El secreto del Nilo (16 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

Entonces el maestro decidió tutelar al pequeño y enviarlo a una clase de grado superior. Era usual que los preceptores se fijaran en los alumnos que destacaban, a fin de captarlos para que en un futuro pudieran ser útiles al Templo y ocuparan puestos de responsabilidad. Neferhor sobresalía entre los demás, y Sejemká vio en él una joya del más puro lapislázuli que era necesario pulir convenientemente.

Una tarde Nebamón acudió a visitarle. Neferhor y el viejo maestro acostumbraban a dar paseos por el recinto templario a la hora en que Ra-Atum se hacía presente y sus rayos podían soportarse, durante los que hablaban de las más diversas cuestiones. Aquel día, Sejemká trataba de explicarle la íntima relación que siempre habían mantenido los dioses con su pueblo.

—¿Los dioses eran parecidos a nosotros? —preguntó Neferhor a su tutor.

—En cierto modo se nos parecen, aunque algunos sean mucho más altos.

El pequeño lo miró asombrado.

—Por ejemplo, Osiris medía casi cinco metros y su hijo Horus igual. ¿Te imaginas cómo eran?

El niño afirmó con la cabeza.

—¿Cómo podemos estar seguros de eso? —quiso saber.

—Algún día lo podrás leer tú mismo en los archivos del templo.

Neferhor pensó en los misterios que debía de encerrar la Casa de los Libros de Karnak, y se estremeció.

—Ten en cuenta que en un principio los dioses vivieron entre nosotros. Ellos nos enseñaron todo cuanto sabemos.

—¿Y cómo vivían?

—Observaban un comportamiento parecido al nuestro. Tenían amigos, se casaban, se peleaban e incluso celebraban sus cumpleaños. —El niño no pudo evitar sonreír, pues aquello le parecía divertido—. Tal y como lo oyes. Se ponían enfermos y también morían, como nosotros. —Neferhor le miró con incredulidad—. Ra muere y renace cada mañana, y Osiris tuvo que ser resucitado por la magia de su esposa Isis.

El chiquillo asintió, pues comprendía lo que le decían.

—Había un número tan grande de dioses que los primeros sacerdotes tuvieron que ordenarlos por grupos. De ahí la creación de familias de nueve miembros, a las que conocemos como enéadas, o las de tres, nuestras tríadas. Todas tenían sus intereses y querían prevalecer las unas sobre las otras, como nos ocurre a las personas.

—¿Por ese motivo hay un dios para cada cosa?

—Más o menos. Los humanos somos tan frágiles que necesitamos del concurso de los dioses para nuestra vida diaria. Como te dije antes, hubo un tiempo en el que convivimos juntos.

—¿Y por qué nos dejaron?

—Por nuestra naturaleza mezquina y deleznable.

—Entonces nos abandonaron.

—Así es, aunque acabaron por apiadarse de nosotros, al comprobar lo débiles que éramos.

—Comprendo —dijo el niño muy serio—. Entonces estamos a su merced.

Sejemká hizo una mueca de satisfacción.

—Exacto. De ahí la necesidad de cumplir con los preceptos que ellos nos dictaron para diferenciarnos de las bestias que nos rodean. Esta tierra no es más que la proyección cósmica del lugar en el que habitan los dioses, y es preciso caminar por la senda de la verdad, el orden y la justicia. El
maat
se encuentra en todas partes y debemos observarlo. —Neferhor no pudo por menos que acordarse de su padre, y de las injusticias que él mismo había presenciado a pesar de su corta edad—. Tienes razón —continuó el maestro, que parecía adivinar cuanto pensaba su alumno—. Son muchos los que no transitan por el camino correcto y atropellan al débil. Como te dije antes, los dioses nos dejaron a causa de nuestra vileza. Solo a través del conocimiento se encuentra el verdadero camino. El hombre sabio se aparta del abuso.

—Entonces, queramos o no, dependemos de los dioses.

—Ese es el motivo por el que velan por nosotros. Nos enviaron a Horus para que se encarnara en la figura del faraón que nos gobierna; por eso le llamamos dios. Él es el Horus viviente y, como tal, el único vínculo que poseemos para comunicarnos con los dioses. El rey es el encargado de trasladar nuestras necesidades de forma apropiada, gracias a su naturaleza divina; de velar por nosotros ante ellos, y también de recibir sus mensajes y recomendaciones. Esa es la causa por la que el temor invade la tierra de Egipto cuando el rey es llamado ante el Tribunal de Osiris. Al morir, ese vínculo de unión desaparece, y quedamos a merced del caos, en tanto Horus no vuelva a reencarnarse en un nuevo faraón.

Fue en ese momento cuando apareció Nebamón, esbozando una de sus habituales sonrisas.

—Otro día hablaremos de nuestro padre Amón y su divina familia —señaló Sejemká al verlo llegar.

Nebamón saludó con cariño y respeto al viejo maestro, pues un día él también había sido alumno suyo, y de los destacados. Acto seguido Sejemká se despidió y Nebamón acarició la cabeza del chiquillo, como solía hacer.

—En solo unos meses has crecido un palmo y, según he oído por ahí, vas adelantado en tus estudios. —El pequeño le miró algo azorado—. Lo que no logras vencer es tu timidez —señaló el escriba—, aunque en confianza te diré que esta les resulta grata a los dioses. Tu familia se sentirá orgullosa de ti. —Al escuchar aquello, a Neferhor se le iluminó el semblante—. Ellos saben que estás bien. Al parecer no es fácil encontrar a tu padre, ahora que las aguas cubren los campos —apuntó el escriba con malicia. El niño se puso colorado, pues se imaginó a Kai escondido, como solía hacer en aquella época del año. Luego miró al escriba sin ocultar su ansiedad—. Ahora hay un nuevo
sehedy sesh
en el nomo, y también otros funcionarios para que le ayuden en su labor.

—¿Y Hekaib? —se le escapó sin querer al chiquillo.

—Je, je… Pepynakht ya no tiene ningún vínculo con el Oculto. Su vida no es cosa nuestra.

Durante unos momentos se produjo un embarazoso silencio que Nebamón prefirió no romper. Las cosas eran así y él nada podía hacer por cambiarlas, aunque se hiciera cargo de la situación. De hecho velaba por el rapaz, a quien el templo había decidido acoger. El mismo sumo sacerdote se hallaba involucrado en el asunto. Al conocer algunos detalles de lo que había ocurrido en Ipu durante años, Ptahmose se había sentido horrorizado, y en parte culpable de ello, pues no en vano el buen nombre de Amón había sido ensuciado de la forma más vil y, lo que era peor, utilizado. El primer profeta se tenía por un hombre justo y se sentía interesado por el porvenir de aquel niño, cuyo nombre le entusiasmaba.

—He de reconocer que tienes buenas relaciones con Sobek —dijo al fin el escriba. Neferhor pestañeó repetidamente, como regresando de su abstracción—. Óptimas, diría yo —matizó el escriba, mordaz. El niño puso cara de no comprender—. Los cocodrilos tenían razón —le confió Nebamón—. El nivel máximo de la crecida ha sido el que tú vaticinaste.

Neferhor le sonrió con picardía.

—Ya te dije que mantengo tratos con los cocodrilos.

—Lo tendré en cuenta para la próxima ocasión —señaló el escriba, mientras volvía a acariciar la cabeza del pequeño—. Pero ahora he de ser yo quien te dé un consejo.

El pequeño lo miró muy serio.

—Escucha, Neferhor. Esta es una ciudad santa, pero no debes olvidar que en ella conviven hombres, miles de ellos. Ahora todavía no lo sabes, pero detrás de cada rincón, de cada santuario, existen intereses que no puedes calibrar. Tú posees una discreción natural; mantenla siempre contigo. Ten mucho cuidado con las palabras que digas con el corazón, pues nunca regresan. Mantén ocultos tus deseos, ya que el hermetismo es un escudo formidable; y sobre todo escucha. Deja que los demás hablen cuanto deseen; de este modo los conocerás y tendrás ventaja sobre ellos. —Ahora el niño parecía atemorizado—. Recuerda mis palabras y algún día me lo agradecerás. Pero no olvides que es el camino del
maat
el que deberás recorrer. No lo abandones nunca. En él encontrarás también hombres santos, de diferente condición, que deberás respetar. Aprende a ser humilde, incluso con tus conocimientos. Nunca digas todo lo que sabes, guarda algo para ti, como ofrenda al dios Thot de quien recibes el conocimiento. ¿Me prometes que lo harás?

Neferhor asintió, aunque no entendía por qué el escriba le prevenía de aquella forma.

—Bueno, tampoco debes asustarte de lo que te digo. Como tú mismo irás descubriendo, forma parte de la vida —le explicó Nebamón—. Pero has de esforzarte cada día por aprender. Sejemká es un hombre muy sabio; sigue sus consejos y escucha sus razones. Él te abrirá las puertas a ese saber que tanto anhelas. ¿Harás cuanto te pido?

—Lo haré —aseguró el niño, sonriendo abiertamente.

—Eso está bien, Neferhor. Ahora debo marchor elharme, pero no olvides que hay ojos que te observan.

2

Durante un tiempo Neferhor pensó en aquellas palabras. El hecho de que un personaje tan importante como Nebamón le advirtiera de aquel modo le causó un profundo efecto. Sobre todo por las últimas exhortaciones en las que le adelantaba que era observado de forma permanente. Semejante aviso le había impresionado sobremanera. ¿Quién podría estar pendiente de él? ¿Quién le estaría observando?

Tales cuestiones se escapaban por completo a su entendimiento, por lo que pasadas unas semanas al pequeño dejaron de preocuparle.

Su vida en Karnak se acomodó al ritmo natural del santuario. Sus estudios le llevaban la mayor parte del tiempo, y el resto debía pasarlo trabajando en todo aquello que le ordenaran. Además de en la panadería, Neferhor solía ayudar en labores tan variopintas como ordeñar las vacas, barrer los patios o alimentar al ganado; aunque también dispusiera de horas de esparcimiento. El templo de Karnak resultó ser como un inmenso libro en el que cada día se le mostraba una página diferente. Cada esquina, cada avenida, cada monumento representaba una nueva aventura cargada de magia. Neferhor descubría un mundo erigido por gigantes. Un enorme rompecabezas a mayor gloria de Amón, el padre divino que lo había prohijado.

En Ipet Sut llevaban construyendo más de mil años. Todos los grandes faraones que habían gobernado la Tierra Negra habían dejado allí la impronta de su sello hasta convertir el recinto del templo en un lugar grandioso, en el que los hombres se sentían insignificantes.

El área se encontraba en permanente actividad, pues había constantes obras en las que se levantaban nuevas edificaciones. Nebmaatra, el señor de Kemet, vida, salud y prosperidad le fueran dadas, había resultado ser, con mucho, el más febril constructor de la historia, y estaba acometiendo varios proyectos que incluían la construcción del templo de Khonsu y una avenida de esfinges que uniera el templo de Karnak con el de Luxor.

Su afición a curiosear hizo que Neferhor anduviera de acá para allá investigando cada rincón de aquel microcosmos que se le ofrecía. Desde sus aposentos, situados al norte del recinto, tenía un punto de acceso al templo de Ptah, situado junto a la muralla, y al de Montu, el antiguo dios tebano de la guerra, que se levantaba extramuros. Pero a él le gustaba dirigirse hasta el embarcadero que se encontraba junto al río, en la entrada oeste del templo, para ver atardecer y extasiarse con los reflejos que Ra-Atum creaba sobre las aguas. Estas reverberaban como si fueran de plata, y Neferhor imaginaba que formaban parte de un inmenso espejo bruñido forjado entre los dedos del dios creador. Allí solía pasar el tiempo que le permitían sus quehaceres, acompañado por alguno de los nuevos amigos que había hecho en Karnak: los gatos.

No fue necesario que pasara mucho tiempo para que se hablara sobre ello en el templo. Al parecer, aquel chiquillo había hecho una buena amistad con los gatos que vivían en Karnak. Era como si se hubiera creado un vínculo entre el pequeño y los mininos que iba mucho más allá de lo que era habitual. Los gatos eran venerados en Kemet hasta el punto de ser divinizados en la figura de Bastet. Representabhor e hechoan toda una compleja simbología que hacía que estos animales fueran tenidos en alta estima. Por eso, cuando todos en Karnak fueron testigos del cariño que los pequeños felinos mostraban por Neferhor, comenzaron a circular historias acerca de este.

—Ellos le han elegido —decían los trabajadores del templo—. Salen a su encuentro como la cosa más natural del mundo, y el rapaz les habla y ellos parecen entenderlo.

Para Neferhor no había ningún secreto, ni entendía que surgieran comentarios al respecto. Él se había criado en el campo y había crecido rodeado de animales; por ello comprendía las leyes que la naturaleza dictaba a diario para la supervivencia. Los gatos formaban parte del gran amor que el niño sentía por los animales. Mas justo era reconocer que en Karnak los felinos parecían tener una especial predilección por él. Era como si se hubieran reunido en cónclave, en alguna noche de plenilunio, para decidir que Neferhor sería su favorito.

Cuando caminaba entre los enormes pilonos, o atravesaba los antiguos patios columnados, solía surgir algún gato desde las sombras, como si formara parte del ancestral misterio que envolvía a aquel lugar. El niño siempre tenía alguna palabra para ellos, y se sentía feliz por aquel vínculo. Sus preceptores jamás le dijeron nada, pero se sintieron satisfechos porque aquel simple
meret
hubiera sido descubierto para mayor gloria de Amón.

Pronto tuvo Neferhor un favorito entre aquel reino de mininos. En realidad era una gata, tan negra como las noches cubiertas, y con unos ojos verdes como la malaquita más pura. Debía de ser un personaje principal entre los de su reino, pues señoreaba en él y todos parecían tenerla en gran respeto. Neferhor decidió bautizarla con el nombre de
Ta-Miu
, que significaba «señora gata», pues en verdad parecía una gran dama. Cuando salía a su encuentro,
Ta-Miu
se rozaba contra las piernas del muchacho y se tumbaba boca arriba para que la acariciara. La gata estiraba sus extremidades y emitía suaves ronroneos de placer cuando Neferhor la tocaba.

En ocasiones el animal desaparecía durante días, pero siempre regresaba de improviso para acompañar a Neferhor, como si en realidad se hubiera hecho cargo de él.

Neferhor zascandileaba de acá para allá para explorar todo aquello que llamaba su atención, a veces en compañía de
Ta-Miu
, con la que jugaba. Cuando se paraba delante de algún muro cubierto de bajorrelieves se esforzaba en leer las inscripciones, tal y como las habían grabado siglos atrás. Para él era una satisfacción comprobar sus avances y ver que, muy pronto, sería capaz de comprender todos aquellos textos inmortalizados en la piedra sin dificultad.

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