El templario (24 page)

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Authors: Michael Bentine

Con el regreso de Belami a Jerusalén, y su extenso informe sobre los ataques de De Chátillon y la destrucción de sus fuerzas en el Cañón de Rabugh, Arnold de Toroga había recibido también nuevos refuerzos de tropas templarias de Acre. Sus fuerzas se encontraban en su plenitud y le ofreció los servicios de la Orden a Guy de Lusignan, ahora el incontestable regente de Jerusalén.

El atormentado cuerpo del joven rey Balduino IV estaba al borde de la muerte, con los miembros paralizados y prácticamente putrefactos. Su mente aún seguía activa, pero su habilidad para el mando casi la había perdido. De Lusignan vio llegada su oportunidad y convocó a todas las fuerzas del reino en su ayuda. Raimundo III de Trípoli, los grandes maestros de los templarios y de los hospitalarios, los hermanos Ibelin, Reinaldo de Sidón y dos poderosos visitantes, Godofredo, duque de Brabante, y Ralph de Mauleon, todos le respaldaron con su peso político. Incluso el despreciable Reinaldo de Chátillon llegó corriendo de Kerak de Moab, para unir sus lanceros a los de los cruzados. Los políticos tienen una conciencia de corta vida.

—¡Judas Iscariote! Sabemos hasta qué punto podemos confiar en De Chátillon. Pero no tenemos alternativa. De pronto el cerdo embustero es nuestro aliado. ¡Quiera Dios que no tenga que salvarle el pellejo!

Belami protestaba, pero, como siempre, él obedecía las órdenes. Los cruzados partieron de Jerusalén, con gran despliegue de banderas, exóticos guiones y escudos francos de brillantes colores, en contraste con las negras sobrevestas de los cuerpos de servidores de los templarios y los hospitalarios, y por supuesto la vestimenta totalmente blanca de los caballeros templarios. Con ellos se alineaban los lanceros turcos a caballo, y los auxiliares de infantería. En total, después de dejar una reducida guarnición en Jerusalén, los cruzados reunieron un millar de caballeros y lanceros, además de 10.000 infantes. No tenían idea de que las tropas de Saladino ascendieran a más de 20.000 hombres, de caballería, arqueros montados, escaramuzadores y soldados de infantería, divididos en tres fuerzas principales. Éstas eran comandadas por Saladino en persona, con Taki-ed-Din, su sobrino favorito, y su hermano mayor, Feruk-Shah, al mando de otras dos divisiones. Los sarracenos eran todos guerreros avezados, ágiles y mortales en el campo de batalla. Superaban a los francos en más de dos a uno.

Si hubiesen aplicado el método de Belami de combinar las columnas de la caballería con las de infantería, los cruzados habrían llevado ventaja.

Lamentablemente, la caballería se veía obligada a disminuir la marcha al paso más lento de la infantería, lo que daba a los sarracenos la ventaja de una mayor movilidad y rapidez.

El joven Homfroi de Toron, que se apresuraba a unirse a las fuerzas francas con las tropas de su padrastro de Outrejourdain, se encontró con que les salieron al paso los ayyubids y eliminaron a sus tropas. Él mismo, aunque sólo tenía diecisiete años, luchó valientemente, pero tuvo que retirarse a Kerak, donde buscó refugio. Como fuerza de combate, sus diezmadas tropas estaban acabadas.

La primera batalla entre los dos ejércitos en la Jehad de Saladino tuvo que librarse en el Llano de Jezreel. La columna volante de Belami entró al ataque, con Simon y Pierre al frente de un centenar de hombres de caballería e infantería, con el veterano al mando de los cincuenta lanceros turcos restantes. La tarea de Belami consistió en vencer a los escaramuzadores sarracenos, un millar de arqueros escitas, capaces de disparar desde la silla de su montura.

Cada vez que estos guerreros avanzaban para soltar una nube de flechas, las fuerzas mixtas de Belami tenían que interceptarles y anular su ataque. Además, los escitas perdían muchos hombres abatidos por los arqueros de Simon y Pierre, que participaban en la batalla, montados a la grupa de los caballos de los lanceros turcos. Cuando saltaban al suelo y disparaban sus dardos mortales, docenas de escaramuzadores escitas caían de sus sillas.

Las filas de los sarracenos se declararon en retirada. Inmediatamente, Belami y sus servidores entraron a la carga, enfilando a los aterrados arqueros escitas con sus lanzas. Antes de que los escaramuzadores pudiesen reagruparse, la columna volante de los templarios había barrido el terreno para cubrir a los arqueros que habían desmontado. Luego, repetían la táctica de recoger a los arqueros, que montaban a la grupa de los lanceros, y se reunían con la columna franca. Era una perfecta maniobra de manual.

Si Guy de Lusignan hubiera sido un comandante más eficiente, todas sus fuerzas habrían utilizado la misma táctica. Lamentablemente, el regente de Jerusalén era un excelente político pero un mal general. Hizo alto con las fuerzas francas en los Pozos de Goliat, en vez de avanzar directamente contra la fuerza principal de Saladino, antes de que hubiesen podido formar su línea de ataque en forma de media luna.

Los francos, templarios y hospitalarios confiaban grandemente en tácticas anacrónicas. Siempre habían puesto en práctica su táctica principal: concentrar el peso de los caballeros atacantes en una masa compacta, para romper las filas de los paganos. De Lusignan confiaba que podría valerse de la misma maniobra antigua de nuevo.

Belami maldecía en árabe, su lengua preferida para renegar con eficacia.

—¿Por qué el maldito imbécil no se da cuenta de que Saladino está a la espera de la carga de los francos? ¡Por los huesos del Profeta, cuando el condenado «Calzones de acero» finalmente ataque con sus caballeros, ese astuto sarraceno abrirá las filas centrales y dejará que la fuerza de la carga se pierda en el aire! Entonces, Saladino hará girar la caballería formando la media luna y atacará a De Lusignan por la retaguardia, mientras nuestros guerreros correrán a la desbandada en el medio. Hasta un niño podría darse cuenta de por qué Saladino ha dispuesto a la caballería en esa formación de media luna. ¡Que Dios me dé fuerzas! ¿Por qué tenemos que estar a las órdenes de un estúpido?

Así las cosas, aparte de algunos encontronazos de pequeñas unidades de caballería por ambas partes, De Lusignan permaneció acampado cerca de los Pozos de Goliat, mientras sus camaradas discutían con ardor.

La verdadera razón de su vacilación residía en el inesperado tamaño del ejército de Saladino. Su formación en media luna parecía extenderse, desde un extremo al otro, sobre una distancia de una milla. Atacarlo, ahora que había maniobrado hasta formar su más efectiva línea de batalla, parecía suicida. De Lusignan no se había decidido a atacar a los sarracenos mientras estaban formando filas, y ahora era demasiado tarde.

Saladino intentó provocar a los francos para que iniciaran una carga frontal, pero fracasó en hacer entrar a los líderes divididos en la batalla. Todo se desintegró en pequeñas acciones en patrulla y ataques con lluvias de flechas de los arqueros escitas. El cielo se nublaba de flechas lanzadas con sus arcos, pero pocas de ellas hacían blanco en las tropas francas protegidas con cotas de malla, sino que se clavaban en el suelo, donde parecían espigas de trigo. En cambio, las flechas más pesadas de los cruzados dejaban vacía más de una silla de montar de los escitas.

Después de cinco días de escaramuzas, y de unas pocas bajas entre las tropas francas, De Lusignan buscó seguro refugio detrás de las orillas del Jordán.

Belami estaba furioso.

—Bien, Simon —dijo—, ¿qué te parecen nuestras brillantes batallas? ¡Qué condenada pérdida de tiempo y de energías!

—Estoy confundido —repuso el joven normando—. Yo podría seguir fácilmente nuestras propias acciones. Tu táctica funcionó perfectamente, Belami. ¿Por qué nuestro Gran Maestro no aprovechó la ventaja que le dimos?

—¿Por qué no vuelan los cerdos? —gruñó Belami—. ¿Cuál es tu opinión sobre esta batalla inexistente, Pierre? Vamos, muchacho, como futuro caballero se supone que debes decirme qué hacer algún día. ¿Qué dices?

—¡Es una farsa! —contestó Pierre, fastidiado—. Una maldita riña de gallos. Lo hicimos mejor cuando luchamos contra De Malfoy.

Belami y Simon rieron tristemente, pero el veterano estaba preocupado.

—Si así es como De Lusignan piensa continuar, será mejor que nos retiremos detrás de fuertes murallas y esperemos que nos releven antes de que nos muramos de hambre.

El primer choque armado en la Jehad Santa había sido un gesto fútil, malo para la moral y una señal de que lo que vendría sería peor.

Saladino estaba perplejo ante la insólita renuencia de los francos a combatir. Habían perdido su oportunidad cuando los sarracenos se desplazaban para ocupar sus posiciones, y ahora parecían conformarse con retirarse al otro lado del río Jordán. El astuto líder sarraceno también había observado las acciones bien coordinadas de una pequeña columna volante comandada por los servidores templarios. Las maniobras de las tropas de caballería y de infantería combinadas constituirían una táctica difícil de superar si la adoptaba universalmente el resto de las fuerzas francas. Uno de sus cuerpos de exploradores, que habían enfrentado a las fuerzas corsarias de De Chátillon en el mar Rojo, había informado de que una columna de templarios estuvo aplicándola allí. Lo que resultaba sorprendente era que parecía que más bien trataban de obstaculizar a los bandidos francos en vez de luchar contra ellos. El informe parecía carecer de importancia en aquel momento, pero, después de ver lo efectivas que eran aquellas maniobras en acción contra los escitas, de repente Saladino comprendió que tenía sentido.

¿Pero por qué los templarios habían puesto a prueba su nueva táctica contra sus propios aliados? El agudo cerebro del sarraceno siguió dando vueltas al problema, hasta que recordó el relato de su hermana Sitt-es-Sham del ataque de De Chátillon contra su caravana camino de La Meca. ¿Acaso aquellos tres servidores templarios eran también los responsables de aquellas curiosas maniobras nuevas? Sin duda, ellos habían salvado a Sitt-es-Sham de la muerte o de algo peor. Presumiblemente, habían actuado bajo las órdenes de su Gran Maestro, para tratar de preservar la Pax Saracénica. ¿Por qué? ¿Tal vez para ganar tiempo con el fin de lograr más refuerzos?

El comandante sarraceno resolvió enviar más espías a Jerusalén. Así contaba con más de un centenar de hombres confiables allí. El misterio le irritaba. A Saladino le gustaba conocer la solución de los enigmas. El caos le perturbaba. El sultán era esencialmente «un hombre cósmico». Quería que todo estuviese en orden. Para él, todo nuevo desarrollo en el campo de los infieles requería una explicación.

Se durmió, pensando todavía en aquella extraña táctica. Su último pensamiento, antes de que el sueño le venciera, fue que le hubiera gustado conocer a los hombres a quiénes se les había ocurrido aquella maniobra tan bien ejecutada. Le habría gustado que fuesen sarracenos en vez de templarios.

El paso siguiente de Saladino sería contra Kerak, la fortaleza de su archienemigo Reinaldo de Chátillon, al sureste del mar Muerto.

Durante la batalla indefinida en el Llano de Jezreel, ni Simon ni Pierre habían entrado en combate cuerpo a cuerpo, salvo con la lanza, si bien Simon había abatido a cuatro escitas durante el intercambio de flechas.

Para sorpresa suya, tanto él como Pierre habían sido alcanzados por varias flechas sarracenas, pero las ligeras saetas de caña no habían logrado penetrar ni sus armaduras ni los acolchados petos de sus monturas. Tampoco Belami tuvo ocasión de utilizar su hacha de guerra y también él recibió varias flechas escitas, sin que atravesaran su cota de malla.

—He visto cruzados que parecían puerco espines —comentó— con flechas sarracenas clavadas en sus sobrevestas. Sin embargo, un par de ellas hicieron verdadero daño, al alcanzar el cuello, la cara o una mano desprotegida. La lección es simple. Mantener todas las partes del cuerpo bien cubiertas y la cabeza baja durante las lluvias de flechas que disparan desde largas distancias.

Todo aquello había sido un anticlímax. La ardiente discusión que tuvo lugar en Jerusalén giró sobre la peligrosa indecisión de Guy de Lusignan. Algunos, como De Chátillon y Raimundo III de Trípoli, le acusaron llanamente de cobardía. El moribundo rey estaba conmocionado y rabioso.

En su horrible estado, el pobre desgraciado había pedido a De Lusignan que le instalara en la ciudad de Tiro, donde la brisa marina sería beneficiosa para la lepra que le devoraba. En un acto inhumano, De Lusignan rehusó hacerlo. Con las débiles fuerzas que le quedaban, el rey Balduino IV depuso al regente y proclamó a su sobrino, que también se llamaba Balduino, el hijo de seis años de su hermana Sibila, heredero suyo.

De Lusignan se puso furioso y regresó a Ascalón, otra de sus posesiones. Entonces sorprendió a todos negándose a obedecer al rey moribundo. Belami quedó tan pasmado como los demás.

—Ello sólo demuestra cómo han cambiado las cosas mientras estuve lejos de Tierra Santa. Hubiese apostado hasta mi último céntimo que De Lusignan era un buen comandante y un honorable caballero. Hasta esperaba que el Alto Consejo le nombraría a él antes que a De Chátillon o a Raimundo III de Trípoli. ¡Por Judas Iscariote, estaba equivocado!

El recio servidor meneó la cabeza, azorado.

—He visto a Guy de Lusignan en el campo de batalla, luchando junto a Odó de Saint Amand. En aquella época combatía bien. Me pregunto qué mujer le habrá doblegado la voluntad.

Simon se sonrió.

—Lo que dices se parece más a lo que diría el hermano Ambrose que Belami. «El engendro del maligno», era como describía a las mujeres. Sea como fuere, ¿por qué una mujer? Quizá el daño lo ha causado una enfermedad.

—Es posible —replicó Belami—. Pero parece bastante sano. Mi instinto me dice que se trata de una mujer. ¿Tal vez la hermana del rey, Sibila? Dios sabe que es bastante ambiciosa y es la esposa de De Lusignan. ¡Sí! ¡Ésa debe de ser la respuesta! ¿Por qué otro motivo De Lusignan negaría la alianza al rey si no por la resuelta ambición de Sibila? De alguna manera, presiento que Sibila está detrás de todas estas súbitas indecisiones y vacilaciones. Tal vez tenga algún acuerdo secreto con su esposo. ¡Quién demonios lo sabe!

El veterano se encogió airadamente de hombros y escupió certeramente a un escarabajo, que corrió en busca de refugio.

Su estallido sorprendió a los jóvenes servidores, que nunca habían visto a Belami enfadado a causa de la política. Hasta entonces, había seguido los cambios en el campo de la política encogiéndose únicamente de hombros.

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