El secreto del Nilo (66 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

—La intriga se halla por doquier. En cada pasillo pueden anidar la traición o las conjuras más insospechadas. Nadie está a salvo.

—Por eso vengo hoy a ti, Neferhor. Debes mantenerte fuera de toda Àsospecha, pues llegará el día en el que tendrás que velar por nosotros. Las conspiraciones de las que hablas son verdaderas, pero debes evitar entrar a formar parte de ellas, ya que quizá representes la última esperanza que nos quede para permanecer con vida. —Neferhor se estremeció al escuchar aquellas palabras—. Tu puesto en la Casa de la Correspondencia del Faraón es un buen lugar para permanecer al margen de trampas y rumores. Tu información de cuanto ocurre fuera de la Tierra Negra resultará de gran importancia. Cada cierto tiempo, alguien te buscará con discreción junto a la orilla del río, a la espera de tus noticias. Mas sería de gran interés que te mantuvieras cercano a la familia real.

El escriba hizo un gesto de disgusto.

—Por algún motivo he estado apartado durante años de toda información que resultara comprometedora para el dios. Estoy convencido de que Tiyi se ocupó de ello.

—Ella siempre sospechó de ti. Pero reconoce tu valía, y cree que ya no representas ningún peligro para su casa. Sin embargo, no todos en ella están a favor del faraón. Esa es nuestra esperanza.

Neferhor se dispuso a contestar, pero su amigo le selló sus labios con los dedos.

—Su nombre es tan misterioso como el de nuestro padre, y ni tú ni yo lo pronunciaremos. Dentro de poco el dios regresará a Menfis para pasar el verano, y tendrás oportunidad de conocer a la reina. Su divino esposo deja todo lo mundano en sus manos, cada vez con más frecuencia. Nefertiti tomará el relevo de Tiyi al frente de la Casa de la Correspondencia del Faraón, y sentirá un gran interés por ti, ya lo verás.

—Y después, ¿qué es lo que desea Amón de mí?

—Como te adelanté, velarás por nosotros en secreto, por los intereses de tu Templo, y ayudarás a nuestros hermanos cuando lo necesiten. Sin embargo todo esto ocurrirá en la mayor reserva, y pondrás buen cuidado en quedar al margen de toda sospecha. Ante la corte te convertirás en furibundo seguidor del Atón, para formar parte de los hombres nuevos de los que quiere rodearse Neferkheprura.

—Haré cuanto me pides —dijo Neferhor, con una sonrisa.

—Todos lo sabemos, y aguardaremos con ilusión el día de poder abrazarte de nuevo en Karnak como el hijo que regresa a donde le corresponde. Ahora debemos separarnos, y has de olvidar que estuviste aquí. Amón te protegerá, allá donde te encuentres.

Neferhor abandonó aquel templo convencido de que una especie de luz inundaba su ser hasta convertirlo en adalid de todo lo bueno que los dioses les habían legado en el principio de los tiempos. Su corazón sonreía por primera vez en muchos años, al tiempo que se sentía libre de opresiones y congojas, de penas y dolorosos recuerdos, de las enfermedades del alma. Era como si, súbitamente, su vida tomara una nueva dimensión, como si los difusos caminos por los que deambulaba se aclararan para mostrarle, inequívocamente, cuál era la senda que debería seguir, y también el lugar que ocupaba en la vida. Esta había resultado tan procelosa que el escriba creía haber llegado a perder la noción de su propia identidad, a la que ya no estaba dispuesto a renunciar. MuevoÀs allá de reyes e intrigas su vereda solo podía ser una, y el hecho de sentirse otra vez parte del lugar que un día le acogiera para darle cuanto sabía, le llenaba los
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de euforia, al tiempo que le alentaba hasta percibir lo que le rodeaba de forma diferente. La luz que se desparramaba por el barrio de los mercaderes, aquel atardecer, le resultaba cargada de matices insospechados en los que nunca había reparado. Sus ojos miraban y eran capaces de ver cosas diferentes a las de antaño, como si durante años él solo hubiera sido un fantasma en un mundo que le resultaba ajeno. La muerte de su hijo aparecía en su recuerdo como un hecho terrible que siempre llevaría en el corazón; sin embargo ahora Antef le sonreía desde los Campos del Ialú donde, sin duda, se encontraba, para decirle que la muerte formaba parte de la vida, y que la suya tenía que ser aún recorrida por sus pies para regocijarse con todo lo hermoso que los dioses habían creado. Padre e hijo volverían a verse algún día, pero todavía no.

Niut había conseguido transformar su vida hasta el extremo de llegar a anularle por completo. En todos aquellos años, Neferhor había dejado de existir para dar paso a un extraño que deambuló entre las sombras poseído por un mal que le devoraba el alma. Al bajar por aquella calle desbordante de puestos y bullicio, el escriba se acordó de Shaushka, la joven mitannia con la que yaciera una tarde, y de sus certeras palabras. Ella leyó su enfermedad, y también le advirtió que su diagnóstico le procuraría desgracias. Todo había ocurrido tal y como le adelantara la joven, y no obstante Neferhor ahora estaba convencido de que solo su andar errático le había llevado hasta el infortunio.

Al sentir los rayos de Ra-Atum sobre su rostro, el escriba entrecerró los ojos con evidente placer. La luz que le guiaba se hacía corpórea para acariciar sus miembros hasta hacerle sentir exultante. Todas las noticias eran malas, y las perspectivas parecían aún más oscuras que las palabras que Neferhotep le había dicho, pero a él no le importaba; Neferhor había recobrado su identidad de nuevo, y aquella luz que sentía dentro de sí ya nunca lo abandonaría. Amón no se olvidaba de aquellos a quienes un día había elegido, y en aquella hora se lo recordaba.

Al llegar a su casa el escriba entró silbando una vieja cancioncilla que ya tarareara su padre en múltiples ocasiones, mientras trabajaba en el campo. Hablaba de amores entre dos jóvenes campesinos que se arrullaban junto al río, del rumor de sus aguas y de la fragancia del aire que los envolvía. «Nunca seréis tan felices como ahora —rezaba el estribillo—. Saciaos de ella antes de que os abandone.»

Al escuchar los silbidos, Sothis se asomó a ver qué pasaba, pues nunca había escuchado silbar a su amo, y mucho menos tararear un estribillo. La joven se sorprendió de ver al señor tan alegre, y se preguntó qué sería lo que habría ocurrido. Durante aquellos años pasados desde que Niut se marchara, la esclava había llevado una vida dedicada a su hija y a la casa en la que habitaba. Ambas habían tenido mucha suerte, pues su señor había resultado ser un hombre sumamente respetuoso y considerado, sobre todo con Tait, a la que había enseñado a escribir y perdonaba comportamientos impropios de una esclava. Pero el escriba siempre se había mostrado extrañamente ausente de cuanto le rodeaba. Parecía encerrado en un hermetismo del que apenas salía, y que debía de depararle no pocos sufrimientos. Al menos eso era lo que pensaba Sothis cuando le observaba cenar en solitario, con la mirada perdida en váyase a saber qué. Ella Àlo atribuía a la desgraciada muerte de Antef, que tanto habían llorado todos y, con toda seguridad, al desastroso final al que había llegado con Niut.

En su opinión, el amo había sido afortunado al lograr librarse de semejante demonio; claro que los hombres solían obcecarse en tales cuestiones, y no ver la realidad de su propia desgracia; la
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le había devorado el corazón con sus artes hasta esclavizarlo al placer que le proporcionaba.

Sothis había sido testigo de ello en muchas ocasiones, y cuando escuchaba los gemidos de ambos amantes, pensaba que aquellos transmitían desesperación, más que otra cosa, y que el amor no había existido entre ellos. Sin embargo, la pasión que el señor demostraba a su esposa había desaparecido como por ensalmo a la marcha de esta. El escriba siempre se había mantenido distante a la nubia, algo inusual puesto que las relaciones amorosas con los esclavos eran habituales, y muchas noches Sothis se imaginaba a aquel hombre en la soledad de su cuarto haciendo frente a aquella desesperación que tantas veces había escuchado. Ella estaba segura de que el amo sufría pero, no obstante, Sothis se había cuidado de hacer ninguna insinuación a su señor, al que tanto respetaba, y por el que sentía desde hacía algún tiempo un cariño que guardaba para sí.

—Esta tarde mi señor trae la alegría a su casa —dijo Sothis al ir a recibirlo.

Neferhor sonrió.

—Es una canción que solía cantar mi padre y que he recordado después de tantos años.

—Nos gusta ver feliz a nuestro amo.

—Hoy la luz ha venido a visitarme, después de mucho tiempo —murmuró el escriba como para sí—, incluso traigo más apetito que de costumbre.

—Pronto estará la cena lista. Hoy he preparado pichones asados y dulces de miel.

—Hummm. ¡Pichones asados! Mi plato preferido desde que era un niño. ¿Sabías que era un manjar para nuestra humilde mesa? Ah, y hoy beberé vino de los oasis.

Sothis disimuló su estupefacción lo mejor que pudo, ya que el amo rara vez tomaba alcohol, y nunca le había visto darle tantas explicaciones. Al punto sospechó que quizás hubiera conocido a otra mujer y se hubiera enamorado, ya que parecía sentirse feliz como ella no recordaba.

Tait acudió a saludar a Neferhor para abusar de su confianza, como de costumbre, y al punto le pidió que le enseñara la letra de aquella canción. Mientras, Sothis desapareció en la cocina, pensativa por el humor de su dueño. Inconscientemente se estiró el vestido que llevaba sujeto bajo el pecho, y se dispuso a servir la cena. La nubia se había convertido en una mujer cuyos rasgos hablaban bien a las claras de la fuerza que atesoraba, pues era alta y esbelta, con unas piernas fuertes que terminaban en unos glúteos bien erguidos, y unos hombros anchos cuyos músculos se mostraban suavemente marcados, como en el resto de su cuerpo. Sus pechos eran discretos, aunque desafiantes, pues sus generosos pezones se mostraban inusualmente erguidos y resultaba imposible no reparar en ellos. Los rasgos de su Àrostro eran atractivos, con facciones bien definidas, como si hubieran sido trazadas por algún geómetra, y unos ojos algo rasgados y sus labios plenos terminaban por darle un aire exótico indudable. Las orejas estaban bien proporcionadas y todo su cuerpo se hallaba tonsurado desde la cabeza a los pies, para mostrar una piel tersa y suavemente oscura que daba a la nubia un aspecto felino que a nadie dejaba indiferente. Así era Sothis a su veintiún años, en la noche en que descubrió la alegría en el corazón de su dueño.

Cuando Neferhor la observó aproximarse hacia la pequeña mesa a la que estaba sentado, vio por primera vez a la mujer en la que nunca hasta entonces se había fijado. Él mismo se sorprendió ante este detalle, como si sus ojos hubieran permanecido ciegos y despertaran de forma inesperada. La esclava llevaba años conviviendo bajo el mismo techo, y no obstante aquella noche algo inexplicable le había invitado a mirarla por primera vez de manera diferente. Allí obraba algún tipo de conjuro, aunque tiempo después pensaría que aquel día se había librado definitivamente de él.

Sin poder evitarlo, mientras ella le servía, Neferhor la deseó, y Sothis lo captó al instante. Su dueño había regresado de las tinieblas en las que había permanecido tanto tiempo, y ella se regocijó pues su magia había resultado efectiva. Aquella noche durmió junto a su hija, satisfecha de que aquellos brazos la esperaran anhelantes.

4

Como Neferhotep le había adelantado, el dios llegó a Menfis con toda la pompa y la nueva corte de hombres que solo al faraón se debían. Neferkheprura los había sabido elegir, puesto que había evitado rodearse de todo aquel que tuviera raíces que le relacionaran con los tradicionales poderes de Egipto. La mayoría eran jóvenes procedentes de familias que nunca habían tenido tratos con ninguna jerarquía, a los que se les ofrecía la oportunidad de conseguir sus ambiciones si servían bien al señor de la Tierra Negra. Una nueva aristocracia nacía en Kemet, ansiosa de cobrar relevancia y escalar posiciones en el entramado de poder recién creado.

Los viejos nobles se vieron de esta forma desplazados por aquellos advenedizos, y en grupos criticaban, indignados, aquella situación en la que el nuevo dios les había puesto. Egipto caminaba hacia la locura y ellos debían abandonar la corte después de años de medrar incesantemente. Como siempre, los hubo que se lo pensaron mejor, y optaron por la conveniencia de aceptar aquella nueva corriente que amenazaba con arrastrarlos a todos. Si en algo eran maestros era en el arte de la intriga y el disimulo, y podrían adaptarse a las ideas del nuevo faraón, por muy extravagantes que fueran. Cada mañana Ra regresaba de su viaje para alumbrar un nuevo día, y sobrevivir era todo cuanto les importaba.

Fue por eso por lo que se originó un ambiente ciertamente irrespirable entre muchos de los funcionarios. La traición flotaba en el ambiente, y lo peor era que nunca se sabía dónde podía encontrarse esta. Cualquier palabra podía ser malinterpretada, pues eran muchos los que querían hacer méritos ante el nuevo régimen.

La llegada del dios a Menfis supuso un revuelo de consideración, y el que más y el que menos mantenía sus ambiciones, por irreales que pareciesen. Pero enseguida comprobaron el tipo de faraón que se ceñíaƀ la doble corona. Neferkheprura se mostró tan distante como acostumbraba. Él no se rebajaba a hablar con su pueblo, pues solo al padre Atón se confiaba. Era con este con quien se comunicaba, y no le interesaba en absoluto cuanto les ocurriese a aquellos funcionarios corrompidos. Su Gran Esposa Real se encargaría de los aspectos terrenales, y los altos cargos que él había designado la ayudarían.

En un ambiente en el que las intrigas resultaban endémicas, Menfis se convirtió en un crisol en el que se vertían todo tipo de insidias, venganzas y falsedades, que hicieron que su atmósfera se volviera irrespirable.

—Nunca vi nada semejante —se lamentaba Penw, que como pinche de las cocinas reales acompañaba a los soberanos allá donde fuesen—. Ni la antigua reina, con toda la capacidad que atesoraba, podría controlar las maquinaciones que circulan por palacio. Te aseguro, gran Neferhor, que algo muy grave se está preparando, y miedo me da pensar en lo que pueda suceder.

De este modo le había transmitido sus temores al escriba su entrañable amigo; unos recelos que, él mejor que nadie, sabía eran fundados y le mantenían atento a lo que pudiera pasar. Los cambios entre los altos cargos se producían con rapidez, como si el dios tuviera prisa por llevar adelante sus proyectos. Muchos aseguraban que ello era debido a su carácter impulsivo, a su particular punto de vista de las cosas que no estaba dispuesto a cambiar. Nunca había habido un faraón igual en las Dos Tierras, y todos temían dirigirse a él pues solía tener reacciones imprevisibles.

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