El Secreto de Adán (17 page)

Read El Secreto de Adán Online

Authors: Guillermo Ferrara

Tags: #Aventuras, Histórico, Intriga

Del mismo modo que la manzana cayó y le dio claridad a Newton para descubrir su teoría de la gravedad, Adán Roussos comprendió por qué estaba allí. Él tenía una clave para darle al arqueólogo.

—¿El orgasmo?

Alexia asintió con una sonrisa.

—Hay algo relativo al sexo y la genética en el descubrimiento de mi padre, por eso te pidió ayuda a ti como experto en sexualidad.

Adán la miró en complicidad.

—Alexia, ¡necesitamos contactar ya mismo con Krüger!

24

Dos meses atrás, en Londres

Durante el mediodía del 5 de mayo de 2012, el arqueólogo Aquiles Vangelis había ido a visitar a su amigo personal, el genetista e historiador alemán Stefan Krüger.

Aquella fría mañana en la que los científicos se reunieron, la bruma era espesa y la visibilidad escasa. Aquiles Vangelis sentía la excitación por compartir por primera vez su hallazgo con alguien.

—Stefan —le había dicho—, tal como te adelanté por teléfono, lo que verás puede que sea revolucionario para ti, tanto como lo es para mí. Espero que puedas datar cronológicamente lo que te mostraré a continuación y que lo mantengas en secreto.

El arqueólogo sabía que podía confiar en aquel amigo, habían sido muchas las veces que habían compartido congresos y encuentros de Naciones Unidas.

Cuando Aquiles le mostró sus dos hallazgos sacándolos de un portafolios de cuero negro, el genetista abrió los ojos sorprendido, sin poder pestañear ni articular palabra.

—Yo calculo que tendrá entre nueve y doce mil años —dijo Aquiles, esperando que su cálculo fuera acertado—. Si confirmas esto, sabremos con toda seguridad que es de la época de oro de los atlantes.

Si tras aplicar las pruebas pertinentes Krüger encontraba la confirmación de esto, una importante cadena de acontecimientos científicos, revoluciones académicas, cambios en las teorías preestablecidas y las creencias populares iba a tener lugar.

—Necesito que le hagas las pruebas correspondientes, carbono 14 y también la del isotopo estroncio —se refería a las pruebas habituales para datar los descubrimientos arqueológicos, desde la supuesta sábana santa de Jesús, la cual se había comprobado que no era de la época de Cristo, hasta los restos de huesos humanos que habían desenterrado los arqueólogos.

—Me llevará un tiempo —había dicho Krüger con voz grave.

—Lo sé, amigo, descanso mi confianza en ti.

Aquellos descubrimientos harían que Aquiles se convirtiera en el arqueólogo que esclarecería tres teorías todavía sin resolver, enigmas que todo el mundo quería descubrir: la existencia exacta de la antigua Atlántida; el verdadero origen de la raza humana y el uso metafísico del sexo hace más de doce mil años. Su siguiente paso sería llamar a su hija y a Adán.

—¿Dónde has hallado esto? —Krüger estaba completamente pasmado con lo que tenía frente a sí.

Aquiles giró su cabeza hacia la ventana mirando hacia el horizonte mientras rememoraba el lugar del hallazgo.

—Siéntate, Stefan —le había dicho—, te lo contaré desde el principio.

Aquiles comenzó a narrarle los pormenores de sus hallazgos, aunque no reveló en aquel momento todo lo que sabía respecto a su descubrimiento. Eso lo guardaría para revelárselo al mundo entero cuando llegara el momento.

25

A pesar del sismo, la plaza de San Pedro seguía atiborrada de fieles. La policía ordenó evacuarla pero sólo un pequeño porcentaje se movió de allí.

El ambiente estaba muy tenso dentro del Vaticano después de aquella reunión y del terremoto que averió algunas de las columnas. El susto y la inquietud todavía fluían en la sangre, en torrentes de adrenalina. Varios miembros del Gobierno Secreto, encabezados por Stewart Washington, se habían marchado en el primer avión con diferentes rumbos.

En su despacho privado, el Papa, junto con miembros de inteligencia y tres cardenales, entre los que se encontraba Tous, estaban reunidos para tomar decisiones. La luz tenue de algunas velas y sólo dos lámparas de pie encendidas le daba a aquella reunión un tinte dramático.

—El Santo Padre debe salir a calmar a los fieles de la plaza —aconsejó el cardenal Primattesti, que ansiaba algún día ocupar el lugar del pontífice.

—Creo que las circunstancias superan mi presencia entre los fieles —el Papa estaba muy preocupado.

—No le entiendo, Su Santidad —dijo Tous, que se había golpeado la rodilla izquierda durante el movimiento telúrico.

—Mi presencia puede calmar y elevar la fe momentáneamente, pero estamos en problemas —su voz se escuchó débil.

Al mirar el rostro descompuesto del máximo jerarca de la iglesia, los cuatro hombres se congelaron. Cuando uno de ellos pudo tomar aliento, le dijo al Papa en un susurro:

—Su Santidad, ¿las profecías?

El Papa volteó la mirada hacia el ventanal que daba a la plaza, sin contestar una sola palabra.

Tous, Primatestti y los demás cardenales vieron una mueca de dolor en la cara del Sumo Pontífice.

—Con todos mis respetos, Su Santidad —dijo Tous con voz suave—, creo que no es el momento más idóneo de hacer un mea culpa.

Primatestti dirigió una fuerte mirada hacia Tous. El Papa casi ni lo escuchó, su mente estaba en otro sitio.

—¿Qué quiere decir? —Primatestti estaba un poco enfadado con el cardenal Tous.

Dirigiéndose a la biblioteca privada con varios pasos enérgicos, Tous respondió:

—Quiero decir que no podemos hacer caso a algunos de estos libros. ¿Qué pasa si al final no sucede nada? Hemos escuchado profecías de nuestros ancestros muchas veces.

El Papa y los demás cardenales le dirigieron la misma mirada inquisidora.

—Cardenal Tous —dijo el Papa con suma tranquilidad—, veo que su vocación flaquea en algunos momentos.

—¿A qué se refiere? —preguntó con una mueca de sorpresa—. Sólo digo que debemos seguir adelante como si no pasara nada —en el fondo sabía que estaban ante algo peligroso, que escapaba a sus fuerzas, y se estaba gestando "allí arriba".

El Papa habló con la voz ahora un poco más fuerte.

—Simplemente tenemos que recordar las palabras del Apocalipsis 1,3 —al decir esto, volteó de nuevo hacia los cardenales, recitando de memoria—: Feliz es el que lee en voz alta, y los que oyen las palabras de profecías, y que observan las cosas que se han escrito en ellas, porque el tiempo señalado está cerca.

Tous arremetió.

—Su Santidad, esas palabras bíblicas se han escrito hace.

—Muchos años —interrumpió Primatestti— y algún día deberán cumplirse, ¿no lo cree, cardenal Tous?

—Calma —pidió el Papa—, simplemente debemos tener calma, ¿qué otra cosa podemos hacer?

Tous se encendió como un volcán.

—¿Calma? Tenemos que seguir promoviendo nuestra fe, tenemos que reforzar nuestro poder, tenemos que.

—Lo dijo Napoleón —soltó el Papa interrumpiéndolo abruptamente—. "La historia es un conjunto de mentiras pactadas."

Los cardenales mostraron frialdad al escuchar aquello de boca del Sumo Pontífice.

—¿Qué quiere decir? —preguntó Primatestti.

El Papa miró a los cardenales con el rostro cansado aunque compasivo —él sabía y poseía textos secretos, sólo reservados a la lectura de los papas, que aquellos cardenales ignoraban.

—¿Qué se supone que debemos hacer? —Tous sentía que todo el cuerpo le picaba de rabia.

—Saldré a hacerme ver. Los fieles lo agradecerán. Debemos ganar tiempo hasta tomar alguna decisión.

Tous anhelaba que aquella institución que durante siglos había estado al frente, representando el poder y la mediación, aquellos embajadores que manipularon las palabras del mesías solar de Galilea, se conservara como siempre, impoluta frente a las catástrofes y los cambios.

—De acuerdo. Debemos seguir siendo fuertes y esperar —dijo Tous.

El Papa lo miró con expresión distante. Sabía que había llegado la hora de escuchar a los profetas.

Todos lo miraron esperando más de él. Con aquel distanciamiento y silencio, los cardenales sintieron un extraño frío recorriendo su médula espinal.

—¿Anuncio los preparativos de su salida al balcón? —preguntó Tous, preocupado por lo que le diría a la multitud.

El Papa asintió con dudas en su rostro.

—Su Santidad —le pidió Tous con diplomacia—, por favor, que sus palabras sean esperanzadoras.

26

Los titulares y las rotativas de todas las agencias periodísticas del mundo circulaban a plena velocidad. "Terremoto movilizó Roma", "Repercusiones y sismos en Cuba, México, Estados Unidos y Japón", "La Tierra se sacude", "Colapso en América", "Terremoto colectivo de 7.1 sacude gran parte del hemisferio Norte", "El Sol rojo trajo movimiento terrestre", "El terremoto y las tormentas solares pueden confirmar extrañas profecías". Los periódicos estaban alarmando a la población con titulares en este sentido. La CNN, la BBC y todas las agencias de noticias no daban abasto con los requerimientos mundiales para enterarse de lo ocurrido.

Por otro lado, en las Naciones Unidas estaban reunidos los principales mandatarios para tomar medidas de apoyo. Las ONG de diferentes sitios del globo se comunicaban vía internet y telefónicamente para realizar planes de ayuda humanitaria a las víctimas.

Lo que la mayoría había olvidado era que el Sol, desde más de 10,000 años antes de la era cristiana, había sido objeto sagrado, de veneración y culto por antiguas y sabias civilizaciones, quienes sabían que era más que la fuente de vida.

Lo adoraban de diferentes maneras: con rituales, cánticos, danzas y todas las manifestaciones del arte. Las antiguas civilizaciones habían plasmado su amor y respeto por el astro en piedras, esculturas, dibujos y tapices. Los sabios antiguos también estudiaron los movimientos de los planetas, las constelaciones y los eclipses. Eran expertos astrónomos a pesar de no contar con sofisticados aparatos; lo hacían a través de sus propios poderes metafísicos, científicos y matemáticos.

Mediante diferentes constelaciones y estudios configuraron su conocimiento sobre las posiciones solares, las estrellas y los planetas. Supieron que el tránsito del Sol por alguna constelación traía diferentes momentos significativos en la historia humana. Actualmente, la humanidad estaba atravesando la Era de Piscis para entrar progresivamente en la Era de Acuario.

Tanto los egipcios, como los mayas, griegos, druidas, hindúes, aborígenes australianos, indios americanos, aztecas, persas y demás culturas adoraron con conciencia al astro rey, la fuente de la vida. Creían que el Sol era un dios, o mejor dicho, una cara visible de la energía del espíritu divino cósmico en la galaxia Vía Láctea y en la presencia de la humanidad.

Existía una denominación común en diferentes culturas para "humanizar" la figura del Sol a través de faraones, mesías solares y divinidades. Por ejemplo, existe una singular y profunda conexión astronómica entre el
Adonis
fenicio,
Attis
de Frigia,
Horus
el atlante ­egipcio,
Quetzalcóatl
o
Kukulcán
en los mesoamericanos,
Apolo
y
Dionisio
entre los griegos,
Krishna
en India,
Mitra
en Persia y
Odín
entre los escandinavos. Todos ellos tenían misteriosos y similares puntos en común.

Sus historias revelaban que algunos de estos dioses-­hombres solares habían nacido de una virgen un 25 de diciembre. Su nacimiento había sido justo en un periodo señalado por una estrella en el Este, fueron adorados por tres reyes, tuvieron doce discípulos, hicieron milagros, fueron nombrados como "hijos de Dios" y comenzaron su gran enseñanza hacia los treinta años. Muchos de ellos también habían sido traicionados por un discípulo, crucificados y luego resucitaron. Increíblemente, todos coinciden con los estigmas del último mesías solar, Jesús.

Incluso, muchos años más tarde, durante el tiempo del emperador Constantino, los antiguos romanos practicaron el culto al Sol como religión oficial y, para diferenciarlo del
sabbath
judío, celebrado los sábados, pusieron el domingo como día de veneración. Mucho más tarde, en idioma inglés
sunday
, significaría claramente, "el día del Sol."

En la actualidad, las personas que van a las playas a tomar baños de Sol no se dan cuenta de que en realidad se conectan inconscientemente con un rito de adoración al astro.

Los egipcios antiguos sabían que adorar a Ra no era otra cosa que adorar al dios Sol, al ser de luz que existe dentro de cada uno; Ramses fue un faraón iluminado; y en otro extremo del mundo, los hindúes habían hecho lo mismo con Rama y Ramtha. Los judíos mencionaron a Abraham, que en realidad provenía de la palabra Ab­Ram que significa "el que tiene luz", y los griegos con Apolo. Antiguamente, los que estaban en contacto con Ram, con su luz interior encendida en armonía con La Fuente, eran los que comprendían el génesis divino.

Todos los rituales sagrados de adoración al Sol se realizaron cuando la humanidad conocía el origen del hombre en la Tierra.

Las civilizaciones antiguas también sabían que la estrella más visible del cielo era Sirio y que el 24 de diciembre se alinea con las tres estrellas más brillantes de la constelación de Orión. Estas tres estrellas fueron bautizadas con el nombre de "los tres reyes", y la estrella Sirio era la encargada de señalar el lugar donde el Sol saldría el 25 de diciembre, que coincidentemente ¡era el sitio geológico del nacimiento de aquellos dioses ­hombres solares a través de la historia!

Todos estos conocimientos sagrados existieron antes de que el cristianismo tildase de pagano el culto solar, y de que prohibiera la veneración a las fuerzas de la Naturaleza, tachando esos ritos de herejía. Después, todo el que siguiera adorando al Sol sería quemado o matado por desobedecer los mandamientos autoritarios de la nueva religión cristiana.

Y así, pacientemente a través de los siglos, como una piedra que es devorada por el constante golpe de las olas, la humanidad había ido perdiendo la conexión divina y la sabiduría, olvidando el contacto espiritual con el Sol, las estrellas y las eras.

27

Luego de que el Papa decidiera salir a hablar a los fieles congregados en la plaza de San Pedro, el cardenal Tous se retiró a su despacho privado.

Cogió su teléfono móvil y marcó el número de El Cuervo, que se hallaba en Grecia. Pasaron unos segundos.

Other books

Determined to Obey by Cj Roberts
Howards End by E. M. Forster
Of Foreign Build by Jackie Parry
Carol's Mate by Zena Wynn
The Other Guy's Bride by Connie Brockway
Angry Lead Skies by Glen Cook
Open Grave: A Mystery by Kjell Eriksson