page)

Read El sacrificio final Online

Authors: Clayton Emery

Tags: #Fantástico, Aventuras

Las discusiones volaban por los aires dentro del colegio con tanta violencia como lo hacían las piedras en el exterior. El plan daría resultado. No funcionaría. Tenía que funcionar, o todos morirían. Pero morirían de todas maneras. El casco puede controlar a los Hermanos. No a menos que alguien se lo ponga, ¿y quién está dispuesto a correr ese riesgo? No sólo puede controlar a los hechiceros, sino que también puede detenerlos por completo. ¿Quién se sometería a la prueba? Nadie, y ya era demasiado tarde. No si escondemos el plan, si lo enterramos en las profundidades. Pero no había tiempo. Los muros ardieron por dentro y por fuera. La sangre burbujeó y se ennegreció, y empezó a brotar por las aspilleras.

Era demasiado tarde, y las bolas de fuego ya casi estaban allí...

Mangas Verdes gritó y se levantó del tocón, tapándose los ojos y los oídos mientras suplicaba clemencia.

Y entonces la visión cesó, y el silencio fue ensordecedor.

Su frente sudorosa conoció un repentino frescor.

Kwam estaba inclinado encima de ella con el casco de piedra en las manos después de habérselo arrancado de la cabeza. Kwam dejó el casco a un lado y la tomó delicadamente de los hombros, y después la contempló con sus profundos ojos marrones llenos de preocupación y temor.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, sí —jadeó Mangas Verdes.

Estaba empapada en sudor desde la cabeza hasta los pies, le temblaban las manos y su corazón palpitaba tan desenfrenadamente como si acabara de correr diez kilómetros. La brisa cargada de lluvia que entraba por la puerta abierta de la cabaña pareció helarla hasta la médula de los huesos, y la joven druida se estremeció.

—Sí, sí —dijo mientras le cogía la mano a Kwam en busca de consuelo y seguridad—. Creo que conozco... el secreto.

—¿Qué secreto? —balbuceó Tybalt.

—Bueno, el secreto no —se corrigió Mangas Verdes. Apoyó la cabeza en el pecho de Kwam, extrayendo nuevas fuerzas de su presencia—. Pero sé dónde puede estar el secreto. Aunque no sé si podremos llegar hasta él...

* * *

—Bien, por lo que he podido averiguar —dijo Mangas Verdes, que estaba sentada en el suelo rodeándose las rodillas con los brazos mientras Kwam la abrazaba—, los Sabios crearon el casco para detener a los Hermanos, Urza y Mishra. Harían falta cien hechiceros para vencerlos, suponiendo que eso fuera posible. Completaron la primera parte, dejando grabadas órdenes para someterse dentro del casco..., pero tal vez no consiguieron llegar a perfeccionar el proceso, pues estoy segura de que no tenían ninguna intención de que los hechiceros recalcitrantes quedaran unidos unos a otros. Pero fuera cual fuese la segunda parte, nunca llegaron a completarla. Los Hermanos se enteraron del plan y atacaron el colegio con ejércitos y máquinas de guerra. Percibí la presencia de muchos centenares de bestias mecánicas, criaturas como el artilugio de Stiggur... Supongo que así de antiguo es.

Mangas Verdes respiró hondo.

—Pero oí lo que dijeron. «No sólo controlar a los hechiceros, sino detenerlos por completo.» Y también dijeron otra cosa: «Esconder el plan, enterrarlo en las profundidades...».

Tybalt empezó a ir y venir por el pequeño suelo de tablones.

—¡Así que el secreto sigue estando allí, escondido debajo del colegio!

Sus ojos habían empezado a brillar ante la perspectiva de tanta magia.

—Si es que existe —advirtió Mangas Verdes—. Dispusieron de muy poco tiempo para trabajar. Sospecho que al final se les agotó el tiempo.

—Pero... El Colegio de los Sabios, en Lat-Nam... —murmuró Kwam—. Nadie sabe dónde se encuentra. Los hechiceros llevan siglos buscándolo.

Mangas Verdes asintió cansadamente y volvió la mirada hacia la puertecita de la cabaña para contemplar el susurrante frescor verdoso de las hojas de los grandes robles, que estaban envueltos por una neblina de lluvia veraniega.

—Pues entonces ya va siendo hora de que alguien lo encuentre por fin.

* * *

Mangas Verdes estaba exhausta, pero aquella noche no pudo dormir.

Por fin había comprendido algo. La sombra de Chaney nunca venía a verla las noches en que Mangas Verdes no podía dormir. La sombra la despertaba deliberadamente. Era extraño que no hubiese caído en la cuenta de ello antes. Pero ¿qué razón podía haber para que los muertos recordaran la fatiga y el bálsamo del sueño?

Y en consecuencia, si estaba despierta, Chaney debía de estar ahí fuera, aguardando.

Mangas Verdes, vestida únicamente con un retazo de cielo como tenía por costumbre, salió de la diminuta cabaña. No era su verdadero hogar, pues aquella cabaña había sido saqueada y destrozada, sino una morada arbórea reconstruida a toda prisa. Pasó junto a su protectora, otra mujer reclutada de las filas de los Osos Blancos. Durante un momento la joven druida se sintió un poco avergonzada, pues había olvidado cómo se llamaba.

Una pálida silueta juvenil estaba inmóvil en las ramas de un roble, temblando con un delicado resplandor iridiscente bajo la caricia de un viento que no podía ser percibido. Mangas Verdes se acodó en la barandilla y la saludó.

—Tengo noticias para ti, niña —dijo la druida muerta.

—Te vas —replicó Mangas Verdes.

—Sí. —La sombra volvió la cabeza y movió los labios. Estaba hablando con otros, quizá pidiéndoles que esperasen—. Ha llegado el momento —añadió, dirigiéndose una vez más a su antigua estudiante—. El bosque necesita tiempo para curarse, y la curación es una labor lenta y difícil en la que ninguna druida o sombra de druida puede ayudar. Y tú tienes que irte muy lejos de aquí, por lo que ya no hay nada que me retenga. Los brazos del Siervo de Gaia son muy largos, pero si no llegara a encontrarlos entonces estaría aquí para siempre..., y eso sería mucho tiempo.

Mangas Verdes se limitó a asentir. Pasar la eternidad vagando por el Bosque de los Susurros le parecía un destino muy apetecible. Pero el bosque necesitaba curarse, pues sus antiguos murmullos casi se habían acallado.

—Te dejo estas palabras —dijo la sombra. Se inclinó hacia adelante, pero no se cayó de la rama y lo único que ocurrió fue que quedó suspendida en el aire—. Nunca podremos lograr nada importante a menos que entreguemos todo a esa meta: cada fibra, cada nervio, cada gota de sangre y de sudor..., e incluso nuestras almas. El objetivo que esperas alcanzar se encuentra muy lejos de ti, y debes estar preparada para hacer el sacrificio final. Siempre, sin retener nada y dándolo todo... Si tu decisión no es sincera y completa, entonces fracasarás.

Mangas Verdes volvió a asentir. Ya había oído todo aquello con anterioridad. El significado nunca estaba claro, y sin embargo las preguntas no servían de nada. La sombra pensaba en ella, sí, pero sólo en parte. Cuando el cuerpo de Chaney abandonó aquella esfera, la mayoría de sus pensamientos se fueron con él.

La sombra se irguió y empezó a retroceder, como si se dispusiera a desaparecer dentro del árbol igual que una dríada.

—Me marcho, niña. Recuerda que te amo, y que siempre te cuidaré y protegeré. Buena suerte. Y que el Espíritu del Bosque respire a través de ti.

Y un instante después Chaney se había esfumado.

Pasaron algunos momentos antes de que Mangas Verdes comprendiese que aquella despedida era definitiva. Chaney no volvería. Sintió que se le formaba un nudo en la garganta y notó una terrible punzada de dolor en el corazón, pero eso fue todo. Chaney había muerto hacía mucho tiempo, y Mangas Verdes la había llorado entonces. Aquella sombra no era más que el eco de su voz, y eso suponiendo que fuese real y no simplemente una creación de la mente de Mangas Verdes.

Había muchas cosas dentro de su mente de las que no sabía nada. Pero quizá todo el mundo tuviera ese problema.

Mangas Verdes volvió a la cama con paso lento y cansino.

—Lo siento —dijo al pasar junto a la Guardiana del Bosque y recibir su saludo—. He olvidado tu nombre.

—Me llamo Wichasta, mi señora. —La guerrera era esbelta, alta y morena, y se mantenía muy erguida—. Soy de la centuria de los Osos Blancos de la capitana Dionne.

«Qué extraño —pensó Mangas Verdes—. Que yo, una druida pequeña y desnuda, sea tratada con tan ceremonioso respeto por una robusta centinela de coraza blanca y armas de acero...»

—Sí. Gracias, Wichasta. Te agradezco mucho tu ayuda, y no volveré a olvidar tu nombre.

—Oh, no importa. Buenas noches, mi señora.

Kwam estaba despierto y había encendido una vela. Al verle medio incorporado en la cama, apoyándose sobre un codo con la luz de la vela bailoteando sobre su piel morena y el sedoso vello de su pecho, Mangas Verdes se asombró de que Kwam pudiera parecer simultáneamente bondadoso, atractivo, cálidamente protector y lleno de amor, todo eso al mismo tiempo.

Se dejó caer sobre la cama y se peinó los cabellos con los dedos, meramente para hacer algo.

—Se ha ido, ¿verdad? —preguntó Kwam en voz baja y suave.

La joven druida asintió.

—¿Cómo lo has sabido?

—Lo he visto en tu cara.

Mangas Verdes se estiró sobre la cama y se rascó distraídamente el estómago.

—Volvió a hablar de hacer el «sacrificio final» —murmuró—. ¿Qué puede ser? Si se trata de mi vida, la daría de buena gana para que no hubiese más batallas. Oh, cómo las odio... ¡Pero cada vez mueren más personas, y el bosque va siendo destrozado poco a poco! Hice estallar a Gurias con un rayo, ese pobre muchacho que se había llenado la cabeza de sueños estúpidos y mentiras y que en realidad sólo era un cachorro arrogante, y destruí un árbol de paso. ¿Qué hay de bueno en eso? ¿De qué ha servido? ¡Daría cualquier cosa para que no hubiese más luchas!

—Te creo. —Kwam depositó un beso sobre su cuello—. Luchar es algo tan ajeno a tu naturaleza como lo es a la de un álamo. Fuiste creada para proteger y nutrir la vida, tanto de la gente como de la tierra, y no para engendrar la muerte. Y por eso te amo, ¿sabes? Así pues, te ruego que no cambies. Te amo tal como eres.

Pero Mangas Verdes suspiró.

—Daría mi vida para salvar a otros, porque no soy más importante que ellos. Pero todo está tan oscuro y confuso como las aguas de un estanque lleno de barro... ¿Cuál es ese destino que me aguarda y que Chaney ha podido leer en el futuro? ¿Qué otros sacrificios puedo hacer, cuando no dispongo de tiempo para mí o para ti o para el bosque, y ni siquiera me queda tiempo para ayudar a la gente?

Kwam le apartó un mechón de cabellos de la frente.

—Sea cual sea tu destino, nos enfrentaremos a él juntos. Puedes estar segura de ello.

Mangas Verdes sonrió y acarició su morena mejilla.

—Mi dulce y amable Kwam... ¿Me aceptas como soy, con mis rarezas, defectos e inseguridades?

Y la respuesta de Kwam consistió en besarla, y Mangas Verdes le devolvió el beso.

_____ 12 _____

—Pensaba que las... reses... preferían... las llanuras —jadeó Gaviota.

Mangas Verdes, que estaba respirando tan entrecortadamente como su hermano, movió una mano.

—¡No son... reses! ¡Ten cuidado... con lo que dices! Espera... Descansemos unos momentos.

El grupo se dejó caer sobre las rocas esparcidas a lo largo del angosto sendero que iba subiendo por la montaña en un interminable serpentear. Incluso Helki se apoyó en una pared rocosa y se llevó las manos a su jadeante pecho. Nadie alzó la mirada para averiguar qué distancia les quedaba por recorrer, pues las cimas hacia las que avanzaban se perdían entre las nubes.

—Vuelve a explicarme... por qué no podías llevarnos... hasta ahí arriba viajando a través del... éter —resopló Gaviota.

—Porque entonces hubiéramos muerto todos... al instante. O eso... me dijeron.

Mangas Verdes descolgó de su hombro una botella de agua envuelta en un paño de lana que había estado llevando a la espalda y tomó un sorbo, y después se la entregó a su hermano.

Esparcidas a lo largo del sendero había unas treinta personas. El pequeño grupo había dejado al ejército al oeste del Bosque de los Susurros, al otro lado de las Montañas del Hielo y bastante cerca de un gran puerto de mar llamado Bahía de las Ostras. Allí, bajo el mando de Varrius y la furriel Lirio, el ejército tendría que descansar y obtener nuevos reclutas para fortalecer sus filas, así como reavituallarse. Gaviota y Mangas Verdes habían partido con aquel contingente. La joven druida los había llevado a través del éter hasta las tierras que se extendían alrededor de aquellas montañas, y el grupo inició su viaje después de haber hablado con las gentes de aquel lugar.

Envuelto en prendas de abrigo para protegerse de aquel aire tenue y rarificado, el grupo ya llevaba seis días abriéndose paso a través de las colinas y escalando aquella montaña en un penoso avance que a veces les obligaba a arrastrarse. La expedición estaba formada por Mangas Verdes, con cuatro guardias personales capitaneadas por Kuni, y Gaviota, también con cuatro protectores mandados por «Muli» Muliya, pues los dos grupos de guardias se habían negado a permitir que sus líderes se fueran sin ellos. Helki y Holleb también estaban allí, equipados con herraduras claveteadas y lamentando llevar encima todos sus arreos y la armadura completa. Cinco arqueras de D'Avenant ya habían demostrado su utilidad cazando tres rebecos con aspecto de chivos en las cañadas que se alzaban sobre ellos para complementar sus magras raciones de campaña. Kamee, dos bibliotecarios y un cartógrafo cargados con cestas llenas de pergaminos, libros y mapas incompletos también formaban parte de la expedición. Prane, una curandera, les acompañaba por si alguien se rompía una pierna o se caía, pero hasta el momento todos habían tenido suerte. Kwam había venido en representación de los estudiantes de magia, o por lo menos eso era lo que se había dicho. Uxmal, el enano del sur, y Quexotl, uno de sus compañeros, habían venido porque solicitaron poder ver las montañas, que les recordaban su hogar. En algún lugar por delante de ellos estaban «Tintineos» Jayne y un trío de sus exploradores vestidos con ropas oscuras. Finalmente, encogido junto a Gaviota había un bulto negruzco que parecía una marmota enferma: era Sorbehuevos, envuelto en un maltrecho montón de pieles. Gaviota había insistido en que viniera, porque de lo contrario estaba casi seguro de que alguien del campamento habría matado al trasgo apenas se hubiese quedado sin la protección del general.

—Quizá sea una prueba —volvió a decir Mangas Verdes—. Venir hasta tan lejos sólo para obtener la respuesta a una pregunta exige mucha determinación.

Other books

Deadeye Dick by Kurt Vonnegut
Mission Compromised by Oliver North
A Mortal Glamour by Chelsea Quinn Yarbro
Three Twisted Stories by Karin Slaughter
Deadly Focus by R. C. Bridgestock