El secreto del Nilo (42 page)

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Authors: Antonio Cabanas

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Él pensaba que estaban equivocados. Que la vida había de ser bebida a grandes tragos antes de que un día no quedara nada por beber. Tarde o temprano Anubis se presentaría para cumplir con su obligación, y era mejor que no quedara nada por hacer al llegar a semejante trance. Eso era lo que él pensaba; claro que también era un dios y por ello llevaba ventaja.

De todo, las mujeres eran lo que más le gustaba. El dios no podía comprender la enfermiza obsesión que sus ancestros habían demostrado por los caballos y la guerra existiendo las mujeres. A ellas era a quienes había que consagrar las energías, pues no había nada que pudiera compararse al amor; con el permiso de la reina. Pero Tiyi le conocía bien y siempre le había dejado hacer, como correspondía al señor de las Dos Tierras. Ella era su verdadero amor, su áncora en los momentos difíciles, y también la opinión preclara necesaria cuando se presentaban las dificultades. Tiyi señoreaba en Egipto y a él no le importaba, pues llevaban toda la vida juntos.

Sus travesuras y aventuras de alcoba no eran motivo de enfado para la reina, que incluso le aconsejaba al respecto. De ella surgió la idea de que tomara por esposa a la mayor de sus hijas, Sitamón, con motivo del
Heb Sed
, y a fe que resultó una decisión acertada. Sin duda existieron razones religiosas para hacer de Sitamón su Gran Esposa Real, pero también se trataba de la hija que más quería, y no pudo evitar el hacer uso de sus derechos como esposo, hasta el extremo de que Sitamón quedara embarazada de su propio padre; una noticia que le había proporcionado un gran regocijo y de la que el rey se ufanaba sin ningún rubor. El pueblo no compartía semejantes aspectos, aunque los atribuyera a la esencia divina del faraón, pues no en vano los dioses primigenios acostumbraban a casarse entre ellos y a ser incestuosos; ese sería el motivo, y ellos poco más tenían que decir.

El faraón estaba convencido de que la celebración de su
Heb Sed
le había revitalizado por completo. Se sentía con veinte años menos, como un verdadero Toro Poderoso capaz de las mayores proezas, y en ello se ocupaba. Nebmaatra había decidido jubilar a su viejo copero, con sus parabienes, y sustituirlo por varias doncellas que se ocupaban de tenerle debidamente atendido en la mesa. Últimamente su concupiscencia había ido en aumento, aunque el faraón siempre hubiera demostrado un excelente apetito sexual. Era evidente que el monarca había engordado mucho con el transcurso de los años, pero su miembro continuaba respondiendo ante la más mínima provocación, y eso era cuanto le importaba.

Cuando Neferhor entró aquella mañana en la sala donde se encontraba el dios, este disfrutaba de la núbil compañía de sus coperas y, al verlo postrado ante él, le animó al instante a que se levantara y compartiera el magnífico vino del Delta.

—Acércate, joven escriba, y deja tu pesar pues aquí solo hay lugar para el regocijo —le invitó.

Neferhor no supo qué contestar, pero enseguida se repuso y soltó toda una retahíla de títulos y alabanzas con las que mostrar su respeto al dios.

—Déjate de protocolos aburridos. Te dirigirás a mí como Atón Dyehen, el mismo nombre que tiene mi falúa.

El joven se sintió confundido, ya que no se esperaba algo así. Aquel apelativo significaba «disco solar deslumbrante», un título que nada tenía que ver con el faraón.

—Me complació mucho la labor que realizaste durante la preparación de mi jubileo —señaló el dios mientras el joven se le aproximaba—, y ese es el motivo de que comparta contigo algunas confidencias.

Neferhor continuó en silencio pues no estaba preparado para una escena semejante. Ver al rey sin sus atributos, rodeado de jóvenes que le acariciaban los mofletes en tanto le escanciaban vino, era más de lo que nunca hubiera podido imaginar. El dios le recibía como haría con un amigo, su mayordomo o el mismo Huy, y eso llenó de estupor al joven.

—Eres la persona elegida por mi majestad para que te ocupes de determinadas cuestiones que me afectan particularmente. Te encargarás de entregarme personalmente las cartas íntimas enviadas por los reyes y príncipes vasallos, y también les darás cumplida respuesta en los términos que yo te confíe.

—¿Cartas íntimas, Atón Dyehen? —inquirió Neferhor sin poder evitarlo.

El faraón soltó una carcajada al ver la cara del escriba.

—Tal como te digo —apuntó divertido—. Nadie como tú, un joven recto y discreto, para hacerlo. Es por eso por lo que me muestro hoy ante ti en mi solaz, para que en adelante me confíes sin temor cuanto me interese saber.

—Yo sirvo al Atón Dyehen —dijo Neferhor sin atreverse a mirar a los ojos del faraón, y este asintió complacido.

—Tengo entendido que has hecho progresos que sobrepasan los conocimientos de la mayoría de mis escribas en mi Casa de la Correspondencia del Faraón. Al parecer la lengua acadia te resulta sencilla, y yo me regocijo por ello, pues me serás muy útil.

El joven hizo una pequeña reverencia de respeto.

—Verás, mi gran embajador y superior tuyo, Tutu, hombre capaz donde los haya, no dispone de tiempo suficiente para este cometido. A menudo debe realizar viajes de Estado, y es necesario que alguien con los suficientes conocimientos se haga cargo de mi correspondencia personal. Tú pareces hacer honor a tu nombre, y si Thot te dio el don del entendimiento me serviré de él. Acércate.

Neferhor obedeció al instante y una de las jóvenes le ofreció una copa, que él tomó al momento, aunque no tuviera deseos de beber.

—Quiero mostrarte algo —continuó Nebmaatra al tiempo que le entregaba un papiro—. Lee, lee, a ver qué te parece.

Así dice Kadashman-Enlil, rey de Babilonia, tu hermano:

Me estás pidiendo a mi hija en matrimonio, pero mi hermana, la que te entregó mi padre, ya se encuentra allí contigo, y nadie la ha visto como para saber si está viva o muerta.
[17]

Neferhor parpadeó repetidamente, como intentando hacerse una composición de lugar.

—Este es el tipo de correspondencia al que me refería —señaló el faraón, divertido—. Kadashman de Babilonia es uno más de los muchos que me escriben con quejas y peticiones, aunque he de confiarte que es de los más insufribles. Su único propósito es negociar para garantizarse unos buenos acuerdos comerciales. Sería capaz de vender a una de sus hijas por una pepita de oro. —El escriba asintió en silencio—. Conozco bien a ese truhán, por eso le he pedido una de sus hijas. Estoy deseando saber hasta dónde es capaz de rebajarse por mi oro —continuó el dios—. En los últimos tiempos se ha mostrado muy molesto por no haberle invitado a mi jubileo. Imagínate si hubiera venido. Se hubiera empecinado en ver a su hermana, casarse con una de mis hijas y conseguir mi oro. —Neferhor hizo un gesto con el que se hacía cargo de la situación—. ¡Ningún dios de Kemet ofreció a una de sus hijas a un rey extranjero! ¡Jamás! —exclamó Amenhotep, elevando uno de sus dedos.

Durante unos instantes se hizo el silencio. Luego el faraón apuró su copa y acarició a una de las jóvenes que le acompañaban.

—Desde que mi antepasado, el gran Menkheperre, iniciara su política de alianzas con los países de Retenu, todos los dioses que han gobernado la Tierra Negra han procurado seguir sus pasos. Particularmente te confiaré que Egipto ha sacado un buen provecho de los matrimonios con princesas extranjeras. Mi padre así me lo hizo ver cuando reinaba, y yo he seguido sus consejos, así como los de nuestro amado Amenhotep, hijo de Hapu, el primero de mis amigos. Durante treinta años he mantenido la paz con los pueblos del norte a base de acuerdos comerciales y alianzas matrimoniales, y te aseguro que han resultado más provechosas que las diecisiete guerras que llevó a cabo mi bisabuelo Tutmosis III contra esas naciones. Nunca Kemet ha sido más rico que ahora. ¡Esta época será recordada durante millones de años! —exclamó con grandilocuencia.

—Mi señor el Atón Dyehen es sabio, sin duda —dijo Neferhor—. Él conoce la debilidad de los
nueve arcos
, y la mejor forma de sojuzgarlos.

Aquellas palabras agradaron en grado sumo al faraón.

—Siempre serán nuestros enemigos, incluso en la paz. El asiático es vil y solo ansía nuestra riqueza, y poder sojuzgarnos algún día. ¿Sabes?, a los embajadores enviados por el rey de Asiria me gusta tratarlos con especial desdén. Es un pueblo fiero al que conviene mantener a raya. Algunos de sus mensajeros han muerto de calor al tenerlos esperando al sol durante todo un día, je, je…; en ocasiones mis pueblo audiencias llegan a ser muy largas y tediosas, y no me es posible recibir a todas las delegaciones.

—Comprendo —añadió el joven, sucinto.

—La paz en Siria es sumamente frágil. Sus príncipes son señores de la guerra, levantiscos por naturaleza. Con ellos es necesaria la firmeza, pero también el halago y los buenos negocios. En el fondo son como los beduinos; les gusta comerciar sobre todas las cosas. Prefiero enviar a mis súbditos a levantar monumentos para mayor gloria de Kemet, que no la espada en guerras sin fin.

El joven desvió la vista, cabizbajo, pues no en vano su pobre padre había trabajado como mano de obra de leva. Pero el faraón no pareció reparar en su gesto y continuó con sus explicaciones.

—Como pronto podrás comprobar, la situación en Naharina, en el norte de Siria, se vuelve cada día más comprometida. Un nuevo poder está emergiendo desde las sombras del mal. Lo peor de Set está en él, pues es un pueblo amigo del caos y la ira que amenaza nuestras fronteras. Los hititas se sienten cada día más fuertes y necesitan expandirse. Por eso es fundamental estrechar nuestra alianza con el país de Mitanni. Ellos son sus vecinos naturales, y la principal salvaguarda de nuestro imperio en el norte. Es preciso llevar a cabo un nuevo acuerdo matrimonial con ellos.

—El Atón Deslumbrante ya hizo un pacto de ese tipo —se apresuró a decir Neferhor.

—Y muy satisfactorio, por cierto. Claro que por entonces tú no habías nacido todavía. Pero te aseguro que significó uno de mis mayores aciertos. Por entonces gobernaba en Mitanni Shuttarna II, un gran rey. Él me dio a su hija Gilukhepa por esposa, una mujer de bárbara belleza de la que tuve un hijo llamado a sucederme. Pero, como bien sabes, el príncipe Tutmosis murió inesperadamente, para gran desconsuelo de mi corazón.

Nebmaatra hizo un inciso, llevado por el dolor que le traía aquel recuerdo. A Neferhor le pareció que el rey era capaz de perderse en los detalles indefinidamente.

—Anubis no pide permiso cuando se los lleva ni al mismísimo faraón —se lamentó el dios—. Pero aún recuerdo la primera vez que vi a aquella mujer, y también lo apasionada que era. Tiyi siempre se llevó mal con ella —aseguró el monarca, a la vez que adoptaba una mirada ensoñadora. Mas enseguida pareció regresar de sus pensamientos, para observar al escriba con picardía—. Pero lo mejor de todo no fue mi boda con la princesa mitannia —le confió con gesto de complicidad—, sino las trescientas diecisiete jóvenes que traía consigo como séquito. Aquello sí que fue un espectáculo sin igual. ¡Trescientas diecisiete mujeres! ¿Has oído en tu vida algo semejante?

—Los tiempos no han conocido nada que se le pueda parecer. Solo el Toro Poderoso puede ser testigo de un hecho como el que cuentas —se apresuró a contestar el joven, que no era capaz de hacerse una idea exacta de lo que aquello significaba.

El faraón se relamió sin ningún pudor.

—Todavía recuerdo muchos de sus nombres. Todas eran bonitas, cada una en su estilo, y las había que eran muy habilidoize=sas en las artes amatorias. Al final pasaron a formar parte de mi harén. En realidad fue como si me casara con trescientas dieciocho mujeres. Bes, con quien siempre he mantenido unas cordiales relaciones, me felicitó por ello.

Atónito, el escriba escuchaba cómo el faraón le hablaba de este o aquel detalle como quien no quería la cosa.

—Es mi intención repetir aquella experiencia. Cerraremos un nuevo tratado con el actual rey de Mitannia, Tushratta, hijo del difunto Shuttarna II, por el interés de ambos pueblos. Te ocuparás de iniciar las conversaciones a fin de tomar por esposa a una princesa mitannia. Su padre se mostrará muy complacido, ya lo verás, y yo recordaré los viejos tiempos. Mañana mismo enviarás una tablilla con mis mejores deseos al reino de Mitanni.

—Las palabras del Atón Dyehen se cumplirán en toda su extensión —aseguró Neferhor con una reverencia.

—Ahora quiero redactarte una carta para ese mandril de Kadashman-Enlil. Está obsesionado con el oro, y también con fornicar con alguna de mis hijas. Lo desea a toda costa, aunque para ello tenga que arrastrarse como una serpiente, o inventarse cuentos acerca de su hermana. Escribe:

He oído lo que me escribías al respecto. Pero ¿enviaste acaso a algún oficial tuyo que conociera realmente a tu hermana, que pudiera hablar con ella e identificarla? No. Los hombres a los que enviaste aquí no cuentan. Uno era un don nadie y el otro un pastor de asnos. Pongo a Amón por testigo de que tu hermana está viva. La he nombrado Señora de la Casa. Y respecto a lo que escribes sobre la posibilidad de que te haga rico, tú a mí no me has mandado un solo regalo. ¿Estamos de broma?
[18]

Dicho esto, Nebmaatra lanzó una carcajada mientras se golpeaba los muslos.

—Mañana mismo se la mandas. Verás qué pronto nos contesta solicitándome esto o aquello a cambio de su hija. Si lo sabré yo —añadió el rey, divertido.

Neferhor enrolló con cuidado el papiro y continuó guardando una respetuosa distancia. El rey dio un buen sorbo de su copa y se le quedó mirando un instante.

—Creo no haberme equivocado contigo. Son tiempos agitados
—apuntó el rey, enigmático.

Por primera vez el joven le aguantó la mirada.

—Ahora deberás contarme tu secreto —dijo Nebmaatra, cambiando de tono.

El escriba no pudo ocultar su sorpresa.

—Es cometido del faraón el conocer todo aquello que compete a sus súbditos. Alivia tu corazón y comparte conmigo lo que te pido. Dime, ¿cómo será la próxima cosecha?

A Neferhor semejante cuestión le pilló desprevenido, sobre todo porque hacía ya mucho tiempo que nadie se había interesado por su secreto. Pero enseguida recapacitó para esbozar una pícara sonrisa.

—¡Oh Atón Dyehen! —exclamó—, primero habré de preguntárselo a Sobek.

Tal y como le había ordenado el dios, Neferhor transcribió sus peticiones en escritura cuneiforme. Luego se las entregó a los mensajeros reales para que las hicieran llegar a sus destinos lo antes posible. El joven se sentía feliz y orgulloso de haber llamado la atención del faraón hasta tales extremos. Siempre había deseado ser escriba, y el destino le había llevado a cumplir sus funciones a un lugar al que todo
sesh
querría pertenecer. Allí servía al señor de las Dos Tierras, y además se sentía parte determinante de la vida política de Kemet. De su mano salían mensajes para todos los gobernantes extranjeros. Thot deslizaba su cálamo con agudeza, como había ocurrido desde el principio, y él procuraba no decepcionarlo.

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