El secreto del Nilo (31 page)

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Authors: Antonio Cabanas

Tags: #Histórico

El escriba se estremeció y gimió satisfecho. Entonces entreabrió sus ojos, y al ver a la joven desnuda junto a él extendió las manos para acariciar sus senos. Pero ella se lo impidió.

—Shsss. Aún no ha llegado el momento —le volvió a susurrar—, si te apresuras te perderás.

Él la obedeció y se dejó llevar tal como le proponía aquella danzarina con nombre de diosa. Observaba su cuerpo y se deleitaba ante la visión de aquellas formas turgentes apenas separadas de él. Mas las caricias se fueron haciendo más atrevidas, y los dedos de Shaushka se deslizaron con destreza para detenerse justo donde debían. El escriba se hallaba listo para entregarse y ella mostró un rictus de satisfacción.

Neferhor recordaría aquel momento toda su vida. La joven mitannia lo llevó hasta la desesperación para convertirlo en una especie de peregrino que suplicaba el agua que ella le oque ellafrecía. Mas aquella agua no parecía ser capaz de saciarle, y los goces que le había prometido resultaron ser como parte de un hechizo del que nunca se colmaría. Él recorría todo su cuerpo con frenesí, mientras sentía su miembro, dentro de aquella mujer, palpitar como si su corazón hablara por él. Creyó que se encontraba en uno de sus
metu
, y que a través de aquel canal era capaz de introducirse hasta el principio vital de su amante. Pensó que podía ver en su interior, y que todo el misterio de su
ka
se presentaba ante él, aunque le resultara insondable, como el agua profunda a la que la luz no alcanza. Toda su energía vital lo envolvía en una especie de magia que le invitaba a flotar, a desprenderse de cuanto le angustiaba. Sin embargo, había algo que le impedía liberarse por completo. Una amarra que lo sujetaba con tenacidad y no le permitía ir más allá de su deseo. Neferhor se sentía enardecido en tanto copulaba con la joven. Acoplados como si fueran un solo cuerpo, se movían enloquecidos entre gemidos y quejidos entrecortados, como si corrieran en busca de su anhelo máximo. El escriba se veía esclavo de unos sentidos que le conducían a una suerte de estampida final, y mientras, la bailarina mitannia lo atravesaba con su mirada, envuelta en jadeos y palabras que él no comprendía. Era una lucha entre dos cuerpos que buscaban la culminación del placer casi atropellándose, como si se tratara de un combate en el que ambos participaban de mutuo acuerdo para calmar sus más bajas pasiones. Pero en aquella unión no había entrega, solo la desesperación carnal de unos seres que gozaban con sufrimiento por alcanzar su apogeo.

Neferhor trató de deshacerse de aquellas invisibles manos que no le dejaban liberarse de su propia naturaleza, pero le fue imposible. El final se presentó súbitamente, con el mismo arrebato con el que se habían amado.

El escriba pareció quedar suspendido por un hilo invisible que le mantenía en el culmen de un placer que resultó efímero, y que terminó por desvanecerse como una brizna de viento. Neferhor se desplomó sobre su amante, respirando con dificultad. Sus cuerpos sudorosos jadeaban en tanto Shaushka disfrutaba de sus últimas convulsiones. Había sido un acto animal; un fornicio entre dos vagabundos incapaces de unir sus esencias vitales.

El joven había gozado de aquel encuentro, mas este no había resultado como hubiera deseado. Era imposible compararlo con el que había tenido lugar en Ipu. Niut le había transportado a otra dimensión. Un estadio en el que sus
kas
fueron uno solo, en el que el placer nada tuvo de efímero, pues fue simplemente sublime.

Shaushka permaneció un rato en silencio en tanto sondeaba el corazón de su amante, que no se le había entregado por completo.

—No bebiste el agua que te ofrecí —le susurró al oído.

Neferhor se volvió hacia ella, todavía con la respiración entrecortada. Los ojos de la mitannia le parecieron tan profundos como indescifrables.

—Bebí cuanto pude, pero no me sacié —murmuró él.

Entonces ella se incorporó y le atravesó con la mirada.

—Tu alma está u alma eprisionera —le dijo con gravedad. El escriba se estremeció—. Nunca conocerá el descanso —le susurró de nuevo—. Forma parte de un sueño. Sufrirás.

9

Sentada en su jardín, Niut disfrutaba del atardecer en aquel día de principios de verano. La jornada había resultado calurosa, como era habitual, y ahora que la tarde caía era delicioso situarse bajo los palmerales para ver fluir las aguas del río que ya anunciaba su avenida. Las adelfillas, malvarrosas y narcisos creaban un ambiente que invitaba al abandono, y la fragancia típica de la alheña mezclaba sus pinceladas para pintar un cuadro de matices sin fin, al que era difícil resistirse.

Los gorriones revoloteaban eufóricos en tanto trinaban en busca de sustento y, en la otra orilla, una familia de hipopótamos salía del agua con parsimonia, ajenos al paso del tiempo.

Sin embargo, Niut distaba mucho de sentirse abstraída mientras observaba el lienzo del que también formaba parte. Sus pensamientos la llevaban a múltiples consideraciones, todas de particular importancia.

En tanto observaba a los distantes hipopótamos, Niut se aplicaba una pomada sobre el vientre; contenía incienso, cera, aceite fresco de moringa y jugo de planta fermentada, y era muy eficaz contra las arrugas. Al extenderla, su abdomen brilló terso, como ella deseaba. Estaba embarazada de casi seis meses, y debía cuidar su aspecto más que nunca. Su marido se hallaba exultante, ya que por fin tendría el heredero que tanto había deseado e incluso buscado en otras alcobas. Heny había entrado en un estado de permanente desconfianza que le llevaba a pensar que era el hazmerreír de sus paisanos.

Era una idea bastante extendida que la incapacidad de la esposa a la hora de engendrar hijos era debida, la mayoría de las veces, al marido; sobre todo si ella procedía de una familia en la que habían abundado los nacimientos, algo habitual en la mayor parte de los hogares debido al elevado índice de mortalidad infantil. Heny creyó ver en cada mirada o gesto de sus vecinos una burla velada a su masculinidad, fundamentalmente por la bellísima esposa que tenía, que además procedía de una familia numerosa. Heny llegó a preocuparse por aquel particular, que lo llevó a visitar el lecho de Niut a diario hasta convertirse en casi una obsesión. Pero sus intentos habían resultado inútiles, y entonces Heny comenzó a frecuentar a otras mujeres con la esperanza de dejar en estado a alguna de ellas y demostrar así que él no era la causa del problema.

Ello le llevó a estrechar sus relaciones con una joven en Coptos, capital del nomo de los Dos Halcones, a unos siete
iteru
, ochenta kilómetros, al sur, ciudad a la que acudía con frecuencia puesto que era un enclave comercial de primer orden, y muchas caravanas se daban cita allí para hacer sus transacciones. Heny comerciaba con sus vinos y hacía buenos negocios, hasta el punto de que decidió comprar una pequeña casa donde instalarse durante los numerosos viajes que se veía obligado a realizar. Allí conoció a una joven siria que solía visitar las casas de la cerveza, de la que se hizo amante. Heny la mantenía en su casa, y a cambio fornicaba cuanto podía, convencido de que, antes o después, lograría su propósito. Lo que ignoraba Heny era que su joven amante se introducía en su vagina un pequeño tapón impregnado con una mezcla a base de miel, coloquinto, dátiles y acacia fermentada
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en cuanto podía, ya que en realidad estaba enamorada de un beduino malencarado que visitaba Coptos con su caravana varias veces al año, y con el que pensaba irse algún día.

Llevaba varios meses disfrutando de la siria cuando desde Ipu Heny recibió la buena nueva. Su ego quedaba a salvo, y además los dioses habían escuchado al fin sus súplicas. Agasajó a su esposa con todo cuanto esta le pidió, aunque continuó manteniendo a su amante en Coptos, pues se había aficionado a ella ya que era muy habilidosa en las artes amatorias y sumamente procaz, algo que le agradaba.

Niut entrecerró los ojos al pensar en esto. Ella conocía los manejos que se traía su marido, aunque se había cuidado mucho de decírselo. Al fin y al cabo Coptos era una ciudad de paso muy concurrida durante todo el año, y no muy alejada de Ipu. Un vecino que se dedicaba al comercio del lino vio un día a Heny entrar en su pequeña casa en compañía de la siria, entre arrumacos y risas, y con la premura típica de los que tienen prisa por solazarse.

El vecino, que era un borrachín consumado, se fue de la lengua durante un banquete, y su mujer hizo correr el chisme como si fuera agua del Nilo, y pronto llegó a oídos de Niut, a la que no le extrañó en absoluto.

No obstante, el hecho de que fuera engañada con una mujerzuela siria hirió su orgullo en lo más profundo, y decidió que era el momento de trazar sus planes de forma adecuada. Había tenido una falta, y en cuanto estuvo segura de su nuevo estado le hizo ver a su marido lo feliz que le haría si le garantizara su futuro económico y el de su hijo por medio de un documento.

El matrimonio era un acto social, pero no religioso o jurídico, por lo que en caso de divorcio podían originarse conflictos en los que la ley no intervenía. Durante el Imperio Antiguo, el hombre tenía derecho a convivir con concubinas junto a su esposa, aunque esta no podía cometer adulterio. Fue a través de los siglos cuando se empezaron a crear los primeros contratos en los que se salvaguardaban la conservación de bienes y la herencia de los hijos. A partir del Imperio Medio la ley intervenía siempre que hubiera un contrato, pues no acostumbraba a inmiscuirse en la reglamentación de los asuntos privados. Por ello los tribunales hacían cumplir el derecho contractual.

Con el tiempo, los cónyuges comenzaron a suscribir contratos matrimoniales que no eran sino un registro de las costumbres no escritas que se seguían en aquellos casos. Al contraer matrimonio, Niut había hecho firmar un documento a su esposo por el cual, en caso de divorcio por causa de su marido, Heny debería restituirle el doble de su dote y un tercio de sus ganancias como pensión. El cónyuge lo había firmado; encantado de hacer por fin realidad su máximo anhelo; convencido de que la amaría durante toda su vida. Ahora Niut le presentó un
adendum
según el cual si tomaba a otra mujer Heny debería renunciar a su patrimonio en beneficio de su futuro hijo, así como a la villa en la que habitaban, que pasaría a manos de su esposa como usufructuaria.

Cuando el escriba le mostró el contrato, Heny miró a su esposa como embobado, pero esta no dejó entrever sus sentimientos y se limitó a acariciarsea acaric el vientre que ya empezaba a crecer.

—«Si yo te desprecio, si tomo otra mujer además de ti, yo te daré…»
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El escriba leyó las cláusulas en tanto Heny continuaba con su gesto estúpido.

—¿Entiendes cuanto te he dicho? —le preguntó el escriba al finalizar.

Heny asintió mecánicamente.

—Bien; entonces firma aquí.

Así quedó recogido el nuevo contrato entre ambos. Heny juró ante los dioses que era el hombre más feliz del mundo, que amaría a su familia para colmarla de felicidad, y días después Niut contrató a aquel escriba para que se trasladara a Coptos y diera fe de la relación de su esposo con otra mujer. Luego guardó el documento en lugar seguro y se preparó para su futuro alumbramiento como si fuera una esposa feliz.

Aquella tarde en el jardín, Niut recordó aquellas circunstancias, y también los hechos que habían llevado a la situación actual. Todo empezó con la llegada de Neferhor. La visita de su viejo amigo había producido una gran excitación en Heny, así como curiosidad en ella. Niut había visto la embarcación real atracada, y al observar el cartucho del dios bordado sobre la vela se convenció de la importancia del cargo que detentaba el escriba. Quién lo hubiera podido suponer, se dijo, asombrada.

Enseguida su imaginación fue capaz de fantasear como solía hacerlo de pequeña. Vislumbró el palacio de Per Hai, y el lujo y boato que rodearían las fiestas que se celebraban a diario. Aquel era el mundo en el que le hubiera gustado vivir, entre los príncipes que siempre soñó conocer.

Se preguntó cómo sería Neferhor, pues de niño era más bien feíto, y tenía unas orejas de las que siempre se había burlado. Estaría hecho un hombre, y seguramente casado, aunque no por ello dejó de sentir interés.

Niut se acicaló convenientemente para la ocasión. Ella sabía que era hermosa, y cómo sacar el mejor partido de su belleza. Cuando bajó para la cena estaba deslumbrante, y con la primera mirada que cruzó con su invitado supo que este se había prendado de ella. Seguramente seguía enamorado desde la niñez, algo que solía ocurrirle con otros viejos conocidos. Ella recordaba la timidez de aquel niño, y se dio cuenta de lo poco que había cambiado en este aspecto. No obstante, Neferhor era ya un hombre de complexión robusta y aire distinguido, aunque distara de ser hermoso. Sus orejas seguían siendo protagonistas aventajadas, pero su rostro transmitía dignidad y sus labios, carnosos, una sensualidad que ella percibía. Aquel hombre sabía disimular con maestría, y eso la sedujo de manera particular, pues resultaba infrecuente.

Evidentemente, Neferhor era un tipo discreto. Vestía con pulcritud y apenas llevaba adornos. Sus únicas joyas eran un collar de oro en el que llevaba engarzado un pequeño ibis de lapislázuli, que representaba al dios Thot, patrón de los escribas, y el sello del faraón en uno de sus dedos. Niut supuso que sería un atributo de su rango, y eso le atrajo. A ella le gustaban los símbolos, y todo aquello que hiciello queera ver a los demás el poder que conferían. Su viejo amigo era un símbolo en sí mismo. Llevaba grabada la educación que había recibido en Karnak, e incluso su aspecto podía pasar por el de uno de sus sacerdotes. Su cabeza tonsurada y gestos pausados le daban cierto aire místico que le hacían interesante.

Durante el transcurso de la cena Niut lo observó con detalle en tanto hablaban de cosas banales. Sintió la fuerza de su deseo en cada mirada de soslayo que le dirigía, y también la profundidad de este. Allí había un pozo de emociones listo para ser explorado; encubierto bajo la máscara que el escriba se había acostumbrado a llevar como si fuera parte de su indumentaria.

Sin pretenderlo lo comparó con su esposo, incapaz de controlar sus modales, para comprobar lo lejos que se hallaban ambos y también lo caprichoso que se había mostrado Shai con ellos. Heny era un hombre rico, y Neferhor poseía otros valores dignos de consideración. No se imaginaba a su viejo amigo haciendo fortuna con el comercio, como tampoco veía a su marido de legislador. La riqueza era importante para ella, pero mientras escuchaba al escriba hablar de la Casa del Regocijo no tuvo ninguna duda de lo que en verdad le interesaba. Sin poder remediarlo se sintió atraída por la fuerza de su invitado. Esta nacía de su propio
ka
, y en ella se encontraba aquel misticismo que le hacía parecer misterioso. Por eso, al sentirse deseada por él, Niut se había humedecido sin poderlo evitar; presa de una extraña excitación.

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