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Authors: Mike Lee Dan Abnett

El señor de la destrucción (23 page)

Sin embargo, la horda del Caos continuaba avanzando.

Impactaron contra el frente de lanceros con un tremendo estruendo de acero contra madera que resonó en ambas laderas. Hachas, garrotes, espadas y garras golpearon contra escudos y yelmos, y la línea druchii se tambaleó bajo el peso del ataque enemigo. Se curvó al retroceder un lento paso por vez, y luego se detuvo. Malus oyó la áspera voz del señor Meiron que les escupía salvajes juramentos a los soldados, y la Guardia Negra respondió con un rugido colectivo. Las lanzas destellaron y dirigieron estocadas hacia la masa de enemigos, y los aullidos de furia se transformaron en gritos de dolor cuando los guerreros druchii dieron letal uso a su entrenamiento y disciplina.

Pero ¿bastaría con eso? Los hombres bestia y los bárbaros morían por decenas, pero desde su aventajado punto de observación Malus veía cómo los lanceros eran arrebatados de sus filas y hechos pedazos, o derribados al suelo por golpes terribles. Los regimientos de los flancos eran los más castigados, y sus hileras posteriores ondulaban como trigo a medida que llevaban los heridos a la retaguardia y otros soldados acudían a ocupar su lugar. El ataque del Caos no daba señales de vacilación, y a cada minuto descendían del campamento más soldados para sumarse a la batalla. Si uno solo de los regimientos daba media vuelta y huía, los otros dos se verían abrumados en unos instantes.

Malus comprendió que no podrían mantenerse a la defensiva durante mucho tiempo. Su única opción era atacar.

Desenvainó la espada manchada de sangre y se volvió a mirar a Dachvar.

—Tenemos que aliviar la presión que soportan los lanceros —dijo—. La caballería real formará una línea y cargaremos contra los bastardos del Caos por el flanco.

—Sí, mi señor —replicó Dachvar con un asentimiento de cabeza, y luego hizo girar a su nauglir y trotó a lo largo de la formación—. ¡Formad una línea y disponeos a cargar! —gritó, y los caballeros se prepararon para la batalla.

A la cabeza de la formación, Malus desvió a
Rencor
hacia el este para conducir a los caballeros por un lado de la colina, donde podrían dar un rodeo para atacar a los guerreros del Caos por el flanco izquierdo. Pasaron largos minutos mientras la gran formación se recolocaba. Malus escuchaba atentamente los ruidos de la batalla que atronaba en la cima de la colina, sabedor de que cada minuto que pasaba acercaba más a los lanceros al punto de ruptura. Finalmente, Dachvar le hizo una señal desde el otro extremo de la línea para indicarle que todos estaban preparados, y Malus alzó la espada.


¡Sa'an'ishar!
¡La caballería real avanzará y cargará!

A continuación, bajó la espada, y los caballeros lanzaron un exultante rugido y taconearon las monturas para que echaran a correr.

No disponían ni del tiempo ni de la distancia necesarios para que la formación acelerara hasta la velocidad de una carga propiamente dicha. Los caballeros se volvieron para ascender por la cuesta como una enorme jauría, y se lanzaron contra el flanco del enemigo con un impacto demoledor de garras, dientes y acero.
Rencor
pisoteó a dos hombres bestia con sus anchas patas, y le cortó la cabeza de un mordisco a otro; Malus le clavó una estocada en la espalda a un hombre bestia aturdido, y abrió un tajo con la espada en el cuello de un bárbaro que saltaba. La muchedumbre retrocedió ante la repentina acometida, y los caballeros se adentraron más profundamente en la masa, mientras las enrojecidas espadas subían y bajaban, y los gélidos lanzaban cuerpos mutilados por los aires. Los lanceros del señor Meiron los aclamaron, y al redoblar sus esfuerzos, recuperaron los pocos metros de terreno que habían perdido y empujaron al enemigo ladera abajo.

Hachas y garrotes golpeaban las acorazadas piernas de Malus. Un hombre bestia intentó trepar al cuello de
Rencor
, mientras dirigía un tajo hacia el pecho de Malus con una espada que parecía una cuchilla de carnicero. El noble descargó sobre la muñeca de la mano que sostenía la espada de la criatura un tajo que se la cercenó, y luego le clavó una estocada en el pecho al monstruo, que aullaba. Su cuerpo dejó un brillante rastro de sangre al deslizarse del lomo del gélido hacia la hirviente masa de abajo, pero otro hombre bestia saltó para ocupar su lugar. Malus maldijo, intercambiando golpes con la criatura, mientras sentía que otro par de manos intentaba derribarlo de la silla por la izquierda. La carga había causado considerables daños, pero la masa de enemigos continuaba manteniéndose firme, animada por los refuerzos y motivada por el miedo que le inspiraban sus terribles jefes. Ahora que los caballeros se hallaban atascados, habían perdido la mayor parte de su ventaja: la movilidad. Dentro de poco, el mayor número de enemigos acabaría por vencerlos.

Malus amagó un tajo al hombre bestia que tenía delante para invitarlo a responder. Cuando la criatura lo acometió con la espada, él estaba preparado y le clavó una estocada en la garganta. La bestia cayó al suelo, tosiendo y echando sangre, y el noble volvió su atención hacia un monstruo que bramaba y le tiraba de la pierna izquierda. A lo lejos oyó un ominoso tronar que llegaba de las profundidades del campamento del Caos. ¿Qué nueva amenaza estaba enviándole Nagaira?

Una rápida mirada colina arriba le mostró que los regimientos de lanceros habían dejado de avanzar y luchaban desde su posición original, en la loma. A su inmediata izquierda, una de las unidades delanteras no tenía ningún enemigo con el que contender gracias a la llegada de los caballeros. Pero la muchedumbre de enemigos continuaba luchando, rodeando a los ya muy apurados caballeros, y desgarrándolos en un frenesí de odio. Apenas acababa Malus de despachar al hombre bestia que tenía a la izquierda cuando un pesado golpe impactó contra su cadera por la derecha. La desesperación comenzó a hacer presa en él y consideró llamar a retirada.

Entonces, de repente, el estruendo aumentó de volumen, y Malus oyó un choque titánico hacia la derecha. Alaridos y aullidos de miedo desgarraron el aire, y dio la impresión de que toda la turba enemiga retrocedía como un ser vivo. Malus oyó que los lanceros de la izquierda comenzaban a aclamar, y entonces vio que los guerreros del Caos se retiraban, dispersándose oscuridad adentro en dirección noroeste. Los jinetes de la caballería real espolearon a los gélidos para perseguirlos y mataron a los fugitivos hasta que los detuvieron las órdenes que les gritó Dachvar.

Un sonoro traqueteo resonó ladera arriba, detrás de Malus. Al volverse, vio que se trataba de uno de los carros de guerra que los habían acompañado desde la Torre Negra. Al ponerse de pie en los estribos, contempló más carros que daban vueltas alrededor de la base del montículo, con las ruedas y las temibles hojas de guadaña goteando sangre.

El auriga que estaba detrás del noble frenó la pareja de gélidos, y el caballero que iba junto a él desmontó y fue rápidamente hacia Malus.

—Te pido disculpas por perderte durante el avance, mi señor —dijo el caballero con gravedad—. Nos vimos obligados a seguir esos condenados senderos serpenteantes, y una vez que nos desviamos parecía que no había forma de encontrar la dirección correcta.

Malus se echó atrás en la silla de montar, respirando aguadamente, mientras observaba cómo el último de los hombres bestia desaparecía entre el humo.

—La pérdida fue amargamente sentida —dijo el noble—, pero vuestro regreso la ha compensado con creces. Reúne tus carros, comandante. Ahora sois la retaguardia. Los lanceros deben retroceder hasta el siguiente punto de repliegue con toda rapidez, mientras aún nos quede un poco de espacio para respirar.

El comandante de los carros lo saludó y se encaminó rápidamente hacia su montura. Malus tendió una mano hacia atrás para coger el cuerno de guerra, mientras intentaba recordar cómo se tocaba correctamente a retirada y repliegue. Por la gracia de la diosa había ganado un respiro momentáneo, pero aún tenía que devolver al resto de su ejército a la torre antes de que les pasaran por encima.

13. El largo sangriento camino

—¡Aquí llegan otra vez! —gritó uno de los lanceros, cuya voz se quebró de agotamiento y tensión.

Los jinetes bárbaros pasaban como una marea por encima de la cima cenicienta, y los cascos de sus caballos de patas delgadas alzaban nubes de polvo blancuzco que se adhería a los brazos y el rostro desnudo de los jinetes. Los bárbaros lanzaban aullantes bramidos a medida que adquirían velocidad al descender por la suave cuesta y cabalgar directamente hacia las desiguales líneas de la fuerza druchii en retirada.

Las espadas y los escudos entrechocaban con torpeza al prepararse los exhaustos soldados para un ataque más. El señor Meiron bebió un rápido sorbo del vino rebajado con agua que llevaba en la cantimplora de cuero, colgada junto a la cadera, antes de dar órdenes.

—¡Esta vez no dispara nadie! —bramó con su voz ronca—. Conservad las saetas hasta que se os ordene disparar. ¡Primera línea, en esta ocasión mantened altos los condenados escudos!

Malus se echó atrás en la silla de montar y se frotó los ojos para intentar librarse del agotamiento y de la sensación de tenerlos llenos de arena. El grupo de jinetes era más numeroso esa vez; otro destacamento de bárbaros que daba alcance a los agotados atacantes druchii. Los asaltos para golpear y huir eran ejecutados en cada nueva ocasión por grupos más numerosos, y se hacían más frecuentes. Por milésima vez desde el alba, se volvió en la silla para mirar hacia el sur. Habían llegado a la Llanura de Ghrond con la primera luz, y la vista de la torre lejana había renovado un poco sus ánimos; pero en las últimas cuatro horas sólo habían logrado avanzar unos diez kilómetros. Los jinetes del Caos habían estado acosándolos constantemente, mordisqueándoles los talones como manadas de lobos. Los ataques se habían hecho tan numerosos que los lanceros se habían visto obligados a marchar en vanguardia de batalla, avanzando con paso cansado en una desigual formación de seiscientos metros de frente.

Habían marchado durante toda la noche, constantemente acosados por partidas de caza de jinetes del Caos que acometían a las columnas de retaguardia del ejército que se retiraba, para luego desvanecerse en la oscuridad. Durante la mayor parte de la noche, el estandarte superviviente de la caballería ligera había luchado con ahínco para mantener a distancia a los jinetes enemigos, pero ahora sus caballos estaban exhaustos. Malus se había dado cuenta demasiado tarde de que eso formaba parte de la estrategia de los bárbaros, pero ya no tenía remedio. Mientras los salvajes se echaban encima de los lanceros que los esperaban, la caballería druchii sólo pudo observar, impotente, desde el lomo de sus caballos de paso vacilante, situados muy por detrás de las líneas.

El señor Irhaut y la mayor parte de la caballería ligera no habían reaparecido en el curso de la noche. Malus había retenido a los soldados en retirada tanto tiempo como le había sido posible en cada uno de los puntos de repliegue, pero no habían vislumbrado signo alguno de los jinetes perdidos. Finalmente, en el último punto de encuentro, el noble se había visto obligado a tomar una decisión difícil. Había llamado al señor Rasthlan, y les había ordenado a él y a sus exploradores autarii que se separaran del resto e intentaran localizar a la caballería dispersa para reuniría con el cuerpo principal del ejército. Rasthlan había aceptado estoicamente la orden, aunque por sus modales estaba claro que no esperaba encontrar a nadie con vida. Fue la última vez que Malus los vio a él y a sus exploradores.

Ahora se había quedado sin ideas. A lo largo de las últimas cinco horas, los únicos jinetes que habían pasado cabalgando por encima de las cenicientas crestas iban pintados con toscos tatuajes y pedían a gritos sangre druchii.

Los jinetes bárbaros se desplegaron en una atronadora línea para cargar contra los lanceros druchii. Salvajes rostros tatuados gritaban el nombre de blasfemos dioses del norte, y el sol destellaba en la punta de sus cortas lanzas. La experiencia les había enseñado a los druchii que los bárbaros jugarían a llevar la carga hasta el final, para luego arrojar las lanzas casi a quemarropa y volverse para retroceder ladera arriba y preparar otra acometida. En los primeros ataques, los druchii habían castigado severamente a los bárbaros, recibiéndolos con andanadas de saetas de ballesta que mataban a jinetes y caballos por igual. Pero ahora se les estaban agotando las reservas de flechas. Habían vaciado los carros de toda munición restante, pero a pesar de eso sólo les quedaban saetas suficientes para unas pocas andanadas.

Hacía rato que los carros se dedicaban a transportar a los heridos. En cuanto a los nauglirs, eran temibles armas de choque, pero Malus los conocía lo suficiente como para saber que no debía lanzárseles a perseguir a los ágiles caballos de los bárbaros. Al igual que la caballería ligera, los caballeros y los carros supervivientes sólo podían quedarse mirando cómo los atacantes del Caos se les echaban encima en atronadora carrera.

Los bárbaros se acercaban, chillando como espectros atormentados, envueltos en polvaredas cenicientas. Cuando se encontraban a veinte metros, la línea de lanceros druchii se arrodilló como un solo hombre, y los soldados alzaron los vapuleados escudos para protegerse la cara descubierta.

Con un grito furioso, los bárbaros arrojaron sus cortas lanzas negras, que volaron como una nube formando un arco largo hacia los soldados druchii. Las lanzas golpearon los escudos alzados con un repiqueteo en
staccato
, algunas rebotaron en los curvos yelmos o se clavaron en hombros protegidos por cota de malla. Aquí y allá, un guerrero gritaba y caía, aferrando la lanza que tenía profundamente clavada en el cuerpo.

Cuando la última lanza cayó, Malus sintió que se relajaba, y vio que los lanceros hacían lo mismo: se erguían ligeramente y bajaban un poco los escudos mientras esperaban que los jinetes dieran media vuelta para regresar a la cima del montículo.

Esa vez, sin embargo, no lo hicieron. En medio segundo los bárbaros habían sobrepasado el punto en el que siempre se volvían, y Malus vio que algo iba mal. Para cuando su exhausta mente se dio cuenta de lo que sucedía, ya era demasiado tarde.

Los bárbaros lanzaron otro rugiente grito al mismo tiempo que sacaban espadas y hachas que llevaban al cinturón, y se lanzaban de cabeza contra la línea druchii. Por suerte o intencionadamente, la horda del Caos acometió a uno de los regimientos más castigados y los lanceros retrocedieron a causa del impacto. Las primeras líneas, desprevenidas contra aquella carga repentina, cayeron entre gritos bajo los golpes de los aullantes guerreros del Caos. Las hileras de detrás, dominadas por la conmoción, comenzaron a dar media vuelta y a huir hacia la seguridad ilusoria de los carros.

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