Read El señor de la destrucción Online
Authors: Mike Lee Dan Abnett
Una figura pasó precipitadamente junto a Malus cargando escaleras abajo hacia el paladín. Hauclir paró la espada derecha del guerrero contra su vapuleado garrote, e intentó asestarle un tajo en la muñeca con su pesada espada corta, pero la hoja no pudo atravesar la armadura de hierro del paladín. Rápido como una serpiente, éste dio medio vuelta y acometió a Hauclir con la espada de la mano izquierda, y Malus apenas logró desviarla con un golpe de una de sus armas.
Momentos más tarde, también Cortador se unió a la lucha y lanzó otra daga que resonó contra una de las piernas protegidas por la armadura del paladín. El guerrero del Caos respondió con un tajo veloz como el rayo dirigido al cuello del asesino, pero el druchii lo esquivó con una velocidad pasmosa. Hauclir vio una oportunidad, y se lanzó hacia delante para estrellar el garrote contra el brazo derecho del paladín. El golpe habría roto los huesos de un hombre inferior a él, pero el paladín simplemente se tambaleó un poco y obligó al antiguo guardia a retroceder ante una estocada dirigida al cuello.
Ahora, con tres diestros oponentes acometiéndolo desde tres ángulos diferentes, el paladín del Caos se vio obligado a pasar a la defensiva. Malus continuó atacando y descargó una lluvia de golpes sobre el brazo y el hombro izquierdos del guerrero. Volaban chispas y las espadas del noble rebanaban fragmentos de coraza de hierro, pero el paladín se mantenía firme, respondiendo a cada ataque por turno con velocísimas paradas y mortíferas fintas. Malus comenzaba a pensar que le estaban sacando ventaja, y entonces Hauclir penetró la guardia del paladín por la izquierda para estrellar el garrote contra la rodilla derecha del guerrero, y luego invertir la dirección del arma y dirigir otro golpe hacia su cabeza. Pareció que pillaba al paladín del Caos con la guardia baja en el momento en que éste dirigía una estocada al cuello de Cortador, pero el ataque fue sólo una finta. Rápida como el rayo, la espada del paladín descendió y atravesó el muslo derecho de Hauclir. El antiguo capitán de la guardia cayó con una maldición. Cortador se lanzó hacia delante con un alarido y dirigió una estocada hacia los ojos del paladín, pero la espada de la mano izquierda del guerrero se le clavó profundamente en el hombro derecho.
Ver caer a los dos druchii en el espacio de un solo segundo llenó a Malus de terror y furia. Lanzando un terrible grito de guerra, invirtió toda su fuerza y su velocidad en un solo tajo, que dio en una sien del paladín. Volaron chispas y la fuerza del golpe hizo que la cabeza del guerrero girara. Aún chillando de cólera, el noble le asestó un golpe de revés que impactó contra el yelmo justo a la altura de los ojos. El hierro se rajó con una discordante campanada, y el yelmo se partió en dos.
La cabeza del guerrero salió despedida hacia atrás a causa de la fuerza del golpe. Un pelo negro apelmazado de porquería y sangre vieja cayó, suelto, hasta los hombros del paladín. Una piel pálida, brillante de enfermedad y surcada por palpitantes venas negras, brilló con un color blanco verdoso bajo la luz bruja. Un sólo ojo negro clavó en Malus una feroz mirada de odio implacable. El otro ojo era ciego y relucía con moho de sepultura. Una terrible herida de espada hendía el cráneo del guerrero por encima del ojo destrozado; los bordes dentados estaban negros de corrupción y pululantes de vida parasitaria.
Malus miró la cara de Lhunara y gritó de terror y angustia.
—¡Dioses...! ¡Oh, Dioses del Inframundo! —gritó—. Tú no puedes...
Los negros labios de Lhunara se tensaron en una abierta sonrisa lunática. A diferencia de lo que sucedía en los sueños de Malus, los dientes de ella aún eran perfectos y blancos. Su musculoso cuerpo temblaba, y un terrible sonido burbujeante ascendió por su garganta. Fue la más inmunda y más vil risa que Malus había oído en toda su vida.
—Con el odio..., todo es posible —graznó al mismo tiempo que echaba atrás las goteantes espadas—. Con el odio... y la bendición de los Dioses Oscuros.
Avanzó un paso hacia él, y cuando Malus la miró a los ojos muertos supo que iba a morir.
Lo salvó una voz fina y aflautada que resonó desde lo alto de la escalera.
—¡Aliento de dragón! —gritó Diez Pulgares—. ¡Apartaos!
Malus se volvió y vio que el joven ladrón se encontraba a menos de diez metros de distancia, y sujetaba un relumbrante globo verde con una mano levantada. Hauclir le gritó al muchacho con los dientes apretados.
—¡No, idiota! ¡Nos matarás a todos!
—¡Arrójalo, muchacho! —gritó Malus—. ¡Hazlo ya!
Pero Lhunara ya había huido, veloz como un ciervo, escaleras abajo, hasta perderse en la oscuridad. Malus maldijo amargamente y se dejó caer sentado en la escalera, con la cara de odio de ella flotando como un fantasma ante sus ojos.
Los mercenarios bajaron corriendo por la escalera y cogieron a Hauclir y Cortador para sacarlos de allí. Hauclir levantó los ojos con una mirada feroz dirigida a Diez Pulgares.
—¿Quién, en el nombre de la Madre Oscura, te ha dado ese globo? —gruñó.
Diez Pulgares le respondió con una ancha sonrisa.
—¿Qué? ¿Te refieres a esto? —Lanzó la relumbrante bola hacia arriba, provocando los horrorizados gritos de todos los que tenía cerca, y la atrapó diestramente—. Hace bastante que la tengo. Es mi pequeño as en la manga. —Echó la esfera de una mano a la otra.
Y se le escapó.
Diez Pulgares soltó un chillido horrorizado y se lanzó a atrapar la esfera. El liso vidrio se deslizó entre sus nerviosos dedos y cayó hacia Malus, Hauclir y los aterrados mercenarios. Docenas de manos se precipitaron para coger la esfera, dándole palmadas hacia aquí y allá, hasta que finalmente salió rebotando y se estrelló contra la pared, a un metro y medio por encima de la cabeza de Malus. Los mercenarios corrieron en todas direcciones, gritando de terror.
La pequeña lámpara de luz bruja estalló con una detonación seca y dejó un olor parecido al de las tormentas eléctricas. Pequeños fragmentos de vidrio llovieron sobre la cabeza de Malus.
—¡Ah, maldición! —gimió Diez Pulgares—. Esa luz me la regaló mi madre. La tenía desde que era niño.
El silencio flotó pesadamente en el aire. Los mercenarios, que momentos antes habían estado convencidos de que estaban a punto de quemarse vivos, oscilaron como borrachos, abrumados por el alivio. Hauclir se recostó contra la pared exterior de la escalera y alzó una mirada feroz hacia el entristecido ladrón.
—Por la Madre Oscura, no sé si darte un beso o desollarte vivo.
Entre los mercenarios se oyeron nerviosas risas disimuladas que rápidamente se transformaron en sonoras carcajadas histéricas cuando comprendieron su inesperada salvación. Un par de druchii ayudaron a Hauclir y Cortador a subir la escalera. Se tendieron manos hacia Malus, pero él las apartó.
Lenta, torpemente, se levantó. Sentía las extremidades como si fueran de plomo frío, y le parecía tener la cabeza sumergida en hielo amargo.
Fue el último en salir de la escalera de caracol a las frías sombras de la bóveda de las cisternas. Cuando llegó, el resonante espacio estaba lleno de coléricos guerreros. El señor Isilvar se hallaba al frente, con la cara pálida de furia. Los mercenarios se habían reunido en apretado grupo en torno a su jefe herido, y miraban ferozmente las caras burlonas de los lanceros de Hag Graef.
—¿Qué está sucediendo aquí? —preguntó Isilvar con su voz enronquecida.
—Una batalla, querido hermano. ¿Qué, si no? —le contestó Malus.
No había esperado que Diez Pulgares lograra reunir refuerzos. En el fondo de su mente se daba cuenta de que estaban tremendamente superados en número y lejos de cualquier testigo fiable, en caso de que Isilvar decidiera asesinarlos a todos. Pero ese conocimiento no hizo nada por embotar su impertinente lengua.
—Me doy cuenta de que no es algo que veas mucho, dado tu cometido de vaulkhar. —Antes de que Isilvar pudiera contestar, Malus continuó—: Las fuerzas del Caos han descubierto el túnel. Hemos logrado contenerlas hasta tu llegada, pero ahora mismo, mientras hablamos, podrían estar reuniéndose para efectuar otro ataque. —El noble sonrió burlonamente—. Te cedo a ti el honor de repeler la siguiente oleada, como sólo es debido a tu rango.
Los músculos de las mandíbulas de Isilvar se contrajeron furiosamente.
—Tendremos que incendiar el túnel y derrumbarlo —dijo—. La horda del Caos ha redoblado sus ataques contra las murallas, y es necesario que todos los hombres útiles estén en el parapeto.
—En ese caso, si me disculpas, hermano, debo apresurarme a cumplir con mi deber —replicó Malus.
Sin esperar el permiso de Isilvar, les hizo una señal a sus mercenarios y se dispuso a marcharse. Por un momento, parecio que las filas de lanceros de Hag Graef se negarían a dejarlos pasar, pero Malus miró a los ojos a un veterano, que asintió apenas con la cabeza y se apartó a un lado. El druchii que estaba detrás de él siguió el ejemplo,y de repente, se abrió un largo pasillo despejado a través de la compañía de lanceros, hasta el otro extremo de la bóveda de las cisternas. Cabezas cubiertas con yelmo, de veteranos y novatos, inclinaron respetuosamente la cabeza para saludar a Malus y sus soldados cuando pasaron cojeando.
Hauclir, sostenido por Bolsillos de un lado y por Cortador del otro, avanzaba junto al noble.
—Parecía que ese paladín del Caos —comenzó— te conocía. ¿Quién es?
—Una pesadilla —replicó Malus, con voz inexpresiva.
Al principio todo lo que podía oír eran voces. Eran apagadas y resonaban de modo extraño, como si las oyera desde debajo de la superficie de un profundo lago oscuro.
—Estoy quedándome sin tiempo —dijo Nagaira. El sonido de su voz era potente, vibrante y completamente errático, lleno de tonos discordantes como vidrio roto—. Tengo obligaciones que cumplir, ¡oh, poderoso! Obligaciones que no pueden eludirse.
—A mí no me hables de tiempo —siseó Tz'arkan—. Yo también estoy quedándome sin él. Pero ahora él conoce el camino. Sabe lo que debe hacer.
—Pero ¿actuará? Esa es la pregunta.
Se oyó el suave tintineo de la plata finamente batida, y el sonido de un cuchillo que cortaba metal.
—¿Quién puede saberlo? —gruñó el demonio—. Nada de lo que hacéis los mortales tiene sentido para mí.
La negrura comenzó a desvanecerse. A ambos lados de él se formaron figuras. Estaba tendido de espaldas, enredado en la ropa de cama. El aire frío le acariciaba el pecho desnudo. Nagaira y el demonio hablaban por encima de su cuerpo yacente, como dos adultos hablarían por encima de un niño dormido.
—No logro ver por qué es necesario nada de todo esto —dijo Nagaira—. Tu plan es excesivamente complicado para mi mente.
—¿Tan complicado como tu venganza en Hag Graef? —contraatacó el demonio.
—Recibido —dijo ella con un suspiro.
Se oyó otro suave tintineo de metal, y esa vez Malus observó cómo la borrosa forma de su hermana se llevaba una copa a los labios y bebía.
—Aun así, ¿no podrías simplemente entregarme a Malus tú mismo?
De repente, el noble se encontró completamente alerta. Las formas se hicieron más nítidas. Ahora veía a Nagaira con claridad. Estaba sentada en una silla, bien arrimada a una mesa de banquete, haciendo girar una copa de plata entre sus manos de negras venas. Su contacto dejaba líneas de óxido negro sobre la brillante curva de metal. En los bordes del plato que tenía delante, lleno de humeantes cortes de carne sangrante, descansaban un cuchillo y un tenedor. No le prestaba la más leve atención a Malus, y mantenía el negro vacío de su mirada fijo en el ser que estaba sentado frente a ella.
—No es tan sencillo —replicó el demonio.
Malus volvió la cabeza para mirar al demonio, pero su forma estaba oculta tras profundas sombras. Ante él había un plato de sangrante carne intacta.
—¡Estás pensando en unos términos tan inmediatos, niña mía! Considera la trascendencia de mi plan en toda su extensión, y lo que significará para ti cuando hayamos regresado del norte.
—En ese caso, hay que persuadirlo de que actúe —dijo la bruja druchii, y dejó la copa con cuidado sobre la mesa.
—Por supuesto —replicó Tz'arkan—. Haz lo que te parezca mejor.
Malus intentó moverse, pero la ropa de cama se apretó y lo sujetó con fuerza. Nagaira bajó los ojos hacia él, y tendió una mano para tocarle una mejilla con una uña larga como una garra.
—¿Cuánto quedará de mi hermano cuando todo esté dicho y hecho?
—Lo suficiente —replicó el demonio, al fin.
La umbría figura extendió un brazo y hundió una mano con garras en el pecho de Malus. Cuando el noble miró hacia abajo, vio que Tz'arkan sacaba su corazón aún palpitante de la abierta cavidad de su pecho.
—¿Lo ves? Aún lo tiene bastante fuerte. Y lo mismo sucede con su mente. Satisfará tus apetitos durante bastante tiempo —el demonio se reclinó contra el respaldo de la silla y abarcó con un amplio gesto el cuerpo destrozado del noble—. ¿Quieres algo más para tu plato, niña?
Nagaira se inclinó hacia delante para contemplar el rostro de Malus con expresión pensativa.
—Me gustaría quedarme con sus ojos —dijo—. Siempre me han encantado, ¿sabes?
Una mano fuerte descendió sobre la frente de Malus y lo sujetó contra la mesa. En su campo visual entró otra figura que se inclinó sobre él. Era Lhunara, con el rostro iluminado por una sonrisa de amante. De la herida abierta de la cabeza cayeron sobre las mejillas del noble gusanos que se retorcían.
Lhunara presionó una uña partida contra el rabillo de uno de los ojos de Malus, que comenzó a gritar.
Había manos que lo sujetaban contra la cama. Malus pateaba y se debatía, gritando de furia y miedo. Oyó voces graves que maldecían por encima de él, y durante un vertiginoso instante no supo con certeza si estaba despertando o si aún se encontraba atrapado en el sueño. Con un salvaje esfuerzo logró liberar los brazos y los hombros, y apartó a empujones a las sombrías figuras que se cernían sobre su cama, para luego rodar hasta el borde justo a tiempo de vomitar una enorme cantidad de vino rancio sobre el suelo de piedra.
—Ya te dije que esas últimas botellas eran prácticamente vinagre —dijo Hauclir desde el otro lado de la habitación—, pero no quisiste escucharme. Por supuesto, puede que en ese momento estuvieras demasiado borracho como para oírme, pero pensé que merecía la pena intentarlo.
La luz de primera hora de la mañana entraba por la ventana abierta del dormitorio. Hauclir estaba sentado en una silla, cerca de la entrada del balcón, con la pierna herida apoyada sobre una mesita baja que habían arrastrado hasta allí con ese propósito. Unas figuras vagas se movían silenciosamente por la habitación, remendando sus armaduras o afilando sus armas. Bolsillos y Diez Pulgares estaban asando carne sobre un brasero que había cerca de los pies de la cama, y se susurraban el uno al otro.