El secreto del Nilo (37 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

Cuando llegaron a la entrada del templo de Millones de Años, Neferhor contuvo la respiración ante los dos enormes colosos que flanqueaban sus puertas. No existían en toda la Tierra Negra estatuas que se les pudieran igualar. Su piedra rojiza parecía conferirles vida propia, y les daba un aire de eternidad que trascendía a todo cuanto les rodeaba; era como si fueran a estar allí para siempre. De manera espontánea se hizo el silencio, y la solemne procesión entró en el recinto funerario del dios. Nebmaatra se encaminó hacia la capilla de Upuaut, «el abridor de caminos», un dios muy antiguo que simbolizaba la unión de las Dos Tierras, y del cual derivaba el nombre del festival, ya que Upuaut estaba estrechamente relacionado con el dios chacal Sed. Allí cambió su indumentaria para realizar la carrera sagrada y se quedó solo con el
sendyit
, un faldellín corto, y con una cola de toro sujeta a su cintura, con la que representaba su poder regenerado. El faraón fue ungido con ungüentos y se dirigió al gran campo que tendría que circunvalar dentro de unos límites que representaban las fronteras de Egipto. Nebmaatra iba a reivindicar su soberanía sobre el territorio de Kemet, y para ello debía dar muestras de un vigor físico suficiente como para gobernar a su pueblo. Ese era el significado de aquella carrera ritual cuya tradición era tan antigua como el propio país. Todos los dioses de los nomos de Egipto estaban representados a lo largo del recorrido en sus capillas. Ellos darían fe de la carrera del faraón y reconocerían su autoridad.

Neferhor sintió curiosidad por ver cómo Nebmaatra salvaba aquella distancia. El faraón estaba gordo, tenía un pie deforme, y además aquel día el sol apretaba de firme. Sin embargo, el dios no pareció preocupaӀció prerse, y con paso decidido inició la prueba sin importarle su cojera. La oronda figura recorrió el primer tramo a un ritmo aceptable, dadas las circunstancias, aunque enseguida tuvo que disminuirlo para poder llegar a la meta dignamente. Cuando terminó tenía el rostro congestionado, pero todo su pueblo lo aclamaba y se felicitaba por la hazaña. El rey tenía fuerzas suficientes para protegerlos, y Egipto le pertenecía.

El joven escriba se sintió emocionado a la conclusión de aquella prueba. Él mismo se había encargado de recuperar aquel ritual del complejo funerario del rey Djoser en Saqqara, y este se había desarrollado tal y como se suponía que lo había hecho el antiguo faraón. Los tiempos venideros hablarían de aquel día, estaba seguro, y él se sintió feliz por haber participado de tan grandiosa ceremonia.

Pero las celebraciones no terminaban ahí. El monarca debía finalizar la reivindicación de su soberanía con una entronización pública en el pabellón de las apariciones.

La real comitiva regresó al palacio de Malkata en otra procesión festiva, entre música y cantos de alabanza. Ya en el interior de Per Hai, Nebmaatra asió un arco y cuatro flechas para dispararlas hacia los cuatro puntos cardinales y así aseverar su dominio sobre los pueblos de la tierra; después llevó a cabo la erección de un pilar
djed
de grandes dimensiones, que simbolizaba a Osiris. Ayudado por varios hombres, Nebmaatra era el encargado de tirar de las cuerdas atadas al amuleto para levantarlo y con ello dar vida de nuevo al dios del Más Allá. El faraón renovaba, de este modo, su poder ante los dioses como nexo de unión entre estos y su pueblo, en medio de un ambiente en el que se evocaban los ancestrales combates sostenidos entre Horus y Set tras la muerte del padre de aquel, Osiris.

Acto seguido se sentó en su trono de oro dispuesto en el pabellón, donde le impusieron las coronas blanca y roja, símbolos del Alto y Bajo Egipto, en medio del homenaje de todos los grandes de Kemet, y los príncipes de los reinos extranjeros.

El país entero estaba de fiesta. Nebmaatra había renacido y se sentaría junto a los dioses para proteger a su pueblo. La abundancia no conocería el fin, pues el faraón se había unido con el sol.

Aquella misma noche, antes de irse a descansar, Huy hizo llamar a Neferhor a su presencia. El viejo parecía cansado, aunque su rostro mostraba su satisfacción.

—Todo ha salido a la perfección, tal y como habíamos planeado. Egipto entero se ha glorificado hoy; qué más puedo pedir.

Neferhor asintió en silencio.

—El dios está tan eufórico que se siente como si en verdad hubiera cumplido veinte años. Él piensa que su vigor desafía al tiempo y que es, hoy más que nunca, un Toro Poderoso.

—Nunca vi nada igual —aseguró Neferhor.

—Ni lo verás. Los ritos de renovación han finalizado justo el segundo día del tercer mes de
Shemu
, exactamente un día antes de que se cumpla el treinta aniversario de su coronaciónӀu corona. Nebmaatra vuelve a renacer treinta años después, pero las celebraciones se alargarán cerca de ocho meses.

Neferhor se hacía cargo de la magnitud del evento.

—Puede que se conmemoren más
Heb Sed
, pero no serán como este —continuó Huy—. Estoy demasiado viejo para ocuparme otra vez de algo así; je, je…

El joven le sonrió.

—Ya no tendrás dudas de que la solarización del faraón ha dejado de ser una tendencia. Es un hecho consumado —afirmó el anciano, con rotundidad—. La representación ha sido concluyente.

—El rey se siente tan poderoso como Ra.

—¿Tan poderoso? Je, je… ¿Quieres mostrarme el brazalete que te regaló?

Neferhor se lo quitó de su brazo para entregárselo al anciano. Este lo examinó con una media sonrisa.

—Acércate. ¿Has visto las inscripciones que lleva grabadas?

El joven las había visto, aunque no con detenimiento. Entonces las estudió con más atención. En el centro del brazalete estaba grabada una imagen de Nebmaatra sobre una barca solar. El faraón asía una pluma de Maat y se encontraba, a su vez, en el interior de un disco solar. Junto a las imágenes había una inscripción que rezaba: «Ra-Horakhty, soberano, señor de los nueve arcos, deslumbrante disco solar para todas las tierras.»
[16]

Neferhor levantó la vista hacia Huy, que asentía con tristeza.

—El faraón no piensa en unirse a Ra, lo que en realidad pretende es ocupar su puesto.

El escriba pareció pensativo. Al anciano no le faltaba razón y aquellas inscripciones así lo demostraban al cambiar el nombre del faraón por el de Ra-Horakhty, e introducirse él mismo dentro del disco solar.

—Pero… ningún rey ha sido divinizado de esta forma en vida —comentó el joven.

—Ni creo que Nebmaatra se atreva a hacerlo. Es demasiado viejo, y en su corazón todavía hay lugar para nuestros dioses. Aún sabe escuchar los sabios consejos. Pero me temo que el desenlace del juego del que te hablé una vez se encuentre próximo y, créeme, el perdedor será nuestro querido Kemet. Aunque espero no verlo.

Neferhor trató de asimilar aquella sentencia.

—¿Recuerdas que te adelanté que serías recompensado? —El joven asintió—. Poco me equivoco yo en estos juicios, je, je. Ha llegado el momento de que sirvas a Nebmaatra de otra forma. Ya sabes todo lo demás. Es preciso que abandones mi compañía y aproveches el favor que te ha brindado el faraón. Él también se ha fijado en ti y su corazón es bondadoso. Pero habrás de extremar tu prudencia y también tu discreción. Hoy más que nӀoy más unca sé que Amón te reclamará algún día, ya lo verás. Aunque pienses que estás solo, no olvides que los dioses siempre nos vigilan.

—Parece que los caminos que se cruzan a mi paso son inciertos —dijo Neferhor.

—Siempre resultan así —le animó el anciano—. Pero no te preocupes, velaré por ti.

—Debo ser cauteloso —musitó el escriba.

—Veo que recuerdas mis consejos, je, je. Trabajarás en un lugar discreto. Has de aprender a mirar y ver, aunque no resulte fácil. No olvides que en el equilibrio se fundan todas las cosas. No puede haber orden fuera de él en Egipto.

—Lo recordaré, noble Huy, allá donde me encuentre.

—Desde ahora servirás al dios desde la Casa de la Correspondencia del Faraón, un lugar que te resultará interesante.

16

Penw corría de acá para allá como un verdadero ratón. Era lo suyo, y más ahora que la reencarnación de Thot le había demandado un servicio de la máxima importancia. Un simple mortal, como era él, se veía obligado a dar lo mejor de sí mismo ante un requerimiento como aquel. Nada menos que el gran Neferhor, conocedor de todo lo oculto, le había pedido su concurso para preparar una cena como correspondía a su divinidad. ¿Quién mejor que él, Penw, para hacerse cargo de tan delicada misión? ¿Quién sino él podría llevar a cabo una tarea de tales proporciones? Penw se encontraba tan excitado que era incapaz de estarse quieto un momento, en su afán por comprobar que todo se hallara bien dispuesto. ¡Por fin desempeñaba una labor acorde a sus conocimientos! Después de pasar toda una vida como pinche en las cocinas del dios, tenía la oportunidad de demostrar sus dotes como mayordomo en una casa tan principal como aquella.

El hijo de Thot había sido bendecido públicamente por el faraón, que le había regalado un brazalete de oro purísimo. Al menos eso comentaban en palacio, pero aunque no lo hubiese visto Penw sabía que no se trataba de uno de los habituales chismes que solían correr por Malkata, pues aquel joven tenía pasta de visir, si lo sabría él. El que alguien como Neferhor se hubiera fijado en su persona suponía un don similar al que el escriba había recibido de Nebmaatra. Claro que, tras pensarlo detenidamente, Penw había llegado a la conclusión de que el divino Neferhor había sido capaz de leer allí donde otros no podían y apreciar sus cualidades; no cabía otra explicación.

—Necesito que te encargues de organizar una cena para tres personas en mi casa. ¿Es posible?

Estas habían sido las palabras pronunciadas por el hijo de Thot, y al momento Penw se jactó de poder superar a Surero, el mayordomo real, si era necesario. Llevaría a uno de los ayudantes de Neferrenpet, el cocinero del faraón, y a su abnegada esposa, que era muy buena repostera, para no defraudar al gran Neferhor. Ah, y también les acompañarían unos músicos.

—Con un artista bastará —le había advertiրSdo el escriba, que no parecía de muy buen humor.

Penw se había limitado a mirarlo de forma astuta, y enseguida hizo un aspaviento exagerado con el que mostraba su conformidad. Desde ese momento todo habían sido carreras, idas y venidas, y un sinfín de argucias, algo en lo que el pinche era un maestro. Todo estaría al gusto del gran Neferhor.

La explicación a todo aquello resultaba sencilla; Neferhor debía corresponder a sus viejos amigos, y para ofrecerles su hospitalidad no se le ocurrió nada mejor que invitarlos a una cena en su casa. El problema era que el joven no tenía servicio, ya que vivía de forma un tanto adusta, como si continuara en Karnak, entre vigilias y abluciones. Por eso pensó en Penw, el solícito pinche que tan amablemente se portaba con los gatos y, por otro lado, la única persona que conocía que podría ayudarle.

Para el joven, aquella velada suponía mucho más que un humilde banquete. A un hombre de gustos sencillos como era él, poco le importaban que las viandas fueran más o menos suculentas; lo que realmente le preocupaba era Niut, y por ende su viejo amigo. El no conocer el lugar que ocupaba en aquella pesadilla era algo descorazonador, sobre todo porque sabía muy bien cuál era el que le correspondía. Neferhor no podía continuar apartando los fantasmas que amenazaban a su
ka
con la destrucción eterna. Hacía mucho que había abandonado el camino del
maat
para aventurarse en una senda que solo le conduciría al quebranto; a una desolación contra la que se había visto incapaz de luchar.

La vereda se había ido convirtiendo en pedregosa y empinada, al tiempo que parecía recorrer terrenos que se hacían más abruptos y escarpados cada día. Pero algo en el interior del escriba le había hecho rebelarse contra su propio deseo. Un rayo de luz había calado en su corazón para ayudarle a discernir lo que le convenía. Debía abandonar aquel laberinto en el que estaba encarcelada su alma, y regresar al camino del
maat
del que no debía separarse jamás.

Aquella velada serviría para iniciar su propia redención y apartar las sombras que amenazaban con convertirle en un ser sin voluntad. Estaba decidido a hacer frente a todo lo que el destino le tuviera reservado si con ello era capaz de volver a mirar a Heny como antaño; sin doblez, ni engaño. Se hacía cargo de sus culpas, aunque poco pudiera remediar ya. Estaba seguro de que tendría fuerzas para ello.

El escriba había preparado todo para aquella noche, y sus amigos parecían encantados de poder visitarlo en el transcurso de una festividad como la que se estaba celebrando. Todo era mágico en Egipto en aquellos días, y Neferhor se había convertido en un gran personaje.

Penw resultó ser de gran ayuda en la preparación del ágape, aunque para ello diera muestras de su afición por la megalomanía. Aquel hombrecillo tenía delirios de grandeza, o de otro modo no se hubiera entendido la legión de criados que había decidido emplazar. Tras mucho cavilar, Penw había llegado a la conclusión de que con un cocinero y con su mujer el banquete quedaría deslucido. Era necesario dar lustre a un acontecimiento como aquel. El docto escriba era un hombre sabio donde los hubiere, pero de protocolo y festines conocía más bien poco. Claro que para eso se encontraba él allۀtraba éí. Así pues, además de a su mujer y a uno de los cocineros al cargo de Neferrenpet, contrató a dos pinches, un panadero, un copero y cuatro gráciles doncellas para que se ocuparan de servir como correspondía. También determinó que con un artista la velada resultaría algo monótona, por lo que llevó a un flautista y varios percusionistas, amén del que tocaba el arpa, para que el ambiente no decayera. Qué menos podía hacer.

Cuando Neferhor vio lo que el hombrecillo le había preparado, no supo si abrazarlo o echarlo a la calle a patadas. Aquel ejército a su servicio era más propio del dios que de un escriba de su condición. Pero fue al ver la cubertería cuando puso el grito en el cielo.

—Pero… ¿qué significa esto? —quiso saber al descubrir los platos de fina loza vidriada y las copas del mismo material con forma de cálices de loto—. ¿De dónde has sacado esto?

Penw se hizo el remolón, pero al observar la furibunda mirada que le dirigían entrecerró los ojillos con astucia; una técnica que le daba muy buenos resultados a la hora de convencer a los demás.

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